Europa bajo las estrellas, los campings más espectaculares para una escapada inolvidable



Redacción (Madrid)

En los últimos años, el turismo de camping ha experimentado un auge sin precedentes en Europa. La combinación de naturaleza, libertad y servicios de calidad ha convertido a los campings en una opción preferida para quienes buscan una experiencia auténtica sin renunciar al confort. Desde los Alpes suizos hasta las costas portuguesas, el continente ofrece una amplia gama de opciones que se adaptan tanto a familias como a aventureros solitarios. A continuación, un recorrido por algunos de los mejores campings europeos que destacan por su ubicación, instalaciones y encanto único.


Uno de los referentes indiscutibles es Camping Les Criques de Porteils, ubicado entre Collioure y Argeles-sur-Mer, en el sur de Francia. Este camping de cinco estrellas ofrece parcelas con vistas espectaculares al Mediterráneo, acceso directo a calas escondidas y servicios de alta gama, como piscina climatizada, restaurante gourmet y actividades para toda la familia. Su atmósfera tranquila y su respeto por el entorno natural lo convierten en un destino ideal para quienes buscan desconexión con estilo.


En los Países Bajos, Camping De Lakens, situado en el Parque Nacional Zuid-Kennemerland, cerca de Ámsterdam, es un ejemplo de camping sostenible e innovador. Con alojamientos que van desde tiendas de lujo hasta cabañas ecológicas, este camping pone un fuerte énfasis en el bienestar: cuenta con spa, yoga en la playa y menús saludables. La cercanía con el mar del Norte permite a los visitantes disfrutar de surf, ciclismo y largos paseos por dunas salvajes.


Italia también tiene joyas del camping, como Camping Village Marina di Venezia, en la región del Véneto. Este enorme complejo frente al mar Adriático combina lo mejor de un resort con la esencia del camping tradicional. Dispone de parques acuáticos, restaurantes temáticos y hasta tiendas de diseño, sin dejar de lado la posibilidad de dormir bajo los pinos. Su proximidad a Venecia lo convierte en una base ideal para explorar tanto la naturaleza como la cultura.


Para quienes prefieren las montañas, Camping Jungfrau en Lauterbrunnen, Suiza, es un verdadero espectáculo. Rodeado de cascadas y picos nevados, este camping ofrece una experiencia alpina única. Es punto de partida para rutas de senderismo y excursiones en tren a lugares emblemáticos como Jungfraujoch. A pesar de su entorno rústico, dispone de servicios modernos y acogedores, ideales para quienes desean vivir los Alpes sin sacrificar comodidad.


Desde la costa hasta la montaña, Europa ofrece una diversidad de campings que satisfacen todo tipo de expectativas. Más allá de ser simples lugares para dormir, se han transformado en destinos en sí mismos, donde el contacto con la naturaleza se combina con una creciente oferta de bienestar y entretenimiento. Ya sea para una escapada corta o unas largas vacaciones de verano, acampar en Europa es, hoy más que nunca, una forma de viajar con libertad y conciencia.


Los desastres de la guerra civil española: Un viaje turístico por los restos de sus escenarios

Redacción (Madrid)

La Guerra Civil Española (1936-1939) no solo dejó una profunda cicatriz en la memoria colectiva del país, sino que marcó para siempre el paisaje urbano y rural de España. Aunque fue un conflicto devastador, sus vestigios se han transformado en lugares de memoria histórica y reflexión. Hoy, recorrer esos sitios es también un acto de turismo con conciencia, donde el viajero no busca solo belleza, sino comprensión y recuerdo.

Madrid fue uno de los principales escenarios de la guerra, sitiada durante casi tres años. Aún pueden visitarse restos de trincheras y búnkeres en la Casa de Campo, un parque que fue frente de batalla. En la ciudad, el Museo de Historia de Madrid y el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía conservan documentos y obras que reflejan el horror del conflicto, como el célebre Guernica de Picasso, símbolo universal del sufrimiento civil.

En la provincia de Zaragoza, el viejo Belchite permanece como un esqueleto de ruinas bombardeadas. Fue escenario de una de las batallas más cruentas y, tras la guerra, Franco ordenó construir un nuevo pueblo al lado, dejando el antiguo como testimonio del horror. Caminar entre sus casas derruidas, su iglesia destrozada y sus calles fantasmales es una experiencia conmovedora.

Guernica, en el País Vasco, sufrió uno de los bombardeos más atroces por parte de la aviación alemana al servicio de Franco. Aunque hoy es una ciudad reconstruida, el Museo de la Paz de Gernika y la Casa de Juntas ofrecen una visión completa del ataque y sus consecuencias. El roble de Guernica, símbolo de las libertades vascas, sigue en pie como emblema de resistencia.

En Tarragona, el Ebro fue escenario de la mayor batalla de la guerra. En Corbera d’Ebre, el pueblo viejo permanece parcialmente en ruinas y ha sido convertido en un museo al aire libre, con esculturas y paneles informativos. Cerca, se puede visitar el Centro de Interpretación 115 días, que ofrece un recorrido completo por la ofensiva y el drama humano vivido.

No solo los campos de batalla guardan historias. En lugares como Albatera (Alicante) o Castuera (Badajoz), los restos de campos de concentración franquistas recuerdan la brutal represión que siguió a la guerra. Aunque en muchos casos quedan pocos vestigios físicos, diversas asociaciones trabajan por su señalización y recuperación.

Visitar estos lugares no es solo un ejercicio de memoria; es un acto de respeto hacia quienes vivieron el horror de una guerra fratricida. En cada trinchera, cada ruina y cada museo hay una historia que clama por no repetirse. El turismo de memoria invita al viajero a mirar más allá de los paisajes y monumentos, para descubrir las cicatrices que el tiempo no ha podido borrar.

El Castillo del Cid Campeador: entre la historia y la leyenda de Castilla

Redacción (Madrid)

En la fértil y sobria meseta de Castilla, a tan solo unos kilómetros al norte de la ciudad de Burgos, se encuentra la localidad de Vivar del Cid. Este modesto pueblo, casi oculto entre el paisaje cerealista, posee un valor simbólico y patrimonial de incalculable importancia: fue el lugar de nacimiento y residencia de Rodrigo Díaz de Vivar, conocido por la historia y la literatura como el Cid Campeador. Aunque el castillo donde vivió ya no existe, su memoria ha dado forma a un espacio donde el viajero encuentra algo más profundo que piedras antiguas: la raíz misma de la epopeya medieval hispánica.

El castillo en el que nació y vivió el Cid no se conserva. Fue, con toda probabilidad, una casa fuerte o torre señorial propia de la nobleza castellana del siglo XI, de carácter militar pero sin la monumentalidad de los grandes castillos posteriores. A lo largo de los siglos, la estructura fue perdiéndose debido a conflictos, cambios de uso y abandono. Hoy solo quedan vestigios arqueológicos y referencias documentales, pero el solar de aquella edificación permanece señalado y protegido, conservando la carga simbólica que le confiere haber sido cuna de uno de los personajes más emblemáticos de la historia de España.

Sin embargo, en el lugar donde se alzaba la fortaleza de Vivar se ha desarrollado un entorno de memoria cultural y patrimonial. El pueblo conserva numerosas referencias al Cid: una estatua conmemorativa, el Archivo del Cantar de mio Cid, y el punto de partida oficial del Camino del Cid, una ruta cultural y senderista que sigue los pasos del héroe medieval a lo largo de más de 2.000 kilómetros, hasta la ciudad de Valencia.

Rodrigo Díaz de Vivar fue mucho más que un guerrero de frontera. Hijo de la nobleza menor castellana, educado en la corte del rey Fernando I y luego convertido en caudillo militar al servicio de distintos señores y reyes, su figura encarna los valores de la caballería, el honor, la lealtad y la astucia militar. Aunque su vida fue recogida por cronistas medievales como la Historia Roderici, su verdadero salto a la posteridad vino con la literatura: el Cantar de mio Cid, escrito hacia el año 1207, lo convierte en el protagonista de una gesta heroica que ha sido interpretada como el primer gran poema épico de la lengua castellana.

El interés del viajero por Vivar no se basa en lo monumental, sino en lo simbólico. Pocos lugares en España permiten al visitante sumergirse con tanta claridad en el encuentro entre historia y literatura, entre pasado documentado y leyenda viva. Caminar por las calles de Vivar, recorrer sus campos, observar la sobriedad de la tierra que vio nacer al Cid, es también una forma de acceder al alma de Castilla.

Aunque el castillo ya no está presente en su forma física, Vivar del Cid ofrece al visitante una experiencia inmersiva en el mundo del siglo XI. Entre los principales puntos de interés destacan:

  • El solar del antiguo castillo, debidamente señalizado, donde se conservan restos arqueológicos.
  • La estatua de Rodrigo Díaz, instalada en la plaza central del pueblo, como homenaje permanente a su figura.
  • La Casa Museo del Cid, donde se encuentran documentos, maquetas y material interpretativo sobre su vida.
  • La iglesia parroquial de San Miguel, de origen románico, que guarda vínculos históricos con la familia del Cid.
  • El punto de inicio del Camino del Cid, una ruta cultural reconocida a nivel nacional e internacional, que parte de este lugar simbólico y se extiende por varias comunidades autónomas.

A tan solo diez kilómetros al sur se encuentra el Monasterio de San Pedro de Cardeña, otro enclave fundamental en la historia del Cid. Allí se guardaron durante siglos los restos de Rodrigo Díaz y su esposa Jimena, y allí también se escribió buena parte de su leyenda.

El turismo que se practica en Vivar del Cid es sereno, íntimo y cultural. No hay grandes masas, ni atracciones artificiales, pero sí un entorno en el que se respira profundidad histórica y autenticidad. La experiencia de visitar este lugar tiene menos que ver con la contemplación de una arquitectura imponente y más con una conexión profunda con el origen de un símbolo nacional.

Los viajeros que se acercan a Vivar suelen ser amantes de la historia, la literatura medieval, o simplemente curiosos en busca de los orígenes de un mito. La visita invita a la reflexión: sobre el tiempo, la memoria, la construcción de las identidades, y el papel que un solo individuo puede jugar en la historia de un pueblo.

Aunque el castillo de Vivar del Cid ya no se yergue sobre la llanura castellana, su importancia no ha desaparecido. Al contrario, se ha transformado en un punto de referencia cultural, histórica y simbólica. Visitar este lugar es emprender un viaje al pasado, no a través de recreaciones artificiales, sino mediante el respeto por la memoria, el paisaje y la palabra escrita.

Allí, donde comenzó la historia del Cid, también puede comenzar para el viajero una comprensión más profunda del espíritu castellano y del legado que une la piedra, la letra y la leyenda.

La Bahía de Santander: un espejo de mar y cultura

Redacción (Madrid)

Pocas bahías en el mundo tienen la capacidad de hechizar a quien las contempla como lo hace la Bahía de Santander. Situada al norte de España, en la comunidad autónoma de Cantabria, esta joya natural es mucho más que un enclave geográfico: es un escenario donde el mar, la ciudad, la historia y la naturaleza se abrazan con una armonía casi perfecta.

Desde el primer vistazo, la bahía impresiona por su belleza serena y elegante. Con sus aguas tranquilas reflejando el cielo cambiante del Cantábrico, la imagen de la bahía es una postal viva que acompaña al visitante en cada rincón de la ciudad. El paseo marítimo de Santander, que se extiende con vistas ininterrumpidas al mar, invita a caminar sin prisa, a sentarse en un banco y simplemente mirar, como lo han hecho generaciones de locales y viajeros.

Pero la Bahía de Santander no es solo un espectáculo visual: es también un epicentro de vida y actividad. Su puerto ha sido testigo de siglos de comercio, exploración y evolución urbana. Hoy conviven allí el dinamismo del tráfico marítimo, los ferris que conectan con Inglaterra y el País Vasco, los veleros deportivos, y los barcos pesqueros que traen el sabor del mar a las mesas santanderinas.

Uno de los grandes atractivos que ofrece la bahía es su equilibrio entre lo urbano y lo natural. Desde las playas del Sardinero hasta la península de La Magdalena, donde el antiguo palacio real se alza sobre un promontorio verde, la costa es un desfile de paisajes cambiantes, con parques, acantilados y calas que parecen diseñadas para escapar del ruido sin salir de la ciudad. Y al otro lado de la bahía, pueblos como Pedreña o Somo ofrecen una visión más tranquila y marinera, perfecta para una escapada en barco o una jornada de surf.

Además, la Bahía de Santander ha sabido integrar la cultura y el arte en su entorno. El centro Botín, obra del arquitecto Renzo Piano, se levanta sobre el agua como una nave futurista que conecta la ciudad con la creatividad contemporánea. No muy lejos, el Anillo Cultural nos recuerda que Santander no solo mira al mar, sino también a su pasado, su literatura (con nombres como Pereda o Menéndez Pelayo), y su alma inquieta.

No se puede hablar de esta bahía sin mencionar su gastronomía, que resume a la perfección la riqueza de su entorno. Mariscos frescos, rabas (calamares fritos), bocartes, anchoas de Santoña, quesadas y sobaos pasiegos: sabores que no solo alimentan, sino que cuentan historias de marineros, valles verdes y tradiciones que resisten al paso del tiempo.

Visitar la Bahía de Santander es vivir una experiencia plural: un paseo entre olas y arquitectura, una conversación entre lo moderno y lo ancestral. Es un lugar que no busca deslumbrar con grandilocuencia, sino enamorar con detalles. Y cuando uno se despide de ella, desde la cubierta de un barco o desde un mirador al atardecer, se lleva consigo esa sensación de haber estado en un sitio donde el mar no es fondo, sino protagonista.

El Perelló: un rincón mediterráneo con alma de pueblo

Redacción (Madrid)

A orillas del mar Mediterráneo, escondido entre arrozales y dunas, se encuentra El Perelló, un pequeño pueblo costero que parece detenido en el tiempo, pero que vibra con la energía de quienes lo visitan cada verano. Ubicado en la provincia de Valencia y a tan solo unos minutos de la ciudad, El Perelló es mucho más que una playa: es un lugar donde la tradición, la naturaleza y la gastronomía se funden en una experiencia auténticamente valenciana.

Lo primero que llama la atención al llegar es su ambiente cercano y familiar. Nada que ver con los grandes destinos turísticos masificados. Aquí, el ritmo es más pausado. Las calles, muchas todavía con el sabor de lo antiguo, se llenan de vecinos saludándose por su nombre, pescadores remendando redes, y niños que juegan a la sombra de las palmeras. Pasear por su paseo marítimo, especialmente al atardecer, es uno de esos pequeños placeres que se quedan grabados en la memoria.

Pero si hay algo que realmente distingue a El Perelló, es su gastronomía. Con una ubicación privilegiada junto a la Albufera y el mar, el pueblo se convierte en un paraíso para los amantes del arroz. Aquí el arroz a banda y la paella no son solo platos típicos: son verdaderos rituales. En cualquier restaurante local —la mayoría regentados por familias de toda la vida— se puede saborear un arroz cocinado con mimo, acompañado por productos frescos del mar, como el langostino o el tellina. Y por supuesto, no puede faltar un buen all i pebre o unas clóchinas valencianas durante la temporada.

El Perelló también es naturaleza viva. A un paso se encuentra el Parque Natural de la Albufera, donde uno puede perderse entre cañas y barcas, escuchar el canto de las aves y disfrutar de puestas de sol que parecen sacadas de una pintura. Además, su cercanía al mar ofrece playas amplias y tranquilas, con arena fina y aguas poco profundas, ideales para familias con niños o para quienes buscan simplemente relajarse sin el bullicio de otros lugares más concurridos.

Durante el verano, el pueblo cobra vida con sus fiestas populares, en especial en agosto, cuando se celebran las fiestas patronales. Desfiles, música, paellas gigantes y actividades para todos hacen que la experiencia de El Perelló no se limite solo al turismo, sino que se convierta en una inmersión cultural completa.

En definitiva, El Perelló no es solo un lugar para veranear: es un destino que conquista por su sencillez, por su gente y por esa sensación de hogar que ofrece al viajero. Es de esos sitios que, una vez que los conoces, no puedes evitar recomendar… aunque parte de ti quiera guardarlo en secreto.

5 pueblos escondidos en la naturaleza para desconectar y descansar en España

Redacción (Madrid)

En un mundo cada vez más acelerado, con notificaciones constantes y rutinas interminables, la necesidad de desconectar no es un lujo, sino una urgencia. España, con su geografía diversa y su riqueza rural, ofrece rincones donde el tiempo parece haberse detenido. Son lugares donde el silencio no incomoda, sino que cura; donde la naturaleza abraza y la conexión digital pierde su sentido. Aquí presentamos cinco pueblos rodeados de naturaleza que invitan a apagar el móvil y redescubrir la calma.


Valverde de los Arroyos, en Guadalajara, es uno de los tesoros de la arquitectura negra de Castilla-La Mancha. Enclavado en la Sierra de Ayllón y rodeado de hayedos, este pequeño pueblo de casas de pizarra es punto de partida para subir al Pico Ocejón o visitar la impresionante Chorrera de Despeñalagua, una cascada que se precipita desde más de 100 metros. Sin cobertura móvil en muchas zonas, es el sitio ideal para caminar, respirar y no pensar demasiado.


En Bubión, uno de los pueblos blancos de la Alpujarra granadina, el rumor del agua y las vistas a Sierra Nevada reemplazan al ruido urbano. A más de 1.200 metros de altitud, sus empinadas callejuelas y terrazas escalonadas parecen suspendidas en el tiempo. Aquí, la vida fluye al ritmo de las estaciones y las caminatas por antiguos senderos moriscos se convierten en una forma de meditación.


Ancares, en Lugo, no es un solo pueblo, sino una comarca de aldeas perdidas entre montañas que rozan Galicia, León y Asturias. Uno de sus núcleos más pintorescos es Piornedo, conocido por conservar las tradicionales pallozas, construcciones de origen celta con tejados de paja. Aislado por la orografía y el tiempo, este rincón gallego ofrece cielos estrellados, silencio profundo y naturaleza virgen.


En el corazón del Alto Aragón, Alquézar se asienta sobre un promontorio rocoso dominado por una colegiata medieval. Rodeado por el Parque Natural de la Sierra y Cañones de Guara, es un paraíso para los amantes del senderismo y el barranquismo. Pero más allá del deporte, Alquézar invita a pasear sin prisa por calles empedradas y dejarse hipnotizar por los atardeceres sobre el río Vero.


La Hiruela, en Madrid, es la gran sorpresa a solo 100 kilómetros de la capital. Situado en la Sierra del Rincón —reserva de la biosfera— este minúsculo pueblo de apenas 70 habitantes mantiene intacta su arquitectura tradicional y su conexión con el bosque. Sin comercios de grandes cadenas ni cobertura perfecta, La Hiruela demuestra que no hace falta ir muy lejos para desconectar, solo saber hacia dónde mirar.


Destinos a los que huir del calor este verano, porque sudar no es un deporte olímpico

Redacción (Madrid)

Llega el verano y con él esa deliciosa sensación de estar viviendo dentro de un horno precalentado a 40 grados. Las calles arden, las sábanas se pegan, el aire acondicionado se convierte en un miembro más de la familia, y salir a la calle es como enfrentarse al último nivel de un videojuego sin vidas extra. Así que, si tú también has llegado al límite de tu relación tóxica con el calor, te presento algunos destinos donde huir, esconderte y fingir que el verano es un invento del hemisferio contrario.

En Galicia puedes encontrarte con todas las estaciones del año en el mismo día, y eso es una bendición. Mientras media España se derrite como helado barato, tú puedes pasear por Santiago de Compostela con chaquetita ligera y brisa fresca. Además, la lluvia ocasional te recuerda que el cielo aún tiene emociones. ¿Y el marisco? Te consuela de cualquier trauma térmico.

Si tu plan ideal de verano no incluye quemarte la planta del pie en la arena ni pelear por una sombrilla, vete al monte. En los Pirineos el agua de los ríos está tan fría que tus preocupaciones (y tu circulación) se detienen en seco. Senderismo, paisajes de postal y pueblos donde todavía no han oído hablar de las olas de calor. Magia.

Verde, fresco y lleno de sidra. En Asturias el calor es un rumor lejano. Puedes comer fabada sin miedo a combustionar, y si tienes suerte, hasta te llueve un poco. Ideal para usar por fin ese jersey de entretiempo que compraste en abril y pensabas que jamás estrenarías.

Sí, Teruel existe, y en sus zonas más elevadas incluso se atreve a desafiar al calendario. Valdelinares o Gúdar, por ejemplo, ofrecen una paz térmica solo comparable con la de una nevera bien surtida. Casi puedes ver tus pensamientos convertirse en vaho.

Si España entera parece una sartén, cruza fronteras. Letonia, Lituania, Polonia… tienen costas donde puedes mojar los pies sin riesgo de abrasión y sin gritar al contacto con el agua. Además, la playa allí es tan tranquila que podrías leer un libro sin escuchar un solo niño gritando por la playa. Ciencia ficción veraniega.

Este verano, escapa. Haz las maletas, apaga el ventilador y dirígete a esos lugares donde el sol no es un enemigo declarado. Porque sí, todos amamos el verano… hasta que recordamos lo que implica. Así que déjate de sufrir por postureo en la playa y busca un sitio donde no parezca que estás viviendo dentro de un microondas.

Museo Pablo Gargallo: un viaje escultural en el corazón de Zaragoza

Redacción (Madrid)

Ubicado en el majestuoso Palacio de Argillo, en la emblemática Plaza San Felipe de Zaragoza, el Museo Pablo Gargallo es mucho más que un espacio dedicado al arte: es una experiencia sensorial e intelectual que conecta al visitante con la obra de uno de los escultores más innovadores del siglo XX. Este museo, inaugurado en 1985, rinde homenaje a Pablo Gargallo, artista aragonés nacido en 1881, cuya obra revolucionó la escultura moderna a través de una fusión única de vacío, movimiento y metal.

Antes de entrar en contacto con la obra de Gargallo, el visitante queda maravillado por el propio continente: el Palacio de Argillo, joya del barroco aragonés del siglo XVII, con su fachada de ladrillo ornamentado y patios interiores de elegante sobriedad. Esta ubicación no solo enriquece la visita con su valor arquitectónico, sino que también establece un diálogo entre la historia y la vanguardia artística.

El museo alberga una amplia colección que incluye esculturas en bronce, hierro forjado, yeso y cartón piedra, además de dibujos y bocetos del artista. La obra de Gargallo se caracteriza por su audaz uso del vacío como elemento escultórico y su capacidad para capturar el dinamismo del cuerpo humano y el espíritu del tiempo moderno. Destacan piezas emblemáticas como El Profeta, con su imponente presencia y expresividad, y los retratos de personajes contemporáneos, en los que la línea y el espacio se conjugan con maestría.

El recorrido expositivo permite comprender la evolución estilística del artista, desde sus primeras influencias modernistas hasta su madurez creativa, donde se entrelazan el cubismo, el clasicismo y una profunda sensibilidad personal.

El Museo Pablo Gargallo no es solo un lugar de contemplación, sino también un centro vivo de cultura. Ofrece visitas guiadas, talleres didácticos, conferencias y exposiciones temporales que amplían la mirada sobre el arte moderno y contemporáneo. Además, su ubicación en pleno casco histórico de Zaragoza convierte la visita en una oportunidad para explorar una de las zonas con más encanto de la ciudad.

Visitar el Museo Pablo Gargallo es adentrarse en el universo de un artista que supo dialogar con el metal como si de poesía se tratara. Es también una invitación a reflexionar sobre la forma, el vacío y la belleza, en un entorno donde la historia y la modernidad se abrazan. Un destino imprescindible para quienes deseen descubrir el alma artística de Zaragoza.

Un viaje por los pueblos del Ebro: descubriendo la vida a orillas del gran río de España

Redacción (Madrid)

Recorrer los pueblos que crecen junto al río Ebro es sumergirse en una travesía única que combina historia, naturaleza y cultura. El Ebro, con sus más de 900 kilómetros, es el río más caudaloso de la península ibérica y vertebra a su paso algunas de las comarcas más auténticas y diversas de España. Desde su nacimiento en los manantiales de Fontibre (Cantabria) hasta su desembocadura en el mar Mediterráneo, el Ebro ha sido durante siglos una fuente de vida, un eje comercial y un símbolo identitario para numerosos pueblos y regiones.

El viaje comienza en el norte, en el pequeño pueblo de Fontibre, donde nace el río. Aquí, el Ebro surge cristalino entre los montes cántabros, rodeado de un entorno de verdes praderas y senderos tranquilos. Muy cerca está Reinosa, con su arquitectura sobria y su aire de montaña. Ya en La Rioja, el Ebro riega los campos de viñedos que hacen famosa a esta comunidad. Haro, considerada la capital del vino riojano, es una parada imprescindible. Bodegas centenarias, casonas blasonadas y la hospitalidad local definen esta ciudad de tradición vitivinícola. Otros pueblos como San Vicente de la Sonsierra o Briones ofrecen miradores espectaculares sobre el río, junto a un legado medieval bien conservado.

Al adentrarse en Aragón, el Ebro atraviesa tierras de campos amplios y fértiles, salpicadas de huertas y viejas acequias. En Zaragoza, el río cobra protagonismo absoluto. La capital aragonesa se alza imponente con la Basílica del Pilar, cuyo reflejo sobre el agua se ha convertido en una imagen icónica. Zaragoza mezcla lo histórico con lo moderno: desde restos romanos hasta arquitectura contemporánea como el Pabellón Puente, testigo de la Exposición Internacional de 2008.

Pero más allá de la gran ciudad, el Ebro también baña pueblos llenos de encanto. Gallur, Alagón y La Puebla de Hijar son ejemplos de localidades donde el río sigue marcando el ritmo de la vida rural. En Sástago o Escatrón, antiguos molinos, conventos y palacios dan cuenta de la importancia económica que el Ebro tuvo en la historia de estas comunidades. Las huertas, los embarcaderos tradicionales y las leyendas locales enriquecen la experiencia del viajero.

Cuando el Ebro entra en Cataluña, su curso se ensancha y se vuelve más sereno. Aquí aparecen pueblos como Miravet, donde un castillo templario domina el río desde lo alto de un cerro, o Benifallet, con sus cuevas subterráneas y tradiciones pesqueras. Tortosa, ciudad milenaria, fue cruce de culturas: íbera, romana, musulmana y cristiana, y lo muestra en sus iglesias, palacios y restos de murallas.

El trayecto culmina en uno de los paisajes más sorprendentes de España: el Delta del Ebro. Este espacio natural, declarado Parque Natural y Reserva de la Biosfera, es un ecosistema único de arrozales, lagunas y playas vírgenes. Pueblos como Deltebre, Sant Jaume d’Enveja o L’Ampolla conservan una tradición pesquera viva y ofrecen al visitante un contacto íntimo con la biodiversidad. Aquí se pueden ver flamencos, navegar en barca tradicional o degustar mariscos frescos y arroz con denominación de origen.

Viajar por los pueblos del Ebro es mucho más que seguir el curso de un río. Es vivir la diversidad cultural y geográfica de España a través de sus márgenes. Es descubrir cómo el agua ha modelado formas de vida, paisajes y costumbres. Es una ruta turística para amantes del patrimonio, de la naturaleza y de las tradiciones vivas. El Ebro no solo conecta territorios: también une el pasado con el presente, y ofrece al viajero una experiencia rica, pausada y profundamente auténtica.

Asturias, viaje a los paisajes más bellos del paraíso natural

Redacción (Madrid)

Asturias, situada en el norte de España, es una de las regiones más bellas y sorprendentes del país. Conocida como el «Paraíso Natural», su geografía única concentra una increíble variedad de paisajes en un espacio reducido: desde imponentes cordilleras hasta playas escondidas, valles verdes, acantilados salvajes y ríos que serpentean entre bosques frondosos. Su belleza no es solo visual, sino también emocional: cada rincón invita al asombro, la reflexión y la conexión con la naturaleza.

Uno de los paisajes más espectaculares de Asturias es el Parque Nacional de los Picos de Europa. Esta cadena montañosa, compartida con León y Cantabria, ofrece vistas impresionantes, como los Lagos de Covadonga, un conjunto de lagos glaciares rodeados de cumbres verdes y nieblas que parecen de cuento. Subir en coche por la carretera que serpentea desde Cangas de Onís es una experiencia inolvidable.

El desfiladero del Cares, conocido como «La Garganta Divina», ofrece una de las rutas de senderismo más populares y sobrecogedoras de Europa. Caminando entre paredes verticales de roca, uno se siente pequeño ante la grandeza de la naturaleza. Las altas cumbres de los Picos, como el Naranjo de Bulnes (Picu Urriellu), son también un símbolo de aventura y belleza alpina.

El litoral asturiano, de más de 300 km, es un mosaico de acantilados, playas vírgenes y pueblos marineros con encanto. Playas como Gulpiyuri, una playa interior declarada Monumento Natural, sorprende por su tamaño y su extraña ubicación tierra adentro. La Playa del Silencio, en Cudillero, con su forma de concha y sus acantilados esculpidos por el viento, es ideal para quienes buscan tranquilidad y belleza sin artificios.

Otros puntos costeros destacados son los Bufones de Pría, donde el mar entra con fuerza por grietas en la roca y sale disparado en forma de géiseres marinos. Allí, el sonido gutural del mar rugiendo bajo tierra añade una dimensión sonora al espectáculo visual.

En el interior, Asturias se vuelve aún más verde. El Parque Natural de Somiedo, con sus brañas y lagos, es un espacio protegido donde habita el oso pardo y donde los hórreos conviven con prados infinitos. En otoño, los bosques de castaños y hayas se tiñen de tonos cálidos que recuerdan a un cuadro impresionista.

Los Oscos, en el occidente asturiano, ofrecen una experiencia rural auténtica: caseríos de piedra, molinos tradicionales, y rutas entre ríos y cascadas. Es una región ideal para desconectar del ritmo urbano y sumergirse en una naturaleza acogedora y sin prisas.

Asturias no solo se visita: se siente. Cada paisaje habla con voz propia. Las montañas impresionan, el mar calma, los valles abrazan. Es un lugar donde la naturaleza ha conservado su protagonismo frente al turismo masivo. Y eso se nota en cada sendero, en cada mirador y en la amabilidad de sus gentes.

Pasar por Asturias es descubrir que en tan solo unas horas puedes ir del silencio de una playa escondida al rugido de un río de montaña; del bullicio de una villa marinera al susurro de un hayedo profundo. Es un destino para todos los sentidos, pero sobre todo, para el alma.