El Festival de Cine de l’Alfàs del Pi calienta motores, y adelanta la sección de Cine al Carrer una semana antes de la inauguración del certamen, con una cartelera apta para todos los públicos: los próximos martes, miércoles y jueves días 1, 2 y 3 de julio a las 22.00 horas en la plaza Escoles Velles de l’Alfàs. La entrada es libre.
Martes 1 de julio, 22:00 : “Wicked” , ambientada en la Tierra de Oz, mucho antes de la llegada de Dorothy Gale desde Kansas. Elphaba es una joven incomprendida por su inusual color verde que aún no ha descubierto su verdadero poder. Glinda es una popular joven marcada por sus privilegios y su ambición que aún no ha descubierto su verdadera pasión. Las dos se conocen como estudiantes de la Universidad Shiz, en la fantástica Tierra de Oz, y forjan una insólita pero profunda amistad. La trama abarca los acontecimientos del primer acto del musical de Broadway. Película ganadora de dos premios Oscar (mejor diseño de producción y mejor vestuario), dirigida por Jon M. Chu y protagonizada por Ariana Grande, Cynthia Erivo y Jonathan Balley. Una adaptación de ’Wicked: La historia jamás contada de las brujas de Oz‘, el popular musical de 2003.
Miércoles 2 de julio, 22:00h : “Robot Salvaje” el épico viaje de un robot -la unidad 7134 de Roz,’Roz’ para abreviar- que naufraga en una isla deshabitada y debe aprender a adaptarse al duro entorno, entablando gradualmente relaciones con los animales de la isla y convirtiéndose en madre adoptiva de un pequeño ganso huérfano. Los avances continuos son capaces de incorporar nuevas herramientas y posibilidades visuales que permiten una inmersión más profunda en las emociones, algo que ha evidenciado esta película
Jueves 3 de julio, 22:00h: “Buffalo Kids” Tom y Mary, dos hermanos huérfanos, desembarcan en Nueva York a finales del siglo XIX. Para reunirse con su tío, se aventuran como polizones en un tren por el Salvaje Oeste donde conocerán a Nick, un nuevo y extraordinario amigo que cambiará sus vidas para siempre. Juntos se embarcarán en un peligroso viaje, enfrentándose a malvados villanos y viviendo situaciones únicas. Creada por el gran equipo de Core Animation y dirigida por el aclamado director Pedro Solís, ganador de varios premios Goya, esta película no solo es un deleite visual y narrativo, sino que también tiene un significado muy especial detrás de la pantalla
El estado de Guanajuato, cuna de la independencia de México, es también un territorio donde la fe católica se entrelaza con la arquitectura, el arte y la historia. Visitar sus iglesias no es solo un acto de devoción religiosa, sino una oportunidad de sumergirse en siglos de cultura, arte sacro y tradiciones que definen la identidad guanajuatense. Acompáñame en este viaje por las iglesias más importantes de Guanajuato, donde cada templo narra su propia historia en piedra, oro y devoción.
Ubicado en lo alto de un cerro, el Templo de San Cayetano, conocido como «La Valenciana», es uno de los íconos más reconocibles de la ciudad de Guanajuato. Construido en el siglo XVIII gracias a la bonanza minera de la época, esta joya del barroco mexicano deslumbra con su fachada de cantera rosa y sus tres retablos interiores bañados en pan de oro. La iglesia no solo representa el esplendor económico de la ciudad, sino también el poder espiritual que sostenía a sus habitantes. Una visita aquí es también una mirada al pasado colonial del país.
En el corazón de la capital del estado se encuentra esta majestuosa basílica amarilla con cúpulas rojas que domina la vista del centro histórico. Dedicada a la Virgen de Guanajuato, patrona de la ciudad, la basílica es un punto neurálgico tanto religioso como turístico. Su interior alberga una antigua imagen traída de España en el siglo XVI y conserva una atmósfera de solemnidad mezclada con el bullicio cultural del entorno. Durante las festividades religiosas, la basílica cobra vida con procesiones, música y devoción popular.
Uno de los templos más fotografiados de México, la Parroquia de San Miguel Arcángel, con su imponente fachada neogótica, parece salida de un cuento europeo. Situada en la encantadora ciudad de San Miguel de Allende, este templo no solo es un símbolo de la fe, sino también del sincretismo artístico que caracteriza a México. Aunque su exterior recuerda a las catedrales de Colonia o París, su alma es profundamente mexicana. Asistir a misa aquí o simplemente contemplarla desde el jardín principal es una experiencia estética y espiritual.
En Salamanca, el Templo del Señor del Hospital es el principal santuario de la ciudad y uno de los centros de peregrinación más importantes del estado. Su arquitectura es sobria, pero su relevancia religiosa es inmensa. La imagen del Señor del Hospital, un Cristo milagroso, convoca cada año a miles de fieles que buscan consuelo, salud o agradecimiento. El fervor popular se vive con intensidad, especialmente en su fiesta patronal en agosto, donde la fe se expresa con danzas, ofrendas y procesiones multitudinarias.
Este templo neogótico, aún en proceso de construcción desde 1921, es una de las obras arquitectónicas más ambiciosas de León. Con sus altas torres y vitrales de colores, el Templo Expiatorio recuerda a las grandes catedrales europeas, pero se inscribe firmemente en la identidad local. Su cripta subterránea y su atmósfera silenciosa invitan al recogimiento y la contemplación. De noche, iluminado, se convierte en uno de los paisajes más bellos de la ciudad.
Visitar las iglesias de Guanajuato es mucho más que una ruta de turismo religioso: es una inmersión en el alma de un pueblo que ha sabido conservar sus raíces a través de la fe y el arte. Cada templo, con su estilo y contexto particular, nos recuerda que la historia de México también se escribe en sus cúpulas, en sus retablos dorados y en las oraciones de sus fieles. Guanajuato no solo se recorre con los pies, sino también con el corazón.
En el corazón del continente europeo, donde lo rural y lo urbano a menudo se entrelazan, existe un fenómeno particular que desafía las categorías tradicionales de asentamiento: los pueblos más poblados de Europa. A diferencia de las grandes ciudades, estos núcleos mantienen un estatus administrativo de «pueblo», aunque por su tamaño, densidad y servicios podrían confundirse fácilmente con pequeñas ciudades. Este fenómeno refleja tanto las particularidades legales de cada país como los cambios demográficos y económicos que redefinen el paisaje europeo.
Uno de los ejemplos más destacados es Cinisello Balsamo, en Italia. Ubicado en la región de Lombardía, este municipio forma parte del área metropolitana de Milán y cuenta con más de 70.000 habitantes. Aunque su tamaño y cercanía a una gran ciudad podrían haberle otorgado el estatus de ciudad, legalmente sigue siendo considerado un «comune», categoría que incluye tanto a pueblos como a ciudades en la administración italiana. Casos similares se repiten en otras regiones del país, donde los criterios históricos pesan más que las cifras actuales.
En España, el caso más paradigmático es Roquetas de Mar, en la provincia de Almería. Este municipio andaluz ha experimentado un notable crecimiento en las últimas décadas, impulsado por el turismo y la agricultura intensiva, hasta superar los 100.000 habitantes. A pesar de ello, no ha recibido formalmente el título de ciudad, en parte debido a las peculiaridades del sistema administrativo español, donde dicha designación tiene un valor más simbólico que funcional.
Por su parte, países como Reino Unido presentan situaciones similares, con localidades como Reading o Luton, que pese a tener poblaciones comparables a las de ciudades medianas, no cuentan con el título oficial de “city” debido a criterios históricos y religiosos muy específicos. En otros casos, como en Alemania o Francia, las divisiones administrativas hacen menos evidente la diferencia entre pueblos y ciudades, pero aún se pueden encontrar grandes municipios rurales que conservan su estatus original por razones legales o políticas.
Este panorama revela la diversidad de realidades dentro de Europa, donde el número de habitantes no siempre se traduce en una categoría administrativa superior. Los pueblos más poblados del continente son ejemplos vivos de cómo la historia, la burocracia y la evolución demográfica se entrecruzan para dar forma a una geografía humana tan compleja como fascinante. Y aunque no cuenten con el título de ciudad, su peso económico, social y cultural en sus regiones es, sin duda, de carácter urbano.
Al entrar en una casa de madera pintada de azul añil, con velones encendidos y figuras de santos cubiertas con pañuelos de colores, se siente algo más que devoción católica. En esta comunidad rural, como en muchas otras a lo largo del país, la fe se manifiesta como un tapiz complejo, tejido por siglos de historia, resistencia y mestizaje espiritual. Es el sincretismo religioso dominicano, una fusión viva entre lo africano, lo indígena y lo cristiano.
Un legado de resistencia cultural
Desde la colonia, cuando los esclavos africanos llegaron a la isla traídos por los conquistadores españoles, comenzaron a adaptar sus creencias ancestrales para sobrevivir bajo el yugo de la evangelización. Al no poder rendir culto abiertamente a sus deidades, las disfrazaron bajo las imágenes de los santos católicos. Así nació un sistema simbólico donde Ogún, espíritu guerrero de la religión yoruba, se funde con San Miguel Arcángel; y donde Santa Marta la Dominadora, figura venerada en altares rurales, adopta atributos que recuerdan a las grandes madres africanas.
Rituales y misterios
En zonas rurales como San Juan, El Seibo o Dajabón, los llamados “misterios”—espíritus que actúan como intermediarios entre lo divino y lo humano—son centrales. Durante las ceremonias, que combinan cantos, tambores y danzas, los creyentes entran en trance y son “montados” por estos espíritus. Estas prácticas recuerdan claramente a rituales del vudú haitiano o la santería cubana, pero con una identidad criolla marcada.
Los “misterios dominicanos” tienen nombres locales: Anaísa Pie, Belié Belcán, Papá Candelo. Cada uno tiene gustos particulares, colores asociados y bebidas favoritas que los fieles ofrecen como parte del rito. Todo esto convive, en una aparente contradicción, con la misa dominical, el rosario y la devoción a la Virgen de la Altagracia.
La iglesia y el pueblo: una relación compleja
Aunque la Iglesia Católica ha combatido históricamente estas prácticas por considerarlas “supersticiosas” o “heréticas”, en la práctica muchas parroquias rurales conviven con ellas. Es común que un mismo devoto asista a misa por la mañana y participe en un ritual espiritual por la noche.
Una tradición viva
Hoy, en medio de la globalización, el sincretismo religioso en RD continúa adaptándose. Los jóvenes lo encuentran en TikTok o YouTube, mientras los mayores siguen transmitiéndolo oralmente. En los campos, los altares siguen encendidos, las ofrendas se renuevan y los misterios bajan a la tierra para “trabajar por el bien”.
Este fenómeno, a veces estigmatizado, es una pieza esencial del rompecabezas cultural dominicano. Habla de un país profundamente espiritual, forjado en la mezcla, que encuentra en el sincretismo no solo una forma de fe, sino una forma de identidad.
Hay ciudades que se miran, y otras que se viven. Guanajuato no es de las primeras. Aquí no basta con tomar una foto en una plaza o pasar por su laberinto de calles subterráneas; hay que entregarse a ella como quien se rinde al embrujo de una vieja canción. Caminar Guanajuato es caminar sobre la historia, el arte, la pasión y la piedra viva. Y en este 2025, cuando el mundo vuelve a viajar con el alma más despierta, Guanajuato resplandece como destino irrenunciable. He aquí diez razones que no son simples pretextos turísticos, sino invitaciones poéticas para descubrir esta ciudad que huele a cantera, a serenata y a revolución.
1. Porque aquí la historia no se guarda en libros, se respira en el aire
Guanajuato fue cuna del movimiento de independencia, testigo del grito de rebeldía de Hidalgo y escenario del asalto a la Alhóndiga de Granaditas. Pero no son fechas lo que el viajero recuerda, sino la sensación de estar caminando sobre los pasos de héroes. Las piedras susurran relatos, y cada plaza —la de San Fernando, la de la Paz, la del Baratillo— es una página viva de la historia de México.
2. Porque sus callejones no conducen al destino, sino a la sorpresa
No hay mapas ni GPS que valgan aquí. Guanajuato se revela a los que se pierden con gusto. Sus callejones serpentean entre casonas de colores, balcones floreados y escaleras que suben al cielo. Y de pronto, al doblar una esquina, se abre un mirador, una iglesia, una serenata. El más célebre, claro, es el Callejón del Beso, donde los balcones casi se tocan y el amor se convierte en leyenda.
3. Porque en 2025, el Festival Cervantino promete más magia que nunca
Este año, el Festival Internacional Cervantino —el mayor encuentro cultural del mundo hispano— celebrará una edición especial, con nuevos escenarios al aire libre, arte inmersivo y homenajes a los 50 años de la primera edición. Músicos, actores, bailarines y poetas transformarán la ciudad en un teatro sin techo, donde cada esquina será un escenario.
4. Porque su arquitectura es un poema hecho cantera
Desde el Teatro Juárez, majestuoso y silencioso como un templo griego, hasta la Universidad de Guanajuato, blanca y empinada como una sinfonía en mármol, la ciudad es una obra de arte en sí misma. Iglesias barrocas como la de San Diego o la Basílica de Nuestra Señora de Guanajuato invitan a la contemplación y al asombro. Y en cada fachada, la piedra cuenta un secreto.
5. Porque el arte aquí no cuelga en galerías: florece en cada muro
Los murales, las esculturas, las máscaras, los alebrijes, los grabados: Guanajuato está viva de arte. El legado de Diego Rivera, nacido en esta tierra, se respira en su casa natal convertida en museo, pero también en el espíritu libre de los jóvenes artistas que exponen en callejones y ferias. En 2025, se espera una explosión de arte callejero y festivales independientes que reinventan lo tradicional.
6. Porque el sabor guanajuatense es un festín para los sentidos
Los tamales de ceniza, las enchiladas mineras, las nieves de garambullo, el mezcal de la sierra. Comer en Guanajuato es descubrir una cocina de raíz y carácter. Este año, nuevos mercados gastronómicos y rutas culinarias estarán disponibles para los viajeros, donde se fusionan recetas centenarias con propuestas contemporáneas que seducen el paladar más exigente.
7. Porque sus minas siguen latiendo bajo tierra y sobre el alma
La mina de La Valenciana no es solo un vestigio de la riqueza colonial: es un viaje al interior del tiempo. Bajar a sus túneles es escuchar el eco del trabajo de miles de mineros y comprender cómo de sus entrañas surgieron no solo metales, sino también resistencia y cultura. En 2025, las minas ofrecerán recorridos temáticos nocturnos que combinan historia, teatro y leyenda.
8. Porque la muerte aquí se viste de fiesta
Guanajuato celebra el Día de Muertos como nadie. Las calles se llenan de altares, catrinas, flores, luces y música. El Museo de las Momias, con su extraña mezcla de horror y fascinación, es solo la punta del iceberg de una ciudad que honra la muerte con color y memoria. Este 2025, las celebraciones incluirán instalaciones multimedia y desfiles nocturnos por los callejones más antiguos.
9. Porque los guanajuatenses no son anfitriones: son poetas del encuentro
Aquí no hay prisa ni distancia. Un vendedor de dulces te recita una copla, un guitarrista te regala una canción, una abuela te cuenta una leyenda. Guanajuato es una ciudad que se entrega sin condiciones, donde el visitante se convierte en parte de una conversación eterna que une pasado y presente con un café y un bolero.
10. Porque Guanajuato no se olvida: se queda en el pecho como un verso aprendido
Hay lugares que se visitan y se tachan de una lista. Guanajuato no. Guanajuato se repite en la memoria como una melodía que uno tararea sin querer. En 2025, más que nunca, es un refugio para quienes buscan belleza, profundidad, emoción y sentido. Porque esta ciudad no espera turistas: espera cómplices, viajeros con el corazón abierto.
Viajar a Guanajuato este 2025 es dejar que la piedra, el arte y la historia hablen por uno. Es caminar entre sombras doradas, es dejar que la música de un callejón nos guíe, es perderse en una ciudad que no necesita gritar para ser inolvidable. Guanajuato no es solo un destino: es una forma de mirar el mundo con otros ojos, más lentos, más vivos, más tuyos.
En el corazón del continente eurasiático, Asia Central se extiende como un tapiz de estepas, montañas y desiertos que fue testigo del paso de caravanas, imperios y sabios. Pero más allá de sus paisajes majestuosos y su herencia nómada, esta región es también un espacio de profundo significado espiritual. Países como Uzbekistán, Kazajistán, Kirguistán y Tayikistán conservan santuarios, mausoleos y mezquitas que atestiguan siglos de fe islámica, misticismo sufí y devoción popular. Un viaje religioso por Asia Central no solo permite conocer joyas arquitectónicas y lugares sagrados, sino también adentrarse en el alma de una región poco explorada pero ricamente espiritual.
Uzbekistán es sin duda el corazón espiritual de Asia Central. Sus ciudades legendarias —Samarcanda, Bujará y Jiva— fueron no solo nodos comerciales, sino también centros religiosos y culturales islámicos de primer orden. En Bujará, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, el viajero puede visitar el Mausoleo de Bahauddin Naqshband, fundador de una influyente orden sufí. Este lugar recibe peregrinos de todo el mundo musulmán que buscan bendiciones y conexión espiritual.
Samarcanda, la ciudad mítica de Tamerlán, conserva la majestuosa necrópolis de Shah-i-Zinda, una impresionante avenida de mausoleos donde se dice que reposa un primo del profeta Mahoma. Sus cúpulas azules y relieves de cerámica no solo impresionan por su belleza, sino por el aura de santidad que aún las envuelve.
En Kazajistán, aunque el islam fue históricamente más moderado y sincrético, también se encuentran lugares de gran relevancia espiritual. En la ciudad de Turkestán, destaca el Mausoleo de Khoja Ahmed Yasawi, uno de los santos sufíes más importantes de Asia Central. Este monumento, declarado Patrimonio Mundial por la UNESCO, es un lugar de peregrinación para los musulmanes de toda la región, especialmente durante las festividades religiosas.
Kirguistán, con su población mayoritariamente musulmana, combina la espiritualidad islámica con elementos de la antigua cosmovisión nómada. Aquí, las peregrinaciones a montañas sagradas y manantiales considerados curativos reflejan un islam popular y profundamente vinculado con la naturaleza. El mazar de Arslanbob, por ejemplo, es venerado tanto por su belleza natural como por su carga espiritual.
Tayikistán, de herencia cultural persa y predominantemente musulmán sunita, también alberga enclaves de gran significado espiritual. En el norte del país, la ciudad de Istaravshan conserva mezquitas históricas y tumbas de sabios. En el valle de Ferganá y las remotas aldeas de Pamir, persisten prácticas sufíes y rituales religiosos que reflejan la mezcla entre la devoción islámica y las antiguas tradiciones persas.
Viajar religiosamente por Asia Central es también encontrarse con una hospitalidad que nace del alma. En cada pueblo, el visitante es recibido con té, pan caliente y una historia. La espiritualidad aquí no se grita, se vive en silencio: en los patios de las madrasas, en las miradas de los fieles, en el eco de las oraciones al amanecer. La fe en Asia Central es discreta, pero profunda; no necesita imponerse, porque está enraizada en siglos de sabiduría, poesía y resistencia cultural.
Asia Central es un destino para el viajero paciente, el que sabe que las verdaderas experiencias no se compran, sino que se descubren en el encuentro con lo sagrado y lo humano. Más allá de lo turístico, recorrer esta región con un enfoque religioso o espiritual permite reconectar con una historia de búsqueda interior, de sabiduría compartida y de comunión con lo eterno. En estas tierras de minaretes azules y caravasares olvidados, el alma encuentra su ruta.
A León se llega con la prisa de quien viaja por negocios, pero se queda con uno el sosiego de su historia. No hay ciudad que reciba con tanta eficacia al turista de congresos y convenciones, y al mismo tiempo le ofrezca refugio en lo esencial: un trago de tequila en la sobremesa, un atardecer naranja sobre cantera rosa, una caminata sin mapa por su centro que huele a cuero y a pan recién hecho.
Porque León, Guanajuato, no solo es una de las ciudades mejor conectadas del país —con aeropuerto internacional y una red vial eficiente—, sino que se ha consolidado como un referente del turismo MICE (Meetings, Incentives, Conferences and Exhibitions) en México.
La razón no es solo su impresionante infraestructura hotelera, con más de 7,000 habitaciones distribuidas entre cadenas internacionales, hoteles boutique y espacios para todos los perfiles de viajero. Ni siquiera lo es únicamente su Poliforum León, moderno, versátil y funcional, capaz de albergar desde congresos médicos hasta ferias internacionales como SAPICA o ANPIC. La razón verdadera está en la manera en que la ciudad, sin pretensiones, le ofrece al visitante un equilibrio casi perfecto entre eficiencia y calidez.
Cuidad de León del Estado de Guanajuato, Lugares y Más
Uno puede cerrar un trato por la mañana y perderse por la tarde en la Plaza Fundadores, donde los portales conservan la sombra antigua de los comerciantes de otro siglo. A pocos pasos, la Catedral Basílica, discreta pero majestuosa, invita al silencio, mientras las fuentes murmuran historias que el viento se lleva calle abajo, rumbo al Templo Expiatorio, una joya neogótica que parece llegada desde Europa pero que late con corazón guanajuatense.
Hay algo en León que resiste al ritmo frenético de los grandes eventos: su identidad intacta. El cuero, claro, sigue siendo emblema. No es difícil salir de una convención con un maletín nuevo o unos zapatos hechos a mano, comprados en alguno de los cientos de talleres que aún sobreviven al lado de los grandes outlets.
Pero también hay museos, teatros y vida cultural. El Fórum Cultural Guanajuato es ejemplo de ello, con su espléndido Museo de Arte e Historia, su teatro y su moderna biblioteca. Allí la ciudad demuestra que no solo trabaja: también piensa, siente, se expresa.
Y cuando el día termina, León se enciende. No de neón chillón, sino de luz cálida y conversaciones pausadas. En terrazas donde el mezcal corre lento, en cenas donde la cocina guanajuatense se mezcla con la autoría de chefs jóvenes que entienden que tradición no es repetición, sino interpretación.
El turismo MICE encuentra aquí más que salas de juntas y auditorios con buena acústica. Encuentra una ciudad que recibe con profesionalismo y despide con afecto, que combina lo técnico con lo humano, lo necesario con lo memorable.
Quizá por eso, cuando uno se va de León, lo hace con la sensación de que algo se queda pendiente. No un trato, no una firma… sino un paseo más, una charla más, una copa más. Algo tan simple y valioso como eso.
El Festival de Cine de l’Alfàs del Pi, en colaboración con la concejalía de Juventud, convoca la tercera edición del concurso ‘Tu Móvil de Cine’, una iniciativa que busca fomentar la creatividad, la innovación y el talento local uniendo el lenguaje audiovisual con las nuevas tecnologías.
Así lo han destacado esta mañana durante la presentación de las bases la concejala de Juventud de l’Alfàs, Carolina Solbes, el edil de Cultura, Manuel Casado, y el subdirector del 37 Festival de Cine de l’Alfàs, Víctor Lario.
La participación en el certamen es libre y gratuita, y está dirigida a todas aquellas personas que deseen contar una historia en formato corto utilizando su teléfono móvil o smartphone. El objetivo es poner en valor la mirada joven y actual sobre el entorno y la sociedad, haciendo del cine una herramienta accesible y expresiva.
Como requisito indispensable, los cortometrajes deberán incluir al menos una escena exterior grabada en un espacio reconocible de l’Alfàs del Pi, con el fin de reforzar el vínculo entre el certamen y el municipio. Cada participante podrá presentar tantas obras como desee, siempre que sean originales e inéditas.
Las obras deberán estar rodadas íntegramente con móvil en formato horizontal, y no podrán superar los 90 segundos de duración, incluyendo los títulos de crédito. Pueden grabarse en valenciano o castellano o, en su defecto, deberán aportar subtítulos en una de estas lenguas.
El plazo para presentar los trabajos finalizará el 2 de julio. Las inscripciones podrán realizarse en el Centro de Información Juvenil de l’Alfàs del Pi, enviando un WhatsApp al 610 205 329 o escribiendo al correo electrónico juventud@lalfas.com.
El cortometraje ganador será premiado con 300 euros y tendrá el honor de ser proyectado durante la gala de clausura del 37 Festival de Cine de l’Alfàs del Pi, uno de los eventos culturales de referencia en la provincia, que este año vuelve a apostar por dar visibilidad a las nuevas generaciones de cineastas.
Desde el Ayuntamiento de l’Alfàs del Pi se anima a toda la ciudadanía, especialmente a la juventud, a participar en este concurso que combina arte y tecnología, y que continúa consolidándose como un espacio de creación y experimentación dentro del marco del Festival.
Llegamos a Tres Raíces paraguas en mano, esperando lluvia y sin saber que, en realidad, estábamos entrando en una coreografía perfecta de luz, arquitectura y aroma. Frente a nosotros, como un escenario dispuesto al detalle, la bodega se alzaba con una simetría que no parecía casual. Todo, desde la curva de los caminos hasta la textura del concreto, parecía diseñado para ser descubierto más que simplemente visto.
La entrada nos condujo directamente al corazón del enigma: un viñedo esculpido sobre el altiplano guanajuatense, donde el clima y la tierra han sido domados con paciencia matemática. El primer misterio era su mirador, suspendido sobre una planicie de verde exactitud, que ofrecía una vista casi irreal: líneas de vides trazadas como una ecuación viva. No era solo un paisaje; era un mensaje visual. Un manifiesto.
Las instalaciones, ocultas bajo una piel de elegancia sobria, nos llevaron por salas donde el acero inoxidable convivía con barricas de roble francés en pasillos perfectamente iluminados. Todo allí parecía hablar en voz baja de precisión y ambición: la temperatura, la humedad, la acústica. No era una simple bodega. Era un santuario. Un lugar donde el vino no se produce, se custodia.
Y como toda obra bien construida, tenía su símbolo central: el restaurante Terruño, situado estratégicamente en la terraza. Allí, mientras el cielo aún amenazaba tormenta, los aromas de la cocina comenzaron a desplazarse como un presagio amable. Pero el sol —caprichoso, narrador oculto de la jornada— rompió entre las nubes justo cuando las copas tocaron la mesa. Una señal. El inicio de algo.
Hicimos una cata de tres vinos guiada por un sommelier que más que explicar, decodificaba. Cada sorbo tenía una lógica, una historia secreta que se revelaba en boca: primero un blanco ligero como una puerta que se abre, luego un rosado elegante que hablaba de equilibrio, y por último un tinto de estructura firme, como un cierre que deja huella.
Más adelante, accedimos a su hotel boutique. No era un hotel, era un mapa privado de sensaciones. Dieciséis cabañas independientes, cada una con diseño propio, detalles de lujo, privacidad de novela. Y en el centro, una capilla blanca, simple, impecable. El símbolo de todo. Lugar de ceremonias, de votos, de revelaciones.
Pero nada, absolutamente nada, nos preparó para lo que vino al final.
Allí, en la terraza, entre risas, brindis y una cocina que hablaba el idioma del campo con técnica de ciudad, nuestros amigos nos regalaron un momento irrepetible: la celebración de nuestro aniversario. Flores, una tarta traída como un secreto, palabras justas, sin ensayo. Fue como si el lugar mismo hubiera escrito el guion.
San Miguel quedó atrás, y la lluvia nunca llegó. Porque en Tres Raíces, incluso el clima parece obedecer al diseño.
En lo alto de una colina, con vistas privilegiadas de París, se encuentra Montmartre, un barrio que durante décadas ha sido sinónimo de arte, libertad, romanticismo y bohemia. Aunque el tiempo ha traído turistas, cafeterías de moda y tiendas de souvenirs, el alma de Montmartre sigue latiendo bajo sus adoquines: es el alma de los poetas errantes, los pintores rebeldes, los soñadores sin patria. Visitar Montmartre es más que un paseo; es sumergirse en la historia viva del París más auténtico y artístico.
En el siglo XIX, Montmartre era una aldea semi rural, alejada del centro de París y con una vida más barata, lo que la convirtió en refugio de artistas, escritores e intelectuales. Aquí vivieron y trabajaron genios como Picasso, Modigliani, Renoir, Toulouse-Lautrec o Van Gogh. Las paredes de sus cabarés, como el mítico Le Chat Noir o el icónico Moulin Rouge, vibraban al ritmo de la irreverencia y la creatividad.
Ese espíritu bohemio transformó a Montmartre en un símbolo universal de la vida libre, del arte sin límites, del París que no se rinde ante el orden establecido. Aún hoy, en sus callejuelas, se percibe esa energía indómita, como si en cualquier esquina pudiera brotar una nueva obra maestra o una revolución poética.
El corazón palpitante de Montmartre es la Place du Tertre, donde pintores exponen sus obras al aire libre, recordando aquellos tiempos en que la plaza era un verdadero taller colectivo. Muy cerca, se puede visitar la casa-estudio de Dalida, la artista franco-italiana amada por generaciones, cuya estatua adorna una pequeña plaza.
El Museo de Montmartre, instalado en la antigua residencia de Renoir, permite revivir la vida artística del barrio con documentos, pinturas y jardines que aún conservan el aire bucólico de antaño. También se puede visitar el Bateau-Lavoir, edificio histórico donde vivieron Picasso y otros artistas de la vanguardia.
Y por supuesto, en lo más alto, la imponente Basílica del Sagrado Corazón se alza blanca y serena, como un faro espiritual sobre el caos creativo del barrio. Desde su escalinata, la vista de París es simplemente inolvidable.
Montmartre no solo se ve; se siente. El visitante puede sentarse en una terraza con un café y un libro, mientras observa la vida pasar con lentitud. Cafés como Le Consulat o La Maison Rose conservan ese aire romántico de los tiempos de la Belle Époque. Las callejuelas empinadas invitan a perderse sin rumbo, encontrando pequeñas librerías, talleres de artistas y panaderías que perfuman el aire con aroma a croissant.
Por la noche, el espíritu travieso de Montmartre despierta. El Moulin Rouge, con sus luces rojas y espectáculos legendarios, revive el espíritu provocador del cabaret. Otros lugares menos turísticos, como Au Lapin Agile, mantienen la tradición de la canción francesa, el humor y la improvisación.
Aunque muchos critican que Montmartre se ha vuelto demasiado turístico, es innegable que su magia persiste. Hay rincones que resisten al tiempo: un grafiti, un balcón con flores, una escalinata solitaria al atardecer. Y es que Montmartre no es solo un lugar, es una emoción. Es el barrio donde uno aún puede imaginar a un joven Picasso pintando en un cuarto frío, o a una pareja de enamorados besándose frente a la ciudad que nunca deja de inspirar.
Montmartre sigue siendo el París de los artistas y los soñadores. Aunque ha cambiado, aún guarda el perfume de una bohemia que marcó al mundo. Para el viajero que busca algo más que postales, Montmartre ofrece una experiencia sensorial, emotiva e histórica. Es una colina cargada de belleza, arte y nostalgia, donde cada paso cuenta una historia, y cada mirada, una promesa de inspiración.