Entre tambores y tacones: un viaje por los bailes tradicionales de Cuba

Redacción (Madrid)

Viajar a Cuba es, ante todo, entregarse al ritmo. No basta con recorrer sus calles coloniales, contemplar sus coches antiguos o saborear un buen ron; la verdadera esencia de la isla se encuentra en su música y, sobre todo, en su danza. Los bailes tradicionales cubanos no son solo una forma de entretenimiento, sino una expresión profunda de identidad, memoria y resistencia. Quien observa –o mejor aún, participa– en una de estas danzas, descubre mucho más que coreografías: encuentra un pueblo que ha aprendido a convertir el dolor en belleza y la historia en movimiento.

Uno de los pilares de esta tradición es el son cubano, un estilo nacido de la mezcla entre ritmos africanos y melodías hispánicas, que se desarrolló en la región oriental de Cuba. Bailado en pareja, el son es una conversación silenciosa entre cuerpos que se mueven al compás del tres, la marímbula y las claves. Su elegancia tranquila y su cadencia lo convierten en una forma de intimidad pública, donde la conexión con el otro es esencial.

Otro exponente fundamental es el danzón, originario de Matanzas, que floreció a finales del siglo XIX. A diferencia del son, el danzón se ejecuta con una estructura más rígida y ceremonial. Es un baile que invita a la contemplación, con pausas marcadas y un lenguaje corporal que evoca respeto y refinamiento. En sus salones, se respiraba la solemnidad de una época en la que el baile era un acto casi sagrado.

Por otro lado, la rumba representa la expresión más visceral de la danza popular cubana. Nacida en los barrios humildes y cargada de influencia africana, la rumba no necesita escenario ni vestuario especial: se baila con el cuerpo desnudo de artificios, impulsado por el tambor y el grito callejero. Dentro de ella, estilos como el guaguancó, el yambú o la columbia muestran variantes rítmicas que transforman la calle en ceremonia, desafío o seducción.

Y si se trata de religiosidad y raíces africanas, no se puede ignorar la importancia de los bailes vinculados a la santería. Estas danzas no son folclore decorativo, sino parte activa de un sistema espiritual que aún pervive con fuerza en la isla. Cada orisha (deidad) tiene su ritmo, su movimiento, su color. Cuando se baila para Yemayá, Oshún o Changó, no se busca lucirse, sino canalizar la fuerza de lo divino. Estas danzas son actos de fe, resistencia y memoria afrodescendiente.

Más contemporáneo, pero heredero de todo lo anterior, es el fenómeno de la salsa, una mezcla potente de son, guaracha, mambo y otros ritmos que, aunque se consolidó fuera de Cuba, tiene raíces profundamente cubanas. La salsa ha conquistado escenarios globales, pero en Cuba mantiene un sabor local, marcado por la espontaneidad y el ingenio de sus bailarines.

En resumen, los bailes tradicionales de Cuba son mucho más que un atractivo turístico o un espectáculo folclórico. Son una forma de habitar el mundo, una herencia viva que late en cada esquina, en cada fiesta improvisada, en cada taller de barrio. Bailar en Cuba no es solo moverse con ritmo: es narrar una historia colectiva, donde el cuerpo es archivo, protesta y celebración. Y en una isla donde tantas veces se ha intentado silenciar, el baile ha sido siempre una manera de hablar sin pedir permiso.

Samaná: el paraíso escondido del noreste dominicano que enamora al mundo

Redacción (Madrid)

Samaná, República Dominicana – Enclavada en una península tropical bañada por el Atlántico, Samaná emerge como una de las joyas naturales más deslumbrantes del Caribe. A pesar de estar cada vez más presente en los catálogos de viajes internacionales, este rincón del noreste dominicano conserva aún el alma tranquila y auténtica que lo distingue del turismo masivo.

Naturaleza exuberante y biodiversidad única

Desde su capital, Santa Bárbara de Samaná, hasta las playas vírgenes de Las Galeras o los senderos ocultos del Parque Nacional Los Haitises, la provincia ofrece un espectáculo de biodiversidad difícil de igualar. Cascadas como El Limón, rodeadas de selva húmeda, contrastan con aguas turquesa donde se avistan manatíes, tortugas y miles de ballenas jorobadas que llegan cada invierno a la bahía para aparearse.

Cultura viva y legado histórico

Samaná no es solo un destino de postales; también es un crisol de culturas. La influencia afrodescendiente, fruto de la migración de esclavos liberados estadounidenses en el siglo XIX, dejó huella en su música, gastronomía y arquitectura. Pequeñas iglesias protestantes de madera, similares a las del sur de EE.UU., sobreviven como testigos de ese capítulo poco conocido de la historia caribeña.

Además, las comunidades pesqueras y agrícolas mantienen viva la tradición oral, el merengue típico y una cocina de mar que ha empezado a atraer a chefs internacionales interesados en el concepto de “kilómetro cero”.

Turismo sostenible y retos de conservación

El auge del turismo ha traído consigo desarrollo y empleo, pero también desafíos ambientales. Grandes resorts han comenzado a instalarse en áreas que hasta hace poco eran prácticamente vírgenes, generando preocupación entre ambientalistas y comunidades locales.

“Queremos desarrollo, sí, pero no a costa del paraíso”, afirma María Isabel Gómez, presidenta de una cooperativa ecoturística en Las Terrenas. “El modelo debe ser inclusivo y respetuoso con la naturaleza”.

En respuesta, varias organizaciones trabajan para consolidar un modelo de turismo sostenible. Proyectos como alojamientos ecológicos, senderos interpretativos o excursiones de observación de ballenas con códigos éticos están marcando el camino.

Una Samaná para descubrir

Con conexiones viales mejoradas, vuelos internacionales al Aeropuerto El Catey y una oferta hotelera que va desde el lujo hasta el ecoturismo, Samaná está más accesible que nunca. Pero su verdadero tesoro sigue siendo su gente amable, sus paisajes indomables y esa sensación de estar, por un instante, fuera del tiempo.

Peñico, Perú: Un tesoro milenario abierto al mundo

Redacción (Madrid)

Peñico, conocida como la “Ciudad de Integración del Valle de Supe”, es un tesoro arqueológico con más de 3 800 años de historia, que acaba de abrir sus puertas al público el 12 de julio de 2025, tras ocho años de excavaciones lideradas por la Zona Arqueológica Caral bajo la dirección de la Dra. Ruth Shady.

Cronología y contexto
Su construcción data de entre 1800 y 1500 a.C., contemporánea a las primeras grandes civilizaciones del Viejo Mundo, como Sumeria o Egipto. Se ubica apenas a 12 km de Caral, la ciudad más antigua de América, lo que sugiere continuidad cultural tras su declive.

Ubicación estratégica
Situada en una terraza natural a 600 m sobre el nivel del mar, flanqueada por cerros de hasta 1 000 m y frente al río Supe, Peñico aprovechaba la topografía para protegerse de desastres y destacar visualmente.

Red urbana
El sitio cubre aproximadamente 17 hectáreas e incluye 18 estructuras identificadas: desde plataformas ceremoniales y residencias hasta áreas administrativas.

El Salón de los Pututus (Edificio B2)
Este edificio público mayor muestra relieves con pututus (trompetas de concha marina), usados ritualmente y como símbolos de autoridad.

Artefactos ceremoniales
Se descubrieron esculturas de barro sin cocer (humanas y zoomorfas), collares de conchas, hematita, rodocrosita, crisocola, hueso y arcilla, además de objetos líticos como moledores y yunques.

Comercio e integración cultural
Peñico funcionaba como un nodo de intercambio entre la costa, los Andes y la Amazonía, muy probablemente facilitado por el comercio de hematita, pigmento sagrado en la cosmología andina.

Peñico Raymi
La inauguración incluyó un festival “Raymi” andino, con ceremonias a la Pachamama y expresiones artísticas tradicionales.

Infraestructura para visitantes
El sitio cuenta con puntos informativos, un “túnel de ciencia y tecnología andina”, dioramas, maquetas, recreaciones digitales y visitas guiadas.

Accesibilidad
Peñico está a unas 4‑4½ horas desde Lima: salida por la Panamericana Norte, desvío al km 184 hacia el valle de Supe, luego 34 km de camino local. Se puede visitar todos los días de 9:00 a 16:00.

Peñico ofrece una experiencia única para quienes buscan turismo cultural e histórico:

  • Encuentro con las raíces de la civilización andina: permite caminar por estructuras milenarias anteriores incluso a Machu Picchu.
  • Contexto paisajístico impresionante: terrazas, cerros y ríos conforman un entorno natural evocador.
  • Enriquecimiento educativo: los visitantes pueden entender el comercio prehispánico, la vida ceremonial y la arquitectura temprana.
  • Evento inmersivo: el festival Raymi conecta al viajero con las raíces vivas del andinismo.
  1. Mejor época para visitar: temporada seca (mayo–octubre), para disfrutar caminatas sin lluvias.
  2. Qué llevar: calzado cómodo, protección solar y agua.
  3. Complementa tu viaje: combina la visita con Caral, Áspero y Vichama, gestionados por la misma Zona Arqueológica, todos en el entorno del valle de Supe.
  4. Respeto institucional: sigue normas del sitio para preservar este valioso legado.

Peñico surge como un hito en el turismo arqueológico de Perú: un sitio milenario que revitaliza la visión de la civilización andina en el Formativo Temprano, a través de arquitectura monumental, artefactos ceremoniales y una integración cultural sin parangón. El nuevo sitio arqueológico de Peñico, con visita accesible, infraestructura educativa y eventos vivenciales, se consolida como un destino imperdible para quienes valoran la historia antigua, la cultura andina y la belleza escénica del valle de Supe.

Los lugares perdidos de República Dominicana: tesoros olvidados entre selvas, ruinas y silencio

Redacción (Madrid)

Santo Domingo

Más allá de las postales de Punta Cana y el bullicio de Santo Domingo, la República Dominicana guarda secretos que el tiempo ha envuelto en silencio. Son pueblos fantasmas, fortalezas olvidadas, estaciones ferroviarias oxidadas, balnearios sepultados por el abandono o la naturaleza. Lugares perdidos, sí. Pero también lugares que aún respiran historia, misterio y memoria.

Villa La Isabela: El primer asentamiento europeo de América

Ubicada en la costa norte, en la provincia de Puerto Plata, Villa La Isabela fue fundada por Cristóbal Colón en 1493. Pese a su inmenso valor histórico —fue la primera ciudad europea en el Nuevo Mundo— hoy sus ruinas viven cubiertas por el verdor tropical y la indiferencia institucional.

Una pequeña capilla, restos de muros coloniales y un museo semiabandonado son lo que queda de una ciudad que una vez albergó sueños imperiales. Visitada por pocos, es uno de los puntos más importantes del mapa arqueológico del Caribe… y uno de los más descuidados.

El pueblo sumergido de Sabana Yegua

En la provincia de Azua, bajo las aguas del embalse de Sabana Yegua, yace un pueblo entero. En los años 70, la construcción de la presa obligó a evacuar comunidades enteras. Muchos aún recuerdan, con nostalgia y dolor, cómo sus casas, iglesias y campos quedaron bajo el agua.

En épocas de sequía, emergen fragmentos: una pared, una cruz, un pilar. Como si el pasado no estuviera del todo dispuesto a hundirse.

El Hotel Montaña (Jarabacoa): Fantasma del lujo perdido

En lo alto de Jarabacoa, entre montañas cubiertas de pino, yace el esqueleto del que fue en los 80 uno de los hoteles más lujosos de República Dominicana. El Hotel Montaña, con su arquitectura modernista y sus vistas privilegiadas, albergó artistas, políticos y turistas de alto perfil.

Hoy está en ruinas. Sus pasillos crujen con el viento, las piscinas están secas y los murales son lienzos para el moho. El esplendor se evaporó, dejando un aire cinematográfico de belleza decadente.

La línea férrea Santiago–Puerto Plata: Rieles hacia ninguna parte

A finales del siglo XIX, un ferrocarril conectaba Santiago con el puerto de Puerto Plata. Era símbolo de modernidad y comercio. Hoy, los restos de estaciones oxidadas, durmientes cubiertos de maleza y puentes olvidados sobreviven como fósiles industriales.

Un proyecto que transformó la economía del norte de la isla yace hoy en el abandono, aunque algunos colectivos abogan por su restauración como patrimonio cultural y turístico.

24 Horas en San Pedro de Macorís: Donde el azúcar, el béisbol y la historia se encuentran con el mar

Redacción (Madrid)

SAN PEDRO DE MACORÍS – A tan solo una hora al este de Santo Domingo, San Pedro de Macorís se presenta como un destino subestimado que mezcla historia, béisbol, arquitectura y mar Caribe. En apenas 24 horas, esta ciudad costera demuestra que el alma dominicana no solo vive en las playas, sino también en sus calles, fábricas abandonadas y estadios llenos de gloria pasada.

8:00 AM – Desayuno con historia

El día comienza en el corazón del centro histórico. En una cafetería frente al Parque Duarte, entre los árboles centenarios y el canto de las aves, el aroma del café recién colado se mezcla con las voces de los locales. El desayuno es criollo: mangú con los tres golpes, acompañado de jugo de chinola. A pocos pasos, la Catedral San Pedro Apóstol marca el inicio de una caminata por una ciudad que alguna vez fue epicentro industrial del país.

10:00 AM – Recorrido arquitectónico: el esplendor olvidado

San Pedro de Macorís es conocida por su herencia victoriana y neoclásica, un legado de las riquezas generadas por la industria azucarera a principios del siglo XX. Caminar por la Calle Sánchez o la Avenida Independencia es como pasear por una postal antigua: casonas color pastel, con balcones de hierro forjado y reminiscencias de una Belle Époque caribeña.

Muchos edificios están en desuso, pero su belleza sigue en pie. La antigua Sociedad La Progresista, hoy cerrada al público, todavía cuenta historias de reuniones sociales y veladas culturales de una élite criolla y extranjera que ya no existe.

12:30 PM – Almuerzo frente al mar

El malecón de San Pedro ofrece una vista abierta al mar, donde se respira la brisa salada del Caribe. En uno de los restaurantes típicos, como El Rincón del Marisco, el almuerzo llega con sabor a mar: locrio de camarones, pescado con coco y tostones crujientes. Desde la terraza, se ven pescadores preparando sus redes mientras niños juegan cerca del rompeolas.

2:00 PM – El legado de los cañaverales

Una visita al Museo del Ron y la Caña, ubicado en una antigua destilería, permite entender cómo el azúcar forjó no solo la economía, sino también la identidad de la ciudad. La inmigración de trabajadores antillanos dejó huellas profundas en la música, la gastronomía y la religión local. Aquí se habla de lo dulce y lo amargo: del esplendor económico y también del trabajo duro en los ingenios.

4:00 PM – Tierra de peloteros

San Pedro es conocida como la “Cuna de Grandes Peloteros”. Aquí nacieron estrellas como Sammy Sosa, Alfonso Soriano y Robinson Canó. El Estadio Tetelo Vargas, aunque modesto, es sagrado para los amantes del béisbol. Si hay juego de los Estrellas Orientales, la ciudad vibra. Si no, vale la pena visitar el estadio de todos modos: en sus gradas vacías aún resuena el eco de los jonrones históricos.

6:30 PM – Atardecer en el malecón

El sol comienza a caer y el cielo se pinta de naranja. Jóvenes se reúnen para tocar guitarra, otros juegan dominó o simplemente observan el mar. La música de fondo es bachata suave o merengue de la vieja escuela. El ritmo aquí es más lento, más contemplativo.

8:00 PM – Cena con sabor local

De regreso al centro, una parada en algún colmadón típico ofrece la cena más auténtica: chimichurris dominicanos, frías Presidente y conversación con los locales. Si se busca algo más sofisticado, algunos bares/restaurantes del malecón ofrecen música en vivo y platos de fusión caribeña.

10:00 PM – Noche de contraste

San Pedro puede ser tranquilo, pero también tiene su vida nocturna. Entre discotecas pequeñas, karaokes y bares con música urbana, la noche sigue para quienes quieren explorar otra cara de la ciudad. Pero incluso desde un balcón del hotel o desde un banco en el parque, la noche macorisana se disfruta al ritmo de los grillos y la brisa.

Camagüey: La ciudad de los tinajones y los laberintos coloniales

Redacción (Madrid)

En el corazón de la isla de Cuba, donde las llanuras se funden con la historia, se encuentra Camagüey, una de las ciudades más antiguas del país y, sin duda, una de las más singulares. Fundada originalmente en 1514 con el nombre de Santa María del Puerto del Príncipe, esta urbe ha crecido envuelta en una atmósfera de tradiciones, calles sinuosas y una identidad profundamente marcada por la cultura y el arte.

Un diseño urbano con historia

Camagüey no se parece a ninguna otra ciudad cubana. Su casco histórico —declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 2008— es un laberinto de callejones, plazas escondidas y pasajes curvos que desconciertan incluso al visitante más orientado. Este trazado no obedece al azar: según historiadores, fue diseñado así para confundir a posibles invasores, especialmente los temidos piratas del Caribe.

Caminar por sus calles empedradas es una experiencia inmersiva. Las fachadas pastel de estilo colonial, los portales de hierro forjado y los patios interiores con vegetación tropical transportan al pasado. Todo esto en un entorno donde el tiempo parece haberse detenido sin renunciar a la vitalidad de la vida contemporánea.

La ciudad de los tinajones

Una de las imágenes más emblemáticas de Camagüey son los tinajones: grandes vasijas de barro que alguna vez se usaron para recolectar agua de lluvia. Hoy en día, estas piezas de alfarería se han convertido en símbolo de la ciudad y pueden encontrarse adornando parques, patios, jardines y museos. La leyenda local dice que quien bebe agua de un tinajón camagüeyano siempre regresa.

Cultura viva en cada rincón

Camagüey es también cuna y refugio de artistas. La ciudad alberga numerosos teatros, galerías y centros culturales. Destacan instituciones como el Ballet de Camagüey, uno de los más prestigiosos del país, y el Teatro Principal, donde convergen la danza, la música y las artes escénicas.

En sus calles, el arte no se limita a los espacios cerrados. Murales, esculturas y proyectos comunitarios como el del artista Martha Jiménez en la Plaza del Carmen, integran la creación artística a la vida cotidiana. Camagüey vive y respira cultura.

Plazas y espiritualidad

La ciudad cuenta con múltiples plazas, cada una con su propia personalidad. La Plaza San Juan de Dios es quizás la más encantadora, rodeada por construcciones coloniales perfectamente conservadas y una pequeña iglesia. También destaca la Catedral de Nuestra Señora de la Candelaria, recientemente restaurada, que domina el centro urbano y se alza como testimonio de la espiritualidad camagüeyana.

Un destino por descubrir

A pesar de su riqueza cultural y arquitectónica, Camagüey ha sido tradicionalmente uno de los destinos menos explorados por el turismo internacional. Esto le ha permitido conservar una autenticidad rara en otras ciudades de mayor tránsito. El visitante encontrará aquí una ciudad vibrante, amable y profundamente enraizada en sus costumbres.

Con una oferta creciente de casas de hospedaje, cafeterías artísticas y recorridos guiados a pie o en bicitaxi, Camagüey se perfila como un punto imprescindible para quienes buscan conocer la esencia más íntima y auténtica de Cuba.

Recorriendo los pueblos más bonitos de República Dominicana

Redacción (Madrid)

República Dominicana es mucho más que Punta Cana, playas all inclusive y palmeras inclinadas sobre aguas turquesas. Más allá del turismo de masas, el país guarda un mapa íntimo de pueblos que conservan su alma: montañas verdes, callejuelas coloniales, ríos de aguas frías y costas tranquilas donde el tiempo se ha detenido. En este recorrido, nos adentramos en los pueblos más bonitos de República Dominicana, aquellos que revelan la verdadera identidad caribeña del país.

Jarabacoa: La Suiza caribeña

En el corazón de la Cordillera Central, Jarabacoa florece como un oasis de frescura y aventura. A casi 600 metros sobre el nivel del mar, este pueblo ofrece temperaturas templadas, montañas cubiertas de pinos y ríos cristalinos que bajan con fuerza entre cañones. Aquí el turismo es verde: rafting en el Yaque del Norte, caminatas al Salto de Jimenoa y parapente con vistas de ensueño. Es fácil entender por qué muchos dominicanos la consideran la “tierra de la eterna primavera”.

Constanza: El valle encantado

Aún más alto, entre nieblas y sembradíos de fresas, se encuentra Constanza. Su aire puro y el silencio de sus campos contrastan con el bullicio tropical habitual. Este pueblo agrícola es una mezcla perfecta entre lo rural y lo romántico. Sus amaneceres rosados entre montañas, sus mercados de vegetales recién cosechados y sus cabañas rústicas lo convierten en un destino ideal para quienes buscan una desconexión total.

Las Terrenas: Bohemia entre olas

En la costa norte, Las Terrenas representa una fusión perfecta entre el Caribe salvaje y la sofisticación europea. Lo que antes fue un pequeño pueblo de pescadores, hoy es un crisol cultural lleno de franceses, italianos y dominicanos que comparten cafés al aire libre, galerías de arte y playas con nombres tan sugerentes como Playa Bonita o Playa Cosón. Las Terrenas vibra con espíritu libre, y eso se nota en su gente, en su música, en su cocina.

Altos de Chavón: Una aldea mediterránea en el Caribe

Construido en piedra coralina sobre un acantilado que mira al río Chavón, Altos de Chavón parece sacado de una postal europea. Este centro cultural en La Romana es un homenaje a la arquitectura mediterránea del siglo XVI, pero con el alma artística dominicana: talleres de artesanía, museos, boutiques y hasta un anfiteatro que ha recibido a artistas como Frank Sinatra y Juan Luis Guerra. Es un pueblo escenográfico, sí, pero con una autenticidad que lo vuelve inolvidable.

Boca de Yuma: Donde el mar cuenta historias

En la provincia La Altagracia, Boca de Yuma es un secreto bien guardado. Este tranquilo pueblo pesquero ofrece acantilados espectaculares, vistas abiertas al mar Caribe y relatos de piratas que alguna vez navegaron sus aguas. Sentarse en un restaurante rústico con vistas al océano y un plato de mariscos frescos es más que una comida: es una postal viviente de la sencillez y la belleza.

Samaná y sus alrededores: Naturaleza en estado puro

La provincia de Samaná es una joya sin explotar del turismo masivo. Desde su colorido malecón en Santa Bárbara hasta los caminos rurales que llevan al Salto El Limón o al majestuoso Parque Nacional Los Haitises, la región está llena de sorpresas. Entre enero y marzo, las ballenas jorobadas llenan sus bahías, convirtiendo el espectáculo natural en un ritual anual de admiración y respeto.

Descubriendo La Habana desde los asientos de un clásico cubano

Por David Agüera

Hay ciudades que se exploran a pie, con calma, saboreando cada paso. Pero La Habana… La Habana se descubre mejor al ritmo de un motor antiguo, con la brisa del mar en la cara y el eco de la historia rebotando en los adoquines. Montarse en un auto clásico en La Habana no es solo una excursión turística: es un viaje en el tiempo, una danza entre nostalgia y presente, donde cada esquina cuenta una historia y cada edificio murmura secretos de otros siglos.

Los almendrones, como los llaman cariñosamente los cubanos, son verdaderas joyas andantes. Chevrolets de los años 50, Ford descapotables, Pontiacs de colores imposibles: autos restaurados con amor y resistencia que sobreviven gracias al ingenio criollo. Subirse a uno de ellos es experimentar en carne viva el ingenio cubano, su capacidad para hacer arte con lo que otros considerarían ruinas.

Desde el asiento de cuero, mirando por la ventana sin prisas, La Habana se revela con otra profundidad. El chofer, muchas veces también guía y contador de anécdotas, va dibujando con sus palabras una ciudad que no termina de contarse nunca.

El recorrido puede comenzar en el Malecón, esa serpiente de asfalto que besa el mar. A lo lejos, el Castillo del Morro y la silueta del Cristo de La Habana vigilan la entrada a la bahía. El auto ronronea como un gato dormido mientras se desliza por la costa. A un lado, olas que estallan. Al otro, fachadas en ruina y color que son, a la vez, heridas y obras de arte.

De ahí, el tour puede tomar rumbo al Vedado, donde las avenidas son más anchas, los árboles más generosos, y las mansiones evocan una Habana de esplendor republicano. Luego, un giro hacia la Plaza de la Revolución, donde la silueta del Che vigila desde lo alto, y donde el silencio impone respeto entre tanta historia comprimida.

Pero el alma de la ciudad —la esencia de su ritmo, su olor y su gente— está en La Habana Vieja. Allí, entre callejones adoquinados, iglesias barrocas y plazas coloniales, el coche clásico avanza con reverencia, casi en puntillas, mientras turistas y locales cruzan entre cafés, museos y portales. La Plaza de la Catedral, la Plaza Vieja, el Capitolio, el Gran Teatro Alicia Alonso… todo desfila como un decorado que nunca envejece.

Cada tramo es una sinfonía de color: autos rosados, azules cielo, verdes botella; niños jugando pelota en la calle; viejitas en bata sentadas en sus portales; músicos tocando sones en las esquinas. Todo parece flotar en un presente que se rehúsa a olvidar el pasado. La Habana no se esconde. Se muestra así: herida y hermosa, llena de cicatrices y de una dignidad que conmueve.

Y el coche, ese auto clásico, es cómplice perfecto. En él, el visitante no solo se mueve: forma parte de una película habanera. Hay algo de cine en esta experiencia, algo de novela, algo de bolero.

Más allá de los monumentos y las fotos perfectas, este tour sobre ruedas permite entender algo más profundo: la capacidad cubana para mantener viva su identidad con orgullo y alegría. Los autos clásicos, que podrían ser objetos de museo, están vivos, circulan, cuentan historias. Son parte del paisaje y del carácter. Y montarse en uno de ellos es aceptar la invitación de La Habana para verla desde su propio espejo retrovisor.

Descubrir La Habana en un auto clásico es más que un paseo: es una declaración de amor a la ciudad, a su ritmo indomable, a su forma única de resistir y brillar. Es dejarse llevar, sin mapas, sin prisa, por el alma viva de Cuba. Y cuando el motor se apague y la puerta se cierre, quedará en la memoria no solo la imagen del Malecón o de una fachada de colores: quedará la certeza de haber recorrido no solo una ciudad, sino un espíritu que sigue rodando, libre y hermoso, como un viejo Chevy bajo el sol caribeño.

24 horas en Punta Cana: Un paraíso en un día

Redacción (Madrid)

Punta Cana, en la costa este de la República Dominicana, es un destino sinónimo de playas de arena blanca, aguas turquesa y una energía caribeña que conquista a cualquiera. Aunque lo ideal sería quedarse varios días, si solo tienes 24 horas para disfrutar de este paraíso tropical, aquí te mostramos cómo exprimir cada minuto al máximo.

08:00 AM – Despertar con el sol en la playa

Empieza el día despertándote en un resort frente al mar, como el Barceló Bávaro Palace o el Secrets Cap Cana. Abre las cortinas y deja que el sol caribeño te dé los buenos días. Un desayuno buffet con frutas tropicales, jugo de guayaba y mangu (puré de plátano típico) será el combustible perfecto para lo que viene.

09:30 AM – Aventura acuática en Isla Saona o snorkel local

Si prefieres una excursión icónica, únete a un tour a Isla Saona, parte del Parque Nacional del Este. La travesía incluye catamarán, música, ron y una playa virgen donde el mar parece una piscina gigante. Si no tienes tiempo para una excursión larga, elige un paseo en lancha rápida o haz snorkel en las cercanías de Playa Bávaro, donde los arrecifes de coral ofrecen un espectáculo de vida marina.

01:00 PM – Almuerzo frente al mar

Regresa al hotel o visita un restaurante local como La Yola o Captain Cook, ambos famosos por sus mariscos frescos. Nada como una langosta a la parrilla con arroz con coco y tostones mientras sientes la brisa del Atlántico.

03:00 PM – Relax total o spa caribeño

Las primeras horas del día fueron para la aventura, ahora toca descansar. Puedes optar por una hamaca bajo una palmera o regalarte un masaje con aceites tropicales en un spa frente al mar. Muchos resorts ofrecen rituales inspirados en tradiciones taínas, perfectos para recargar cuerpo y alma.

05:00 PM – Paseo en buggy o tirolesa

Si prefieres algo más movido, las opciones de ecoturismo están a minutos de distancia. Un paseo en buggy por caminos de tierra te lleva a conocer el lado rural de Punta Cana, mientras que los parques como Scape Park ofrecen tirolesas sobre el bosque, cenotes escondidos y cuevas ancestrales.

07:00 PM – Atardecer en la playa

No hay mejor manera de cerrar la tarde que con los pies en la arena mientras el cielo se pinta de naranja y rosa. Punta Cana tiene algunos de los atardeceres más espectaculares del Caribe. Llévate una piña colada o un mojito y simplemente disfruta del momento.

08:30 PM – Cena gourmet o show tropical

La vida nocturna aquí puede ser tan relajada o vibrante como desees. Para una cena romántica, prueba el restaurante Jellyfish, donde puedes comer bajo una estructura de bambú frente al mar. ¿Quieres algo más movido? Muchos resorts ofrecen espectáculos de música en vivo, bailes típicos dominicanos y hasta fuegos artificiales.

11:00 PM – Fiesta caribeña o noche estrellada

¿Aún con energía? Termina tu jornada bailando merengue y bachata en Coco Bongo o en la icónica discoteca Imagine, ubicada dentro de una cueva natural. Si prefieres algo más tranquilo, un paseo nocturno por la playa bajo las estrellas puede ser el broche perfecto.

Mystique Casa Perla: el primer “hotel boutique” de Varadero

Redacción (Madrid)

En el vibrante corazón del balneario de Varadero, emerge una joya arquitectónica transformada en refugio exclusivo: Mystique Casa Perla. Inaugurado el 15 de noviembre de 2021 por la cadena canadiense Blue Diamond Resorts junto a Gran Caribe, se presenta como el primer hotel boutique en Cuba, un concepto hasta ahora inédito en esta isla caribeña.

Ubicado junto al emblemático boulevard de Varadero, en los terrenos del antiguo Starfish Cuatro Palmas, Casa Perla conserva la esencia de una mansión de los años 40, premiada en 1946 con la Medalla de Oro de Arquitectura y restaurada con mimo respetando su estilo moderno original. El inmueble, de arquitectura moderna ejecutada por los consagrados Antonio Santana Fornaguera y Aquiles Capablanca, destaca por su elegante estética, integrada al entorno natural.

Vistas hacia el mar, Lugares y Más

Un santuario solo para adultos

Mystique Casa Perla es un santuario para mayores de 16 años. Con apenas 10 habitaciones —cuatro de ellas suites premium con jacuzzi y vistas al mar— ofrece un trato íntimo, personalizado y sofisticado. Cada habitación es única: tres estándar, tres junior suites y cuatro premium suites, con camas king o dobles, minibar, USB, aire acondicionado, caja fuerte y servicio de mayordomo.

Además, el hotel funciona en régimen de alojamiento y desayuno —una rareza en Varadero, donde predomina el Todo Incluido—, y brinda servicios premium: piscina, gimnasio, sauna, masajes, y restaurante “Fresco Artful Cuisine” con terraza frente al mar.

Vistas hacia el exterior, Lugares y Más

Experiencia y destacables

  • Servicio de mayordomo: Disponible en todas las habitaciones, garantiza un servicio impecable y exclusivo.
  • Ubicación estratégica: Combina la calma de una playa privada con la cercanía a tiendas, bares y restaurantes locales.
  • Conectividad y salud: Wifi 24/7 y la certificación “Turismo Más Higiénico y Seguro” respaldan una experiencia confortable.
  • Diseño y confort: Habitaciones amplias, detalles contemporáneos, terrazas amuebladas y jacuzzi en algunas suites.

Un nicho en auge

En un destino dominado por grandes resorts, Mystique Casa Perla rompe el molde con su enfoque boutique. Con solo 10 habitaciones frente al mar, atrae a viajeros de placer, ejecutivos y parejas que buscan una experiencia personalizada, discreta y de alto nivel.

El éxito ha sido notable: más del 50 % de ocupación prevista desde sus primeros meses, con tarifas entre 150 USD y 300 USD por noche según las temporadas y ofertas iniciales.