Seúl, la capital de Corea del Sur, es una de esas ciudades que no se explican solo con cifras ni mapas. Con más de 10 millones de habitantes y una energía que nunca descansa, esta metrópolis ofrece al viajero una mezcla única de tradición milenaria y vanguardia tecnológica. Quien llega descubre que Seúl no es únicamente un destino urbano: es un crisol de cultura, gastronomía, arquitectura y paisajes que sorprende en cada esquina.
A pesar de su modernidad, Seúl conserva un legado histórico visible en sus palacios y templos. El Palacio Gyeongbokgung, construido en el siglo XIV, es uno de los emblemas más visitados, con sus techos coloridos y guardias vestidos con trajes tradicionales. Los barrios hanok, como Bukchon Hanok Village, permiten al viajero pasear entre casas de madera centenarias que conservan el encanto de la vida coreana antigua. En estos espacios, el tiempo parece detenerse, ofreciendo un contraste fascinante con el dinamismo de la ciudad.
Al caer la tarde, Seúl revela su faceta más moderna. Zonas como Gangnam o Dongdaemun Design Plaza destacan por su arquitectura futurista, centros comerciales gigantescos y una vida nocturna que combina cafés temáticos, karaokes y clubes de moda. La Seúl Tower, ubicada en el monte Namsan, ofrece una vista panorámica de la ciudad iluminada, un espectáculo que muestra la magnitud de la capital surcoreana.
La comida callejera es parte esencial de la experiencia en Seúl. Mercados como Gwangjang invitan a probar platos icónicos como el tteokbokki (pasteles de arroz picantes), mandu (empanadillas) o el bindaetteok (tortilla de frijol mungo). Para quienes buscan algo más sofisticado, los restaurantes de alta cocina reinterpretan la gastronomía coreana con presentaciones modernas. Comer en Seúl no es solo alimentarse: es un recorrido cultural y sensorial que acerca al viajero a la esencia del país.
Aunque es una megaciudad, Seúl también ofrece respiros de naturaleza. El arroyo Cheonggyecheon, restaurado en pleno centro urbano, es un oasis para pasear entre jardines y fuentes. El Parque Namsan y el río Han son espacios donde locales y visitantes disfrutan de caminatas, ciclismo y picnics. Estos escenarios verdes muestran el equilibrio que la ciudad mantiene entre lo natural y lo urbano.
Seúl no es solo la capital de Corea del Sur, es un destino que se reinventa constantemente. Sus templos conviven con rascacielos, sus mercados tradicionales con centros tecnológicos de última generación, y su cultura ancestral con el dinamismo juvenil del K-pop y la moda. Para el turista, visitar Seúl significa sumergirse en una ciudad que nunca deja de sorprender, un lugar donde el pasado y el futuro caminan de la mano en un presente vibrante.
Hay lugares que se visitan con los ojos. Otros, con los pies. Pero Cuba se descubre con los cinco sentidos abiertos, como si la isla estuviera diseñada para invadir cada fibra del viajero. En cada rincón hay un aroma, un sabor, una textura, un sonido y un color que se imprimen en la memoria más allá de cualquier postal.
El sonido que vibra en la piel
Cuba no se escucha: se siente. Desde un tambor que resuena en una esquina hasta una guitarra que improvisa en un portal, la isla transforma la música en paisaje. No hace falta buscar un escenario: la melodía aparece sola, en el vaivén de una guagua, en el eco del mar contra el malecón o en la risa compartida en una terraza. Para el viajero, cada calle se convierte en una partitura en movimiento.
Colores que respiran
El azul del Caribe se funde con el verde de las palmas reales, mientras que las fachadas pintadas en tonos pasteles parecen saludar al sol con una sonrisa. Pero el verdadero espectáculo está en la forma en que la luz cubana lo transforma todo: al amanecer, los edificios son de oro; al mediodía, de blanco radiante; y al atardecer, adquieren ese tono anaranjado que parece pintado con pinceladas de fuego.
Sabores que cuentan secretos
En Cuba, cada plato es un diálogo entre la tierra y el mar. El viajero que prueba una langosta recién salida de la costa, un mango maduro caído de la mata o un café espeso servido en taza pequeña descubre que aquí los sabores no son solo gastronomía: son parte del carácter. Comer en la isla es una invitación a detener el tiempo, a sentarse y dejar que el paladar entienda lo que las palabras no alcanzan a decir.
Aromas que guían el camino
Cuba huele a salitre y a tierra húmeda, a tabaco recién torcido y a guayaba dulce. El olor a pan en la mañana anuncia que el día empieza con calma, mientras que el perfume de las flores tropicales en los jardines recuerda al viajero que aquí la naturaleza no se esconde: se muestra generosa, exuberante y cercana.
El tacto del viaje
Caminar descalzo por la arena tibia, tocar la madera gastada de una puerta antigua, sentir la brisa marina en la piel: Cuba es también una experiencia táctil. Hay algo en la textura del aire que envuelve, que obliga a bajar el ritmo y a dejarse llevar. En esta isla, el tiempo parece estar hecho para acariciarse, no para medirse.
Un viaje que permanece
Más allá de playas, montañas o ciudades, Cuba es una sensación completa. Es un lugar que no se lleva en la cámara, sino en la memoria sensorial de cada viajero. Por eso, quien la visita descubre que no importa cuánto tiempo pase: basta cerrar los ojos y dejar que un aroma, un sonido o un color lo devuelvan de inmediato a la isla.
En el corazón de la provincia de Overijssel se encuentra Giethoorn, un pintoresco pueblo neerlandés que parece detenido en el tiempo. Fundado en el siglo XIII por campesinos y excavadores de turba, su principal característica es la ausencia de carreteras en gran parte del casco antiguo. En lugar de asfalto, los visitantes y residentes se desplazan en pequeñas embarcaciones a través de más de siete kilómetros de canales, lo que le ha valido el sobrenombre de “la Venecia del Norte”.
Las viviendas típicas de Giethoorn, con techos de paja y jardines cuidados hasta el detalle, completan una estampa que atrae a miles de turistas cada año. Muchas de estas casas solo son accesibles por el agua o mediante estrechos puentes de madera, lo que refuerza la sensación de aislamiento y tranquilidad. Pese a la llegada del turismo masivo en las últimas décadas, los habitantes del pueblo mantienen viva la tradición de moverse en “punter”, unas embarcaciones de fondo plano que se empujan con pértigas.
El turismo, sin embargo, ha sido un arma de doble filo. Aunque ha generado prosperidad y empleo en restaurantes, alojamientos y excursiones guiadas, también ha supuesto un desafío para los residentes. Durante la temporada alta, la pequeña localidad de apenas 2.800 habitantes recibe miles de visitantes diarios, lo que en ocasiones genera congestión en los canales y un impacto medioambiental que preocupa a las autoridades locales.
Más allá de las postales idílicas, Giethoorn es también un ejemplo de cómo Holanda combina tradición y modernidad. El pueblo cuenta con infraestructuras sostenibles, energías renovables y un fuerte compromiso con la conservación del entorno. Sus canales, además de servir como vía de transporte, tienen un papel clave en el control de las aguas en una región históricamente vulnerable a las inundaciones.
Giethoorn sigue siendo, pese a los retos, un símbolo del carácter neerlandés: pragmático, creativo y en constante equilibrio con la naturaleza. Para el visitante, la experiencia de navegar en silencio por sus canales ofrece una ventana al pasado, pero también una reflexión sobre el futuro de las comunidades que logran prosperar sin renunciar a sus raíces.
La República Dominicana es uno de los destinos más atractivos del Caribe. Sus playas de arena blanca, su oferta cultural y la calidez de su gente la convierten en una elección ideal para viajeros de todo el mundo. Sin embargo, como ocurre en muchos lugares turísticos, la masiva afluencia de visitantes también ha dado lugar a prácticas engañosas que pueden arruinar la experiencia. Conocer las estafas más frecuentes y saber cómo evitarlas es clave para disfrutar de unas vacaciones seguras y memorables.
Uno de los engaños más habituales se relaciona con el transporte. En aeropuertos y zonas turísticas, algunos conductores ofrecen traslados sin taxímetro o sin tarifas oficiales, lo que termina en precios excesivos. La recomendación es utilizar taxis registrados, aplicaciones móviles autorizadas o solicitar transporte directamente en el hotel, donde los precios están regulados.
En playas y centros urbanos es común encontrar personas que ofrecen excursiones, tours o actividades acuáticas a precios sospechosamente bajos. En muchos casos, estos servicios no cumplen con las medidas de seguridad mínimas o incluso no se realizan. Lo ideal es reservar siempre a través de agencias reconocidas o proveedores recomendados por el alojamiento.
Los mercados locales son coloridos y atractivos, pero algunos vendedores ofrecen artículos como ámbar o larimar —piedras semipreciosas típicas del país— que en realidad son imitaciones de resina o plástico. Para evitar fraudes, conviene comprar en tiendas certificadas o preguntar en oficinas de turismo por establecimientos confiables.
En algunos bares y restaurantes dirigidos a turistas, el menú puede no mostrar precios claros o se agregan cargos adicionales inesperados. Es recomendable preguntar antes de ordenar, verificar la cuenta al final y confirmar si el servicio está incluido para evitar pagar de más.
La República Dominicana sigue siendo un destino de gran belleza y hospitalidad, pero como en cualquier lugar muy concurrido, el visitante debe actuar con precaución. Informarse antes de viajar, optar por servicios oficiales y mantener una actitud alerta pero relajada permite disfrutar de playas, cultura e historia sin contratiempos. En definitiva, prevenir pequeñas estafas no solo protege el bolsillo: también asegura que el recuerdo de la isla sea el de un paraíso caribeño, y no el de una mala experiencia.
En el corazón de Altea, con el Mediterráneo como telón de fondo, se encuentra El Cantó del Palasiet, un restaurante que ha logrado unir tradición, vanguardia, sostenibilidad y producto de temporada. Al frente, Vicente, un cocinero que lleva en su ADN la cocina autóctona y que ha hecho de su pasión un proyecto gastronómico con identidad propia.
1-Vicente, cuéntenos cómo nace *El Cantó del Palasiet* y cuál es la filosofía que define su cocina.
*El Cantó del Palasiet* nace en 2010, tras unos diez años de mi primera empresa de catering y de rodar por diferentes restaurantes para aprender y probar diferentes técnicas y cocinas, sobre todo autóctonas, para poder desempeñar lo que yo quería en su momento.
2-¿Qué papel juega la localidad de Altea en su propuesta culinaria? ¿Cómo se refleja el paisaje, la cultura o la tradición de Altea en sus platos?
Siempre soy fiel a mis raíces, a mi tierra, a mi pueblo y a la cocina de casa, a la cocina autóctona, que es lo que juega con todos los platos o la base de mi cocina. Nuestros aromas cítricos, nuestros aromas a mar, salinidad, pescado, nuestros arroces diferenciados… Es lo que buscaba en la cocina autóctona y en representarlo. En la cocina, un poco cocina de autor.
3-Usted apuesta por los productos de proximidad. ¿Qué significa para usted trabajar con ingredientes de km 0? ¿Podría destacar algunos productores locales con los que colabora o productos estrella de la zona?
4-¿Cuál es el proceso creativo detrás de sus platos? Desde la inspiración hasta la ejecución: ingredientes, técnicas y emociones.
Toda receta, antes de entrar en la carta de *El Cantó*, tiene sus períodos de prueba, modificación, alteraciones y, evidentemente, su preparación temporal, porque no todos los productos los tenemos durante todo el año:
Hay productos de temporada. Entonces, cuando trabajamos con un producto tenemos una base; esa base la trabajaremos durante todo el año y haremos alteraciones, o al revés, productos o platos que solo estarán un tiempo en nuestra carta.
5-En su cocina se nota un respeto profundo por el producto. ¿Hay alguna materia prima con la que se sienta especialmente vinculado?
La identificación siempre será el maíz, que era la base de la zona donde estamos enclavados. Me siento identificado con el limón de aquí, cítrico, y con lo que es producto… Todo eso hay que conjugarlo para que se hagan unas recetas que lleven esos aromas, esa salinidad, esos aromas cítricos, esa base de la cultura y la gastronomía típica de Altea. Ahí me identifico. Después pueden entrar otros productos introducidos o temporales, pero la base son estos.
6-¿Cómo logra el equilibrio entre tradición y vanguardia en su propuesta gastronómica?
La cocina es un cambio continuo. Cambiamos técnicas, cambiamos formas de elaboración, aunque intentemos buscar siempre la elaboración más tradicional. Siempre hay técnicas que sacan un mejor rendimiento, mejores sabores, mejores aromas… Entonces vas probando e incorporando innovaciones para comprobar que tienen durabilidad, rentabilidad y mejor presencia. Siempre buscamos la máxima calidad en el plato con nuevas técnicas.
7-¿Qué importancia tiene la sostenibilidad en su restaurante, más allá del uso de productos locales?
La sostenibilidad en nuestro restaurante es muy importante porque es la base de la cultura ancestral. Siempre consumes lo de temporada, consumes en su momento e intentas que continúe habiendo. La temporada es lo más importante: hay épocas de consumo y épocas que hay que dejar para que prolifere, para que crezca, para que se haga en su óptimo momento para el consumo de todo tipo de productos.
8-¿Hay algún plato del menú que represente especialmente la identidad del restaurante?
**El plato icónico del restaurante, el que más nos identificaría, es nuestro caldero de pescado, típico de Altea, que se hace con calabaza, patata, col y pescado de roca: gallineta, araña, musola, caballa… Rara vez rape o raya. Y de ahí, arroz a banda. Este plato tiene luego diferentes modalidades, como la fideuá o, en los últimos años, una adaptación al couscous, incorporando un poco de cultura marroquí.
9-Como chef, ¿cómo ve la evolución de la gastronomía en la Comunidad Valenciana? ¿Qué tendencias le ilusionan o preocupan?
Como chef, últimamente me veo un poco desilusionado porque no se está llevando a cabo lo que corresponde en gastronomía a nivel de Comunidad Valenciana. Tenemos municipios que sí la ensalzan, que sí buscan, recuperan y continúan, pero lo que hacen las masas turísticas, cuando es turismo en masa, es trabajar más el fastfood o la comida más fácil de elaborar, más fácil de consumir y más económica, para atraer a determinados tipos de turismo. Eso es lo único que me preocupa. Hay zonas, hay sellos de identidad que no pueden faltar, que no pueden fallar, y no todo el mundo está capacitado o preparado para hacer esas elaboraciones. Habría que, entre comillas, cuando se pone un plato en la carta, saber que es verídicamente típico gastronómico de la zona y es cultura típica, con una marca de garantía. Igual que el cochinillo en Segovia, donde los maestros asadores han creado una sociedad y tienen pautas de calidad, así habría que hacer con platos diferentes.
10-Por último, ¿qué puede esperar un comensal que se sienta a la mesa de *El Cantó del Palasiet* por primera vez?
En definitiva, lo que intentamos en El Cantó es que el comensal que se siente en nuestra mesa pueda encontrar matices únicos de nuestros productos propios: nuestras elaboraciones, confituras, salazones, encurtidos, licores… Toda la base de nuestro restaurante que no podrá encontrar de forma similar en otro. Que se lleve una experiencia diferente, con un gesto de alegría y una sonrisa, que no se olvide del sabor de boca y que le deje la intención de volver para probar cosas nuevas del restaurante, que se queden con ganas de seguir descubriendo.
El Cantó del Palasiet es un homenaje vivo a Altea, a su mar, a su huerta y a su gente, con un chef que entiende que la cocina no es solo alimentar, sino contar la historia de un lugar a través de sus sabores.
Hablar de los cayos de Cuba es evocar aguas turquesas, arenas blancas y horizontes infinitos. Sin embargo, más allá de su belleza en superficie, estas islas y arrecifes esconden un universo sumergido que convierte a la isla en uno de los destinos de buceo más privilegiados del Caribe. Con más de 5.000 km de costas y una de las barreras coralinas más extensas del planeta, Cuba ofrece al viajero una experiencia submarina que combina biodiversidad, aguas cristalinas y un entorno aún poco masificado.
El sistema coralino cubano, conocido como la Barrera Coralina Jardines del Rey y Jardines de la Reina, es considerado uno de los mejor conservados del hemisferio occidental. Sus arrecifes, paredes verticales y túneles submarinos son el hogar de esponjas gigantes, gorgonias, corales cerebro y abanicos de mar que se mecen con la corriente. Entre ellos nadan meros, pargos, tortugas marinas, delfines y una sorprendente variedad de peces tropicales. El buzo aficionado encuentra aquí aguas tranquilas y claras, mientras que el profesional disfruta de escenarios de gran complejidad y riqueza biológica.
Cayo Coco y Cayo Guillermo: famosos por sus arrecifes coloridos, ofrecen inmersiones en cuevas y pasajes naturales. Aquí es común encontrarse con mantas, tiburones nodriza y cardúmenes multicolores.
Cayo Largo del Sur: con más de 30 puntos de buceo señalados, es ideal para quienes buscan diversidad. Sus aguas calmas permiten disfrutar desde naufragios hasta cañones submarinos tapizados de coral.
Jardines de la Reina: un verdadero santuario marino, declarado área protegida, donde es posible bucear entre tiburones sedosos y de arrecife en un ecosistema casi virgen. Su acceso controlado garantiza una experiencia exclusiva y respetuosa con la naturaleza.
La mayoría de los cayos cuentan con centros de buceo certificados, que ofrecen alquiler de equipos, cursos para principiantes y salidas guiadas por instructores profesionales. La transparencia del agua, con visibilidad de hasta 30 metros, convierte cada inmersión en un espectáculo natural. Además, muchos resorts de la zona integran el buceo dentro de su oferta turística, lo que facilita la organización de excursiones para viajeros que combinan relax en la playa con aventura submarina.
Más allá de la emoción del buceo, los cayos cubanos son un recordatorio de la importancia de la conservación marina. Programas de educación ambiental, regulaciones de acceso en áreas protegidas y prácticas de turismo sostenible buscan garantizar que estos ecosistemas únicos se mantengan intactos para las futuras generaciones. El viajero que desciende a las profundidades no solo disfruta de un espectáculo natural, sino que también se convierte en testigo y embajador de su preservación.
El buceo en los cayos de Cuba no es solo una actividad recreativa: es una invitación a descubrir un mundo paralelo, donde el color, la calma y la vida marina sorprenden en cada detalle. Desde principiantes hasta expertos, todos encuentran aquí un escenario ideal para adentrarse en uno de los paisajes submarinos más bellos y mejor conservados del Caribe. Quien se sumerge en estos arrecifes regresa a la superficie con una certeza: Cuba no solo se admira bajo el sol, también se revela en todo su esplendor bajo el mar.
Florencia en sus plazas: el alma abierta del Renacimiento
Visitar Florencia es recorrer un museo al aire libre, donde cada calle, iglesia y palacio cuentan una parte de la historia del Renacimiento. Pero son las plazas —espacios abiertos, sociales y artísticos— las que condensan mejor la esencia de la ciudad. En ellas confluyen el pasado glorioso y la vida cotidiana, ofreciendo al viajero la posibilidad de descubrir la ciudad desde su corazón público.
Centro político y social durante siglos, la Piazza della Signoria es una de las más emblemáticas de Florencia. Frente al majestuoso Palazzo Vecchio, este espacio reúne esculturas que evocan el poderío artístico de la ciudad, entre ellas una réplica del David de Miguel Ángel. La Loggia dei Lanzi, con sus arcos abiertos, funciona como una galería de arte a cielo abierto que cautiva a quienes buscan comprender cómo el arte renacentista se mezclaba con la vida urbana.
A pocos pasos, la Piazza del Duomo se presenta como el corazón espiritual de la ciudad. La Catedral de Santa Maria del Fiore, con su famosa cúpula de Brunelleschi, domina el espacio y deja a los visitantes sin aliento. El Baptisterio de San Giovanni y el Campanile de Giotto completan un conjunto arquitectónico que es símbolo universal de Florencia. Pasear por esta plaza al atardecer, cuando la luz se refleja en los mármoles blancos, verdes y rosados, es una experiencia inolvidable.
Más moderna en su concepción, la Piazza della Repubblica es un espacio que combina historia y vida contemporánea. Antiguamente foro romano y luego centro del mercado medieval, hoy es una plaza amplia rodeada de cafés históricos como el Gilli o el Paszkowski. Sus terrazas invitan a detenerse, tomar un espresso y observar cómo florentinos y viajeros se cruzan en un espacio donde conviven elegancia y bullicio.
Aunque se encuentra al otro lado del río Arno, el Piazzale Michelangelo es una parada imprescindible. Construida en el siglo XIX, esta plaza ofrece una vista panorámica de toda la ciudad: la cúpula del Duomo, el campanile, el Ponte Vecchio y el trazado urbano que inspiró a generaciones de artistas. Una copia en bronce del David preside el lugar, recordando la grandeza de Miguel Ángel y la conexión inseparable entre arte y ciudad.
Cada plaza de Florencia guarda un papel distinto: la Signoria como símbolo del poder civil, el Duomo como eje espiritual, la Repubblica como punto de encuentro moderno y el Piazzale Michelangelo como mirador del alma florentina. Juntas conforman un recorrido que permite al viajero comprender cómo el arte, la política y la vida social se han entrelazado en esta ciudad única. En Florencia, las plazas no son solo espacios abiertos: son escenarios donde el Renacimiento sigue vivo.
En el corazón de Purísima del Rincón, Guanajuato, se encuentra un espacio que conecta el arte popular con la memoria de un pueblo: el Museo Hermenegildo Bustos. Este recinto, inaugurado en 1982, rinde homenaje al pintor que supo retratar con sencillez y precisión la vida cotidiana de su comunidad en el siglo XIX, convirtiéndose en uno de los grandes referentes del arte costumbrista mexicano.
El museo se ubica en una casona histórica del centro de la ciudad, lo que ya de entrada brinda al visitante una experiencia que mezcla arquitectura tradicional con un interior museográfico moderno. En sus salas se conserva la mayor colección de obras de Bustos, conocido como «el pintor del alma», cuyos retratos familiares y escenas religiosas no solo muestran técnica, sino también una sensibilidad especial para captar la personalidad de sus modelos.
El recorrido ofrece más que pintura. El visitante encuentra objetos personales del artista, así como piezas arqueológicas y etnográficas que documentan la vida de Purísima del Rincón en distintas épocas. También hay exposiciones temporales que dialogan con la obra de Bustos, permitiendo al viajero entender cómo el arte popular y académico se entrelazan en la cultura mexicana.
Uno de los mayores atractivos es el ambiente íntimo que transmite el museo. A diferencia de las grandes pinacotecas, aquí el contacto con la obra es cercano y casi personal. Quien recorra sus salas no solo observa cuadros, sino que entra en la atmósfera de un pueblo que encontró en Bustos un cronista visual de su identidad. Su pintura, de líneas sencillas y colores serenos, se convierte en una ventana al México del siglo XIX.
Visitar el Museo Hermenegildo Bustos no es únicamente un paseo cultural, sino un encuentro con la esencia de Guanajuato. Entre retratos, tradiciones y objetos cotidianos, el viajero descubre cómo el arte puede conservar la memoria de un lugar y de su gente. Para quienes recorren la ruta cultural del Bajío, este museo es una parada imprescindible que confirma que la grandeza de un artista no siempre está en los grandes escenarios, sino en la capacidad de inmortalizar lo cercano y hacerlo universal.
En la costa norte de la provincia de Holguín, Guardalavaca se abre como un abanico de arena fina y aguas turquesas. Este balneario, cuyo nombre evoca leyendas de corsarios y tesoros, es hoy uno de los destinos más atractivos del turismo de playa en Cuba, sin perder el encanto de un rincón todavía preservado de las multitudes masivas. Sus 1.200 metros de playa, enmarcados por colinas verdes, ofrecen una postal que combina la serenidad del Caribe con una identidad local bien definida.
Más allá del mar y la arena, Guardalavaca guarda un entorno natural privilegiado. Muy cerca se extiende el Parque Natural Bahía de Naranjo, un área protegida con más de 4 km² de aguas tranquilas, tres islotes y un acuario marino donde se realizan actividades educativas y de conservación. Para los amantes del snorkel y el buceo, el arrecife de coral que bordea la zona es un espectáculo multicolor donde habitan peces tropicales, esponjas y gorgonias.
El poblado cercano conserva el ritmo pausado de la vida cubana, con mercados artesanales donde se encuentran trabajos en madera, conchas y fibras naturales. A pocos kilómetros, el Museo Indocubano Chorro de Maíta muestra piezas arqueológicas taínas y ofrece una visión profunda de las culturas que habitaron la isla antes de la llegada de los europeos. Esta combinación de playa y patrimonio histórico convierte a Guardalavaca en un destino que va más allá del sol y el mar.
En cuanto a la oferta hotelera, la zona cuenta con complejos turísticos de diversas categorías, desde resorts todo incluido hasta alojamientos más pequeños y familiares. La gastronomía local, marcada por pescados y mariscos frescos, se complementa con platos tradicionales cubanos como el congrí, la yuca con mojo y el cerdo asado, que los visitantes pueden disfrutar tanto en restaurantes como en paladares privados.
Guardalavaca se presenta como un destino donde naturaleza, cultura e historia se dan la mano. Su belleza escénica, sumada a la hospitalidad de sus habitantes, hace que quienes la visitan no solo regresen por sus playas, sino por la experiencia completa de adentrarse en un lugar que, aunque cada vez más reconocido en el mapa turístico, sigue conservando el alma tranquila de un paraíso cubano.
En el extremo suroeste de la República Dominicana, donde el asfalto cede paso a caminos de polvo y la brisa salada se mezcla con el aroma de los manglares, se encuentra Laguna Oviedo, un paraíso semidesconocido en el corazón del Parque Nacional Jaragua.
Con una extensión de más de 27 kilómetros cuadrados, esta laguna salobre es mucho más que un espejo de agua: es un refugio vital para más de 60 especies de aves, entre ellas, el flamenco rosado, que cada amanecer tiñe el horizonte de un tono coral imposible de olvidar.
El acceso a Laguna Oviedo no es casual. Quien la visita debe atravesar un paisaje árido, casi lunar, salpicado de cactus y guayacanes. Una vez allí, el recorrido solo es posible en bote, guiado por pescadores y guardaparques que conocen cada islote —algunos apenas bancos de arena, otros verdaderos jardines flotantes— donde anidan iguanas y aves migratorias.
El agua de la laguna, con su peculiar tono verde-azulado, cambia de color según la hora del día y la intensidad del sol. En sus orillas, los visitantes pueden observar colonias de garzas, fragatas y pelícanos que conviven en una armonía frágil, amenazada por la presión del desarrollo y el cambio climático.
Visitar Laguna Oviedo es, en muchos sentidos, un viaje en el tiempo: no hay grandes hoteles, ni bares con música estridente. Solo el murmullo del viento, el golpe suave del remo en el agua y el vuelo pausado de los flamencos. Un recordatorio de que aún existen lugares donde la naturaleza conserva el protagonismo absoluto.