Jají, un encanto colonial en los andes Venezolanos

Redacción (Madrid)
Enclavado en las montañas del estado Mérida, el pintoresco pueblo de Jají es uno de esos lugares donde el tiempo parece haberse detenido. Fundado en el siglo XVI, este pequeño asentamiento colonial se ha convertido en un tesoro turístico por su arquitectura restaurada, sus paisajes imponentes y su ambiente tranquilo. A tan solo 34 kilómetros de la ciudad de Mérida, Jají ofrece una experiencia distinta, íntima y profundamente venezolana.


El principal atractivo de Jají es su casco histórico, meticulosamente restaurado en la década de 1970 para conservar su estilo original del período colonial. Sus calles empedradas, casas con balcones de madera, techos de tejas rojas y una plaza central presidida por la iglesia de San Miguel Arcángel, transportan al visitante a otra época. Caminar por sus veredas es reencontrarse con la historia viva de los Andes, entre susurros de antaño y el eco de campanas que aún marcan el ritmo del día.


Más allá de su arquitectura, Jají es un punto de encuentro con la naturaleza. Rodeado de montañas, cultivos de hortalizas y cafetales, el pueblo ofrece vistas panorámicas que encantan a cualquier viajero. Las caminatas por sus senderos o los paseos a caballo permiten una conexión profunda con el entorno andino. El clima fresco, con neblinas que bajan al atardecer, crea una atmósfera mágica difícil de encontrar en otros rincones del país.


La vida en Jají transcurre con una calma envidiable. Sus habitantes, amables y hospitalarios, mantienen vivas las costumbres del pueblo: la elaboración artesanal de dulces, las ferias agrícolas los fines de semana y las festividades religiosas que llenan de música y color sus calles. Es común ver a los vecinos sentados en la plaza conversando, compartiendo historias y recibiendo con cariño a los visitantes que llegan en busca de paz y autenticidad.


Jají no es solo un destino turístico: es un símbolo de resistencia cultural y de belleza preservada. En un país que enfrenta profundos cambios y desafíos, este pequeño pueblo andino recuerda la importancia de valorar nuestras raíces. Cada rincón de Jají cuenta una historia y ofrece un respiro para el alma, haciendo de él uno de los lugares más encantadores de Venezuela.


“El Festival de Cine es nuestro emblema turístico y cultural por excelencia”

Por Miguel de la Hoz

Con 37 ediciones a sus espaldas, el Festival de Cine de l’Alfàs del Pi es mucho más que un evento cultural: es una seña de identidad para todo el municipio. Conversamos con la concejala de Presidencia para conocer en profundidad su impacto en el desarrollo local, su proyección y los retos de futuro.

¿Qué significa para l’Alfàs del Pi contar cada año con un festival de cine con tanta trayectoria?

El Festival de Cine de l’Alfàs del Pi es, sin duda, el evento más importante a nivel turístico para nuestro municipio. Hace 37 años, un grupo de amigos soñó con que Alfàs, que entonces no era un destino turístico y tenía muy pocos habitantes, podía convertirse en un referente cultural y turístico en la comarca. Así nació este festival, que con el tiempo se ha consolidado como nuestro emblema por excelencia, tanto en lo cultural como en lo turístico.

Desde su punto de vista institucional, ¿cuál es el papel del festival en el desarrollo cultural del municipio?

Es fundamental. A partir de este festival se ha generado toda una estructura cultural que hoy incluye doce festivales a lo largo del año, casi uno por mes. Tras el Festival de Cine viene el Festival de Teatro, el Estiu-Festiu, el Festival de Jazz, Mozzarmanía, el Festival de Coros… Todos forman parte del calendario cultural de Alfàs y han contribuido a construir una identidad cultural muy sólida.

¿Cómo ha contribuido el festival a consolidar a Alfàs como un referente cultural dentro de la Comunidad Valenciana?

Alfàs del Pi, sin este festival, no tendría el reconocimiento que hoy tiene en el panorama autonómico e incluso nacional. En estos 37 años han pasado por aquí los mejores directores, actores, actrices, guionistas y productores del cine español. Todo ese recorrido está reflejado en nuestro Paseo de las Estrellas, al que algunos ya llaman con orgullo nuestro “Paseo de la Fama”.

¿Qué impacto tiene el festival en el turismo local? ¿Se nota en la llegada de visitantes y en la economía del municipio?

Claramente sí. Hay un antes y un después del Festival de Cine, tanto en términos turísticos como económicos. Muchos visitantes planifican sus vacaciones coincidiendo con el festival, y eso se refleja en las reservas de alojamientos. En el casco urbano, donde se concentra la actividad del festival, se amplía la capacidad de terrazas y espacios de restauración para aprovechar el incremento de público. Es una semana de gran movimiento y vitalidad para el comercio local.

¿Cómo se involucran los vecinos en el festival? ¿Existe un sentimiento de identidad compartida?

Sin duda. Si algún día desapareciera el Festival de Cine, la ciudadanía lo sentiría como una pérdida importante. La gente de Alfàs está orgullosa de este festival, de ver su municipio en televisión, en los medios, y de saber que forma parte de algo grande. El festival está muy arraigado en la comunidad local.

¿Qué tipo de actividades culturales paralelas se promueven durante el festival?

La programación es muy variada y está pensada para todos los públicos. Hay presentaciones de libros, encuentros con actores y directores, actividades infantiles, conciertos en la calle… Destaca la participación de la Sociedad Musical La Lira, que cada año ofrece un concierto especial como cierre del festival. Además, este año hemos incorporado por primera vez cursos de formación, con el objetivo de fomentar el talento emergente del cine español.

¿Qué medidas se han tomado desde el Ayuntamiento para aprovechar el festival como motor de promoción turística durante todo el año?

El festival no se limita a los 10 o 15 días de julio. Su presencia se extiende todo el año. Presentamos el cartel en FITUR, y este año, por ejemplo, hemos ido desvelando los nombres de los premiados a lo largo del calendario, lo que ha generado expectación continua. También celebramos el ciclo de Cine Solidario todos los jueves en la Casa de Cultura, donde la recaudación se destina a asociaciones locales. Todo esto refuerza la identidad cultural y social del festival durante los 12 meses del año.

¿De qué manera se proyecta la imagen de l’Alfàs del Pi a través del festival en medios nacionales e internacionales?

La mayor repercusión la tenemos a nivel nacional y autonómico, sobre todo en la Comunidad Valenciana. Este año, por ejemplo, hemos recibido una gran cantidad de cortos valencianos, lo que demuestra el peso que tenemos en el ámbito regional. A nivel internacional aún no hemos alcanzado una gran proyección, pero esperamos poder lograrlo en futuras ediciones.

¿Qué papel juegan las áreas de Cultura y Turismo en la organización del festival?

Es un trabajo totalmente coordinado. Cultura, con Manuel Casado al frente, organiza el festival; y Turismo, con Luis Morán, se encarga de su promoción. Ambos departamentos trabajan codo a codo bajo la supervisión del alcalde, Vicente Arques, que es el principal impulsor del proyecto. Este trabajo conjunto es lo que garantiza el éxito antes, durante y después del evento.

¿Qué retos y oportunidades ve para seguir potenciando el festival como herramienta estratégica?

El gran reto de los próximos años será incorporar una pata de formación sólida. Nuestra intención es firmar convenios con entidades como Ciudad de la Luz o el SCAC, para ofrecer formación en guion, producción, dirección… Queremos que Alfàs no solo sea un lugar donde se proyectan películas, sino también donde se forma a los profesionales del futuro del cine español.

La Biblioteca de Alejandría: un viaje al Sueño universal del conocimiento

Redacción (Madrid)

Viajar en el tiempo no es posible, pero hay destinos donde la historia palpita con tanta fuerza que la experiencia se siente casi real. Uno de esos lugares es la ciudad egipcia de Alejandría, y más concretamente, el recuerdo vivo de su antigua biblioteca: un proyecto tan colosal como enigmático que sigue deslumbrando siglos después de su desaparición. La Biblioteca de Alejandría no fue simplemente un edificio repleto de rollos de papiro. Fue un ideal. Un espacio donde el saber no conocía fronteras, y donde la humanidad, en sus múltiples lenguas y creencias, trató de entenderse a sí misma a través de la razón y la palabra escrita.

Fundada en el siglo III a.C. bajo el mandato del rey Ptolomeo I Sóter, la biblioteca formaba parte del gran complejo del Mouseion, dedicado a las musas —diosas griegas de las artes y las ciencias—. Inspirada en la filosofía de Aristóteles y en el modelo de escuelas como la de Atenas, el objetivo de esta institución era ambicioso: reunir todo el conocimiento humano en un solo lugar. A tal fin, los reyes ptolemaicos emprendieron una política activa de adquisición de manuscritos. Se cuenta que todos los barcos que atracaban en el puerto de Alejandría eran inspeccionados, y cualquier libro a bordo era copiado —a veces confiscado— para incrementar los fondos de la biblioteca.

Esta acumulación no era un mero acto de coleccionismo. La biblioteca se convirtió rápidamente en un centro de investigación y debate, acogiendo a pensadores de distintas procedencias. Aquí trabajaron figuras como Eratóstenes, que calculó con sorprendente precisión la circunferencia de la Tierra; Hipatia, matemática y filósofa, símbolo de la última etapa del saber clásico; o Zenódoto y Aristarco, quienes editaron y comentaron obras homéricas y elaboraron teorías astronómicas revolucionarias. El conocimiento no se archivaba, se cultivaba.

Turísticamente, imaginar la biblioteca es asomarse a un ideal cosmopolita que pocas veces se ha repetido. Si bien su destrucción —producto de múltiples incendios, conflictos políticos y religiosos— ha quedado envuelta en leyendas, su huella es tan duradera que inspiró la creación, en 2002, de la Bibliotheca Alexandrina moderna, una joya arquitectónica frente al Mediterráneo. Diseñada por el estudio noruego Snøhetta, su estructura circular y sus muros grabados con escrituras de todo el mundo evocan la universalidad de su antecesora.

Quien visita hoy esta biblioteca moderna no encontrará papiros originales ni textos antiguos, pero sí una propuesta cultural ambiciosa, con archivos digitales, exposiciones temporales, planetario, museos y centros de investigación. Más que reconstruir lo perdido, se ha intentado resucitar su esencia: un lugar de encuentro para la diversidad intelectual, donde el saber es compartido y no encerrado.

En este sentido, la Biblioteca de Alejandría no es solo una excursión histórica, sino un destino simbólico. Representa lo mejor de la humanidad: su capacidad para conservar, transmitir y transformar el conocimiento. En tiempos de exceso informativo, polarización y fugacidad, recordar el espíritu de Alejandría es un acto profundamente actual. Viajar allí, sea físicamente o con la imaginación, nos conecta con un legado común, con la idea de que el saber no es propiedad de unos pocos, sino un bien que trasciende naciones, religiones y épocas.

Entre tambores y tacones: un viaje por los bailes tradicionales de Cuba

Redacción (Madrid)

Viajar a Cuba es, ante todo, entregarse al ritmo. No basta con recorrer sus calles coloniales, contemplar sus coches antiguos o saborear un buen ron; la verdadera esencia de la isla se encuentra en su música y, sobre todo, en su danza. Los bailes tradicionales cubanos no son solo una forma de entretenimiento, sino una expresión profunda de identidad, memoria y resistencia. Quien observa –o mejor aún, participa– en una de estas danzas, descubre mucho más que coreografías: encuentra un pueblo que ha aprendido a convertir el dolor en belleza y la historia en movimiento.

Uno de los pilares de esta tradición es el son cubano, un estilo nacido de la mezcla entre ritmos africanos y melodías hispánicas, que se desarrolló en la región oriental de Cuba. Bailado en pareja, el son es una conversación silenciosa entre cuerpos que se mueven al compás del tres, la marímbula y las claves. Su elegancia tranquila y su cadencia lo convierten en una forma de intimidad pública, donde la conexión con el otro es esencial.

Otro exponente fundamental es el danzón, originario de Matanzas, que floreció a finales del siglo XIX. A diferencia del son, el danzón se ejecuta con una estructura más rígida y ceremonial. Es un baile que invita a la contemplación, con pausas marcadas y un lenguaje corporal que evoca respeto y refinamiento. En sus salones, se respiraba la solemnidad de una época en la que el baile era un acto casi sagrado.

Por otro lado, la rumba representa la expresión más visceral de la danza popular cubana. Nacida en los barrios humildes y cargada de influencia africana, la rumba no necesita escenario ni vestuario especial: se baila con el cuerpo desnudo de artificios, impulsado por el tambor y el grito callejero. Dentro de ella, estilos como el guaguancó, el yambú o la columbia muestran variantes rítmicas que transforman la calle en ceremonia, desafío o seducción.

Y si se trata de religiosidad y raíces africanas, no se puede ignorar la importancia de los bailes vinculados a la santería. Estas danzas no son folclore decorativo, sino parte activa de un sistema espiritual que aún pervive con fuerza en la isla. Cada orisha (deidad) tiene su ritmo, su movimiento, su color. Cuando se baila para Yemayá, Oshún o Changó, no se busca lucirse, sino canalizar la fuerza de lo divino. Estas danzas son actos de fe, resistencia y memoria afrodescendiente.

Más contemporáneo, pero heredero de todo lo anterior, es el fenómeno de la salsa, una mezcla potente de son, guaracha, mambo y otros ritmos que, aunque se consolidó fuera de Cuba, tiene raíces profundamente cubanas. La salsa ha conquistado escenarios globales, pero en Cuba mantiene un sabor local, marcado por la espontaneidad y el ingenio de sus bailarines.

En resumen, los bailes tradicionales de Cuba son mucho más que un atractivo turístico o un espectáculo folclórico. Son una forma de habitar el mundo, una herencia viva que late en cada esquina, en cada fiesta improvisada, en cada taller de barrio. Bailar en Cuba no es solo moverse con ritmo: es narrar una historia colectiva, donde el cuerpo es archivo, protesta y celebración. Y en una isla donde tantas veces se ha intentado silenciar, el baile ha sido siempre una manera de hablar sin pedir permiso.

Russell, el tesoro histórico del norte de Nueva Zelanda

Redacción (Madrid)
Ubicado en la apacible Bahía de las Islas, al norte de Nueva Zelanda, el pintoresco pueblo de Russell es un enclave donde la historia se mezcla con la belleza natural. Fundado a principios del siglo XIX, fue el primer asentamiento europeo permanente en el país y, durante un breve periodo, la primera capital de Nueva Zelanda. Hoy, Russell conserva ese aire de nostalgia con sus calles bordeadas por casas coloniales, su muelle centenario y la iglesia de Cristo, la más antigua del país aún en uso.


En sus inicios, Russell tenía una reputación áspera, conocida como el «Infierno del Pacífico» por su población de balleneros, comerciantes y buscadores de fortuna. Sin embargo, con el paso del tiempo, el pueblo se transformó en un tranquilo refugio costero. Su rica historia sigue presente en lugares como el Museo de Russell, donde se exhiben objetos maoríes, artefactos coloniales y documentos clave que narran la evolución del pueblo desde su fundación hasta la actualidad.


Además de su patrimonio, Russell destaca por su entorno natural. Rodeado por aguas cristalinas y colinas cubiertas de vegetación nativa, es un destino ideal para la navegación, la pesca deportiva y el avistamiento de delfines. Excursiones a la cercana isla Motuarohia o caminatas al mirador Flagstaff Hill, desde donde se obtienen vistas espectaculares de la bahía, hacen de Russell un lugar privilegiado para los amantes de la naturaleza.


La comunidad local, acogedora y comprometida con la conservación de su entorno, ha sabido equilibrar el desarrollo turístico con el respeto por su identidad. Pequeños cafés frente al mar, galerías de arte y alojamientos boutique han florecido sin alterar la esencia tranquila del pueblo. En verano, el lugar cobra vida con festivales culturales y eventos náuticos que atraen tanto a visitantes nacionales como internacionales.


Russell es, en definitiva, una joya neozelandesa que invita a detener el ritmo y reconectar con la historia, el paisaje y la gente. Su atmósfera serena y su riqueza cultural lo convierten en un destino imprescindible para quienes buscan una experiencia más profunda y auténtica en Aotearoa, la tierra de la larga nube blanca.


Samaná: el paraíso escondido del noreste dominicano que enamora al mundo

Redacción (Madrid)

Samaná, República Dominicana – Enclavada en una península tropical bañada por el Atlántico, Samaná emerge como una de las joyas naturales más deslumbrantes del Caribe. A pesar de estar cada vez más presente en los catálogos de viajes internacionales, este rincón del noreste dominicano conserva aún el alma tranquila y auténtica que lo distingue del turismo masivo.

Naturaleza exuberante y biodiversidad única

Desde su capital, Santa Bárbara de Samaná, hasta las playas vírgenes de Las Galeras o los senderos ocultos del Parque Nacional Los Haitises, la provincia ofrece un espectáculo de biodiversidad difícil de igualar. Cascadas como El Limón, rodeadas de selva húmeda, contrastan con aguas turquesa donde se avistan manatíes, tortugas y miles de ballenas jorobadas que llegan cada invierno a la bahía para aparearse.

Cultura viva y legado histórico

Samaná no es solo un destino de postales; también es un crisol de culturas. La influencia afrodescendiente, fruto de la migración de esclavos liberados estadounidenses en el siglo XIX, dejó huella en su música, gastronomía y arquitectura. Pequeñas iglesias protestantes de madera, similares a las del sur de EE.UU., sobreviven como testigos de ese capítulo poco conocido de la historia caribeña.

Además, las comunidades pesqueras y agrícolas mantienen viva la tradición oral, el merengue típico y una cocina de mar que ha empezado a atraer a chefs internacionales interesados en el concepto de “kilómetro cero”.

Turismo sostenible y retos de conservación

El auge del turismo ha traído consigo desarrollo y empleo, pero también desafíos ambientales. Grandes resorts han comenzado a instalarse en áreas que hasta hace poco eran prácticamente vírgenes, generando preocupación entre ambientalistas y comunidades locales.

“Queremos desarrollo, sí, pero no a costa del paraíso”, afirma María Isabel Gómez, presidenta de una cooperativa ecoturística en Las Terrenas. “El modelo debe ser inclusivo y respetuoso con la naturaleza”.

En respuesta, varias organizaciones trabajan para consolidar un modelo de turismo sostenible. Proyectos como alojamientos ecológicos, senderos interpretativos o excursiones de observación de ballenas con códigos éticos están marcando el camino.

Una Samaná para descubrir

Con conexiones viales mejoradas, vuelos internacionales al Aeropuerto El Catey y una oferta hotelera que va desde el lujo hasta el ecoturismo, Samaná está más accesible que nunca. Pero su verdadero tesoro sigue siendo su gente amable, sus paisajes indomables y esa sensación de estar, por un instante, fuera del tiempo.

Safranbolu, el alma otomana que sobrevive al paso del tiempo

Redacción (Madrid
Ubicado en el corazón de Anatolia, Safranbolu es un pequeño pueblo turco que parece suspendido en el tiempo. Declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, este rincón encantador de Turquía ofrece una mirada auténtica a la vida durante el Imperio Otomano. Sus callejuelas empedradas, las casas de madera con techos de tejas rojas y balcones labrados a mano, conforman un escenario que parece sacado de una novela histórica.


El nombre del pueblo proviene del azafrán («safran» en turco), una de las especias más caras del mundo, que aún se cultiva en los alrededores. Durante siglos, Safranbolu fue una parada clave en las rutas comerciales entre Europa y Asia. Esa riqueza se refleja en la arquitectura de sus mansiones tradicionales, conocidas como konaks, que combinan funcionalidad, belleza y una sensibilidad única hacia el entorno natural.


Más allá de su estética, Safranbolu es un testimonio vivo de la cultura otomana. Los artesanos locales mantienen vivas técnicas centenarias: desde la orfebrería hasta la fabricación de jabones naturales y la talla en madera. El bazar de Çarşı, con sus aromas a café turco recién molido y dulces típicos como el lokum, es el corazón palpitante del pueblo y un lugar perfecto para encontrarse con la calidez de sus habitantes.


A pesar del aumento del turismo en las últimas décadas, Safranbolu ha logrado conservar su esencia. Las autoridades locales, junto a la comunidad, han implementado estrictas regulaciones para proteger el patrimonio arquitectónico y el equilibrio ecológico del área. Este esfuerzo conjunto ha convertido al pueblo en un modelo de sostenibilidad cultural y turística dentro de Turquía.


Safranbolu no es simplemente un destino turístico: es una experiencia sensorial e histórica que conecta al viajero con una Turquía profunda y auténtica. Al caminar por sus calles silenciosas al atardecer, uno no solo contempla fachadas antiguas, sino que escucha el eco de siglos de historia, resonando entre piedra y madera. Un viaje a este lugar es un regreso al alma misma de Anatolia.


Peñico, Perú: Un tesoro milenario abierto al mundo

Redacción (Madrid)

Peñico, conocida como la “Ciudad de Integración del Valle de Supe”, es un tesoro arqueológico con más de 3 800 años de historia, que acaba de abrir sus puertas al público el 12 de julio de 2025, tras ocho años de excavaciones lideradas por la Zona Arqueológica Caral bajo la dirección de la Dra. Ruth Shady.

Cronología y contexto
Su construcción data de entre 1800 y 1500 a.C., contemporánea a las primeras grandes civilizaciones del Viejo Mundo, como Sumeria o Egipto. Se ubica apenas a 12 km de Caral, la ciudad más antigua de América, lo que sugiere continuidad cultural tras su declive.

Ubicación estratégica
Situada en una terraza natural a 600 m sobre el nivel del mar, flanqueada por cerros de hasta 1 000 m y frente al río Supe, Peñico aprovechaba la topografía para protegerse de desastres y destacar visualmente.

Red urbana
El sitio cubre aproximadamente 17 hectáreas e incluye 18 estructuras identificadas: desde plataformas ceremoniales y residencias hasta áreas administrativas.

El Salón de los Pututus (Edificio B2)
Este edificio público mayor muestra relieves con pututus (trompetas de concha marina), usados ritualmente y como símbolos de autoridad.

Artefactos ceremoniales
Se descubrieron esculturas de barro sin cocer (humanas y zoomorfas), collares de conchas, hematita, rodocrosita, crisocola, hueso y arcilla, además de objetos líticos como moledores y yunques.

Comercio e integración cultural
Peñico funcionaba como un nodo de intercambio entre la costa, los Andes y la Amazonía, muy probablemente facilitado por el comercio de hematita, pigmento sagrado en la cosmología andina.

Peñico Raymi
La inauguración incluyó un festival “Raymi” andino, con ceremonias a la Pachamama y expresiones artísticas tradicionales.

Infraestructura para visitantes
El sitio cuenta con puntos informativos, un “túnel de ciencia y tecnología andina”, dioramas, maquetas, recreaciones digitales y visitas guiadas.

Accesibilidad
Peñico está a unas 4‑4½ horas desde Lima: salida por la Panamericana Norte, desvío al km 184 hacia el valle de Supe, luego 34 km de camino local. Se puede visitar todos los días de 9:00 a 16:00.

Peñico ofrece una experiencia única para quienes buscan turismo cultural e histórico:

  • Encuentro con las raíces de la civilización andina: permite caminar por estructuras milenarias anteriores incluso a Machu Picchu.
  • Contexto paisajístico impresionante: terrazas, cerros y ríos conforman un entorno natural evocador.
  • Enriquecimiento educativo: los visitantes pueden entender el comercio prehispánico, la vida ceremonial y la arquitectura temprana.
  • Evento inmersivo: el festival Raymi conecta al viajero con las raíces vivas del andinismo.
  1. Mejor época para visitar: temporada seca (mayo–octubre), para disfrutar caminatas sin lluvias.
  2. Qué llevar: calzado cómodo, protección solar y agua.
  3. Complementa tu viaje: combina la visita con Caral, Áspero y Vichama, gestionados por la misma Zona Arqueológica, todos en el entorno del valle de Supe.
  4. Respeto institucional: sigue normas del sitio para preservar este valioso legado.

Peñico surge como un hito en el turismo arqueológico de Perú: un sitio milenario que revitaliza la visión de la civilización andina en el Formativo Temprano, a través de arquitectura monumental, artefactos ceremoniales y una integración cultural sin parangón. El nuevo sitio arqueológico de Peñico, con visita accesible, infraestructura educativa y eventos vivenciales, se consolida como un destino imperdible para quienes valoran la historia antigua, la cultura andina y la belleza escénica del valle de Supe.

Los lugares perdidos de República Dominicana: tesoros olvidados entre selvas, ruinas y silencio

Redacción (Madrid)

Santo Domingo

Más allá de las postales de Punta Cana y el bullicio de Santo Domingo, la República Dominicana guarda secretos que el tiempo ha envuelto en silencio. Son pueblos fantasmas, fortalezas olvidadas, estaciones ferroviarias oxidadas, balnearios sepultados por el abandono o la naturaleza. Lugares perdidos, sí. Pero también lugares que aún respiran historia, misterio y memoria.

Villa La Isabela: El primer asentamiento europeo de América

Ubicada en la costa norte, en la provincia de Puerto Plata, Villa La Isabela fue fundada por Cristóbal Colón en 1493. Pese a su inmenso valor histórico —fue la primera ciudad europea en el Nuevo Mundo— hoy sus ruinas viven cubiertas por el verdor tropical y la indiferencia institucional.

Una pequeña capilla, restos de muros coloniales y un museo semiabandonado son lo que queda de una ciudad que una vez albergó sueños imperiales. Visitada por pocos, es uno de los puntos más importantes del mapa arqueológico del Caribe… y uno de los más descuidados.

El pueblo sumergido de Sabana Yegua

En la provincia de Azua, bajo las aguas del embalse de Sabana Yegua, yace un pueblo entero. En los años 70, la construcción de la presa obligó a evacuar comunidades enteras. Muchos aún recuerdan, con nostalgia y dolor, cómo sus casas, iglesias y campos quedaron bajo el agua.

En épocas de sequía, emergen fragmentos: una pared, una cruz, un pilar. Como si el pasado no estuviera del todo dispuesto a hundirse.

El Hotel Montaña (Jarabacoa): Fantasma del lujo perdido

En lo alto de Jarabacoa, entre montañas cubiertas de pino, yace el esqueleto del que fue en los 80 uno de los hoteles más lujosos de República Dominicana. El Hotel Montaña, con su arquitectura modernista y sus vistas privilegiadas, albergó artistas, políticos y turistas de alto perfil.

Hoy está en ruinas. Sus pasillos crujen con el viento, las piscinas están secas y los murales son lienzos para el moho. El esplendor se evaporó, dejando un aire cinematográfico de belleza decadente.

La línea férrea Santiago–Puerto Plata: Rieles hacia ninguna parte

A finales del siglo XIX, un ferrocarril conectaba Santiago con el puerto de Puerto Plata. Era símbolo de modernidad y comercio. Hoy, los restos de estaciones oxidadas, durmientes cubiertos de maleza y puentes olvidados sobreviven como fósiles industriales.

Un proyecto que transformó la economía del norte de la isla yace hoy en el abandono, aunque algunos colectivos abogan por su restauración como patrimonio cultural y turístico.

Eguisheim, joya medieval en el corazón de Alsacia


Redacción (Madrid)
En el noreste de Francia, entre viñedos ondulantes y montañas suaves, se encuentra Eguisheim, un pueblo que parece sacado de un cuento. A escasos kilómetros de Colmar, este rincón alsaciano ha sabido conservar con orgullo su herencia medieval, y hoy atrae tanto a amantes de la historia como a viajeros en busca de autenticidad. Su particular forma circular, con calles que giran en torno a un antiguo castillo, convierte a Eguisheim en una rareza arquitectónica y un verdadero deleite para la vista.


Reconocido como uno de los “Pueblos más bellos de Francia”, Eguisheim no solo seduce por su estética. Sus fachadas de entramado de madera, decoradas con flores durante la primavera y el verano, evocan una Francia tradicional que muchos creían perdida. Pasear por sus calles empedradas es hacer un viaje en el tiempo, entre casas que datan del siglo XVI y p

lazas que aún conservan fuentes renacentistas.
Además de su belleza, Eguisheim es cuna de una rica cultura vitivinícola. Rodeado por algunos de los viñedos más prestigiosos de la región, el pueblo es una parada obligatoria en la Ruta del Vino de Alsacia. Los visitantes pueden degustar variedades emblemáticas como el Riesling o el Gewürztraminer directamente en las bodegas familiares que han perfeccionado sus técnicas por generaciones.


Durante el año, Eguisheim se transforma con las estaciones. En otoño, la vendimia da lugar a festivales tradicionales y en diciembre, su mercado navideño convierte al pueblo en un escenario de magia invernal, donde la luz cálida y los aromas a canela y vino caliente llenan el aire. Este calendario festivo hace que el pueblo nunca pierda su vitalidad, sin importar la época del año.


Eguisheim no es solo un destino turístico, sino una experiencia sensorial. Es historia viva, sabor, color y hospitalidad alsaciana. Un lugar donde la modernidad ha aprendido a convivir con la tradición, y donde cada rincón cuenta una historia. Visitarlo es recordar por qué, a veces, los lugares más pequeños encierran las mayores sorpresas.