Redacción (Madrid)
En el corazón de la provincia de Hunan, al suroeste de China, se alza Fenghuang, un pintoresco pueblo que parece detenido en el tiempo. Fundado hace más de 300 años durante la dinastía Qing, este enclave es considerado uno de los destinos más encantadores del país, gracias a su arquitectura tradicional, sus calles empedradas y sus balcones de madera que se asoman al río Tuojiang. La bruma matinal que envuelve los tejados curvados le da un aire de misterio que atrae tanto a turistas como a fotógrafos en busca de escenas únicas.


La vida en Fenghuang transcurre a un ritmo sereno, lejos del bullicio de las grandes urbes chinas. Los habitantes, en su mayoría pertenecientes a las etnias miao y tujia, mantienen vivas sus costumbres ancestrales. Es común encontrar mujeres ataviadas con trajes bordados a mano, vendiendo artesanías o preparando platos tradicionales en pequeños puestos callejeros. El sonido de los tambores y las danzas folclóricas acompañan muchas de las festividades locales, convirtiendo cada visita en una experiencia cultural inmersiva.


Uno de los principales atractivos del pueblo es su puente de piedra, que conecta ambas orillas del Tuojiang y ofrece una de las vistas más icónicas de Fenghuang. A los lados del río, casas de pilotes —conocidas como diaojiaolou— se alzan sobre el agua, iluminándose con faroles rojos al caer la noche. Este espectáculo nocturno, reflejado en el cauce tranquilo, ha sido descrito por viajeros como una postal viva de la China tradicional.


No obstante, el crecimiento del turismo ha planteado nuevos desafíos. En la última década, la afluencia masiva de visitantes ha puesto en riesgo parte del patrimonio arquitectónico y ha elevado el costo de vida para los residentes locales. Autoridades y comunidades trabajan en conjunto para equilibrar el desarrollo económico con la preservación cultural, con proyectos que buscan limitar la construcción moderna dentro del casco histórico y fomentar un turismo sostenible.


Hoy, Fenghuang se perfila como un ejemplo de cómo la tradición puede convivir con la modernidad. Con su encanto intacto y su firme apuesta por la conservación, este pequeño pueblo no solo se ha convertido en un destino obligado para quienes visitan China, sino también en un símbolo de resistencia cultural en medio de la globalización. Para quienes buscan una experiencia auténtica, caminar por sus callejones empedrados es, sin duda, un viaje directo al pasado.


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