
Por David Agüera
A León se llega con la prisa de quien viaja por negocios, pero se queda con uno el sosiego de su historia. No hay ciudad que reciba con tanta eficacia al turista de congresos y convenciones, y al mismo tiempo le ofrezca refugio en lo esencial: un trago de tequila en la sobremesa, un atardecer naranja sobre cantera rosa, una caminata sin mapa por su centro que huele a cuero y a pan recién hecho.

Porque León, Guanajuato, no solo es una de las ciudades mejor conectadas del país —con aeropuerto internacional y una red vial eficiente—, sino que se ha consolidado como un referente del turismo MICE (Meetings, Incentives, Conferences and Exhibitions) en México.
La razón no es solo su impresionante infraestructura hotelera, con más de 7,000 habitaciones distribuidas entre cadenas internacionales, hoteles boutique y espacios para todos los perfiles de viajero. Ni siquiera lo es únicamente su Poliforum León, moderno, versátil y funcional, capaz de albergar desde congresos médicos hasta ferias internacionales como SAPICA o ANPIC. La razón verdadera está en la manera en que la ciudad, sin pretensiones, le ofrece al visitante un equilibrio casi perfecto entre eficiencia y calidez.

Uno puede cerrar un trato por la mañana y perderse por la tarde en la Plaza Fundadores, donde los portales conservan la sombra antigua de los comerciantes de otro siglo. A pocos pasos, la Catedral Basílica, discreta pero majestuosa, invita al silencio, mientras las fuentes murmuran historias que el viento se lleva calle abajo, rumbo al Templo Expiatorio, una joya neogótica que parece llegada desde Europa pero que late con corazón guanajuatense.
Hay algo en León que resiste al ritmo frenético de los grandes eventos: su identidad intacta. El cuero, claro, sigue siendo emblema. No es difícil salir de una convención con un maletín nuevo o unos zapatos hechos a mano, comprados en alguno de los cientos de talleres que aún sobreviven al lado de los grandes outlets.
Pero también hay museos, teatros y vida cultural. El Fórum Cultural Guanajuato es ejemplo de ello, con su espléndido Museo de Arte e Historia, su teatro y su moderna biblioteca. Allí la ciudad demuestra que no solo trabaja: también piensa, siente, se expresa.

Y cuando el día termina, León se enciende. No de neón chillón, sino de luz cálida y conversaciones pausadas. En terrazas donde el mezcal corre lento, en cenas donde la cocina guanajuatense se mezcla con la autoría de chefs jóvenes que entienden que tradición no es repetición, sino interpretación.
El turismo MICE encuentra aquí más que salas de juntas y auditorios con buena acústica. Encuentra una ciudad que recibe con profesionalismo y despide con afecto, que combina lo técnico con lo humano, lo necesario con lo memorable.
Quizá por eso, cuando uno se va de León, lo hace con la sensación de que algo se queda pendiente. No un trato, no una firma… sino un paseo más, una charla más, una copa más. Algo tan simple y valioso como eso.
