
Por Tamra Cotero
En una ciudad conocida por su industria del calzado y su crecimiento desbordado, es difícil que una pizzería familiar se convierta en un símbolo. Y sin embargo, Pizzería Lupillos, ubicada en la histórica Casa de las Monss, lo ha conseguido. No por marketing, influencers o diseño interior. Lo hizo a fuerza de sabor, constancia y una salsa chimichurri que obligó a los grandes a tomar nota.

Lupillos abrió sus puertas en 1991, en el barrio tradicional de Obregón, cerca del centro histórico de León, Guanajuato. El inmueble que lo alberga —conocido por generaciones como la Casa de las Monss— es una construcción de valor patrimonial, con techos altos, vigas de madera y un patio central. La familia Monss, de origen europeo, habitó el lugar durante décadas, y su huella persiste en algunos detalles de la arquitectura original. Cuando fue reacondicionado para funcionar como restaurante, no se alteró la estructura. Ese respeto a la historia urbana también forma parte del atractivo del sitio.
Pero más allá del espacio, lo que consolidó a Lupillos como referente local fue su cocina, en particular, su chimichurri. A principios de los años 2000, cuando la pizza seguía anclada al molde industrial de las cadenas multinacionales, Lupillos incorporó una salsa casera que mezclaba ajo, perejil, aceite de oliva, vinagre, chile y especias locales. Lo que nació como acompañamiento terminó por convertirse en el sello de la casa.

La demanda fue tal que los clientes empezaron a pedir botellas para llevar. En redes locales circulaban recomendaciones específicas: “pide extra chimichurri, vale la pena”. A los pocos años, competidores —incluidas franquicias internacionales— comenzaron a ofrecer salsas similares en León, una movida que no pasó desapercibida. Aunque la receta original nunca se compartió, su influencia en el panorama gastronómico de la ciudad fue evidente.
Hoy, Lupillos mantiene su perfil bajo. No hay franquicias, no hay espectáculo. El lugar sigue atendido por miembros de la familia fundadora. El menú ofrece pizzas horneadas al momento, pastas sencillas, pan de ajo casero y el famoso chimichurri, ahora también embotellado con etiqueta propia. El público es diverso: familias de toda la vida, jóvenes de la Universidad de León, visitantes que llegan recomendados por boca a boca.
Comer en Lupillos es más que pedir una pizza. Es entrar en un espacio donde la ciudad se toma un respiro. En medio de una León cada vez más vertical, más acelerada y más genérica, este sitio ofrece una experiencia sencilla, directa y auténtica. Sin exagerar: Lupillos no intenta impresionar, y por eso impresiona.
