Redacción (Madrid)
En lo alto de las colinas que dominan Melilla, entre calles empinadas y casas encaladas que miran al mar, se encuentra Cabrerizas, uno de los barrios más emblemáticos y con más historia de la ciudad autónoma. Aunque muchos lo consideran un “pueblo dentro de la ciudad”, Cabrerizas conserva un aire de autenticidad difícil de encontrar en otros rincones melillenses. Sus vecinos, muchos de ellos descendientes de las primeras familias que se asentaron en la zona en el siglo XX, conviven hoy con nuevas generaciones que buscan mantener vivas las tradiciones sin renunciar a la modernidad.


El corazón social del barrio se encuentra en su mercado local, un espacio donde el bullicio no cesa. Allí se mezclan los acentos castellanos, bereberes y árabes entre puestos de frutas, pescados y especias. “Aquí todos nos conocemos, da igual de dónde seas”, cuenta Mari Carmen, una vendedora de aceitunas que lleva más de treinta años atendiendo a vecinos y turistas. En este pequeño mercado, las diferencias se diluyen entre sonrisas y regateos, y se construye cada día la verdadera identidad de Melilla: diversa, abierta y cercana.

En los últimos años, Cabrerizas ha vivido una transformación silenciosa. Nuevas infraestructuras, mejoras en el transporte y la rehabilitación de viviendas antiguas han revitalizado la zona. Sin embargo, los vecinos se debaten entre el deseo de progreso y el miedo a perder la esencia que los define. “Queremos avanzar, pero sin que esto se convierta en un barrio cualquiera”, explica Ahmed, un joven emprendedor que ha abierto una cafetería donde se sirven tanto churros con chocolate como pastelitos marroquíes.

Cabrerizas no es solo un barrio, sino un símbolo de lo que Melilla representa: una frontera viva entre Europa y África, entre pasado y futuro. Desde su mirador, donde el atardecer tiñe el horizonte de tonos dorados, se entiende por qué sus habitantes lo llaman “el corazón de la ciudad”. Porque en Cabrerizas, cada calle cuenta una historia, y cada historia, un pedazo de Melilla.