24 horas en Punta Cana: Crónica marítima de un paraíso que nunca duerme

Redacción (Madrid)

PUNTA CANA, REPÚBLICA DOMINICANA. — El sol despierta antes que nadie en el extremo oriental de la isla. A las seis de la mañana, el mar Caribe ya es una plancha de plata líquida, apenas ondulada por la brisa que huele a sal y a promesa. Punta Cana, ese rincón de arena blanquísima donde el Atlántico y el Caribe se encuentran, inicia su jornada con un ritual marino que mezcla el bullicio humano con la cadencia de las olas.

Amanecer entre veleros y pescadores

En la playa de Cabeza de Toro, los primeros en romper el silencio son los pescadores artesanales. Con movimientos medidos, empujan sus lanchas hacia el horizonte mientras los catamaranes turísticos se preparan para zarpar. A esa hora, el mar es una carretera de espejos que lleva a todos por caminos distintos: unos buscan langostas y dorados; otros, selfies y esnórquel entre corales.

El olor a combustible marino se mezcla con el de las algas recién varadas. Los pelícanos sobrevuelan en formación, esperando las sobras del primer lance. A lo lejos, los motores se encienden, y el murmullo del pueblo costero queda atrás.

Mediodía sobre el agua turquesa

A las doce, el Caribe se vuelve un escenario de postales. En la Marina Cap Cana, yates y veleros se alinean como si esperaran una pasarela de lujo. Los turistas se dispersan entre excursiones de buceo y travesías hacia Isla Saona, ese santuario de aguas transparentes donde el tiempo parece detenido.

En los clubes de playa, el almuerzo se acompaña del rumor constante de las olas. Langosta a la parrilla, ron dominicano y música de merengue crean una sinfonía que se confunde con el vaivén del oleaje.

Tarde de espuma y despedidas

Cuando el sol empieza a inclinarse, los catamaranes regresan uno a uno, cargados de turistas con la piel salada y las sonrisas frescas. En la playa de Bávaro, los vendedores ofrecen artesanías talladas en conchas y coral. La luz dorada del atardecer pinta las velas de los barcos de tonos ámbar, mientras los surfistas aprovechan las últimas olas.

El viento trae consigo el sonido de una conga lejana. El día se despide con la promesa de otra jornada perfecta, y el mar, eterno protagonista, se tiñe de un azul oscuro que invita al silencio.

Noche de mar adentro

Ya entrada la noche, el bullicio terrestre se apaga, pero el mundo marino sigue despierto. En los muelles, las luces de las embarcaciones pesqueras titilan como faroles flotantes. Desde el malecón, se adivinan sombras de mantarrayas que se acercan a la costa, atraídas por la calma.

El cielo, despejado, refleja su manto estrellado en el agua. Punta Cana duerme, pero su mar, ese mar inmenso y luminoso, vela el descanso de todos.

Los mejores sitios para hacer snorkel en Cuba, el paraíso submarino del Caribe

Redacción (Madrid)


Cuba no solo es famosa por su música, su historia y sus playas de ensueño; también es uno de los destinos más fascinantes del Caribe para los amantes del snorkel. Sus aguas cristalinas, su rica biodiversidad marina y sus arrecifes de coral casi vírgenes convierten a la isla en un auténtico tesoro submarino. Desde cayos escondidos hasta bahías protegidas, cada rincón ofrece una experiencia única para quienes deseen sumergirse en un mundo de colores y vida marina.


Uno de los lugares más recomendados es Cayo Largo del Sur, situado en el archipiélago de Los Canarreos. Con su arena blanca y aguas turquesas, este cayo alberga extensas formaciones coralinas donde nadan peces loro, barracudas y tortugas marinas. La playa Sirena, en particular, es ideal para principiantes, gracias a su escasa profundidad y su excelente visibilidad. Los guías locales organizan excursiones que combinan la observación de corales con visitas a zonas donde los delfines suelen acercarse sin temor.


Otro destino imperdible es Bahía de Cochinos, célebre por su historia, pero también por su increíble vida submarina. En esta zona, los visitantes pueden practicar snorkel directamente desde la orilla, explorando paredes de coral que descienden abruptamente y albergan una asombrosa variedad de especies tropicales. El punto conocido como “El Tanque” destaca por sus aguas tranquilas y por ser hogar de peces multicolores, esponjas y corales cerebro.


Al norte, en la región de Jardines del Rey, Cayo Guillermo y Cayo Coco ofrecen una experiencia más sofisticada, con resorts que facilitan el acceso a zonas protegidas. El Parque Nacional El Bagá y la barrera coralina de Playa Pilar son lugares donde el mar revela su lado más exuberante: estrellas de mar, mantarrayas y hasta pequeños tiburones nodriza pueden avistarse en su hábitat natural. Es un entorno perfecto para quienes buscan combinar confort y aventura marina.


Finalmente, ningún recorrido estaría completo sin mencionar Jardines de la Reina, un área marina protegida considerada uno de los ecosistemas más intactos del Caribe. Accesible solo por embarcación y con cupos limitados, este santuario ofrece la posibilidad de nadar entre tiburones, meros gigantes y arrecifes que parecen sacados de un documental. Su conservación rigurosa garantiza una experiencia auténtica, donde el equilibrio entre el ser humano y la naturaleza todavía es posible.

Bolonia: la sabia, la golosa y la roja, cuidad del saber y la gastronomía Italiana

Redacción (Madrid)

En el corazón del norte de Italia, entre Florencia y Milán, se encuentra Bolonia, una ciudad que cautiva por su historia, su arquitectura y su vitalidad. Conocida como La Dotta, La Grassa y La Rossa —la sabia, la golosa y la roja—, Bolonia encierra en esos tres apelativos su esencia: una urbe universitaria, gastronómica y apasionada, donde el arte y la vida cotidiana se funden en perfecta armonía.

Bolonia presume de tener la universidad más antigua de Europa, fundada en 1088, lo que la convierte en un símbolo del conocimiento y la libertad académica. Su ambiente universitario, aún hoy, imprime a la ciudad una energía juvenil y cosmopolita.
Pasear por el cuadrilátero histórico universitario es descubrir siglos de historia intelectual. Edificios como el Archiginnasio, antigua sede de la Universidad y hoy biblioteca pública, conservan inscripciones, escudos y el célebre Teatro Anatómico, una joya del barroco donde antaño se enseñaba medicina.

La vida estudiantil y cultural sigue marcando el pulso de Bolonia: festivales, librerías, cafés y centros artísticos mantienen viva la tradición humanista que ha definido su identidad durante casi un milenio.

El segundo apodo de Bolonia, La Rossa, proviene tanto del color rojizo de sus tejados y fachadas como de su carácter progresista y moderno. La ciudad conserva uno de los centros históricos medievales más grandes y mejor preservados de Europa, un laberinto de calles cubiertas por soportales (portici), declarados Patrimonio Mundial por la UNESCO en 2021.
Estos pórticos, que se extienden por más de 40 kilómetros, ofrecen refugio al visitante tanto del sol como de la lluvia, convirtiéndose en un símbolo arquitectónico de la ciudad.

En el corazón de Bolonia se encuentra la Piazza Maggiore, rodeada por edificios monumentales como el Palazzo d’Accursio, la Basílica de San Petronio y la Fuente de Neptuno, obra maestra del Renacimiento italiano. Desde allí, se pueden contemplar las Torres de los Asinelli y Garisenda, inclinadas y majestuosas, testigos del poder y la rivalidad de las antiguas familias boloñesas.

Bolonia es también La Grassa —la golosa—, título ganado gracias a su incomparable tradición culinaria. Es el lugar de nacimiento de algunos de los platos más emblemáticos de Italia: la salsa boloñesa (ragù), la lasaña al forno, los tortellini y los tagliatelle al ragù.
Los mercados tradicionales, como el Mercato di Mezzo o el Quadrilatero, son una fiesta para los sentidos, donde los aromas de embutidos, quesos y vinos locales se mezclan con la hospitalidad de los comerciantes.

A pocos kilómetros de la ciudad, en toda la región de Emilia-Romaña, se elaboran productos de fama mundial como el Parmigiano Reggiano, el prosciutto di Parma y el aceto balsámico de Módena, que hacen de Bolonia un destino imprescindible para los amantes del turismo gastronómico.

Bolonia ofrece al viajero una experiencia completa. Es una ciudad viva y auténtica, menos saturada que otros destinos italianos, pero igual de fascinante. Museos como el Museo de Arte Moderno (MAMbo) o el Museo Ducati muestran su capacidad para combinar tradición e innovación.
Además, su ubicación estratégica la convierte en un punto de partida ideal para explorar otras ciudades del norte de Italia, como Ferrara, Parma o Ravenna.

Durante la noche, las calles del centro se llenan de vida: estudiantes, locales y turistas comparten terrazas y tabernas (osterie), disfrutando de vino, música y conversación. Esa mezcla de juventud, historia y sabor convierte a Bolonia en una ciudad que nunca deja de latir.

Visitar Bolonia es mucho más que conocer una ciudad italiana: es adentrarse en la esencia misma de la cultura europea. Su patrimonio histórico, su ambiente universitario y su excelencia gastronómica hacen de ella un destino turístico donde la belleza y el conocimiento conviven con la alegría de vivir.
Bolonia no busca deslumbrar, sino seducir poco a poco, con el encanto de sus pórticos infinitos, el sabor de su cocina y la calidez de su gente. En definitiva, Bolonia es un viaje al corazón de Italia, donde el arte, la historia y la vida cotidiana se encuentran en perfecta armonía.

Entre montañas y mar, la vida en Cangas de Onís, el corazón de Asturias

Redacción (Madrid)


Cangas de Onís, uno de los enclaves más emblemáticos del oriente asturiano, se levanta como un testimonio vivo de la historia, la naturaleza y las tradiciones del Principado. Situado a orillas del río Sella y rodeado por los Picos de Europa, este municipio combina el encanto de la vida rural con un dinamismo turístico que crece cada año. A tan solo media hora de la costa, sus calles empedradas y su famoso Puente Romano son parada obligada para miles de visitantes que buscan descubrir la esencia más pura del norte.


El Puente Romano, con su icónica cruz colgante, no solo es símbolo de Cangas de Onís, sino también del nacimiento del Reino de Asturias. Aquí, la historia se palpa en cada rincón: la cercana Basílica de Covadonga y su cueva sagrada evocan los orígenes de la monarquía asturiana y el espíritu de resistencia que marcó el inicio de la Reconquista. Los lugareños, orgullosos de su pasado, mantienen vivas las fiestas y tradiciones, desde las romerías hasta las ferias ganaderas que dan vida a la plaza del mercado.


Pero Cangas de Onís no vive solo de su legado histórico. En los últimos años, ha sabido reinventarse como un destino sostenible y gastronómico. Los restaurantes locales ofrecen desde el clásico cachopo hasta quesos artesanales elaborados con leche de vacas que pastan en los verdes prados del concejo. El turismo rural ha encontrado aquí su mejor escaparate: casas de piedra rehabilitadas, rutas de senderismo que se adentran en los valles y un ambiente que invita a la desconexión.


Los habitantes del pueblo, que apenas superan los seis mil, combinan hospitalidad y discreción. En los bares del centro, las conversaciones transitan entre el tiempo, la cosecha y el fútbol, mientras los visitantes disfrutan de una sidra escanciada con la maestría que solo los asturianos dominan. El ritmo de vida es pausado, pero no inmóvil; las nuevas generaciones, muchas formadas en Oviedo o Gijón, regresan para impulsar proyectos locales, desde pequeñas empresas turísticas hasta talleres artesanos.


Así, Cangas de Onís se mantiene como un puente —no solo físico, sino simbólico— entre el pasado y el futuro de Asturias. Es un lugar donde la historia respira al compás de la naturaleza, donde las montañas custodian secretos de siglos y donde la vida cotidiana se entrelaza con la belleza de un paisaje que parece detenido en el tiempo. Quien lo visita, rara vez se va sin prometer volver.

San Pedro de Macorís: La provincia donde el azúcar y el béisbol se encuentran con el mar

Redacción (Madrid)

San Pedro de Macorís, una de las provincias más emblemáticas de la República Dominicana, guarda en sus calles, cañaverales y muelles una historia de trabajo, migración y talento. Situada en la región Este del país, esta tierra se levanta entre la tradición azucarera y la modernidad industrial, siendo a la vez cuna de peloteros legendarios y poetas inmortales.

Un pasado moldeado por el azúcar

Fundada como provincia en 1882, San Pedro de Macorís fue durante décadas el epicentro de la economía azucarera dominicana. Los ingenios azucareros, que en su tiempo fueron más de una decena, atrajeron mano de obra de distintas islas del Caribe. De esa migración nació una cultura mestiza y rica, donde se mezclaron el español, el inglés criollo y las tradiciones afroantillanas.

El auge azucarero convirtió a la provincia en una de las más prósperas del país a comienzos del siglo XX. Las chimeneas de los ingenios eran símbolo de progreso, y la vida giraba en torno a las zafras, los bateyes y los puertos que exportaban el “oro blanco” dominicano al mundo.

Geografía y economía actual

Ubicada a solo 72 kilómetros de Santo Domingo, San Pedro de Macorís limita al norte con Hato Mayor, al este con La Romana, al oeste con Monte Plata y al sur con el Mar Caribe. Su territorio combina fértiles llanuras cañeras con zonas costeras de belleza natural, como las playas de Juan Dolio y Guayacanes, dos destinos turísticos en constante crecimiento.

Aunque la producción de azúcar ha disminuido, la provincia mantiene una base industrial sólida. Aquí operan zonas francas, fábricas de ron, cemento, textiles y alimentos, así como el puerto de San Pedro, uno de los más activos del país. El turismo, el comercio y la educación —con la presencia de la Universidad Central del Este (UCE)— han contribuido a diversificar su economía.

El espíritu deportivo y cultural

Si hay algo que define a los petromacorisanos, es su amor por el béisbol. San Pedro de Macorís es reconocida internacionalmente como “la fábrica de peloteros”, pues ha producido más jugadores de Grandes Ligas que cualquier otra provincia dominicana. Sammy Sosa, Alfonso Soriano, Robinson Canó y Tony Fernández son solo algunos de los nombres que nacieron entre sus calles y campos de tierra.

Pero la provincia también respira arte y literatura. El poeta nacional Pedro Mir, autor de Hay un país en el mundo, y el escritor René del Risco Bermúdez, autor de En el barrio no hay banderas, son hijos ilustres de esta tierra. Su obra refleja el espíritu de una provincia que ha sabido convertir el trabajo y la adversidad en belleza y resistencia.

Entre el pasado y el futuro

Hoy, San Pedro de Macorís vive un proceso de renovación. El turismo ecológico, la inversión industrial y el rescate de su patrimonio histórico buscan reposicionar a la provincia como un referente del desarrollo sostenible. Proyectos de rehabilitación urbana, como los del centro histórico y el malecón, apuntan a recuperar el esplendor que la hizo una de las ciudades más importantes del Caribe.

Una provincia con alma

San Pedro de Macorís no es solo un punto en el mapa dominicano. Es una historia viva, una mezcla de culturas y acentos, una provincia que late con ritmo propio. Su gente, trabajadora y alegre, sigue construyendo un futuro sin olvidar el pasado que la hizo grande.

El Hotel Balneario de La Hermida: un refugio de bienestar entre montañas cántabras

Redacción (Madrid)

En el corazón del desfiladero de La Hermida, un impresionante cañón tallado por el río Deva en Cantabria, se encuentra uno de los destinos termales más destacados del norte de España: el Hotel Balneario de La Hermida. Este enclave, rodeado de montañas, ríos y naturaleza salvaje, combina historia, salud y turismo en un entorno de belleza incomparable. Más que un simple alojamiento, el Balneario de La Hermida es una experiencia de descanso y conexión con la naturaleza, una invitación al bienestar físico y emocional.

Las aguas termales de La Hermida son conocidas desde tiempos antiguos por sus propiedades curativas. Ya en el siglo XIX, el lugar se convirtió en un punto de encuentro para viajeros y aristócratas que acudían a aprovechar las virtudes terapéuticas de sus manantiales sulfurosos. En 1881 se construyó el primer balneario, que pronto alcanzó fama nacional como uno de los centros termales más prestigiosos de España.

Tras décadas de esplendor y un periodo de abandono, el edificio fue cuidadosamente restaurado y reabierto en el siglo XXI como el Hotel Balneario de La Hermida, un espacio que conserva el encanto histórico de sus orígenes y lo combina con el confort de la modernidad. Hoy, el visitante puede disfrutar de un lugar donde la tradición termal renace con una nueva vocación turística.

El principal atractivo del balneario son sus aguas mineromedicinales, que emergen a una temperatura natural cercana a los 60 °C. Estas aguas, ricas en azufre, calcio y magnesio, son recomendadas para tratar afecciones respiratorias, dermatológicas y reumáticas, además de ofrecer un profundo efecto relajante.

El complejo dispone de modernas instalaciones de hidroterapia: piscinas termales, baños de burbujas, duchas vichy, saunas, chorros cervicales y zonas de contraste térmico. Todo ello en un ambiente tranquilo y silencioso, donde el visitante puede desconectar del ritmo acelerado de la vida urbana. El sonido del río Deva y el aroma a montaña completan una experiencia sensorial única.

Más allá del balneario, el entorno natural de La Hermida ofrece innumerables oportunidades para el turismo activo. Situado en la Comarca de Liébana, a las puertas del Parque Nacional de los Picos de Europa, el hotel se convierte en un punto ideal para practicar senderismo, rutas en bicicleta o deportes de aventura. Los pueblos cercanos —como Potes, Bejes o Tresviso— conservan la arquitectura tradicional cántabra y una gastronomía de montaña basada en productos locales, como el queso picón o el cocido lebaniego.

El balneario también se integra en la Ruta Lebaniega, un camino de peregrinación que enlaza con el Camino de Santiago, lo que atrae tanto a viajeros espirituales como a turistas interesados en el patrimonio cultural y religioso de la región.

El Hotel Balneario de La Hermida combina el confort moderno con la autenticidad rural. Sus habitaciones, decoradas con materiales naturales, ofrecen vistas al desfiladero y a los bosques que rodean el valle. El restaurante del hotel propone una cocina de inspiración cántabra, en la que se fusionan tradición y creatividad. Este equilibrio entre lujo y sencillez convierte al balneario en un destino ideal para quienes buscan descanso sin renunciar al contacto con la naturaleza.

El Hotel Balneario de La Hermida es mucho más que un alojamiento: es un refugio de salud, historia y belleza natural. Su ubicación privilegiada, en uno de los paisajes más espectaculares de Cantabria, junto con sus aguas termales de reconocidas propiedades, lo consolidan como un destino turístico de excelencia.
Visitar La Hermida es una experiencia integral: un viaje de bienestar que une cuerpo y mente, donde cada rincón invita al descanso y la contemplación. En un mundo cada vez más acelerado, este balneario representa una vuelta al equilibrio esencial entre el ser humano y la naturaleza.

Albi: el encanto de ladrillos del sur de Francia

Redacción (Madrid)

En el corazón del sur de Francia, a orillas del río Tarn, se encuentra Albi, una ciudad que parece salida de un cuadro medieval. Conocida como La Ville Rouge (“la ciudad roja”) por el tono rojizo de sus ladrillos cocidos, Albi combina historia, arte y encanto provincial. Este destino, declarado Patrimonio Mundial de la Humanidad por la UNESCO en 2010, es un lugar donde la arquitectura gótica, el legado religioso y la vida tranquila del sur francés se unen en una experiencia turística inolvidable.

El origen de Albi se remonta a la época romana, aunque su identidad se forjó en la Edad Media. Durante el siglo XIII, la ciudad se convirtió en uno de los centros del movimiento cátaro, una corriente religiosa considerada herética por la Iglesia. Las llamadas “guerras albigenses” —nombre derivado de Albi— marcaron profundamente la historia de la región.
Tras aquel conflicto, la Iglesia católica impuso su autoridad con la construcción de la Catedral de Santa Cecilia, una de las más impresionantes de Europa. Su aspecto fortificado, con muros de ladrillo y una torre que domina el paisaje, es testimonio de la unión entre la fe y el poder. En su interior, los frescos del Juicio Final y la bóveda azul celeste cautivan a quienes la visitan, convirtiendo la catedral en el corazón espiritual y artístico de la ciudad.

Albi también es sinónimo de arte. Es la ciudad natal del pintor Henri de Toulouse-Lautrec, célebre por sus retratos del París bohemio de finales del siglo XIX. El Museo Toulouse-Lautrec, ubicado en el majestuoso Palacio de la Berbie, conserva la colección más importante del artista en el mundo.
El edificio, antiguamente residencia de los obispos, domina el río Tarn con sus jardines renacentistas y sus terrazas panorámicas. Desde allí, los visitantes pueden contemplar una vista incomparable del Puente Viejo (Pont Vieux), que data del siglo XI y que aún hoy sigue en uso, conectando ambas orillas de la ciudad.

Más allá de sus monumentos, Albi ofrece al viajero una experiencia auténticamente occitana. Sus calles empedradas, sus fachadas de ladrillo y sus mercados al aire libre reflejan el ritmo pausado de la vida en el sur de Francia. Las plazas sombreadas, los cafés con terrazas y los pequeños comercios artesanales invitan a recorrer la ciudad sin prisa, disfrutando de su atmósfera cálida y acogedora.

Los visitantes pueden explorar el casco histórico, declarado zona protegida, o aventurarse en paseos por el río Tarn en barco, desde donde se admira la silueta roja de la ciudad reflejada en el agua. Además, la región que rodea Albi —el Tarn— es famosa por sus viñedos, sus pueblos medievales como Cordes-sur-Ciel, y sus rutas gastronómicas que celebran el vino, el queso y la cocina del suroeste francés.

A diferencia de los grandes centros turísticos, Albi conserva una atmósfera íntima. Es una ciudad que invita a la contemplación: de su arte, de su historia y de su luz. Los viajeros encuentran en ella un equilibrio perfecto entre lo monumental y lo humano, entre la memoria del pasado y el placer de vivir el presente. Su patrimonio arquitectónico no solo cuenta la historia de la región, sino también la de una Europa que aprendió a transformar los conflictos religiosos y políticos en cultura y belleza.

Visitar Albi es descubrir un rincón del sur de Francia donde el tiempo parece haberse detenido. Sus calles de ladrillo, su catedral fortificada y su legado artístico hacen de esta ciudad un destino imprescindible para quienes buscan conocer la esencia del patrimonio francés más allá de los circuitos turísticos habituales.
Albi es, en definitiva, una joya discreta pero luminosa: un lugar donde la historia se funde con el arte y donde cada rincón invita al viajero a detenerse, mirar y dejarse cautivar por el encanto rojo del Tarn.

Puerto Plata: La joya del Atlántico que renace entre historia, mar y montaña

Redacción (Madrid)

PUERTO PLATA, República Dominicana. — Entre el azul intenso del Atlántico y la imponente silueta del monte Isabel de Torres, Puerto Plata vive un renacimiento que la consolida como una de las provincias más encantadoras y diversas del Caribe. Su mezcla de historia, cultura, naturaleza y hospitalidad local la ha convertido nuevamente en un destino que cautiva tanto a turistas internacionales como a dominicanos que buscan reconectar con sus raíces.

Durante décadas, la llamada “Novia del Atlántico” fue la puerta de entrada del turismo dominicano. Sus playas doradas, su arquitectura victoriana y su famoso teleférico marcaron una época dorada en los años 80 y 90. Pero, tras un periodo de estancamiento, Puerto Plata ha sabido reinventarse. Hoy, una nueva ola de desarrollo turístico y cultural la posiciona como un destino integral, donde el pasado y la modernidad dialogan en armonía.

Un paseo por la historia

Caminar por el centro histórico de San Felipe de Puerto Plata es recorrer un museo al aire libre. Las coloridas casas de estilo victoriano, muchas restauradas con esmero, evocan la elegancia de una época en la que el comercio del ámbar y el cacao impulsó la economía local. El majestuoso Fuerte San Felipe, construido en el siglo XVI, sigue custodiando la bahía como un testigo silencioso de batallas y leyendas.

En las calles adoquinadas, cafeterías y galerías de arte conviven con pequeños talleres donde artesanos moldean el ámbar —una de las riquezas naturales más emblemáticas de la provincia— en piezas únicas que capturan la luz del Caribe.

Naturaleza en estado puro

A pocos minutos del casco urbano, la naturaleza despliega su esplendor. Desde las 27 Charcas de Damajagua, un circuito de cascadas y pozas cristalinas que ofrece aventura y adrenalina, hasta las playas de Sosúa y Cabarete, donde el viento y las olas son el escenario perfecto para el surf y el kitesurf, Puerto Plata es un paraíso para los amantes del ecoturismo y los deportes acuáticos.

El teleférico de Puerto Plata, único en el Caribe, lleva a los visitantes hasta la cima del monte Isabel de Torres. Desde allí, la vista panorámica de la ciudad y el mar es simplemente espectacular. En la cima, una réplica del Cristo Redentor da la bienvenida a quienes buscan contemplar la ciudad desde las alturas.

Un nuevo impulso turístico

La llegada de nuevas terminales de cruceros, como Taino Bay y Amber Cove, ha transformado el panorama económico y social de la provincia. Miles de visitantes desembarcan cada semana, dinamizando el comercio local y promoviendo emprendimientos comunitarios.

Gastronomía y cultura que conquistan

La gastronomía puertoplateña es una fusión de mar y montaña: pescados frescos, mofongo, locrio y dulces caseros que evocan la tradición dominicana. En los últimos años, restaurantes locales han apostado por propuestas creativas que combinan sabores caribeños con técnicas contemporáneas, elevando la experiencia culinaria del visitante.

La música, como no podía ser de otra manera, es el alma del lugar. Merengue, bachata y son resuenan en cada esquina, especialmente durante el Carnaval de Puerto Plata, una celebración vibrante de identidad y alegría que atrae a miles de visitantes cada año.

Un futuro prometedor

Con inversiones en infraestructura, turismo sostenible y preservación del patrimonio histórico, Puerto Plata mira al futuro sin renunciar a su esencia. La conjunción entre modernidad y autenticidad parece ser la clave de su éxito.

Quien visita Puerto Plata no solo se lleva fotos de paisajes espectaculares, sino también el recuerdo de una provincia que late con fuerza, orgullosa de su historia y confiada en su porvenir.

Bahía de las Águilas: el tesoro virgen del sur dominicano

Redacción (Madrid)

Pedernales, República Dominicana. — En el extremo suroeste del país, donde el mar Caribe se tiñe de un azul imposible y la arena parece polvo de coral, se encuentra Bahía de las Águilas, una de las playas más vírgenes y deslumbrantes del Caribe. Este santuario natural, ubicado dentro del Parque Nacional Jaragua, es más que un destino turístico: es un recordatorio de la belleza indómita que aún sobrevive en el planeta.

A diferencia de otras playas dominicanas marcadas por el bullicio hotelero, Bahía de las Águilas conserva una tranquilidad casi mística. No hay música alta, ni vendedores ambulantes, ni construcciones permanentes. Solo el murmullo del viento, el canto lejano de las aves y el oleaje que acaricia la costa con una calma que parece detenida en el tiempo.

Un ecosistema de valor incalculable

La bahía forma parte del sistema de áreas protegidas más extenso del país. En sus alrededores habitan especies endémicas como la iguana rinoceronte, el flamenco rosado y la jutía, un roedor en peligro de extinción. El Ministerio de Medio Ambiente ha reforzado las medidas de protección para evitar que la presión del desarrollo turístico ponga en riesgo su frágil equilibrio ecológico.

Sin embargo, los planes de convertir a Pedernales en un nuevo polo turístico han despertado un intenso debate. Mientras algunos celebran la llegada de inversiones que prometen empleos y desarrollo, ambientalistas temen que el turismo masivo rompa la magia de este rincón intacto.

Cómo llegar a un paraíso escondido

Acceder a Bahía de las Águilas es parte de la aventura. Desde el poblado de La Cueva, los visitantes pueden tomar una lancha que bordea los acantilados de piedra caliza, o aventurarse por tierra en vehículos todo terreno. Cada curva del trayecto ofrece una vista panorámica que justifica el esfuerzo.
Al llegar, el visitante comprende por qué tantos la llaman “la joya escondida del Caribe”. El horizonte parece infinito y la sensación de aislamiento, un lujo en tiempos de prisas.

El futuro del paraíso

Bahía de las Águilas enfrenta el desafío de preservar su esencia frente a la inevitable expansión del turismo. Pero si algo define a este lugar es su capacidad de resistir. Entre el rumor del mar y el vuelo rasante de una garza blanca, queda claro que aún existen espacios donde la naturaleza marca el ritmo, y el ser humano solo puede observar, admirar y respetar.

Salamanca: patrimonio, saber y encanto en el corazón de Castilla

Redacción (Madrid)

En el corazón de Castilla y León, se alza una de las ciudades más bellas y emblemáticas de España: Salamanca. Conocida como la ciudad dorada por el tono cálido de su piedra arenisca, Salamanca combina historia, arte y vida universitaria en un solo espacio. Su riqueza monumental y su ambiente cosmopolita la han convertido en uno de los destinos turísticos más valorados del país, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1988.

Pocas ciudades en Europa logran conservar tan fielmente el espíritu de su pasado como Salamanca. Fundada por los vetones y más tarde romanizada, su historia se remonta a más de dos mil años. No obstante, su mayor esplendor llegó durante los siglos XV y XVI, cuando la Universidad de Salamanca, una de las más antiguas del mundo, se consolidó como un faro del conocimiento y la cultura humanista. Por sus aulas pasaron figuras tan ilustres como Fray Luis de León, Francisco de Vitoria o Miguel de Unamuno.

Pasear por las calles del casco histórico es como viajar en el tiempo. Cada edificio —desde las catedrales Vieja y Nueva hasta la majestuosa Plaza Mayor, considerada una de las más bellas de España— cuenta una historia de arte y poder. La arquitectura plateresca, con su refinado trabajo en piedra, otorga a Salamanca un estilo único que ha fascinado a viajeros durante siglos.

Salamanca es, ante todo, una ciudad de cultura. Su universidad no solo atrae a miles de estudiantes de todo el mundo, sino que también genera una atmósfera vibrante, juvenil y cosmopolita. Los visitantes pueden recorrer sus antiguos claustros, buscar la famosa rana tallada en la fachada universitaria —símbolo de suerte para los estudiantes— y admirar la Casa de las Conchas, un ejemplo emblemático del gótico civil español.

Los museos, teatros y festivales enriquecen la oferta cultural de la ciudad. El Museo de Art Nouveau y Art Déco, ubicado en la Casa Lis, es una joya para los amantes del arte. Además, Salamanca forma parte de la Ruta del Español, atrayendo a estudiantes extranjeros interesados en aprender la lengua y la cultura hispana en un entorno histórico incomparable.

El encanto de Salamanca no reside solo en sus monumentos, sino también en su vida cotidiana. En las terrazas de la Plaza Mayor, los visitantes disfrutan del ambiente alegre de los salmantinos, degustando productos típicos como el jamón ibérico de Guijuelo, el hornazo o los vinos de la región. La hospitalidad local y la combinación entre tradición y modernidad hacen que cada visita se convierta en una experiencia inolvidable.

Durante la noche, la ciudad adquiere un aire mágico. Los monumentos iluminados destacan el tono dorado de la piedra de Villamayor, creando una atmósfera que combina serenidad y esplendor. Este “baño de oro” convierte a Salamanca en un auténtico museo al aire libre, donde cada rincón invita a la contemplación.

Salamanca no es solo un destino turístico, sino una experiencia de encuentro entre el pasado y el presente. Su patrimonio arquitectónico, su tradición universitaria y su vitalidad cultural la convierten en un símbolo del saber y la belleza. Quien visita Salamanca no solo recorre una ciudad monumental, sino que participa de una historia viva que sigue inspirando a viajeros, artistas y estudiantes de todo el mundo.
En definitiva, Salamanca es una joya del turismo cultural español: un lugar donde el conocimiento, la piedra y la luz se unen para crear una de las ciudades más cautivadoras de Europa.