Redacción (Madrid)
En el extremo oriental de Turquía, se alza majestuoso el Monte Ararat, una montaña imponente cuya silueta nevada domina el horizonte y ha cautivado durante milenios la imaginación de creyentes, aventureros y exploradores. Es en sus laderas donde muchas tradiciones sitúan el lugar donde el Arca de Noé se posó tras el Gran Diluvio, un episodio que ha inspirado relatos religiosos, mitológicos y arqueológicos por su dimensión simbólica y espiritual.

Visitar el Monte Ararat es emprender un viaje hacia lo mítico y lo natural al mismo tiempo. Desde los pueblos cercanos, caracterizados por su hospitalidad y su vida ligada a las montañas, se puede contemplar esta mole volcánica desde distintos miradores. Su altitud, de más de 5.100 metros, convierte a Ararat en un destino para montañeros con experiencia, pero también en un símbolo que se asoma en el paisaje incluso para quienes no suben a su cumbre. Las rutas de ascenso, aunque exigentes, ofrecen una conexión profunda con la historia antigua, la fe y la propia geografía de la región.
Más allá del ascenso, es la dimensión mítica la que da sentido especial al lugar. El relato bíblico señala que el arca descansó “sobre los montes de Ararat” (Génesis 8:4), lo que ha llevado a muchos a identificar esta montaña como aquel punto final del viaje de Noé. Aunque los textos antiguos hablan de una región (“montañas de Ararat”) más que de un pico concreto, la tradición ha situado el mito en esta cumbre.

El sentido de lo sagrado se mezcla con lo científico en las expediciones que, desde hace décadas, han buscado vestigios del arca. A unos kilómetros al sur de la montaña, se encuentra la llamada formación de Durupınar, una estructura natural con forma de barco cuya longitud y perfil han sido comparados con la descripción bíblica. Algunos geólogos han tomado muestras del terreno y hallado materiales orgánicos con antigüedad coincidente con la fecha tradicional del diluvio. Este tipo de hallazgos alimentan la fascinación de creyentes, arqueólogos y turistas curiosos por la confluencia entre mito y ciencia.
Más allá de lo arqueológico, el Monte Ararat se ha convertido en un destino de peregrinación, aventura y contemplación. Hay agencias de turismo que organizan expediciones para subir a su cumbre, atravesando rutas escarpadas y glaciares, y con campamentos base que permiten a los montañeros mimetizarse con el paisaje ancestral. Para muchos, ascender es más que un reto físico: es una experiencia espiritual, un diálogo con la leyenda y con la propia naturaleza.

Sin embargo, los estudiosos advierten con prudencia: aunque la tradición sitúa el arca allí, no existe una evidencia concluyente y algunos científicos sostienen que la formación dramática del monte se debe a procesos volcánicos posteriores al diluvio legendario. Esta incertidumbre no disminuye, sin embargo, el poder simbólico del lugar, que sigue atrayendo tanto a quienes buscan la verdad como a quienes veneran el mito.
Finalmente, el Ararat no es solo un destino montañoso, sino un espejo del alma humana: un lugar donde se cruzan la fe, la historia y el deseo de descubrir lo desconocido. Para el turista, es un escenario que invita a la reflexión, a soñar con historias ancestrales y a sentir la grandeza de lo mitológico bajo un cielo vasto y claro.











