Redacción (Madrid)
Cangas de Onís, uno de los enclaves más emblemáticos del oriente asturiano, se levanta como un testimonio vivo de la historia, la naturaleza y las tradiciones del Principado. Situado a orillas del río Sella y rodeado por los Picos de Europa, este municipio combina el encanto de la vida rural con un dinamismo turístico que crece cada año. A tan solo media hora de la costa, sus calles empedradas y su famoso Puente Romano son parada obligada para miles de visitantes que buscan descubrir la esencia más pura del norte.

El Puente Romano, con su icónica cruz colgante, no solo es símbolo de Cangas de Onís, sino también del nacimiento del Reino de Asturias. Aquí, la historia se palpa en cada rincón: la cercana Basílica de Covadonga y su cueva sagrada evocan los orígenes de la monarquía asturiana y el espíritu de resistencia que marcó el inicio de la Reconquista. Los lugareños, orgullosos de su pasado, mantienen vivas las fiestas y tradiciones, desde las romerías hasta las ferias ganaderas que dan vida a la plaza del mercado.

Pero Cangas de Onís no vive solo de su legado histórico. En los últimos años, ha sabido reinventarse como un destino sostenible y gastronómico. Los restaurantes locales ofrecen desde el clásico cachopo hasta quesos artesanales elaborados con leche de vacas que pastan en los verdes prados del concejo. El turismo rural ha encontrado aquí su mejor escaparate: casas de piedra rehabilitadas, rutas de senderismo que se adentran en los valles y un ambiente que invita a la desconexión.

Los habitantes del pueblo, que apenas superan los seis mil, combinan hospitalidad y discreción. En los bares del centro, las conversaciones transitan entre el tiempo, la cosecha y el fútbol, mientras los visitantes disfrutan de una sidra escanciada con la maestría que solo los asturianos dominan. El ritmo de vida es pausado, pero no inmóvil; las nuevas generaciones, muchas formadas en Oviedo o Gijón, regresan para impulsar proyectos locales, desde pequeñas empresas turísticas hasta talleres artesanos.

Así, Cangas de Onís se mantiene como un puente —no solo físico, sino simbólico— entre el pasado y el futuro de Asturias. Es un lugar donde la historia respira al compás de la naturaleza, donde las montañas custodian secretos de siglos y donde la vida cotidiana se entrelaza con la belleza de un paisaje que parece detenido en el tiempo. Quien lo visita, rara vez se va sin prometer volver.













