Asturias, viaje a los paisajes más bellos del paraíso natural

Redacción (Madrid)

Asturias, situada en el norte de España, es una de las regiones más bellas y sorprendentes del país. Conocida como el «Paraíso Natural», su geografía única concentra una increíble variedad de paisajes en un espacio reducido: desde imponentes cordilleras hasta playas escondidas, valles verdes, acantilados salvajes y ríos que serpentean entre bosques frondosos. Su belleza no es solo visual, sino también emocional: cada rincón invita al asombro, la reflexión y la conexión con la naturaleza.

Uno de los paisajes más espectaculares de Asturias es el Parque Nacional de los Picos de Europa. Esta cadena montañosa, compartida con León y Cantabria, ofrece vistas impresionantes, como los Lagos de Covadonga, un conjunto de lagos glaciares rodeados de cumbres verdes y nieblas que parecen de cuento. Subir en coche por la carretera que serpentea desde Cangas de Onís es una experiencia inolvidable.

El desfiladero del Cares, conocido como «La Garganta Divina», ofrece una de las rutas de senderismo más populares y sobrecogedoras de Europa. Caminando entre paredes verticales de roca, uno se siente pequeño ante la grandeza de la naturaleza. Las altas cumbres de los Picos, como el Naranjo de Bulnes (Picu Urriellu), son también un símbolo de aventura y belleza alpina.

El litoral asturiano, de más de 300 km, es un mosaico de acantilados, playas vírgenes y pueblos marineros con encanto. Playas como Gulpiyuri, una playa interior declarada Monumento Natural, sorprende por su tamaño y su extraña ubicación tierra adentro. La Playa del Silencio, en Cudillero, con su forma de concha y sus acantilados esculpidos por el viento, es ideal para quienes buscan tranquilidad y belleza sin artificios.

Otros puntos costeros destacados son los Bufones de Pría, donde el mar entra con fuerza por grietas en la roca y sale disparado en forma de géiseres marinos. Allí, el sonido gutural del mar rugiendo bajo tierra añade una dimensión sonora al espectáculo visual.

En el interior, Asturias se vuelve aún más verde. El Parque Natural de Somiedo, con sus brañas y lagos, es un espacio protegido donde habita el oso pardo y donde los hórreos conviven con prados infinitos. En otoño, los bosques de castaños y hayas se tiñen de tonos cálidos que recuerdan a un cuadro impresionista.

Los Oscos, en el occidente asturiano, ofrecen una experiencia rural auténtica: caseríos de piedra, molinos tradicionales, y rutas entre ríos y cascadas. Es una región ideal para desconectar del ritmo urbano y sumergirse en una naturaleza acogedora y sin prisas.

Asturias no solo se visita: se siente. Cada paisaje habla con voz propia. Las montañas impresionan, el mar calma, los valles abrazan. Es un lugar donde la naturaleza ha conservado su protagonismo frente al turismo masivo. Y eso se nota en cada sendero, en cada mirador y en la amabilidad de sus gentes.

Pasar por Asturias es descubrir que en tan solo unas horas puedes ir del silencio de una playa escondida al rugido de un río de montaña; del bullicio de una villa marinera al susurro de un hayedo profundo. Es un destino para todos los sentidos, pero sobre todo, para el alma.

Santander: elegancia atlántica entre mar, historia y cultura

Redacción (Madrid)

Santander, capital de Cantabria, es una ciudad que conjuga con armonía la sofisticación urbana, el esplendor natural y la autenticidad norteña. Asomada al mar Cantábrico, esta ciudad costera ha sabido mantener un equilibrio entre su herencia aristocrática y su esencia marinera, ofreciendo al visitante una experiencia turística refinada, relajada y profundamente inspiradora.

Lo primero que seduce de Santander es su entorno natural. La ciudad está abrazada por una de las bahías más bellas del mundo, cuyas aguas tranquilas y reflejos plateados la convierten en un lugar perfecto para pasear y contemplar. Desde el Paseo de Pereda, bordeado por jardines y edificios históricos, hasta el Palacio de la Magdalena, que se alza como un vigía sobre la península homónima, el viajero descubre una ciudad hecha a medida del paseo lento y la mirada curiosa.

Las playas de Santander —como El Sardinero, Los Peligros o La Magdalena— ofrecen no solo belleza, sino también una atmósfera sosegada. Su arena fina, su oleaje moderado y su brisa atlántica invitan a la pausa y al disfrute de un lujo sencillo: el contacto directo con la naturaleza.

Santander fue durante décadas destino veraniego de la nobleza española. Esa huella aún se percibe en su arquitectura elegante, en sus cafeterías con sabor de antaño y en la educación serena de sus habitantes. Sin embargo, bajo esa superficie aristocrática, late un alma popular, forjada en la pesca, el comercio marítimo y la resistencia frente al clima y al tiempo.

El mercado de la Esperanza, los barrios como Puertochico o las tabernas tradicionales invitan a probar la vida local: anchoas, rabas, quesadas, mariscos frescos. Santander es una ciudad para degustar con calma, desde la cocina hasta sus paisajes.

En los últimos años, Santander ha apostado por posicionarse como referente cultural del norte de España. El símbolo más visible de esta transformación es el Centro Botín, un espacio de arte contemporáneo proyectado por el arquitecto Renzo Piano, que parece flotar sobre la bahía. Su programación combina exposiciones internacionales con actividades educativas, fusionando arte, paisaje y comunidad.

El Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria (MUPAC), los festivales de música, el teatro del CASYC o las bibliotecas públicas completan una oferta cultural que sorprende por su dinamismo y calidad. La ciudad ha entendido que el turismo no solo debe mirar hacia el pasado, sino también crear espacios para la creatividad y el futuro.

Santander no es un lugar de turismo masivo ni de postales estridentes. Es una ciudad que seduce desde la discreción, la luz limpia del norte y la sobria belleza de lo bien cuidado. Aquí el visitante no es tratado como un consumidor, sino como un invitado. Quien camina por sus paseos, se baña en sus playas o disfruta de una puesta de sol en el faro de Cabo Mayor, descubre que Santander no necesita gritar para dejar huella.

Santander es refugio y horizonte, pasado y presente, mar y montaña. Y por eso, quien la conoce no solo se lleva recuerdos, sino también el deseo de volver.

  • Visita el Palacio de la Magdalena y recorre su península, ideal para un día de naturaleza e historia.
  • Disfruta de una tarde en el Centro Botín y cruza el Jardín de Pereda hasta el puerto deportivo.
  • Degusta las rabas en alguna terraza frente al mar y prueba los dulces típicos en una pastelería local.
  • Sube al faro de Cabo Mayor para una de las mejores vistas panorámicas del Cantábrico.

El Arte Rupestre que desafía el tiempo: Descubre el misterio de las cuevas de Altamira

Redacción (Madrid)

En el norte de España, entre las verdes colinas de Cantabria y el rumor constante del mar Cantábrico, se esconde una cápsula del tiempo que ha maravillado al mundo desde su descubrimiento: las Cuevas de Altamira. Este santuario de arte paleolítico, con más de 36.000 años de antigüedad, no es solo un tesoro arqueológico; es una puerta abierta al alma de nuestros ancestros, una galería de arte primitiva que desafía el paso del tiempo y nos conecta con lo más profundo de la humanidad.

Altamira no es una simple cueva. Es considerada por muchos expertos como la «Capilla Sixtina del arte rupestre». Al adentrarse en su interior —o en su fiel réplica, la Neocueva, abierta al público por razones de conservación— el visitante se enfrenta a una experiencia que no es meramente visual: es emocional, espiritual, casi mística.

Las pinturas de bisontes, ciervos, manos y signos abstractos se despliegan sobre las superficies rocosas con un uso sorprendente de la perspectiva, el color y el relieve natural. Los autores anónimos de estas obras no eran simples sobrevivientes; eran artistas, narradores, quizás incluso chamanes, que dejaron constancia de su visión del mundo usando tierra, óxidos, carbón y grasa animal. Altamira es arte antes del arte, lenguaje antes de la palabra escrita.

Visitar las Cuevas de Altamira supone mucho más que ver pinturas antiguas: es adentrarse en una forma de pensar y sentir perdida en el tiempo. La experiencia museística actual, centrada en el Museo de Altamira y la Neocueva, ofrece un recorrido inmersivo que combina rigurosidad científica, sensibilidad estética y pedagogía. El visitante puede descubrir no solo las imágenes originales, sino también los métodos utilizados, las hipótesis sobre sus significados y el entorno en que vivieron sus creadores.

Para quienes buscan un turismo cultural auténtico, Altamira se convierte en un destino único: historia, naturaleza, arte y misterio conviven en un mismo lugar. Y lo hace sin artificios, con la fuerza silenciosa de lo que permanece.

¿Por qué pintaron esos bisontes con tanto detalle? ¿Eran rituales, registros de caza, símbolos religiosos? Las teorías son muchas, pero todas coinciden en una cosa: el arte de Altamira no era decorativo, era significativo. En cada trazo hay intención, en cada figura hay algo de lo sagrado. Esa es quizá la mayor lección que ofrece al viajero moderno: recordarnos que el arte nace de la necesidad de expresar lo invisible.

En una época en la que todo es inmediato, digital y efímero, las Cuevas de Altamira nos invitan a detenernos, observar, y maravillarnos ante la eternidad de una pintura hecha con las manos hace decenas de milenios. Es un recordatorio de que el arte y la emoción humana nos han acompañado desde siempre, y que en lo más remoto también hay belleza.

Visitar Altamira no es solo una excursión arqueológica. Es una experiencia existencial. Es encontrarse con lo que fuimos, para entender mejor lo que somos. Por eso, si buscas un destino que no solo te deje fotos, sino huella en la memoria, Altamira debe estar en tu mapa.

  • Ubicación: Santillana del Mar, Cantabria.
  • Visita: La cueva original tiene acceso muy limitado, pero la Neocueva es una recreación exacta, científicamente validada.
  • Complementos: Recorre el casco histórico de Santillana, visita el zoo o la costa cercana para una experiencia completa entre cultura y naturaleza.

Descubrimos los secretos de la conocida Ruta del Cares

Redacción (Madrid)
La Ruta del Cares, enclavada en el corazón de los Picos de Europa, es una de las sendas de montaña más impactantes de la geografía española. Este camino, que une los pueblos de Caín (León) y Poncebos (Asturias), serpentea a lo largo de un desfiladero escarpado que parece esculpido por la misma naturaleza con manos de titán. Sus 12 kilómetros de recorrido ofrecen al caminante un espectáculo de roca, agua y vértigo, donde cada paso es una invitación al asombro.

Lo que muchos no saben es que esta ruta nació con un propósito muy distinto al senderismo. A comienzos del siglo XX, se construyó un canal hidráulico para transportar agua hasta una central eléctrica, y la senda actual sigue ese trazado original, abierto a golpe de pico y dinamita en condiciones extremas. Hoy, esos túneles excavados en la roca, las estrechas pasarelas y los puentes de piedra forman parte de un paisaje que combina belleza natural y hazaña humana.

Durante el recorrido, el caminante se ve rodeado por paredes verticales que superan los mil metros de altura, mientras abajo, el río Cares fluye con fuerza entre piedras y remolinos. El silencio solo es interrumpido por el viento o el repiqueteo de alguna cabra montesa sobre las rocas. No hay tramos técnicos, pero sí pasajes estrechos y precipicios que exigen respeto y atención. En cualquier estación del año, la ruta ofrece una cara diferente, desde la exuberancia primaveral hasta la soledad invernal.

Recorrer la Ruta del Cares no es solo un ejercicio físico, es un encuentro con la grandeza de lo natural y la memoria del esfuerzo humano. En ella se funden historia, paisaje y emoción, y al final del camino, uno no vuelve igual: algo queda grabado, como si las paredes del desfiladero también marcaran, con su silenciosa firmeza, la memoria del viajero.

La capital espiritual de España, Toledo, la ciudad de las tres culturas

Redacción (Madrid)

Toledo, conocida como la “ciudad de las tres culturas”, no solo encarna un crisol de civilizaciones, sino que se erige como la capital espiritual de España, un lugar donde el alma del país parece haber encontrado refugio en sus piedras milenarias, su luz dorada y sus silencios históricos. Este ensayo propone una mirada turística desde esa dimensión simbólica y trascendental que ofrece Toledo al visitante.

La espiritualidad de Toledo no se entiende sin su historia. Capital visigoda desde el siglo VI, fue sede del poder eclesiástico y cuna del cristianismo hispánico. Con la llegada de los musulmanes y más tarde de los judíos, se desarrolló un modelo de convivencia cultural y religiosa único en Europa, dejando un legado palpable en cada rincón de la ciudad. Iglesias, sinagogas y mezquitas comparten espacio en la ciudad amurallada, recordándonos que la espiritualidad puede ser también diálogo.

El viajero que recorre sus calles empedradas y laberínticas no solo pisa historia, sino que siente la resonancia de una ciudad que ha sido centro de reflexión teológica, mística y humanista. Toledo guarda en sus muros la memoria de grandes figuras como San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Jesús o el Greco, cuya obra pictórica captura la elevación espiritual que la ciudad inspira.

El emblema espiritual de Toledo es sin duda su Catedral Primada, uno de los templos más importantes del cristianismo español. Su arquitectura gótica, su retablo mayor y la luz filtrada por sus vitrales invitan al recogimiento. Pero la experiencia espiritual va más allá de lo religioso. Un paseo al atardecer por el Mirador del Valle, con el casco antiguo recortado contra el cielo y el Tajo a sus pies, ofrece una visión casi mística del lugar.

Otros espacios como la Sinagoga del Tránsito, con su belleza serena y sus inscripciones hebreas, o la Mezquita del Cristo de la Luz, testimonio vivo del pasado islámico, expanden la noción de espiritualidad más allá de la doctrina, hacia el respeto y la contemplación intercultural.

Toledo no es una ciudad ruidosa. Su aire quieto, sus calles en sombra, su disposición en colina rodeada de agua, configuran un ambiente propicio para la introspección. Aquí, cada rincón parece invitar a detenerse y mirar hacia adentro. No es casualidad que tantos viajeros, artistas y escritores hayan encontrado aquí inspiración y consuelo.

Es también una ciudad de rituales y celebraciones profundamente enraizadas: la Semana Santa, con sus procesiones nocturnas, o el Corpus Christi, con sus altares y calles decoradas, nos muestran cómo la devoción y la tradición aún estructuran la vida toledana.

Visitar Toledo es más que un viaje turístico: es una peregrinación del espíritu. No hace falta ser creyente para sentir que la ciudad tiene una carga simbólica especial, un poder silencioso que invita a pensar, a recordar, a sentir. Sus piedras hablan, sus templos respiran y su historia murmura.

Toledo no solo representa el alma espiritual de España por su pasado religioso, sino por su capacidad para reunir en armonía las diferencias, para inspirar reflexión y ofrecer belleza serena. Por todo ello, sigue siendo un destino esencial no solo para conocer España, sino para entenderse a uno mismo.

Recomendación final al viajero:
No corras en Toledo. Camina despacio, detente. Escucha. Mira cómo la luz cae sobre los tejados al anochecer. Respira el aire antiguo. Deja que Toledo te hable. Y si lo hace, sabrás que has llegado, por un instante, a una de las capitales invisibles del espíritu.

La Muralla de Badajoz, huellas de historia viva

Redacción (Madrid)

Badajoz, ciudad fronteriza y guardiana del Guadiana, alberga entre sus calles una joya de piedra que ha resistido los embates del tiempo: su muralla. Este conjunto defensivo, que se extiende por más de seis kilómetros, no es solo una estructura militar, sino un palimpsesto de culturas, batallas y convivencia.

Construida en origen por los musulmanes en el siglo IX bajo el mandato de Ibn Marwan, la muralla fue concebida como bastión y símbolo del poder omeya en al-Ándalus. De aquella primitiva estructura aún se conservan lienzos importantes en la zona de la Alcazaba, que es en sí misma una de las mayores fortalezas musulmanas de Europa.

Con el paso de los siglos y los vaivenes del dominio cristiano y musulmán, la muralla fue adaptándose a las nuevas necesidades defensivas. Especialmente relevante fue la reforma llevada a cabo en el siglo XVII por ingenieros militares franceses y flamencos que adaptaron Badajoz a la moderna guerra de artillería. Nacía así la muralla abaluartada, un sistema defensivo con baluartes, revellines y fosos, que convirtió a la ciudad en una pieza estratégica durante la Guerra de Restauración portuguesa y la Guerra de Independencia española.

Hoy, recorrer la muralla de Badajoz es viajar en el tiempo. Desde el imponente baluarte de San Pedro hasta la puerta de Palmas, desde el río hasta la Alcazaba, el visitante puede caminar por paseos elevados, descubrir panorámicas de la ciudad y adentrarse en la historia desde múltiples ángulos. La muralla no solo resguarda piedra y memoria: es parte activa del paisaje urbano, un museo al aire libre donde se cruzan leyendas y realidad.

Además, la recuperación reciente de tramos ocultos y la creación de centros de interpretación hacen que la experiencia sea accesible, didáctica y emocionante para todo tipo de viajeros.

La muralla de Badajoz no es solo un testimonio arquitectónico: es una lección viva de frontera, resistencia y transformación. Una razón de peso para detenerse, observar… y dejarse conquistar.

Menorca Talayótica, un viaje al corazón prehistórico del Mediterráneo

Redacción (Madrid)

En el corazón del Mediterráneo occidental, la isla de Menorca alberga un legado arqueológico excepcional: la cultura talayótica. Este conjunto de monumentos prehistóricos, que se desarrolló entre el 1600 a.C. y el 123 a.C., fue reconocido en 2023 como Patrimonio Mundial por la UNESCO, destacando su valor universal excepcional y su estado de conservación .

Menorca cuenta con más de 1.500 yacimientos arqueológicos, siendo la isla con mayor densidad de restos prehistóricos por kilómetro cuadrado en el mundo . Estos yacimientos incluyen asentamientos, necrópolis, santuarios y estructuras monumentales que reflejan una arquitectura ciclópea única, construida con grandes bloques de piedra sin mortero.

Naveta des Tudons: Considerada el edificio íntegramente conservado más antiguo de Europa, esta construcción funeraria en forma de nave invertida data de la Edad del Bronce y es uno de los símbolos más emblemáticos de la isla .

Torre d’en Galmés: Uno de los poblados talayóticos más grandes de las Islas Baleares, situado sobre una colina que ofrece vistas panorámicas del sur de Menorca. Se conservan tres grandes talayots y numerosas casas circulares.

Trepucó: Este asentamiento destaca por su imponente talayot central y su taula, la más alta de Menorca, que podría haber tenido una función religiosa o astronómica .

Calescoves: Una necrópolis con más de 90 cuevas funerarias excavadas en los acantilados, utilizada desde la Edad del Bronce hasta la época romana. La cala también fue un importante fondeadero en la antigüedad.

La cultura talayótica no solo se manifiesta en sus monumentos, sino también en el paisaje menorquín. Las construcciones de piedra seca, como muros y terrazas, son herencia directa de esta cultura y configuran un entorno agrícola que ha perdurado hasta nuestros días .

Explorar la Menorca talayótica es adentrarse en una historia milenaria. La isla ofrece rutas arqueológicas bien señalizadas y centros de interpretación que permiten al visitante comprender la importancia de este patrimonio. Además, la integración de la cultura talayótica en la oferta turística promueve un turismo sostenible y respetuoso con el entorno.

La Menorca talayótica es un testimonio excepcional de una cultura prehistórica que supo adaptarse y prosperar en un entorno insular. Su reconocimiento como Patrimonio Mundial subraya la necesidad de preservar y valorar este legado, invitando a los visitantes a descubrir una de las joyas arqueológicas más importantes del Mediterráneo.

Un destino histórico del báltico, Riga, la capital letona

Redacción (Madrid)

Ubicada a orillas del río Daugava, Riga, la capital de Letonia, es una joya europea que combina historia, arquitectura impresionante y una vibrante vida cultural. Esta ciudad, la más grande de los países bálticos, se ha convertido en un destino turístico cada vez más popular gracias a su atmósfera cosmopolita y su riqueza patrimonial. En Riga, el pasado medieval convive armoniosamente con la modernidad, ofreciendo a los visitantes una experiencia única.

El casco antiguo de Riga, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, es el corazón histórico de la ciudad. Calles empedradas, iglesias góticas y casas de gremios medievales transportan a los viajeros a siglos pasados. La Catedral de Riga y la Iglesia de San Pedro son algunos de los hitos arquitectónicos más destacados, junto con la célebre Casa de las Cabezas Negras, un edificio renacentista reconstruido con gran fidelidad.

Además, Riga ofrece una de las colecciones más grandes de arquitectura Art Nouveau en Europa. Al caminar por el distrito de Alberta iela, los turistas quedan maravillados por las fachadas ornamentadas, figuras mitológicas y detalles únicos que adornan cada edificio. Esta expresión artística, símbolo del auge económico de la ciudad a principios del siglo XX, se ha convertido en uno de los principales atractivos turísticos.

Más allá de su valor histórico, Riga es una ciudad con una intensa vida cultural. Museos como el Museo Nacional de Arte de Letonia o el Museo de la Ocupación ofrecen perspectivas valiosas sobre la historia y el arte letones. Al caer la noche, la ciudad se transforma con bares acogedores, cafeterías bohemias y una escena musical vibrante que va desde conciertos de música clásica hasta festivales de electrónica.

Riga también es un punto de encuentro para eventos internacionales como el Festival de Luz «Staro Riga» o el Mercado de Navidad en la Plaza del Ayuntamiento, ambos experiencias mágicas que reflejan el espíritu acogedor y creativo de la ciudad.

La cercanía al mar Báltico y a parques naturales permite combinar la visita urbana con actividades al aire libre. El parque Bastejkalna o la playa de Jūrmala, a solo media hora de distancia, son opciones ideales para quienes buscan relajación en entornos naturales.

La gastronomía en Riga es otro punto a destacar. Desde platos tradicionales como el grey peas with speck (guisantes con tocino) hasta opciones gourmet en restaurantes modernos, la oferta culinaria mezcla raíces bálticas con tendencias contemporáneas. Los mercados como el Central Market, ubicado en antiguos hangares de zepelines, son ideales para explorar sabores locales y productos artesanales.

Riga es mucho más que una capital báltica: es un destino que sorprende por su belleza, su historia y su espíritu creativo. Ofrece una experiencia completa al viajero curioso, desde el deleite estético de sus calles hasta la calidez de su gente. Quienes visitan Riga no solo descubren una ciudad encantadora, sino también una puerta abierta al alma del norte de Europa.

La Sierra de Mariola, un espacio natural encantador e inexplorado del levante español

Redacción (Madrid)

En el interior de la provincia de Alicante, donde la vegetación mediterránea se entrelaza con antiguos caminos de piedra y el aire huele a hierbas silvestres, se alza la Sierra de Mariola, uno de los espacios naturales más encantadores y menos explorados del levante español. Declarada Parque Natural en 2002, esta sierra no solo es un pulmón verde de biodiversidad, sino también un refugio cultural cargado de historia, leyendas y silencio.

La Sierra de Mariola es uno de esos destinos que no se visitan por casualidad: se elige ir. Y una vez que se entra en su ritmo pausado, en sus senderos flanqueados por carrascas, fuentes y masías olvidadas, es fácil entender por qué ha inspirado a poetas, botánicos y viajeros durante siglos.

Uno de los mayores tesoros de Mariola es su riqueza botánica. Conocida desde tiempos antiguos por la abundancia de plantas medicinales y aromáticas, esta sierra da nombre incluso a la famosa infusión digestiva valenciana: el “herbero de Mariola”. Pasear por sus laderas es un deleite para los sentidos: romero, tomillo, espliego, manzanilla, ajedrea… El olor cambia con el viento y la estación.

Sus múltiples senderos, bien señalizados, conectan antiguos molinos, neveros (pozos de nieve) y fuentes naturales. Rutas como la subida al Montcabrer, su pico más alto (1.390 m), ofrecen panorámicas espectaculares de los valles del interior alicantino y valenciano.

En torno a la sierra se encuentran pueblos con un fuerte carácter y tradición. Bocairent, con su casco histórico medieval esculpido en piedra, es quizás el más famoso. Sus cuevas moriscas, su plaza de toros tallada en roca y sus calles estrechas parecen detenidas en el tiempo.

Otros pueblos como Agres, Alfafara o Muro de Alcoy son menos conocidos pero igualmente encantadores, ideales para perderse entre calles tranquilas, probar la gastronomía local y escuchar a los mayores contar historias de nieves eternas y contrabandistas de montaña.

Más allá de su belleza natural, Mariola guarda un patrimonio escondido. Entre sus montañas se encuentran antiguos neveros o «cavas», como la impresionante Cava Arquejada, construida entre los siglos XVI y XVIII para almacenar nieve y venderla durante el verano en ciudades costeras como Valencia o Alicante.

También abundan las ermitas solitarias, como la de la Virgen de Agres, lugar de peregrinación desde el siglo XV, y vestigios de antiguos caminos de trashumancia y torres de vigilancia de la época islámica.

Visitar la Sierra de Mariola es un acto de desaceleración. Aquí no hay grandes hoteles ni masificaciones. La mayoría de alojamientos son casas rurales, hospederías y pequeños hoteles familiares que invitan al descanso, a la lectura o a contemplar las estrellas en noches claras.

Es un destino ideal para el turismo de bienestar, la fotografía de naturaleza, el senderismo, las rutas en bici o simplemente para reconectar con uno mismo.

La Sierra de Mariola no necesita artificios para enamorar. Su encanto radica en la autenticidad, en la armonía entre paisaje y tradición, en la sensación de caminar por caminos antiguos sabiendo que otros lo hicieron siglos atrás. Es un lugar donde el tiempo no se detiene, pero sí se suaviza.

Quien descubre Mariola no solo encuentra un destino, sino también una forma de viajar más consciente, más íntima y más respetuosa.

Dormir bajo las estrellas, qué es el vivac y cómo practicarlo legalmente en España

Redacción (Madrid)

En un mundo cada vez más acelerado y urbano, la necesidad de conectar con la naturaleza se ha convertido en un anhelo común. El vivac, una forma minimalista de pernoctar al aire libre sin tienda de campaña, ofrece una experiencia íntima y directa con el entorno. No se trata solo de dormir bajo las estrellas: es una manera de reconectar con lo esencial, alejados del bullicio, con lo mínimo y lo justo.

Pero antes de lanzarse a la montaña con el saco de dormir, es importante conocer qué implica exactamente el vivac y cuáles son los requisitos legales para realizarlo en España sin dañar el medio ni incurrir en sanciones.

El vivac consiste en dormir al raso, habitualmente con un saco de dormir, esterilla y, en algunos casos, una funda de vivac o toldo ligero. A diferencia de la acampada, no se instala una tienda ni se ocupa un espacio físico de forma estable o prolongada. Se considera una práctica discreta, de bajo impacto, pensada para montañistas, senderistas o aventureros que desean pasar la noche en plena naturaleza sin dejar huella.

La respuesta depende de la comunidad autónoma y del tipo de espacio natural. A diferencia de la acampada libre, que está prohibida en la mayoría del país, el vivac se encuentra en un vacío legal parcial. No está expresamente regulado en muchas zonas, pero suele tolerarse si se cumplen ciertos principios básicos:

  1. Discreción total: El vivac debe hacerse al anochecer y desmontarse al amanecer.
  2. No dejar rastro: Todo lo que se lleve debe volver contigo. Nada de basura, fuego o alteración del entorno.
  3. Sin estructuras: No se permite montar tiendas, carpas ni instalaciones fijas.
  4. Fuera de zonas protegidas sin autorización: En parques nacionales o naturales, es necesario consultar previamente o pedir permiso expreso. Por ejemplo:
    • En el Parque Nacional de los Picos de Europa y en el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, el vivac está permitido a partir de cierta altitud y lejos de caminos principales, pero con normas estrictas.
    • En la Sierra de Guadarrama, el vivac se permite por encima de los 2.100 metros, fuera de áreas de uso restringido.
  5. No encender fuego: Está prohibido hacer fuego en la mayoría de entornos naturales por riesgo de incendio.

El vivac ofrece una experiencia auténtica, donde el viajero no solo contempla el paisaje, sino que forma parte de él por una noche. Dormir bajo la bóveda celeste, escuchar el viento o el crujir de los árboles, y despertarse con la primera luz sin barreras entre tú y la montaña, tiene un valor difícil de igualar.

España, con su rica geografía montañosa y diversidad de paisajes, es un país ideal para el vivac. Pero practicarlo exige conocimiento, planificación y respeto. No basta con querer dormir bajo las estrellas: hay que hacerlo de forma responsable, legal y con el menor impacto posible.