Puerto Plata: La joya del Atlántico que renace entre historia, mar y montaña

Redacción (Madrid)

PUERTO PLATA, República Dominicana. — Entre el azul intenso del Atlántico y la imponente silueta del monte Isabel de Torres, Puerto Plata vive un renacimiento que la consolida como una de las provincias más encantadoras y diversas del Caribe. Su mezcla de historia, cultura, naturaleza y hospitalidad local la ha convertido nuevamente en un destino que cautiva tanto a turistas internacionales como a dominicanos que buscan reconectar con sus raíces.

Durante décadas, la llamada “Novia del Atlántico” fue la puerta de entrada del turismo dominicano. Sus playas doradas, su arquitectura victoriana y su famoso teleférico marcaron una época dorada en los años 80 y 90. Pero, tras un periodo de estancamiento, Puerto Plata ha sabido reinventarse. Hoy, una nueva ola de desarrollo turístico y cultural la posiciona como un destino integral, donde el pasado y la modernidad dialogan en armonía.

Un paseo por la historia

Caminar por el centro histórico de San Felipe de Puerto Plata es recorrer un museo al aire libre. Las coloridas casas de estilo victoriano, muchas restauradas con esmero, evocan la elegancia de una época en la que el comercio del ámbar y el cacao impulsó la economía local. El majestuoso Fuerte San Felipe, construido en el siglo XVI, sigue custodiando la bahía como un testigo silencioso de batallas y leyendas.

En las calles adoquinadas, cafeterías y galerías de arte conviven con pequeños talleres donde artesanos moldean el ámbar —una de las riquezas naturales más emblemáticas de la provincia— en piezas únicas que capturan la luz del Caribe.

Naturaleza en estado puro

A pocos minutos del casco urbano, la naturaleza despliega su esplendor. Desde las 27 Charcas de Damajagua, un circuito de cascadas y pozas cristalinas que ofrece aventura y adrenalina, hasta las playas de Sosúa y Cabarete, donde el viento y las olas son el escenario perfecto para el surf y el kitesurf, Puerto Plata es un paraíso para los amantes del ecoturismo y los deportes acuáticos.

El teleférico de Puerto Plata, único en el Caribe, lleva a los visitantes hasta la cima del monte Isabel de Torres. Desde allí, la vista panorámica de la ciudad y el mar es simplemente espectacular. En la cima, una réplica del Cristo Redentor da la bienvenida a quienes buscan contemplar la ciudad desde las alturas.

Un nuevo impulso turístico

La llegada de nuevas terminales de cruceros, como Taino Bay y Amber Cove, ha transformado el panorama económico y social de la provincia. Miles de visitantes desembarcan cada semana, dinamizando el comercio local y promoviendo emprendimientos comunitarios.

Gastronomía y cultura que conquistan

La gastronomía puertoplateña es una fusión de mar y montaña: pescados frescos, mofongo, locrio y dulces caseros que evocan la tradición dominicana. En los últimos años, restaurantes locales han apostado por propuestas creativas que combinan sabores caribeños con técnicas contemporáneas, elevando la experiencia culinaria del visitante.

La música, como no podía ser de otra manera, es el alma del lugar. Merengue, bachata y son resuenan en cada esquina, especialmente durante el Carnaval de Puerto Plata, una celebración vibrante de identidad y alegría que atrae a miles de visitantes cada año.

Un futuro prometedor

Con inversiones en infraestructura, turismo sostenible y preservación del patrimonio histórico, Puerto Plata mira al futuro sin renunciar a su esencia. La conjunción entre modernidad y autenticidad parece ser la clave de su éxito.

Quien visita Puerto Plata no solo se lleva fotos de paisajes espectaculares, sino también el recuerdo de una provincia que late con fuerza, orgullosa de su historia y confiada en su porvenir.

Bahía de las Águilas: el tesoro virgen del sur dominicano

Redacción (Madrid)

Pedernales, República Dominicana. — En el extremo suroeste del país, donde el mar Caribe se tiñe de un azul imposible y la arena parece polvo de coral, se encuentra Bahía de las Águilas, una de las playas más vírgenes y deslumbrantes del Caribe. Este santuario natural, ubicado dentro del Parque Nacional Jaragua, es más que un destino turístico: es un recordatorio de la belleza indómita que aún sobrevive en el planeta.

A diferencia de otras playas dominicanas marcadas por el bullicio hotelero, Bahía de las Águilas conserva una tranquilidad casi mística. No hay música alta, ni vendedores ambulantes, ni construcciones permanentes. Solo el murmullo del viento, el canto lejano de las aves y el oleaje que acaricia la costa con una calma que parece detenida en el tiempo.

Un ecosistema de valor incalculable

La bahía forma parte del sistema de áreas protegidas más extenso del país. En sus alrededores habitan especies endémicas como la iguana rinoceronte, el flamenco rosado y la jutía, un roedor en peligro de extinción. El Ministerio de Medio Ambiente ha reforzado las medidas de protección para evitar que la presión del desarrollo turístico ponga en riesgo su frágil equilibrio ecológico.

Sin embargo, los planes de convertir a Pedernales en un nuevo polo turístico han despertado un intenso debate. Mientras algunos celebran la llegada de inversiones que prometen empleos y desarrollo, ambientalistas temen que el turismo masivo rompa la magia de este rincón intacto.

Cómo llegar a un paraíso escondido

Acceder a Bahía de las Águilas es parte de la aventura. Desde el poblado de La Cueva, los visitantes pueden tomar una lancha que bordea los acantilados de piedra caliza, o aventurarse por tierra en vehículos todo terreno. Cada curva del trayecto ofrece una vista panorámica que justifica el esfuerzo.
Al llegar, el visitante comprende por qué tantos la llaman “la joya escondida del Caribe”. El horizonte parece infinito y la sensación de aislamiento, un lujo en tiempos de prisas.

El futuro del paraíso

Bahía de las Águilas enfrenta el desafío de preservar su esencia frente a la inevitable expansión del turismo. Pero si algo define a este lugar es su capacidad de resistir. Entre el rumor del mar y el vuelo rasante de una garza blanca, queda claro que aún existen espacios donde la naturaleza marca el ritmo, y el ser humano solo puede observar, admirar y respetar.

Salamanca: patrimonio, saber y encanto en el corazón de Castilla

Redacción (Madrid)

En el corazón de Castilla y León, se alza una de las ciudades más bellas y emblemáticas de España: Salamanca. Conocida como la ciudad dorada por el tono cálido de su piedra arenisca, Salamanca combina historia, arte y vida universitaria en un solo espacio. Su riqueza monumental y su ambiente cosmopolita la han convertido en uno de los destinos turísticos más valorados del país, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1988.

Pocas ciudades en Europa logran conservar tan fielmente el espíritu de su pasado como Salamanca. Fundada por los vetones y más tarde romanizada, su historia se remonta a más de dos mil años. No obstante, su mayor esplendor llegó durante los siglos XV y XVI, cuando la Universidad de Salamanca, una de las más antiguas del mundo, se consolidó como un faro del conocimiento y la cultura humanista. Por sus aulas pasaron figuras tan ilustres como Fray Luis de León, Francisco de Vitoria o Miguel de Unamuno.

Pasear por las calles del casco histórico es como viajar en el tiempo. Cada edificio —desde las catedrales Vieja y Nueva hasta la majestuosa Plaza Mayor, considerada una de las más bellas de España— cuenta una historia de arte y poder. La arquitectura plateresca, con su refinado trabajo en piedra, otorga a Salamanca un estilo único que ha fascinado a viajeros durante siglos.

Salamanca es, ante todo, una ciudad de cultura. Su universidad no solo atrae a miles de estudiantes de todo el mundo, sino que también genera una atmósfera vibrante, juvenil y cosmopolita. Los visitantes pueden recorrer sus antiguos claustros, buscar la famosa rana tallada en la fachada universitaria —símbolo de suerte para los estudiantes— y admirar la Casa de las Conchas, un ejemplo emblemático del gótico civil español.

Los museos, teatros y festivales enriquecen la oferta cultural de la ciudad. El Museo de Art Nouveau y Art Déco, ubicado en la Casa Lis, es una joya para los amantes del arte. Además, Salamanca forma parte de la Ruta del Español, atrayendo a estudiantes extranjeros interesados en aprender la lengua y la cultura hispana en un entorno histórico incomparable.

El encanto de Salamanca no reside solo en sus monumentos, sino también en su vida cotidiana. En las terrazas de la Plaza Mayor, los visitantes disfrutan del ambiente alegre de los salmantinos, degustando productos típicos como el jamón ibérico de Guijuelo, el hornazo o los vinos de la región. La hospitalidad local y la combinación entre tradición y modernidad hacen que cada visita se convierta en una experiencia inolvidable.

Durante la noche, la ciudad adquiere un aire mágico. Los monumentos iluminados destacan el tono dorado de la piedra de Villamayor, creando una atmósfera que combina serenidad y esplendor. Este “baño de oro” convierte a Salamanca en un auténtico museo al aire libre, donde cada rincón invita a la contemplación.

Salamanca no es solo un destino turístico, sino una experiencia de encuentro entre el pasado y el presente. Su patrimonio arquitectónico, su tradición universitaria y su vitalidad cultural la convierten en un símbolo del saber y la belleza. Quien visita Salamanca no solo recorre una ciudad monumental, sino que participa de una historia viva que sigue inspirando a viajeros, artistas y estudiantes de todo el mundo.
En definitiva, Salamanca es una joya del turismo cultural español: un lugar donde el conocimiento, la piedra y la luz se unen para crear una de las ciudades más cautivadoras de Europa.

Las rutas del Orientalismo: un viaje turístico a través del misticismo y la historia

Redacción (Madrid)

El orientalismo, más que un movimiento artístico o literario, ha sido una ventana a un mundo de exotismo, espiritualidad y color. Desde los siglos XVIII y XIX, cuando los viajeros europeos emprendían largas expediciones hacia el Medio Oriente, el norte de África y Asia, el término orientalismo comenzó a asociarse con la fascinación por “lo oriental”. Hoy en día, recorrer las rutas del orientalismo es mucho más que un viaje geográfico: es una experiencia cultural que permite descubrir cómo la historia, la estética y la imaginación occidental dieron forma a una visión idealizada del Oriente.

El orientalismo surgió en Europa durante la expansión colonial y el auge del romanticismo. Escritores, pintores y exploradores encontraron en Oriente —particularmente en lugares como Egipto, Turquía, Marruecos, Persia e India— una fuente inagotable de inspiración. Aquellos viajes no solo marcaron el arte y la literatura, sino también el turismo. Los europeos adinerados del siglo XIX comenzaron a recorrer estas tierras atraídos por la promesa de lo exótico, los palacios dorados, los bazares llenos de aromas y los desiertos infinitos.

Estas rutas —que seguían los pasos de figuras como Lawrence de Arabia, Richard Burton o Pierre Loti— se convirtieron en auténticos itinerarios de descubrimiento cultural. Los viajeros buscaban en Oriente una experiencia distinta: una mezcla de historia antigua, religiones milenarias y paisajes que desafiaban su visión del mundo.

En la actualidad, las antiguas rutas del orientalismo se han transformado en circuitos turísticos que combinan historia, arte y aventura.

  • Egipto, con sus pirámides, templos y el misterio del Nilo, sigue siendo un punto central del imaginario orientalista.
  • Marruecos, con las medinas de Fez y Marrakech, evoca los relatos de viajeros que describían la magia de los zocos y los aromas de las especias.
  • Estambul, la antigua Constantinopla, continúa siendo el puente entre Oriente y Occidente, donde las mezquitas y los palacios otomanos reflejan el esplendor de una civilización que inspiró a innumerables artistas europeos.
  • En India, el Taj Mahal y los palacios de Rajasthan conservan la esencia de aquel Oriente romántico y espiritual que tanto sedujo a los viajeros del siglo XIX.

Recorrer estas rutas hoy es revivir las huellas de aquel diálogo entre culturas, donde el pasado colonial, la curiosidad científica y la imaginación romántica se entrelazaron para crear un legado turístico sin igual.

Viajar por las rutas del orientalismo no significa solo admirar monumentos, sino comprender la compleja relación entre Oriente y Occidente. El turismo moderno invita a mirar más allá del exotismo y a reconocer las verdaderas tradiciones, la diversidad religiosa y la riqueza cultural de estos pueblos. Así, el visitante se convierte en un testigo del intercambio cultural que ha moldeado la historia del arte, la arquitectura y la identidad de regiones enteras.

En destinos como El Cairo, Damasco, Estambul o Jaipur, aún se puede sentir la atmósfera que cautivó a los exploradores del pasado. Los mercados, los mosaicos, las mezquitas y los palacios narran historias que combinan leyenda y realidad, invitando a una experiencia sensorial única donde la historia se respira en cada rincón.

Las rutas del orientalismo representan un puente entre el mito y la realidad, entre la mirada romántica del pasado y la comprensión cultural del presente. Explorar estos caminos no solo permite disfrutar de paisajes majestuosos y obras arquitectónicas incomparables, sino también reflexionar sobre la manera en que el mundo occidental construyó su visión del Oriente.
Viajar por estas rutas es, en última instancia, un viaje interior: un encuentro con el asombro, la belleza y la diversidad humana que ha inspirado a viajeros durante siglos.

L’Alfàs del Pi inaugura el Paseo de las Estrellas y conmemora el 20 aniversario del Parc Natural de la Serra Gelada

Redacción (Alicante)

El Ayuntamiento de l’Alfàs del Pi ha conmemorado el 20 aniversario del Parc Natural de la Serra Gelada con un acto institucional que ha reunido a más de un centenar de personas, entre concejales de la Corporación Municipal, representantes de asociaciones y colectivos locales, y miembros de la sociedad civil.

La jornada dio comienzo con la inauguración del Paseo de las Estrellas, tras las obras de remodelación realizadas este año con fondos europeos en el marco del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia – Financiado por la Unión Europea – NextGenerationEU.

Esta actuación, con una inversión de 560.640,14 euros, ha tenido como objetivo la peatonalización de una parte del paseo, reconvirtiendo este eje viario en una plataforma única accesible que otorga mayor protagonismo al peatón y a la bicicleta. Además, se ha potenciado la vegetación y se ha puesto en valor el espacio público del frente marítimo mediante la eliminación de barreras arquitectónicas y la modernización del entorno, ganando así en calidad urbana, accesibilidad y sostenibilidad.

El alcalde de l’Alfàs del Pi, Vicente Arques, destacó la relevancia de esta inversión y su impacto en la transformación urbana del municipio. “La renovación del Paseo de las Estrellas es un ejemplo de cómo los fondos europeos nos permiten avanzar hacia un modelo urbano más sostenible y accesible. Hemos recuperado un espacio emblemático del litoral para las personas, mejorando su integración paisajística y modernizando nuestra fachada marítima”, destacó el alcalde, Vicente Arques.

Tras la inauguración, la comitiva se desplazó dando un paseo hasta el Centro de Educación Ambiental Carabineros, donde tuvo lugar el acto institucional de conmemoración del 20 aniversario del Parc Natural de la Serra Gelada.

Este evento forma parte de las actividades impulsadas por la concejalías de Medio Ambiente y Patrimonio para poner en valor la riqueza natural de este espacio protegido, declarado oficialmente parque natural el 29 de julio de 2005. Serra Gelada fue el primer parque natural marítimo-terrestre de la Comunitat Valenciana, y cuenta con una superficie protegida de 5.565 hectáreas, de las cuales el 88 % corresponde al medio marino.

Durante estas dos décadas, el Parc Natural de la Serra Gelada se ha consolidado como un referente en conservación ambiental y turismo sostenible, gracias a su extraordinaria biodiversidad y sus paisajes únicos. En su interior se conservan ecosistemas de gran valor ecológico, como acantilados costeros, sistemas dunares fósiles y praderas de posidonia oceánica, así como hábitats prioritarios y especies protegidas, entre ellas el halcón peregrino, el delfín mular o diversas especies de flora mediterránea.

Vicente Arques destacó durante su intervención la importancia de seguir protegiendo y cuidando Serra Gelada, “un ejemplo de cómo es posible conjugar la preservación del medio ambiente con un modelo de desarrollo sostenible”.

“Siempre digo que es importante aprovechar las efemérides, como este 20 aniversario del Parc Natural de la Serra Gelada, para exigirnos ponerlo en valor, seguir trabajando y recuperar todo el patrimonio adyacente al parque natural, como Carabineros, los Carrascos, los miradores, la propia playa… Por lo tanto, satisfechos de poder celebrar estos 20 años. Satisfechos de que hayamos recuperado patrimonio y lo fundamental es ponerlo en valor”, declaró el primer edil.

Por su parte, la concejala de Patrimonio, Sandra Gómez, resaltó la relevancia de Serra Gelada como parte esencial del legado natural y cultural de l’Alfàs del Pi. “Serra Gelada forma parte de nuestra identidad. Su historia, su paisaje y su valor ambiental están profundamente ligados a la evolución de nuestro municipio. Preservarla significa también proteger nuestra memoria colectiva y el patrimonio que compartimos con generaciones futuras”, señaló.

Desde el Ayuntamiento de l’Alfàs del Pi se remarca la voluntad de continuar trabajando en la conservación del patrimonio natural, la promoción de la educación ambiental y el fomento de un modelo de desarrollo equilibrado en el que la Serra Gelada siga siendo un pilar fundamental.

La Casa Winchester: misterio, arquitectura y leyenda en el corazón de California

Redacción (Madrid)

En la ciudad de San José, California, se alza una de las edificaciones más enigmáticas y fascinantes de los Estados Unidos: la Casa Winchester. Más que una simple mansión victoriana, este lugar es un laberinto arquitectónico cargado de historia, superstición y misterio. Su fama no solo proviene de su peculiar diseño, sino también del aura de leyenda que la envuelve, convirtiéndola en uno de los destinos turísticos más singulares del país.

La historia de la Casa Winchester comienza con Sarah Winchester, viuda de William Wirt Winchester, heredero de la fortuna generada por la empresa de rifles Winchester. Tras la muerte de su esposo y su hija, Sarah heredó una inmensa fortuna, pero también —según se cuenta— una maldición. Convencida de que los espíritus de las personas que murieron por las armas Winchester la perseguían, buscó consejo espiritual. Un médium le habría dicho que debía construir una casa en constante expansión para apaciguar a los fantasmas.

A partir de 1884, Sarah comenzó la construcción de su mansión, la cual continuó sin interrupciones hasta su muerte en 1922. Sin planos definitivos ni una organización clara, la casa creció como un laberinto caprichoso de pasillos, escaleras que no llevan a ninguna parte y puertas que se abren al vacío. Hoy en día, la mansión cuenta con más de 160 habitaciones, 10,000 ventanas, 2,000 puertas y 47 chimeneas, todo dentro de un complejo arquitectónico que parece desafiar la lógica.

La Casa Winchester es hoy un museo abierto al público que atrae a miles de visitantes cada año. Su recorrido ofrece una experiencia inmersiva donde la historia y el mito se entrelazan. Los guías narran las leyendas sobre los supuestos fantasmas que aún habitan los pasillos, mientras los visitantes se maravillan con la extravagancia de su diseño. Más allá del morbo sobrenatural, la mansión es también un testimonio de la arquitectura victoriana tardía y del ingenio artesanal de la época.

Los turistas pueden elegir distintos tipos de visitas: recorridos diurnos centrados en la historia y la arquitectura, o recorridos nocturnos a la luz de las linternas, que buscan resaltar su lado más misterioso. Durante la celebración de Halloween o el Día de los Muertos, la casa adquiere un ambiente especialmente atractivo para los amantes del suspenso y lo paranormal.

Más allá del mito, la Casa Winchester representa la compleja relación entre el dolor, la creatividad y la obsesión humana. Sarah Winchester, aunque vista por algunos como una mujer perturbada, también puede considerarse una visionaria que transformó su aflicción en una obra única. La mansión es, en cierto modo, un monumento al duelo convertido en arte, un espacio donde la arquitectura se convierte en expresión psicológica.

Visitar la Casa Winchester no es solo recorrer una edificación excéntrica, sino adentrarse en una historia donde la realidad y la leyenda se entrelazan. Es un viaje en el tiempo hacia la mentalidad del siglo XIX, cuando la fe en los espíritus convivía con el avance tecnológico. En definitiva, este lugar no solo atrae por su misterio, sino también por su capacidad de despertar la curiosidad y el asombro, recordándonos que el turismo también puede ser una experiencia de reflexión sobre los límites entre la razón y la imaginación.

El plan más económico para descubrir la República Dominicana sin sacrificar la experiencia

Redacción (Madrid)

Visitar la República Dominicana no tiene por qué ser un lujo reservado para pocos. Aunque el país es conocido por sus complejos “todo incluido” y su turismo de alto nivel, hay una forma más auténtica —y asequible— de conocer este paraíso caribeño. Con un poco de planificación y sentido aventurero, es posible recorrer playas de ensueño, pueblos coloniales y montañas verdes gastando menos de lo que costaría una semana en un resort.

Llegar sin gastar de más

La puerta de entrada más económica suele ser Santo Domingo, donde los vuelos internacionales tienden a tener mejores tarifas que los de Punta Cana. Aerolíneas de bajo costo como Arajet o JetBlue ofrecen conexiones directas desde varias ciudades de América y Europa. Una vez en tierra, los autobuses interurbanos como Caribe Tours o Expreso Bávaro permiten moverse por todo el país de forma cómoda y barata, por menos de 10 dólares por trayecto.

Dormir barato (y bien)

En lugar de los grandes hoteles de playa, los hostales boutique, apartamentos locales y casas de huéspedes son la clave del ahorro. En la Zona Colonial de Santo Domingo o en Las Terrenas, se pueden encontrar habitaciones limpias y con encanto por 20 a 40 dólares la noche. Plataformas como Airbnb o Booking ofrecen opciones con cocina incluida, lo que reduce aún más los gastos diarios.

Comer como un local

La verdadera República Dominicana se saborea en sus comedores populares. Por menos de 5 dólares se puede disfrutar de un plato completo de “la bandera dominicana”: arroz, habichuelas, carne guisada y plátano frito. En los puestos callejeros, un jugo natural o una empanada no superan el dólar. Además, la comida es casera, abundante y llena de sabor.

Moverse por la isla

El transporte local es parte de la experiencia. Los motoconchos (mototaxis) y los guaguas (minibuses colectivos) conectan playas, pueblos y mercados a precios mínimos. Para los trayectos más largos, el alquiler de un coche compartido entre viajeros puede costar menos de 25 dólares por día, una excelente opción para explorar zonas menos turísticas como Jarabacoa, Constanza o Bahía de Las Águilas.

Experiencias gratuitas (o casi)

No todo cuesta dinero. Pasear por la Zona Colonial de Santo Domingo, ver el atardecer en el Malecón de Puerto Plata, o bañarse en las playas públicas de Samaná o Las Galeras son placeres que no tienen precio. Los senderos naturales de Jarabacoa, las cascadas del Limón y los mercados de artesanías locales completan un itinerario lleno de cultura y naturaleza a bajo costo.

El secreto: viajar con mentalidad local

Más que un destino de lujo, la República Dominicana es un país de hospitalidad genuina. Su gente recibe al visitante con alegría, y fuera de las zonas más turísticas los precios son sorprendentemente accesibles. Con un presupuesto de 35 a 50 dólares diarios, un viajero puede disfrutar de todo: buena comida, alojamiento cómodo, transporte y experiencias inolvidables.

Sabores del Cáucaso: un viaje por la gastronomía georgiana

Redacción (Madrid)

Viajar a Georgia es descubrir un país donde la historia, la hospitalidad y el sabor se entrelazan de manera única. Situada en el corazón del Cáucaso, entre Europa y Asia, esta nación ofrece una riqueza cultural que se refleja intensamente en su cocina. La gastronomía georgiana no solo alimenta el cuerpo, sino también el alma: es una experiencia sensorial, un arte de compartir y celebrar la vida.

La cocina de Georgia es el resultado de siglos de influencias culturales y comerciales. Su ubicación estratégica en la antigua Ruta de la Seda permitió la llegada de especias, recetas y tradiciones culinarias de Persia, Turquía, Rusia y el Mediterráneo. Sin embargo, los georgianos supieron transformar cada influencia en algo propio, creando una gastronomía vibrante, variada y profundamente local.

En Georgia, la comida es sinónimo de hospitalidad. La mesa georgiana, o supra, es el corazón de la vida social: un festín donde se sirven numerosos platos acompañados de vino, brindis y conversaciones que pueden durar horas. Comer en Georgia es, ante todo, un acto de unión.

Entre los platos más icónicos destaca el khachapuri, una especie de pan relleno de queso fundido que varía según la región. El más famoso, el Adjaruli khachapuri, tiene forma de barca y se sirve con un huevo y mantequilla encima, que el comensal mezcla mientras el pan aún está caliente.

Otro imprescindible es el khinkali, una jugosa empanadilla rellena de carne, especias y caldo, que se come con las manos y se degusta en un solo bocado. Cada región tiene su versión particular, lo que refleja la diversidad del país.

El mtsvadi, carne marinada y asada en brochetas, es la versión georgiana del kebab, mientras que el lobio, un guiso de frijoles con hierbas aromáticas, muestra la sencillez y riqueza de los ingredientes locales.

Para acompañar, nunca falta el vino georgiano, considerado uno de los más antiguos del mundo. Elaborado según técnicas tradicionales en ánforas de barro llamadas qvevri, este vino es un símbolo nacional y una parte esencial de la experiencia gastronómica.

Los postres georgianos también merecen su propio viaje. El más conocido es el churchkhela, una especie de “vela” de nueces o almendras ensartadas en un hilo y cubiertas con una mezcla espesa de jugo de uva y harina. No solo es delicioso, sino también un alimento energético tradicional de los pastores y viajeros.

El gozinaki, preparado con miel y nueces caramelizadas, suele servirse en celebraciones, especialmente durante el Año Nuevo. Cada bocado es un recordatorio de la importancia del compartir y del goce de lo cotidiano.

La gastronomía georgiana no es solo un conjunto de recetas: es una filosofía de vida. Las comidas son ocasiones para celebrar la amistad, honrar a los invitados y brindar por la alegría. El tamada, maestro de ceremonias de la supra, lidera los brindis y da sentido a la reunión, reforzando los lazos humanos a través del vino y la palabra.

Para el viajero, participar en una supra o recorrer los mercados tradicionales de Tiflis y Batumi es una forma de conocer el alma del país. Cada aroma, cada plato y cada sonrisa son una puerta abierta a la esencia georgiana.

La gastronomía de Georgia es un viaje en sí misma: una travesía por sabores ancestrales, paisajes montañosos y corazones generosos. Quien la prueba descubre que no es solo comida, sino una forma de arte, de historia y de amor por la vida. En cada plato se esconde la herencia de un pueblo que ha sabido transformar su geografía y su historia en un banquete de identidad.

Visitar Georgia sin saborear su cocina sería perderse la mitad de su encanto. Porque, al final, el verdadero viaje comienza cuando el aroma del khachapuri recién horneado te invita a sentarte a la mesa y brindar, al modo georgiano, por la amistad y la vida.

El Malecón, la eterna conversación entre La Habana y el mar

Redacción (Madrid)

En la isla de Cuba, el más destacado de todos los paseos marítimos es el Malecón de La Habana, situado en la ciudad de La Habana, que recorre aproximadamente ocho kilómetros del litoral norte de la capital. Concebido a principios del siglo XX como muro de contención frente al mar, su construcción se inició en 1901 y se prolongó por varias décadas hasta completarse hacia 1958.

Este paseo marítimo no solo protege la ciudad de las embestidas del oleaje, sino que se ha convertido en un espacio vital de encuentro social: allí se reúne la población local para caminar, conversar, pescar al borde del mar, o simplemente contemplar el horizonte en las tardes. La vida urbana que se articula en torno al Malecón refleja el carácter de La Habana: mezcla de historia, resistencia frente a los elementos y cotidianidad compartida.


Arquitectónicamente, el Malecón bordea edificios de distintos estilos —neoclásico, art nouveau— y diferentes estados de conservación. Al mismo tiempo, su función ha variado: originalmente concebido como obra hidráulica-costera, hoy desempeña un papel urbano más amplio, como vía de tránsito, mirador al mar y espacio de ocio.


No obstante, este emblemático paseo también enfrenta desafíos: la constante exposición al clima marino erosiona muros y construcciones adyacentes, y las inversiones para su mantenimiento no siempre han sido suficientes. Sin embargo, sigue siendo un símbolo de la ciudad y uno de los lugares más visitados tanto por cubanos como por turistas.


En definitiva, el Malecón de La Habana representa mucho más que un simple paseo junto al mar: es un testimonio del devenir urbano de la capital cubana, de su relación con el mar y de su vida cotidiana. Recorrerlo es adentrarse en la historia viva de la ciudad.

Punta Cana: el espejismo del paraíso

Redacción (Madrid)

Punta Cana no huele a paraíso. Huele a sal, a ron barato y a ese dulzor aceitoso del bronceador que cubre cada centímetro de piel extranjera. Desde el avión ya se adivina la postal: un trazo de arena blanca, el mar recostado en su propio azul, las palmeras que parecen saludar a los dólares. Todo perfecto, todo ordenado. Demasiado, quizá.

Porque el paraíso, cuando se organiza, pierde su inocencia.

Bajo las sombrillas de paja, el turista europeo o norteamericano —rojizo, confiado, medio sonámbulo— se sirve otra piña colada sin pensar demasiado en lo que hay más allá del muro invisible del resort. Y no es que uno venga aquí a buscar la miseria —nadie paga un todo incluido para sufrir—, pero basta alejarse tres calles del edén para que el decorado se agriete. Allí, entre motoconchos y tiendas de lata, vive la otra mitad de Punta Cana: la que no sale en los folletos. Gente que trabaja doce horas para que el turista crea que el sol brilla sólo para él.

Los dominicanos tienen una manera de sonreír que desarma. Uno siente que se lo dan todo —la sonrisa, la música, el saludo— aunque en el fondo sepan que no les pertenece nada. “Aquí hay trabajo, pero no futuro”, me dice José, camarero del hotel, mientras limpia vasos con un trapo húmedo. Habla en voz baja, sin amargura, como quien ya ha hecho las paces con el destino.

En los pasillos climatizados del resort, los animadores gritan “¡Alegría, mi gente!”, y los turistas obedecen. Bailan bachata sin entender la letra, beben ron sin sospechar que, en la esquina de atrás, alguien cuenta las monedas del sueldo. El sistema funciona así: unos fingen vivir el sueño, otros sostienen el decorado. Todos sonríen.

Pero hay algo profundamente humano en Punta Cana, más allá del cinismo del turismo masivo. En la noche, cuando el viento deja de soplar y las olas apenas respiran, el mar parece perdonar. La música se apaga, los cuerpos se rinden, y el Caribe recupera por unas horas su dignidad de océano antiguo, indiferente a los hombres.

Punta Cana es un espejismo, sí. Un teatro de luz y sal donde cada cual representa su papel. El turista que se cree aventurero, el camarero que finge alegría, el empresario que se dice benefactor. Todos actores de una comedia tropical perfectamente ensayada.

Y sin embargo, qué difícil no dejarse engañar. Porque al amanecer, cuando el sol incendia el horizonte y el mar se tiñe de oro líquido, uno entiende por qué el ser humano inventó la idea del paraíso.