Las artesanías de Cuba: el alma de una isla hecha a mano

Redacción (Madrid)

Viajar a Cuba es sumergirse en un país donde la historia se entrelaza con la creatividad, y donde las artesanías se convierten en un lenguaje cotidiano. Más allá de las playas turquesas y los ritmos del son, la isla guarda un tesoro menos evidente, pero profundamente auténtico: su artesanía tradicional, una manifestación de identidad que sobrevive al tiempo y las circunstancias.

Las artesanías cubanas no son meros objetos decorativos: son testimonios vivos de la cultura popular. Desde los bordados finos de las abuelas en Camagüey hasta las máscaras vibrantes del carnaval santiaguero, cada pieza refleja la riqueza étnica y la diversidad cultural del país. La tradición africana, española e indígena se funden en tejidos, tallas, cerámicas y objetos reciclados que hablan del ingenio de un pueblo.

La variedad de materiales empleados en la artesanía cubana es tan amplia como su geografía: madera, cuero, fibras vegetales, conchas marinas, barro y metales reciclados. La cerámica de Trinidad, por ejemplo, destaca por sus formas elegantes y colores suaves, mientras que en Baracoa se elaboran figuras con coco seco y bambú. En las calles de La Habana Vieja, no es raro encontrar joyería hecha con elementos reutilizados o instrumentos musicales tallados artesanalmente.

Más que recuerdos turísticos, los objetos artesanales cubanos son pedacitos del alma isleña. Los sombreros guajiros, las cestas trenzadas, las maracas, o las figuras de Santería pintadas a mano son verdaderas expresiones de una tradición que se resiste al olvido y sigue viva gracias al trabajo de los artesanos locales. Muchos de ellos venden directamente en mercados como el Almacenes de San José en La Habana o en pequeñas ferias de pueblos costeros.

Comprar artesanía en Cuba es también una forma de turismo sostenible y responsable. Apoyar a los artistas locales no solo ayuda a conservar la tradición, sino que también impulsa la economía comunitaria en una isla donde lo hecho a mano sigue siendo un acto de resistencia creativa.

Recorrer Cuba a través de sus artesanías es conocer su corazón desde lo cotidiano: una muñeca de trapo, una pintura sobre hoja de palma o una talla de madera son puertas abiertas a un mundo que late entre ritmo, historia y belleza. Porque en Cuba, incluso el arte más pequeño cuenta una gran historia.

Viajar sin contratiempos: un recorrido por los objetos prohibidos en avión

Redacción (Madrid)

El turismo moderno ha democratizado los viajes aéreos, haciendo del avión uno de los medios más comunes para explorar el mundo. Sin embargo, la seguridad aeroportuaria se ha convertido en una prioridad global, lo que ha dado lugar a una larga lista de objetos prohibidos a bordo. Conocerlos no solo evita contratiempos en el control de seguridad, sino que también garantiza una experiencia de viaje fluida y segura para todos los pasajeros.

Los aeropuertos, regidos por normativas internacionales, prohíben una serie de objetos considerados peligrosos para la seguridad del vuelo. Entre ellos se encuentran:

  • Armas de fuego, réplicas y municiones, incluso si son decorativas o de colección.
  • Objetos punzocortantes como cuchillos, navajas, tijeras de gran tamaño, jeringas sin justificación médica, y herramientas como destornilladores o alicates.
  • Sustancias explosivas o inflamables, como fuegos artificiales, combustibles, encendedores tipo soplete o pinturas en spray.

Estos artículos deben ser despachados si están permitidos en bodega, o en muchos casos, simplemente están prohibidos del todo.

Una de las restricciones más comunes, y a menudo olvidadas, es la relacionada con los líquidos. En cabina, solo se permite transportar envases de hasta 100 ml, y todos deben ir en una bolsa transparente con cierre hermético. Perfumes, cremas, geles, pastas dentales o bebidas deben cumplir esta regla estricta, que busca evitar sustancias peligrosas disfrazadas de productos cotidianos.

Aunque los dispositivos electrónicos están permitidos, algunos accesorios pueden levantar alertas. Las baterías de litio, por ejemplo, deben viajar en el equipaje de mano y nunca en bodega si son externas. Drones, power banks, cigarrillos electrónicos y ciertos tipos de pilas están sujetos a normativas específicas.

Es importante recordar que el equipaje de mano no es un segundo armario. Objetos como palos de selfie extensibles, equipos deportivos, martillos de escalada, bastones de senderismo, y hasta algunos instrumentos musicales grandes están prohibidos en cabina. Muchos deben facturarse con condiciones especiales.

Planear un viaje va más allá de elegir un destino o reservar alojamiento: comienza por preparar bien la maleta. Estar informado sobre los objetos prohibidos para viajar en avión es esencial para evitar la frustración de tener que abandonar pertenencias en el control o, peor aún, enfrentarse a sanciones.

La seguridad aérea es una responsabilidad compartida, y cada viajero, con un equipaje adecuado y consciente, contribuye a que volar siga siendo una experiencia segura, rápida y placentera. Porque el mejor viaje es aquel que empieza… sin problemas en la puerta de embarque.

Santo Domingo: un recorrido artístico por la capital caribeña del arte y la historia

Redacción (Madrid)

Santo Domingo, la vibrante capital de la República Dominicana, no solo es la ciudad más antigua del Nuevo Mundo fundada por europeos, sino también un epicentro artístico donde la historia, la arquitectura, la pintura, la escultura y la cultura contemporánea conviven en un mismo latido urbano. Hacer un recorrido artístico por Santo Domingo es adentrarse en un crisol de influencias coloniales, caribeñas y modernas que le dan una identidad única en el continente.

El recorrido debe comenzar en la Zona Colonial, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Aquí, el arte se manifiesta primero en la arquitectura: calles empedradas, casas coloniales con portones tallados, patios llenos de bugambilias y el arte del tiempo impreso en cada fachada.

Monumentos como la Catedral Primada de América, el Alcázar de Colón o el Museo de las Casas Reales no solo son joyas arquitectónicas, sino también contenedores de arte sacro, mobiliario de época, retratos coloniales y una estética que narra la llegada y expansión del mundo europeo en el Caribe. Pasear por estos espacios es contemplar la pintura y escultura dominicana en sus primeras etapas: marcada por lo religioso, lo simbólico y lo ornamental.

Fuera del casco antiguo, Santo Domingo acoge varios museos fundamentales para comprender la evolución artística del país. El Museo de Arte Moderno (MAM), ubicado en la Plaza de la Cultura, es la institución más importante dedicada a la creación contemporánea. Aquí se encuentran obras de grandes artistas dominicanos como Cándido Bidó, Paul Giudicelli o Ada Balcácer, que exploran el color, la identidad afrocaribeña, la abstracción y el sincretismo.

Muy cerca, el Museo del Hombre Dominicano combina arte con antropología, mostrando la riqueza estética de los taínos, los esclavos africanos y la cultura mestiza que se formó en la isla. Las esculturas, máscaras, textiles y objetos rituales son verdaderas obras de arte que revelan una herencia visual profundamente diversa y espiritual.

En los últimos años, Santo Domingo ha vivido un florecimiento del arte urbano. Barrios como Villa Francisca, Gazcue o la misma Zona Colonial exhiben coloridos murales que retratan desde figuras históricas hasta motivos sociales y culturales contemporáneos.

El colectivo Transitando y festivales como Arte Público han transformado muros en lienzos, acercando el arte a todos los ciudadanos. Este arte callejero, efímero y directo, expresa la vitalidad creativa de la juventud dominicana y su forma de reinterpretar el pasado desde una mirada contemporánea.

Además de los museos, Santo Domingo está salpicada de galerías privadas y centros culturales como Casa Quien, Centro León (en Santiago, pero con sede en la capital) o Espacio 401, que impulsan la creación emergente y ofrecen residencias, exposiciones y encuentros artísticos. Estas instituciones tejen puentes entre el arte local y el internacional, promoviendo un diálogo creativo sin fronteras.

Santo Domingo no es solo un destino turístico de sol y playas; es también una ciudad donde el arte se respira en cada esquina. Su riqueza artística está en sus iglesias centenarias, en sus museos modernos, en sus calles pintadas y en su gente creativa.

Hacer un recorrido artístico por Santo Domingo es una experiencia completa: sensorial, intelectual y emocional. Es descubrir cómo el arte puede ser resistencia, identidad, historia y esperanza. En esta ciudad, el pasado y el presente dialogan en colores caribeños, trazos modernos y piedras centenarias que cuentan, una y otra vez, la historia viva de una nación.

Asturias, viaje a los paisajes más bellos del paraíso natural

Redacción (Madrid)

Asturias, situada en el norte de España, es una de las regiones más bellas y sorprendentes del país. Conocida como el «Paraíso Natural», su geografía única concentra una increíble variedad de paisajes en un espacio reducido: desde imponentes cordilleras hasta playas escondidas, valles verdes, acantilados salvajes y ríos que serpentean entre bosques frondosos. Su belleza no es solo visual, sino también emocional: cada rincón invita al asombro, la reflexión y la conexión con la naturaleza.

Uno de los paisajes más espectaculares de Asturias es el Parque Nacional de los Picos de Europa. Esta cadena montañosa, compartida con León y Cantabria, ofrece vistas impresionantes, como los Lagos de Covadonga, un conjunto de lagos glaciares rodeados de cumbres verdes y nieblas que parecen de cuento. Subir en coche por la carretera que serpentea desde Cangas de Onís es una experiencia inolvidable.

El desfiladero del Cares, conocido como «La Garganta Divina», ofrece una de las rutas de senderismo más populares y sobrecogedoras de Europa. Caminando entre paredes verticales de roca, uno se siente pequeño ante la grandeza de la naturaleza. Las altas cumbres de los Picos, como el Naranjo de Bulnes (Picu Urriellu), son también un símbolo de aventura y belleza alpina.

El litoral asturiano, de más de 300 km, es un mosaico de acantilados, playas vírgenes y pueblos marineros con encanto. Playas como Gulpiyuri, una playa interior declarada Monumento Natural, sorprende por su tamaño y su extraña ubicación tierra adentro. La Playa del Silencio, en Cudillero, con su forma de concha y sus acantilados esculpidos por el viento, es ideal para quienes buscan tranquilidad y belleza sin artificios.

Otros puntos costeros destacados son los Bufones de Pría, donde el mar entra con fuerza por grietas en la roca y sale disparado en forma de géiseres marinos. Allí, el sonido gutural del mar rugiendo bajo tierra añade una dimensión sonora al espectáculo visual.

En el interior, Asturias se vuelve aún más verde. El Parque Natural de Somiedo, con sus brañas y lagos, es un espacio protegido donde habita el oso pardo y donde los hórreos conviven con prados infinitos. En otoño, los bosques de castaños y hayas se tiñen de tonos cálidos que recuerdan a un cuadro impresionista.

Los Oscos, en el occidente asturiano, ofrecen una experiencia rural auténtica: caseríos de piedra, molinos tradicionales, y rutas entre ríos y cascadas. Es una región ideal para desconectar del ritmo urbano y sumergirse en una naturaleza acogedora y sin prisas.

Asturias no solo se visita: se siente. Cada paisaje habla con voz propia. Las montañas impresionan, el mar calma, los valles abrazan. Es un lugar donde la naturaleza ha conservado su protagonismo frente al turismo masivo. Y eso se nota en cada sendero, en cada mirador y en la amabilidad de sus gentes.

Pasar por Asturias es descubrir que en tan solo unas horas puedes ir del silencio de una playa escondida al rugido de un río de montaña; del bullicio de una villa marinera al susurro de un hayedo profundo. Es un destino para todos los sentidos, pero sobre todo, para el alma.

Chicago: La metrópolis que moldea el horizonte y el alma urbana

Redacción (Madrid)

Chicago no es solo una ciudad, es una declaración de intenciones. Ubicada a orillas del lago Míchigan, en el corazón del medio oeste estadounidense, esta urbe es una cuna de arquitectura moderna, jazz de alma profunda, historia obrera y creatividad desbordante. Conocida como “la ciudad del viento”, Chicago ofrece una experiencia turística intensa, donde lo monumental convive con lo íntimo, y el pasado industrial late bajo una piel urbana vibrante y sofisticada.

La historia de Chicago es una historia de reinvención. Tras el gran incendio de 1871, la ciudad se reconstruyó con una ambición que desafió la gravedad. De ahí surgió la arquitectura moderna, los primeros rascacielos y un legado que hoy se puede contemplar a través de un paseo en barco por el Chicago River, considerado uno de los recorridos arquitectónicos más impactantes del mundo.

Torres diseñadas por Frank Lloyd Wright, Ludwig Mies van der Rohe o Jeanne Gang conviven con edificios históricos y puentes mecánicos que transforman el paisaje urbano en una especie de escultura viva. Visitar Chicago es mirar hacia arriba y encontrar belleza vertical, pero también caminar sus calles y sentir la huella de siglos de movimiento social y diversidad.

El Loop, centro histórico y financiero, es el corazón palpitante de la ciudad. Aquí se encuentran el Millennium Park, con su emblemática escultura “The Bean” (Cloud Gate), y el Art Institute of Chicago, uno de los museos más prestigiosos de Estados Unidos, con obras maestras de Monet, Hopper y Van Gogh.

Pero para conocer la ciudad auténtica hay que cruzar al norte y sur, a barrios como Wicker Park, lleno de librerías, cafés independientes y cultura alternativa; Hyde Park, hogar de la Universidad de Chicago y de Barack Obama; o Pilsen, tradicionalmente mexicano, donde los murales callejeros narran una historia de migración, lucha y orgullo cultural. Cada barrio es un microcosmos, una identidad propia que aporta matices a la gran narrativa urbana.

Chicago es también un lugar donde la música no se escucha, se siente. Fue cuna del blues urbano, del jazz eléctrico y del house. En clubes como el Green Mill Cocktail Lounge —antiguo refugio de Al Capone— o el Kingston Mines, los sonidos fluyen con la fuerza de una tradición que sigue viva, improvisada, nocturna.

Asistir a un concierto en la ciudad es más que una actividad turística: es una inmersión en una cultura que ha sabido convertir el dolor y la esperanza en arte sonoro. Incluso los festivales al aire libre, como el Chicago Blues Festival o el Lollapalooza, reflejan esa pasión colectiva por la música como forma de vida.

La comida en Chicago es tan diversa como su gente. Desde la famosa deep dish pizza (una tarta-pizza de queso y tomate que desafía las leyes del apetito) hasta los hot dogs estilo Chicago, sin kétchup pero con encurtidos y mostaza, la ciudad ha convertido sus platos populares en símbolos.

Al mismo tiempo, la escena culinaria contemporánea es de primer nivel, con chefs innovadores que mezclan tradición e inventiva en barrios como West Loop o River North. Comer en Chicago es viajar sin salir de la mesa, desde la cocina polaca o italiana hasta propuestas veganas, afroamericanas o asiáticas.

A pesar de su escala, Chicago no abruma. El lago Míchigan, con sus playas urbanas, caminos para ciclistas y zonas de relax, ofrece un respiro permanente. El Grant Park y el Lincoln Park son auténticos jardines urbanos donde conviven museos, conciertos y naturaleza.

El contraste entre el concreto y el agua, entre los edificios y el cielo abierto, le da a Chicago una sensación de amplitud que pocas grandes ciudades pueden ofrecer. Aquí se respira el ritmo urbano, pero también una cierta ligereza existencial: el espacio invita a contemplar tanto como a explorar.

Chicago es una ciudad para los que buscan una experiencia urbana completa: cultura, arquitectura, historia, diversidad, comida y arte, todo con carácter y profundidad. No es una ciudad que se entregue de inmediato: hay que caminarla, vivirla, escucharla. Pero quien lo hace, descubre un lugar que no solo moldea el horizonte con sus edificios, sino también el espíritu con su autenticidad y resiliencia.

En Chicago, el viento no solo sopla: empuja. Y el viajero, si se deja llevar, encuentra una ciudad que inspira tanto como fascina.

Osaka: tradición, modernidad y sabor en el corazón de Japón

Redacción (Madrid)

Osaka, la tercera ciudad más grande de Japón, es a menudo eclipsada por el brillo imperial de Kioto o la modernidad frenética de Tokio. Sin embargo, quien recorre sus calles descubre que esta metrópoli vibrante ofrece una experiencia profundamente auténtica: una mezcla única de historia, carácter local, cocina extraordinaria y energía urbana que la convierte en uno de los destinos turísticos más cautivadores del país nipón.

Osaka ha sido durante siglos un centro mercantil estratégico, conocido como “la cocina de Japón” por su papel histórico en el comercio de arroz y otros productos básicos. Este pasado ha forjado una ciudad de espíritu abierto, pragmático y hospitalario. Aquí, el viajero se siente bienvenido no como espectador distante, sino como parte del bullicio cotidiano, entre luces de neón, aromas callejeros y conversaciones enérgicas.

Uno de los grandes emblemas de la ciudad es el Castillo de Osaka, una majestuosa reconstrucción que recuerda las gestas del shogun Toyotomi Hideyoshi en el siglo XVI. Rodeado de parques y fosos, es un lugar ideal para pasear, especialmente en primavera, cuando los cerezos en flor lo transforman en un espectáculo visual inolvidable.

Pero Osaka también brilla en vertical. Desde la Umeda Sky Building, con su plataforma flotante entre torres gemelas, hasta el moderno distrito de Namba, la ciudad ofrece vistas que entrelazan el Japón histórico con el urbano, donde templos budistas coexisten con centros comerciales y salas de videojuegos. El equilibrio entre tradición y modernidad nunca se rompe, sino que convive con naturalidad.

Para muchos viajeros, Osaka es sinónimo de comer bien. Su lema oficioso, kuidaore (“comer hasta arruinarse”), resume el carácter epicúreo de sus habitantes. Aquí la gastronomía no es lujo, sino parte de la vida diaria, y se disfruta en puestos callejeros, izakayas animadas y mercados vibrantes.

Dos platos insignia reinan: el okonomiyaki, una especie de tortilla de col y otros ingredientes al gusto, y el takoyaki, bolitas de masa rellenas de pulpo, crujientes por fuera y melosas por dentro. Lugares como Dotonbori, con sus rótulos luminosos y ambiente teatral, son paradas obligatorias para vivir esta experiencia sensorial, donde el sabor se mezcla con la estética y el ruido con la calidez.

Osaka tiene un vínculo especial con la comedia y el entretenimiento popular. Es la cuna del manzai (humor japonés en pareja), y su gente es conocida por su franqueza y sentido del humor. El Teatro Namba Grand Kagetsu es un buen lugar para ver esta faceta cultural en acción, incluso sin hablar japonés, gracias al lenguaje corporal y la teatralidad.

Además, Osaka posee museos, acuarios (como el Kaiyukan, uno de los más grandes del mundo) y barrios únicos como Shinsekai, donde la nostalgia se mezcla con lo excéntrico, o Tennoji, donde templos milenarios se integran con centros comerciales y espacios verdes como el parque Tennoji.

Otra ventaja de Osaka es su excelente conexión ferroviaria. En menos de una hora, se puede llegar a Kioto, Nara o Kobe, lo que la convierte en una base ideal para explorar el Kansai. Sin embargo, muchos visitantes descubren que no necesitan salir de la ciudad para vivir una experiencia japonesa completa: Osaka tiene su propio ritmo, más relajado, más tangible, más humano.

Osaka no pretende deslumbrar como Tokio ni exhibir su elegancia como Kioto. Su encanto reside en la cercanía, la espontaneidad y la autenticidad. Es una ciudad para andar con hambre, con curiosidad, con ganas de conversar y dejarse llevar por lo inesperado. Su gente sonríe más, sus calles huelen distinto, su energía es más callejera que ceremonial.

Visitar Osaka es entender que Japón no es solo templos y tecnología, sino también sabores intensos, vidas cotidianas y ciudades que respiran a su propio ritmo. Es un destino que no se impone, pero se queda en la memoria como un lugar donde uno puede ser viajero sin dejar de sentirse en casa.

Museos en Bruselas: tesoros culturales en el corazón de Europa

Redacción (Madrid)

Bruselas, capital de Bélgica y sede de instituciones clave de la Unión Europea, no es solo un epicentro político y diplomático: es también una ciudad donde el arte, la historia y la creatividad florecen en cada esquina. Entre sus calles empedradas y sus avenidas cosmopolitas se esconde una red diversa y sorprendente de museos que permiten al visitante realizar un recorrido íntimo y enriquecedor por el alma cultural del país.

Descubrir los museos de Bruselas es descubrir múltiples capas de identidad belga: desde los antiguos maestros flamencos hasta los cómics modernos, desde la historia real hasta los secretos del chocolate. Cada museo, pequeño o monumental, abre una ventana a una faceta distinta de una ciudad que sabe ser clásica y moderna, sobria y lúdica al mismo tiempo.

Uno de los pilares culturales de Bruselas es sin duda el conjunto de los Museos Reales de Bellas Artes de Bélgica, que reúne varias instituciones bajo un mismo nombre. El Museo de Arte Antiguo guarda obras maestras de artistas flamencos como Bruegel, Van Dyck y Rubens, cuyos lienzos capturan la riqueza visual y simbólica del barroco y el Renacimiento.

Justo al lado, el Museo de Arte Moderno y el Museo Magritte ofrecen un cambio de tono: surrealismo, simbolismo, crítica social y ruptura de formas. Especialmente relevante es el museo dedicado a René Magritte, el pintor belga por excelencia, donde se explora su mente enigmática y su poder visual a través de una colección única en el mundo. En conjunto, estos museos reflejan el equilibrio entre tradición e innovación que caracteriza a la cultura belga.

Bruselas es también la capital del cómic europeo, y eso se celebra en el maravilloso Centro Belga del Cómic, ubicado en un edificio art nouveau de Victor Horta. Aquí, personajes como Tintín, los Pitufos, Lucky Luke y Spirou cobran vida a través de originales, bocetos, reconstrucciones y exposiciones temporales.

Más que un museo infantil, este espacio muestra cómo el cómic ha sido una forma de crítica, educación y arte en Bélgica desde el siglo XX. El visitante no solo redescubre su infancia, sino que comprende cómo la historieta puede ser un espejo irónico de la sociedad y una poderosa herramienta de expresión cultural.

El recorrido por los museos de Bruselas puede llevar también a experiencias más insólitas y variadas. El Museo del Chocolate permite entender (y probar) una de las grandes pasiones belgas, explicando el proceso de fabricación y la evolución histórica de este manjar. Por su parte, el Museo de Ciencias Naturales alberga una de las colecciones de dinosaurios más completas de Europa, ideal para familias o amantes de la paleontología.

Otros espacios destacan por su singularidad: el Museo de Instrumentos Musicales, con más de 8.000 piezas de todos los continentes, ubicado en otro imponente edificio art nouveau; o el Museo de la Ciudad de Bruselas, en la Grand Place, que ofrece una inmersión en la historia urbana de la capital, desde sus gremios medievales hasta su expansión moderna.

Bruselas es una ciudad que se puede leer como un libro ilustrado y polifónico: sus museos son las páginas donde se narra su evolución, sus obsesiones, sus logros y contradicciones. Lo fascinante de su oferta museística no es solo la calidad o la cantidad, sino la diversidad de perspectivas: arte clásico y contemporáneo, historia y ciencia, humor gráfico y diseño, todo cohabita en una ciudad que entiende la cultura como algo esencial, no accesorio.

Visitar sus museos es entender que Bruselas no solo es el corazón administrativo de Europa, sino también uno de sus núcleos culturales más vivos y ricos. Para el viajero curioso, amante del arte o del conocimiento, Bruselas ofrece una experiencia museística que va más allá de lo estético: es una invitación a comprender Europa desde una de sus ciudades más complejas, creativas y humanas.

Descubrimos los secretos que esconde la Cueva de los Tres Ojos en Santo Domingo

Redacción (Madrid)

SANTO DOMINGO, República Dominicana. — A escasos minutos del bullicioso centro de la capital dominicana, se encuentra un lugar donde la naturaleza, la historia y el misterio convergen en una danza hipnótica: la Cueva de los Tres Ojos. Este impresionante sistema de cavernas subterráneas no solo es un atractivo turístico de primer orden, sino también un enigma natural cargado de leyendas y secretos milenarios que hoy decidimos explorar a fondo.

Ubicada en el Parque Mirador del Este, en el municipio de Santo Domingo Este, la Cueva de los Tres Ojos es un conjunto de lagunas de agua dulce formadas dentro de una caverna de piedra caliza. Su nombre proviene de los tres estanques principales visibles desde la superficie —aunque existe un cuarto, oculto a simple vista, que guarda un aura casi mágica.

Un viaje al centro de la tierra caribeña

Al descender los escalones tallados en la roca, el cambio de ambiente es inmediato: el aire se torna fresco y húmedo, las paredes se estrechan y la penumbra envolvente invita a un silencio reverente. Cada laguna posee su propio nombre y características únicas: «El Lago Azufre», de apariencia lechosa y misteriosa; «La Nevera», cuyas aguas son tan frías como sugiere el nombre; y «Las Damas», más cálida y menos profunda, utilizada antiguamente como balneario natural.

El cuarto lago, conocido simplemente como «Los Zaramagullones», es accesible solo mediante una pequeña balsa guiada por cuerdas, lo que lo convierte en el rincón más intrigante del lugar. Rodeado por una vegetación densa y enmarcado por formaciones rocosas caprichosas, se dice que aquí los taínos realizaban rituales ancestrales, y que los primeros exploradores españoles creían haber hallado una entrada al inframundo.

Ciencia, historia y mito

Formada hace miles de años debido a movimientos tectónicos y erosión natural, la cueva ha sido objeto de estudios geológicos y arqueológicos que revelan fósiles marinos y restos de cerámica taína. Sin embargo, más allá de los hallazgos científicos, el lugar está cargado de leyendas transmitidas de generación en generación. Algunos lugareños aseguran haber visto luces misteriosas flotando sobre el agua, mientras que otros hablan de presencias invisibles que cuidan el lugar.

Un patrimonio que debemos preservar

Aunque el Ministerio de Medio Ambiente y otras entidades locales han hecho esfuerzos por preservar este tesoro natural, el aumento del turismo representa un desafío constante. Las autoridades han implementado normas para regular el acceso, limitar la contaminación y garantizar que las generaciones futuras también puedan asombrarse con esta joya subterránea.

Visitar la Cueva de los Tres Ojos no es solo una experiencia turística; es una oportunidad de reconectarse con el pasado, sumergirse en la belleza cruda de la naturaleza y abrir una ventana hacia los misterios aún no resueltos que esconde el subsuelo dominicano.

Madrid y sus nuevos turistas, o el arte de sobrevivirse a sí misma

David Agüera

Hubo un tiempo, no tan lejano, en que Madrid olía a café de bar antiguo, a librería de viejo, a paso lento por el Retiro, a esa chulería elegante que no necesitaba más cartel que una reja levantada en Lavapiés o un cigarro a medio fumar en la plaza de Santa Ana. Era una ciudad que se sabía imperfecta, con más alma que escaparate, más historia que hashtags. Pero como toda ciudad que no quiere morirse de aburrimiento, Madrid entendió —a regañadientes, pero entendió— que el mundo ya no venía en tren, sino en vuelos baratos y con selfie stick.

Y vaya si cambió.

Hoy los turistas la invaden como si fuera una fiesta a la que todos han sido invitados tarde, pero igual se plantan con cerveza en mano. Y Madrid, que tiene más vidas que un gato callejero, se dejó seducir. No como esas ciudades que se venden por cuatro fotos en Instagram y un rooftop con DJ, sino como una vieja cortesana que, aun sabiendo lo que pierde, entiende muy bien lo que gana.

Porque sí, ahora hay más guiris que gatos, y en Malasaña se escucha más inglés que madrileño castizo. Pero también hay vida. Hay economía. Hay bares que no cierran, gente que paga entradas para museos que antes solo visitaban escolares aburridos, barrios que antes eran sombra y ahora son color. Madrid ha aprendido a usar el turismo como escudo y como espada: se protege de la decadencia y ataca la irrelevancia con esa mezcla suya de descaro y resistencia.

A los nostálgicos que protestan —y razones no les faltan— les diría que miren bien. No todo lo nuevo es enemigo. Madrid no se ha rendido al turismo; lo ha domesticado a su manera. Le ha enseñado a tomarse el vermú, a entender a Sabina, a respetar el silencio de los soportales del Rastro un domingo por la tarde.
No es una rendición, sino una metamorfosis.
Madrid no es la misma, claro. Pero sigue siendo ella. Con otra ropa, con otro idioma en las esquinas, pero con el mismo corazón cabreado, orgulloso y vivo.

24 horas en Valencia: de la ciudad de las Artes y las Ciencias a la Albufera

Redacción (Madrid)

Valencia, la tercera ciudad más grande de España, es un lugar donde la tradición mediterránea convive con la vanguardia arquitectónica y el dinamismo urbano. Pasar 24 horas en esta ciudad es una invitación a sumergirse en una experiencia sensorial completa, donde la historia, el arte, la gastronomía y la naturaleza se encadenan con armonía. Este ensayo turístico traza un itinerario que comienza entre estructuras futuristas y termina navegando entre arrozales al atardecer, en un viaje que demuestra por qué Valencia no se recorre, sino que se vive.

La jornada comienza en la Ciudad de las Artes y las Ciencias, una de las obras arquitectónicas más audaces de Europa. Este conjunto, diseñado por Santiago Calatrava, no solo impresiona por su estética —líneas curvas, superficies blancas, reflejos infinitos en el agua— sino también por su contenido: el Museo de las Ciencias Príncipe Felipe, el Oceanogràfic (el mayor acuario de Europa) y el Hemisfèric, donde la tecnología y el arte se dan la mano.

Pasear por este complejo temprano en la mañana permite apreciar su escala monumental con tranquilidad. La luz del sol sobre el blanco impoluto del conjunto crea una atmósfera casi extraterrestre, y ofrece uno de los paisajes urbanos más fotogénicos del país.

Desde ahí, el recorrido sigue por el Jardín del Turia, un antiguo cauce de río convertido en un pulmón verde de la ciudad. Es un lugar ideal para caminar, alquilar una bici o simplemente dejarse llevar entre naranjos, puentes históricos y zonas deportivas, rumbo al centro histórico.

Cerca del mediodía, es tiempo de adentrarse en el Casco Antiguo. Valencia es una ciudad milenaria, y eso se nota en rincones como el Mercado Central, joya modernista donde los colores y aromas revelan la riqueza de la huerta valenciana. Aquí es posible degustar productos locales o sentarse en alguna de las tapas modernas que reinterpretan la cocina tradicional.

A pocos pasos, la Lonja de la Seda, Patrimonio de la Humanidad, muestra el esplendor mercantil de la Valencia del siglo XV. Desde allí, se puede subir al Miguelete, la torre de la Catedral, y disfrutar de una panorámica inolvidable de tejados, cúpulas y el perfil del Mediterráneo a lo lejos.

El almuerzo, cómo no, pide una paella auténtica. Y aunque hay muchas versiones turísticas, lo ideal es esperar hasta la tarde para disfrutarla donde nació: en los arrozales de la Albufera.

Tras una breve escapada en coche o autobús (a solo 10 km del centro), se llega a uno de los entornos naturales más especiales del Levante: el Parque Natural de la Albufera. Esta laguna costera, rodeada de arrozales, es no solo el origen de la paella, sino también un remanso de calma donde el ritmo urbano se disuelve.

En alguna de las barracas tradicionales o restaurantes frente a la laguna, se puede disfrutar de una paella cocinada a fuego de leña, acompañada de allioli y vino blanco local. La comida aquí no es solo alimento: es un ritual pausado, una celebración de la tierra y la cultura valencianas.

Al caer la tarde, nada supera un paseo en barca por la Albufera. El cielo se tiñe de naranjas y malvas, las siluetas de las aves cruzan el horizonte, y el reflejo del sol sobre el agua ofrece una de las puestas de sol más memorables de España.

De regreso a Valencia, la noche invita a recorrer barrios como Ruzafa, epicentro de la vida nocturna, con su mezcla de bares alternativos, galerías de arte y terrazas. O quizás tomar algo en la Marina Real, junto al mar, donde la brisa nocturna y la visión de los veleros anclados cierran un día perfecto.

En solo 24 horas, Valencia logra algo difícil: hacer que el tiempo se estire y se llene de matices. Desde el futuro imaginado por Calatrava hasta la quietud eterna de la Albufera, la ciudad ofrece un viaje circular entre innovación y raíces. Es una ciudad que no obliga a elegir entre playa o cultura, entre historia o naturaleza. Todo está cerca, todo es accesible, todo respira vida mediterránea.

Valencia no se resume en una postal. Se camina, se saborea, se escucha y se siente. Y en tan solo un día, deja claro que es una de las capitales culturales y emocionales más completas de Europa.