Redacción (Madrid)

Viajar a los escenarios del western en Estados Unidos es más que una ruta por lugares de película: es una inmersión en el imaginario colectivo de una nación, un recorrido visual por paisajes que definieron el cine clásico y las narrativas del héroe solitario, la frontera y la ley del más fuerte. De Monument Valley a Tombstone, el desierto americano conserva la épica visual que transformó simples parajes naturales en auténticos templos del cine.

Uno de los puntos clave es Monument Valley, en la frontera entre Utah y Arizona. Sus formaciones rocosas, esculpidas por el viento y el tiempo, se alzan como catedrales naturales. Este escenario se convirtió en icono gracias a John Ford, quien lo usó repetidamente en películas como La diligencia (1939) y Centauros del desierto (1956). Hoy, los visitantes pueden recorrer la zona en coche, a pie o acompañados por guías navajos, descubriendo no solo el cine, sino también la historia indígena del territorio.

Otro lugar esencial es Tombstone, Arizona, un pueblo donde el tiempo parece haberse detenido en 1881. Aquí ocurrió el famoso tiroteo en el O.K. Corral, y la localidad conserva su estética de saloons, caballos y duelos al sol. Las recreaciones históricas y museos convierten la ciudad en un parque temático del Viejo Oeste, ideal para los amantes del western clásico.

En New Mexico, el desierto de White Sands y los alrededores de Santa Fe han sido usados para decenas de películas y series, desde westerns hasta adaptaciones modernas del género. Estudios de cine como Bonanza Creek Ranch todavía acogen rodajes, y ofrecen visitas guiadas a quienes desean ver decorados originales en plena naturaleza.

El oeste de Texas, con pueblos como Marfa y El Paso, también ha sido protagonista silencioso de innumerables producciones. Allí, los horizontes interminables, los caminos polvorientos y las viejas estaciones de tren se transforman en escenarios perfectos para la nostalgia del western crepuscular.

Recorrer los escenarios del western es, en el fondo, una forma de revivir una mitología visual profundamente enraizada en la cultura estadounidense. Es ver cómo el paisaje natural se convirtió en personaje y cómo aún hoy, sin cámaras ni actores, esos lugares siguen proyectando su propia historia. Un turismo para amantes del cine, de la historia, y de los grandes horizontes.

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