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Redacción (Madrid)

Venecia, la joya flotante del Adriático, es una ciudad que parece detenida en el tiempo. Su encanto radica en sus laberínticas calles, puentes de piedra y góndolas que se deslizan suavemente sobre los canales. Aunque una vida no basta para descubrir todos sus rincones, pasar 24 horas en esta ciudad italiana puede ofrecer una experiencia profundamente memorable, cargada de historia, arte y romance. Desde el alba hasta la medianoche, cada instante en Venecia tiene un aire de cuento.

El día comienza temprano, cuando la ciudad aún duerme y solo los gondoleros y panaderos llenan de vida las callejuelas. Desayunar un café con un “cornetto” en una pequeña pasticceria junto al Gran Canal es una delicia. A primera hora, la Plaza de San Marcos, sin las multitudes habituales, ofrece una imagen casi irreal. Es el momento ideal para visitar la Basílica de San Marcos y, si el tiempo lo permite, subir al Campanile para contemplar una vista panorámica que corta la respiración.

A medida que avanza el día, la ciudad despierta y se vuelve un mosaico de colores y sonidos. Pasear por el barrio de Dorsoduro es una experiencia más tranquila y auténtica, lejos de las aglomeraciones. Allí se encuentra la Galería de la Academia, hogar de grandes obras del Renacimiento veneciano. El almuerzo puede ser una oportunidad para probar cicchetti, las tapas venecianas, acompañadas por un spritz, la bebida insignia de la región, en una “osteria” a la orilla de un canal.

La tarde invita a perderse sin rumbo, cruzando puentes y descubriendo pequeñas plazas donde el tiempo parece haberse detenido. Un paseo en góndola al atardecer, aunque turístico, revela una perspectiva distinta de la ciudad, con fachadas que se reflejan en las aguas doradas por el sol poniente. La luz de Venecia, en esas últimas horas del día, ha inspirado a poetas y pintores durante siglos.

Por la noche, Venecia adquiere un aura mágica y misteriosa. Una cena en el barrio de Cannaregio, menos turístico, ofrece una experiencia culinaria más íntima y local. Al salir, las calles silenciosas y los canales oscuros reflejan la luna con una serenidad única. Así termina una jornada de 24 horas en una ciudad que no necesita más tiempo para enamorar. Porque en Venecia, incluso un solo día puede convertirse en un recuerdo eterno.

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