
Redacción (Madrid)
Londres no se recorre, se captura. Es una ciudad que parece haber nacido para ser fotografiada: niebla en los muelles, reflejos en el Támesis, siluetas góticas al atardecer. Y aunque es imposible encerrar una ciudad tan viva en un puñado de imágenes, hay fotografías —algunas famosas, otras casi anónimas— que logran condensar su espíritu. Imágenes que, más que representar Londres, son Londres.
Es casi un rito turístico: pararse en Westminster Bridge con el Támesis a un lado y el Big Ben al otro. Aunque el nombre real es la Elizabeth Tower, nadie se molesta en corregirlo, porque lo importante es la silueta. Ese reloj —tal vez el más fotografiado del mundo— ha marcado millones de horas y clics de cámaras. Su imagen, con un cielo gris de fondo o bajo la luz dorada del atardecer, es la postal obligada. Y sí, aún impresiona. Siempre lo hace.

Pocas imágenes transmiten tanta atmósfera como una foto del Tower Bridge emergiendo entre la niebla. Es una escena casi teatral: dos torres neogóticas que parecen flotar sobre un río lento y callado. No es solo arquitectura, es símbolo. En blanco y negro o a color, esta fotografía remite al Londres de Sherlock Holmes, al misterio, al tiempo suspendido. Lo curioso es que, aunque uno lo haya visto mil veces, siempre parece nuevo.
La fotografía de los Beatles cruzando Abbey Road en fila india es posiblemente una de las imágenes más reproducidas de la historia. Lo que muchos no saben es que fue tomada en apenas 10 minutos por Iain Macmillan, y sin permisos especiales. Hoy, cientos de personas al día intentan recrearla, bloqueando el tráfico sin culpa. Es más que una portada de álbum: es un mito caminando entre pasos de cebra. Y sí, esa calle está en Londres.
A veces una ciudad se define por un color. En el caso de Londres, ese color es el rojo: el de los famosos autobuses de dos pisos y las cabinas telefónicas. Hay fotografías casi abstractas que capturan solo eso: un rojo brillante cruzando una calle mojada, un teléfono público en una esquina solitaria. Son símbolos, claro, pero también retazos de un Londres que se resiste a desaparecer del todo, aunque la tecnología avance y los buses eléctricos reemplacen a los clásicos.

Mientras muchos apuntan sus cámaras hacia monumentos, algunos de los paisajes más icónicos se capturan desde lejos. Subir a Primrose Hill al amanecer y ver cómo la ciudad despierta, con el Shard, el London Eye y la cúpula de San Pablo recortándose contra el cielo, es una experiencia silenciosa y poderosa. No hay masas, no hay ruido. Solo la ciudad, completa, vulnerable y hermosa.
Londres es una ciudad que cambia de cara con cada estación, con cada ángulo, con cada visitante. Las fotografías icónicas que circulan por el mundo son solo fragmentos de una identidad mucho más rica. A veces, la mejor imagen de Londres no es la que se toma, sino la que se recuerda: ese instante en que la lluvia cae justo cuando cruzas el puente, o cuando una banda toca jazz en el metro y la gente sonríe sin conocerse.
Porque Londres no se deja encerrar en una foto. Pero eso no impide que lo intentemos, una y otra vez.
