
Redacción (Madrid)
Ubicada en la costa norte de la provincia de Holguín, Gibara es una joya aún poco descubierta del oriente cubano. Fundada el 16 de enero de 1817, esta villa costera conocida como la Villa Blanca debe su nombre al color níveo de sus casas coloniales y a la bruma marina que envuelve sus calles al amanecer. Con una arquitectura que parece detenida en el tiempo, playas serenas y un espíritu acogedor, Gibara ha sabido mantener su esencia sin renunciar a los aires del siglo XXI.
Un patrimonio entre el mar y las montañas
Gibara se abre al Atlántico en una bahía tranquila, de aguas color esmeralda, resguardada por formaciones rocosas y una exuberante vegetación. Pasear por su malecón es una experiencia que combina la brisa salina con vistas inolvidables de barcos pesqueros y gaviotas en vuelo. A pocos metros, el centro histórico de la ciudad guarda una muestra bien conservada de la arquitectura colonial cubana, con calles empedradas, iglesias centenarias y balcones de hierro forjado.
Entre los edificios más representativos está el antiguo Cuartelón (hoy Museo de Historia Natural), la Iglesia de San Fulgencio, y el Teatro Martí, que aún abre sus puertas a presentaciones culturales. La ciudad fue declarada Monumento Nacional en 2004, y no es para menos: su trazado urbano y su historia la convierten en un ejemplo auténtico de la herencia hispánica en el Caribe.
Un refugio para el arte y el cine
Uno de los grandes orgullos de Gibara es su estrecha relación con el arte. En 2003, el cineasta Humberto Solás fundó el Festival Internacional de Cine Pobre, con el propósito de dar visibilidad a producciones audiovisuales de bajo presupuesto. Lo que comenzó como un encuentro íntimo entre cineastas, se transformó en un evento cultural de referencia, atrayendo cada año a artistas de todo el mundo.
Gracias a esta cita con el cine, Gibara ha logrado consolidarse como un destino cultural vibrante, donde el arte convive con la comunidad y se manifiesta también en la música, la pintura, la danza y la literatura.
Naturaleza y aventura
Más allá de su entorno urbano, Gibara ofrece opciones para quienes buscan un contacto directo con la naturaleza. Muy cerca se encuentran atractivos como la Cueva de los Panaderos y el Parque Natural de Caletones, donde es posible practicar senderismo, espeleología y observación de aves. Las aguas cercanas a la costa son también ideales para el buceo, con arrecifes de coral y pecios submarinos que guardan siglos de historia.
Un pueblo con alma
Lo que hace única a Gibara no es sólo su arquitectura o su paisaje marino, sino la calidez de su gente. Los gibareños son conocidos por su hospitalidad, su humor caribeño y su orgullo por su tierra. En sus calles se percibe un ritmo pausado, donde la conversación es parte esencial del día y donde la tradición convive armónicamente con el presente.
Los visitantes pueden degustar platos típicos como el pescado a la criolla, mariscos frescos y dulces caseros como el pan de gloria y las mermeladas artesanales. Todo ello servido en paladares familiares, con vistas que quitan el aliento.