Redacción (Madrid)

En las orillas del golfo de Túnez, bajo el sol dorado del Mediterráneo, se extienden las majestuosas ruinas de la antigua Cartago, una de las ciudades más legendarias de la Antigüedad. Sus vestigios de piedra, dispersos entre colinas y jardines, son testimonio de un pasado glorioso: el de una potencia marítima que desafió a Roma y dominó durante siglos el comercio del Mediterráneo occidental. Hoy, las ruinas de Cartago se alzan como un destino turístico y patrimonial de valor universal, donde historia, mito y belleza se entrelazan.

Fundada hacia el siglo IX a.C. por colonos fenicios procedentes de Tiro, Cartago (Qart Hadasht, “Ciudad Nueva”) creció rápidamente gracias a su posición estratégica y su espíritu mercantil. Su flota controlaba las rutas del Mediterráneo, estableciendo colonias y alianzas desde el norte de África hasta la península ibérica. Con el tiempo, Cartago se convirtió en la rival más poderosa de Roma, y su historia se vio marcada por los célebres conflictos púnicos, guerras que definieron el destino del mundo antiguo.

Durante su máximo esplendor, la ciudad fue un centro de arte, ingeniería y comercio. Los cronistas antiguos describen un lugar de templos monumentales, puertos dobles perfectamente diseñados y una sociedad rica y cosmopolita. La figura de Aníbal Barca, el estratega que cruzó los Alpes con elefantes para enfrentarse a Roma, simboliza aún hoy el ingenio y la ambición cartaginesa.

Tras la derrota definitiva en el año 146 a.C., Roma arrasó Cartago, reduciéndola a cenizas y salando sus tierras según la leyenda. Sin embargo, la ciudad renació siglos después como colonia romana, transformándose en uno de los centros más prósperos de África Proconsular. Bajo el dominio romano, se levantaron termas, anfiteatros, templos y villas decoradas con mosaicos que hoy fascinan a los visitantes.

Las ruinas actuales abarcan una vasta área declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1979. Entre sus principales atractivos destacan las Termas de Antonino, las segundas más grandes del Imperio Romano; el tophet púnico, santuario donde se han hallado restos y estelas dedicadas a las divinidades fenicias Baal Hammon y Tanit; el anfiteatro romano; y las villas de Byrsa, desde cuya colina se obtiene una vista panorámica del mar y la ciudad moderna de Túnez.

Caminar por las ruinas de Cartago es recorrer casi tres mil años de historia. Cada columna caída y cada mosaico rescatado evocan tanto la grandeza perdida como la persistencia del espíritu humano frente al paso del tiempo.

Visitar Cartago no es solo un viaje arqueológico, sino una experiencia cultural profunda. El sitio atrae a viajeros, historiadores y amantes del arte de todo el mundo. Su cercanía a la moderna Túnez facilita el acceso y permite combinar la visita con otros lugares emblemáticos como Sidi Bou Said, el Museo del Bardo o La Marsa, conformando una ruta que fusiona historia, cultura mediterránea y hospitalidad árabe.

Las ruinas de Cartago constituyen un testimonio vivo del encuentro entre civilizaciones. En ellas convergen el legado fenicio, la grandeza romana y la identidad tunecina contemporánea. Visitar este sitio es más que una lección de historia: es una invitación a reflexionar sobre la fragilidad del poder, la continuidad de la cultura y la capacidad humana de reconstruir la belleza sobre las cenizas del pasado.

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