
Camagüey, Cuba. — Amanece en el corazón del oriente cubano y la ciudad de los tinajones abre sus puertas al visitante con la calma propia de quien no tiene prisa. Camagüey no es una ciudad para recorrer a contrarreloj, sino para dejarse llevar por su trazado irregular, único en el país, que parece invitar a perderse y, en cada esquina, redescubrirla.
Mañana entre plazas y cafés
El recorrido comienza temprano, con el sol tiñendo de dorado las fachadas coloniales de la Plaza San Juan de Dios, uno de los conjuntos arquitectónicos más hermosos de la ciudad. Allí, entre portales de madera y adoquines antiguos, los vecinos se saludan como si el tiempo tuviera otro ritmo.
Un café fuerte en alguna de las pequeñas cafeterías del centro histórico prepara al viajero para adentrarse en el laberinto de calles estrechas, donde conviven iglesias barrocas, murales contemporáneos y casas pintadas en tonos pastel. No es raro que un lugareño, con natural hospitalidad, se ofrezca a guiar a quien busca la siguiente plaza: la de los Trabajadores, la del Carmen o la de la Soledad. Cada una es un microcosmos con su propia vida.
Mediodía de arte y sabor
Al llegar el mediodía, el calor invita a refugiarse en un museo o en una galería. Camagüey respira arte en cada rincón: desde las obras del célebre pintor Fidelio Ponce hasta las esculturas que adornan parques y paseos. Una visita al Centro de Interpretación Camagüey Ciudad Patrimonio ayuda a comprender cómo la urbe, con más de cinco siglos de historia, fue moldeándose hasta convertirse en Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
El almuerzo se convierte en una experiencia cultural: platos criollos como el ajiaco, la carne de cerdo asada o el arroz con frijoles se sirven acompañados de jugos tropicales. Y, como no puede faltar, la sobremesa se endulza con un flan casero o un trozo de guayaba con queso.
Tarde de tradición y movimiento
Con el sol bajando, la ciudad recobra frescura. Es hora de acercarse a los tinajones, enormes vasijas de barro que se han convertido en símbolo camagüeyano. Algunos todavía guardan agua de lluvia en patios familiares; otros, ahora decorativos, cuentan silenciosamente historias de siglos pasados.
Para los amantes del arte escénico, nada iguala la oportunidad de presenciar un ensayo o función del Ballet de Camagüey, segunda compañía más importante del país. La danza, ejecutada con elegancia y fuerza, es reflejo del alma creativa de la ciudad.
Noche de luces y música
La jornada concluye en la Plaza del Gallo, donde bares y restaurantes ofrecen música en vivo. Una guitarra suena, una pareja improvisa unos pasos de son, y la atmósfera se vuelve festiva. Con un coctel en mano —quizás un mojito o un tradicional ron con hielo—, el viajero siente que Camagüey no se recorre únicamente: se vive.
Al despedirse, ya entrada la medianoche, queda claro que 24 horas no bastan para abarcar esta ciudad que late entre lo antiguo y lo contemporáneo. Pero sí son suficientes para comprender que perderse en Camagüey es, en realidad, la mejor manera de encontrarse con su esencia.