Redacción (Madrid)

El arte urbano en La Habana es una invitación a recorrer la ciudad desde una perspectiva distinta, un viaje en el que las fachadas, los callejones y las avenidas actúan como lienzos que revelan la identidad vibrante de la capital cubana. A diferencia de otras ciudades donde el muralismo busca el impacto inmediato o la crítica frontal, en La Habana el arte urbano florece como un diálogo permanente entre la memoria histórica, la resiliencia cotidiana y una creatividad que se niega a desvanecerse pese al paso del tiempo.

Caminar por sus barrios es descubrir cómo la ciudad, con toda su arquitectura desgastada y su mezcla de épocas, ha encontrado en el mural un gesto de renovación cultural. Uno de los puntos imprescindibles es Callejón de Hamel, el epicentro de la estética afrocubana en la capital. Este pequeño pasaje del barrio de Cayo Hueso se ha convertido en un santuario del color y del sincretismo religioso: figuras de orishas, símbolos yorubas, mosaicos improvisados y esculturas de metal conviven mientras la música rumba suena de fondo. Más que un espacio artístico, es un corazón cultural que late al ritmo de la identidad afrocubana.

Pero La Habana no es solo tradición: también es experimentación. En las calles de La Habana Vieja, los visitantes tropiezan con murales contemporáneos que reinterpretan su arquitectura colonial. Artistas locales utilizan las paredes desgastadas como soporte para composiciones que combinan crítica social, humor y nostalgia. Los retratos de figuras cubanas, los guiños al arte pop caribeño y las intervenciones efímeras hacen que cada paseo sea distinto dependiendo del día y la luz.

Uno de los espacios que ha transformado el concepto de arte urbano en la ciudad es la Fábrica de Arte Cubano (FAC), situada en el barrio de Vedado. Aunque su interior es un centro cultural multidisciplinar, sus alrededores también se han convertido en un punto de referencia para el arte callejero contemporáneo. Aquí, los murales dialogan con instalaciones, fotografías y performances, generando una atmósfera que mezcla vanguardia y tradición cubana. Visitar la FAC es comprender cómo la creatividad habanera vive en constante evolución.

El espíritu callejero también se manifiesta en Jaimanitas, un barrio costero que el artista José Fuster ha convertido en un extraordinario laboratorio de arte público. Conocido como Fusterlandia, este proyecto comunitario es una explosión de color y fantasía, donde las casas —incluida la del propio artista— están cubiertas por mosaicos que recuerdan a Gaudí pero con una identidad caribeña profundamente marcada. El barrio entero se ha transformado en una obra colectiva que celebra la alegría de vivir y el poder transformador del arte.

Más allá de los espacios famosos, La Habana es un museo vivo donde los murales surgen en paredes inesperadas: retratos de héroes locales, frases poéticas pintadas sobre edificios antiguos, grafitis que reivindican el papel de la juventud en la cultura cubana. El arte urbano se ha convertido en una forma de resistencia estética ante los desafíos económicos y sociales, un recordatorio de que la creatividad puede florecer incluso en escenarios adversos.

Visitar La Habana desde la mirada del arte callejero es una forma íntima y reveladora de entender la ciudad. Es atravesar sus barrios con atención, detenerse a observar lo que a veces pasa desapercibido y descubrir que su alma no solo vive en el Malecón, en sus coches clásicos o en su música, sino también en las paredes que la narran. Cada mural cuenta una historia, cada color es una reivindicación, y cada esquina ofrece una nueva página visual del relato infinito que es La Habana.

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