
Redacción (Madrid)
Pedernales, en el extremo suroeste de la República Dominicana, es una joya todavía intacta. Lejos del bullicio de Punta Cana o Santo Domingo, esta provincia fronteriza con Haití ofrece una experiencia completamente distinta: pura, serena y profundamente conectada con la naturaleza. Pasar 24 horas aquí es un viaje por paisajes desérticos, playas vírgenes y una comunidad que vive al ritmo del sol y el mar.
6:00 a.m. — Amanecer en la frontera
El día comienza temprano. Desde el malecón, el sol se asoma lentamente sobre el horizonte del Mar Caribe, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y dorados. Los pescadores ya están de regreso con su primera captura del día; los saludos son breves, las sonrisas sinceras. Pedernales despierta sin prisa, con una calma que se contagia.
8:00 a.m. — Desayuno con sabor local
En el pequeño restaurante Doña Ana, frente al parque central, el desayuno es un ritual: mangú, salami frito, queso y un café oscuro y fuerte. Aquí, los turistas y los locales se mezclan con naturalidad. Las conversaciones giran en torno al clima, la pesca o las promesas del turismo sostenible que poco a poco empieza a florecer en la zona.
10:00 a.m. — Rumbo a Bahía de las Águilas
Tomar la carretera hacia Cabo Rojo es adentrarse en otro mundo: montañas secas, cactus imponentes y el azul infinito del mar a la distancia. Desde allí, una lancha parte hacia Bahía de las Águilas, considerada una de las playas más hermosas del planeta.
La travesía dura unos 20 minutos, pero cada segundo cuenta: el viento, la brisa salada y la sensación de libertad son incomparables.
Al llegar, la escena parece irreal: una franja de arena blanca, aguas turquesas y una ausencia total de ruido. No hay hoteles, ni vendedores, ni construcciones. Solo tú, el mar y el sonido del viento.
1:00 p.m. — Almuerzo frente al mar
De regreso en Cabo Rojo, el almuerzo se sirve en un pequeño comedor familiar. El menú no podría ser más caribeño: pescado frito, tostones y arroz con coco. El sabor es simple pero perfecto, el tipo de comida que solo se disfruta plenamente después de un baño en el mar.
4:00 p.m. — Un desierto en el Caribe
La tarde invita a explorar el Parque Nacional Jaragua, una de las reservas más importantes del país. Sus paisajes áridos contrastan con el azul del mar, creando una geografía que parece sacada de otro planeta. En el camino, flamencos y garzas descansan en las lagunas de Oviedo, mientras los guías locales cuentan historias sobre la flora y fauna únicas de la región.
7:00 p.m. — Atardecer en Cabo Rojo
De vuelta en el muelle, el cielo se incendia en tonos rojizos mientras el sol se esconde detrás de los acantilados. Es el momento perfecto para una cerveza fría o un jugo de tamarindo mientras el mar se calma lentamente. Aquí, los atardeceres no son solo un espectáculo: son una ceremonia.
9:00 p.m. — Noche bajo las estrellas
El silencio de Pedernales es absoluto. Desde cualquier punto —una posada, la playa o el malecón—, el cielo nocturno ofrece un manto de estrellas tan claro que parece un recuerdo de otros tiempos. No hay luces de ciudad ni bocinas; solo el murmullo del mar y el canto de los grillos.