
Redacción (Madrid)
En el corazón de Castilla-La Mancha, donde los campos se tiñen de dorado al caer la tarde y el aire huele a tomillo y pan recién hecho, se esconde Villanueva de la Fuente, un pequeño pueblo de la provincia de Ciudad Real que, pese a su discreción, guarda un encanto que atrapa a quien lo descubre. Con poco más de dos mil habitantes, este rincón manchego conserva intacta la esencia de la vida rural y un legado histórico que se remonta a tiempos romanos.

Uno de sus mayores tesoros es el yacimiento arqueológico de Mentesa Oretana, un enclave romano que fue punto estratégico en la antigua vía que unía Levante con el interior peninsular. Los vestigios de calzadas, muros y cerámicas conviven hoy con la curiosidad de los visitantes que buscan sumergirse en la historia. “Aquí cada piedra tiene una historia que contar”, comenta orgulloso Juan Manuel, el cronista local, mientras muestra los restos del foro con la misma pasión con la que un abuelo narra sus recuerdos.

Más allá del pasado, Villanueva de la Fuente es también presente vivo. Sus calles, adornadas con balcones de forja y macetas rebosantes de geranios, son escenario de fiestas patronales donde la música, la risa y el olor a migas se mezclan en perfecta armonía. La fuente vieja, que da nombre al municipio, sigue siendo punto de encuentro: allí los mayores charlan a la sombra de los olmos, mientras los niños corren detrás de una pelota o del rumor del agua.

La gastronomía local es otra razón para detenerse. Platos como el pisto manchego, el guiso de cordero, o el pan de cruz cocido en horno de leña, se sirven con generosidad y vino de la tierra. En el mesón de la plaza, la cocinera María afirma que “quien prueba nuestro gazpacho pastor no se olvida de Villanueva”. Y no le falta razón: aquí el tiempo parece detenerse para saborear lo sencillo, lo auténtico.

Hoy, mientras otros pueblos luchan contra la despoblación, Villanueva de la Fuente resiste gracias al empeño de sus vecinos y a un turismo rural cada vez más consciente. Entre los montes que la abrazan y las tradiciones que aún se celebran, este pequeño pueblo de La Mancha recuerda al visitante que la belleza no siempre está en los grandes destinos, sino en los lugares que saben conservar su alma.