Redacción (Madrid)

En lo profundo de la provincia de Ourense, escondida entre montañas y arroyos cristalinos, se encuentra Pazos de Arenteiro, una pequeña aldea que apenas aparece en los mapas turísticos convencionales. Con solo 117 habitantes, esta parroquia del municipio de Boborás ofrece mucho más que silencio: emerge como un refugio para quienes buscan reconectar con la naturaleza, con la historia y con una forma de vida pausada. Aquí, los ritmos dictan los ciclos del río Avia, los brotes primaverales y la luz cambiante de los cielos gallegos.

El paisaje que rodea Pazos de Arenteiro posee una belleza elusiva: montañas verdes, praderas húmedas, pinares, pequeños puentes de piedra que atraviesan riachuelos y caminos rurales apenas transitados. Esta naturaleza no es solo telón de fondo sino protagonista. El canto de los pájaros, el murmullo del agua y el susurro del viento entre las veigas (las vegas) componen la banda sonora cotidiana. En primavera y otoño, la mezcla de nieblas matinales y claros al mediodía pinta paisajes de una serenidad que pareciera capturada por un lente contemplativo.


Más allá del entorno natural, Pazos de Arenteiro conserva huellas significativas del pasado: casas de piedra con tejados antiguos, cruces en los caminos, fuentes que han abastecido generaciones, arquitectura rural tradicional que respeta las formas históricas. En sus contornos se siente la presencia de antiguas comunidades agrícolas, dedicadas al cultivo, al pastoreo y al cuido de los bosques. Aunque muchos de los servicios comunes en zonas más pobladas no están presentes al pie de la aldea, la identidad se mantiene no por lo que se ha modernizado, sino por lo que aún persiste: la costumbre, la memoria oral, la festividad local que sigue congregando a quienes allí nacieron o crecieron.


El aislamiento, sin embargo, no es solo un rasgo romántico: acarrea desafíos. La accesibilidad depende de carreteras comarcales que, en invierno, pueden complicarse; los jóvenes emigran hacia las ciudades en busca de empleo; los servicios básicos como sanidad, comercio o transporte firme están menos garantizados que en otros puntos de Galicia. Pero también es precisamente ese aislamiento lo que ha permitido que Pazos de Arenteiro conserve su autenticidad: su estética rural, su tranquilidad, su relación directa con el paisaje, con la estación climática, los ritmos agrícolas, los recursos del entorno.


Hoy, Pazos de Arenteiro aparece como una de esas aldeas que seducen al viajero territorializado —no al turista consumista—: quienes desean pasear, conversar, quedarse un par de días para mirar el cielo, seguir los senderos ribereños, escuchar historias de puertas que se han cerrado, de fuentes que han sido testigos. En tiempos en que lo urgente se come lo importante, esta aldea es un recordatorio de que la belleza muchas veces habita los rincones recogidos. Y que, quizá, valga la pena detenerse para mirar.

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