Redacción (Madrid)

El turismo suele asociarse con playas soleadas, ciudades vibrantes y monumentos conservados con esmero. Sin embargo, existe una tendencia creciente que se aleja de esos escenarios luminosos y busca la belleza en lo olvidado: el turismo de destinos abandonados. Quienes lo practican se adentran en fábricas en ruinas, pueblos desiertos, hospitales sin vida o parques temáticos detenidos en el tiempo, persiguiendo una experiencia distinta, a medio camino entre la historia, la emoción y el misterio.

Lo que mueve a estos viajeros no es solo la curiosidad, sino también el deseo de comprender la memoria de los espacios. Cada edificio vacío cuenta una historia: la del esplendor que tuvo, la de las personas que lo habitaron y la de las circunstancias que lo condenaron al olvido. Recorrer pasillos donde antes resonaban voces o caminar por calles donde ya no hay transeúntes es enfrentarse a un eco del pasado, a una herencia intangible que invita tanto a la reflexión como al asombro.

Ejemplos de estos destinos se encuentran en todo el mundo. Prípiat, en Ucrania, es uno de los más conocidos: una ciudad fantasma evacuada tras el accidente de Chernóbil que hoy permanece congelada en 1986, con sus escuelas, parques y viviendas atrapadas en un tiempo detenido. En Japón, la isla de Hashima, también llamada “Isla del Acorazado”, fue un complejo minero que llegó a albergar a miles de trabajadores y que ahora ofrece la visión inquietante de un hormiguero humano abandonado en medio del mar. En Italia, el pueblo de Craco, en Basilicata, quedó desierto tras derrumbes y terremotos, y hoy sus casas vacías en lo alto de una colina lo convierten en un escenario de película. Incluso en lugares dedicados al ocio, como el parque temático Six Flags New Orleans, clausurado tras el huracán Katrina, la desolación se transforma en un espectáculo hipnótico de lo que alguna vez fue alegría.

Más allá de lo visual, estos lugares generan un tipo de turismo que apela a la emoción profunda. La sensación de caminar en silencio por un hospital abandonado o de ver un carrusel oxidado bajo la maleza despierta un abanico de sentimientos: melancolía, fascinación, respeto y hasta cierta adrenalina. Para muchos, se trata de una manera de acercarse a la historia desde un ángulo más humano, palpable y a veces estremecedor.

El turismo del abandono también abre un debate sobre el futuro de nuestras ciudades. Lo que hoy está vivo y en pleno funcionamiento puede quedar vacío mañana, víctima de cambios económicos, desastres naturales o transformaciones sociales. Explorar estos destinos se convierte, en cierta forma, en un recordatorio de la fragilidad de nuestras construcciones y de la rapidez con la que el tiempo transforma el paisaje.

Sin embargo, visitar estos lugares exige una mirada responsable. No todos los sitios abandonados están preparados para recibir turistas: algunos son peligrosos por su estado estructural, otros son privados y merecen respeto. Existen iniciativas que buscan preservar este patrimonio de la ruina total y abrirlo de manera controlada al público, transformando el abandono en una oportunidad cultural y turística.

En definitiva, los destinos abandonados son mucho más que escenarios fantasmales: son espejos de nuestra historia reciente, territorios donde el silencio habla y la ruina se convierte en belleza. Viajar a ellos no significa únicamente buscar la emoción de lo extraño, sino también reflexionar sobre el paso del tiempo, la vulnerabilidad de nuestras sociedades y la huella imborrable que dejamos en el mundo. Son viajes distintos, pero profundamente reveladores, que demuestran que incluso en el olvido puede encontrarse un motivo poderoso para viajar.

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