
Redacción (Madrid)
Durante décadas, los centros comerciales fueron símbolos de prosperidad, modernidad y ocio colectivo. Eran lugares donde las familias pasaban tardes enteras entre tiendas, cines y restaurantes, donde los jóvenes encontraban un punto de encuentro y donde la arquitectura celebraba el consumo como un estilo de vida. Sin embargo, en muchos rincones del mundo, estos templos del comercio han quedado vacíos, convertidos en estructuras silenciosas que hablan del paso del tiempo y de los cambios en nuestras formas de vivir y consumir.

Recorrer un centro comercial abandonado es como atravesar un espejismo roto. Los pasillos que antaño bullían de gente ahora se extienden vacíos, con escaparates cubiertos de polvo y locales cerrados a cal y canto. Las fuentes ornamentales están secas, las escaleras mecánicas permanecen inmóviles y los letreros luminosos ya no parpadean. En esa quietud, lo que alguna vez fue un lugar vibrante se transforma en un escenario casi teatral, donde la memoria colectiva se mezcla con la sensación de extrañeza.
Algunos de estos lugares se han vuelto icónicos. En Bangkok, el New World Mall quedó convertido en un esqueleto de hormigón inundado tras un incendio y hoy es recordado por el estanque de peces que invadió sus ruinas. En Ohio, Estados Unidos, el Rolling Acres Mall pasó de ser un referente en los años setenta a quedar cerrado en 2008, convirtiéndose en una de las imágenes más conocidas del fenómeno de los dead malls. Otro ejemplo es el Dixie Square Mall, en Illinois, famoso no solo por su abandono sino también por haber aparecido en la película The Blues Brothers antes de su demolición. Incluso en China, el gigantesco South China Mall, concebido como el mayor del mundo, quedó casi vacío durante años, transformándose en un símbolo del exceso de planificación comercial.
Las causas de este fenómeno son múltiples: la expansión del comercio electrónico, el desplazamiento de las actividades sociales hacia el mundo digital, la saturación de espacios similares en una misma ciudad o, en algunos casos, las crisis económicas que arrasaron con la capacidad de consumo. El resultado ha sido el mismo: gigantes de hormigón y vidrio que hoy parecen ruinas modernas, testimonios recientes de un modelo urbano que ha perdido vigencia.

Más allá de su desolación, estos espacios tienen un magnetismo particular. Para los exploradores urbanos, los centros comerciales abandonados son territorios cargados de misterio y belleza decadente. Sus paredes grafiteadas, sus suelos agrietados y sus estructuras corroídas se convierten en lienzos donde el tiempo ha dejado su huella. En algunos casos, han sido recuperados para usos culturales alternativos, como galerías de arte, escenarios de rodajes o espacios comunitarios. En otros, permanecen como ruinas silenciosas, esperando una demolición que nunca llega.
Turísticamente, estos lugares representan una nueva forma de viaje: la búsqueda de lo inquietante y lo nostálgico. Frente a los itinerarios convencionales de museos y monumentos, los centros comerciales abandonados invitan a reflexionar sobre el consumismo, el paso del tiempo y la fragilidad de lo que consideramos moderno. Visitar uno es asomarse al futuro de nuestras propias ciudades, a esa certeza de que lo que hoy parece eterno puede convertirse mañana en una reliquia del pasado reciente.
En definitiva, los centros comerciales abandonados no son solo ruinas de cemento: son espejos de nuestra sociedad. Encarnan los sueños de abundancia que un día alimentaron y las contradicciones que los hicieron caer. Son paisajes extraños, al mismo tiempo tristes y fascinantes, donde la vida que los recorrió aún resuena como un eco en cada pasillo vacío.
