Redacción (Madrid)

Papahānaumokuākea es un Monumento Nacional Marino situado en el Pacífico Norte, a unos 2.000 km al noroeste de Hawái. Con más de 1,5 millones de km², es el área protegida más grande del planeta. Para ponerlo en perspectiva, su extensión supera la de países como México o Perú.

Este espacio marino alberga ecosistemas prístinos formados por atolones, arrecifes de coral, lagunas y aguas profundas. Es hogar de más de 7.000 especies marinas, de las cuales cerca de una cuarta parte son endémicas. Entre sus habitantes se encuentran tortugas marinas verdes, tiburones de arrecife, albatros y la foca monje hawaiana, una de las especies más amenazadas del mundo.

Además de su valor natural, Papahānaumokuākea tiene un profundo significado cultural para la tradición nativa hawaiana. Su nombre combina las figuras mitológicas Papahānaumoku (madre de la tierra) y Wākea (padre del cielo), y la zona incluye sitios sagrados y restos arqueológicos polinesios.

En 2010 fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, no solo por su biodiversidad sino también por su importancia cultural y espiritual. Su conservación está estrictamente regulada: no se permite el turismo masivo, y las visitas requieren permisos especiales.

El acceso a Papahānaumokuākea es extremadamente limitado. La mayoría de los visitantes son científicos, educadores o personal autorizado para labores de conservación. Sin embargo, en O‘ahu y otras islas principales de Hawái existen centros de interpretación y exhibiciones que permiten conocer el valor ecológico y cultural de esta reserva sin poner en riesgo su delicado equilibrio.

Papahānaumokuākea no solo protege especies y hábitats únicos, sino que también actúa como un laboratorio natural para el estudio de ecosistemas marinos en su estado más intacto. En un mundo donde la degradación de los océanos es una preocupación creciente, este santuario representa un ejemplo de conservación a gran escala y de cooperación entre ciencia y tradición.

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