Redacción (Madrid)

En el extremo oriental de la isla, donde las montañas se abrazan con el mar y los ríos se abren paso entre la vegetación, se encuentra Baracoa, la primera ciudad fundada en Cuba por Diego Velázquez en 1511. Conocida como la “Ciudad Primada”, es un rincón que combina historia, naturaleza y leyendas indígenas. Sus calles, custodiadas por casas de techos de tejas y balcones de madera, guardan el eco de siglos y el aroma dulzón del cacao, producto estrella de la región.

La bahía de Baracoa, coronada por el imponente Yunque —una montaña plana que parece esculpida por manos divinas—, ha sido testigo de expediciones, huracanes y amores que llegaron con las olas. Aquí, la vida discurre sin prisas: pescadores que regresan al amanecer con sus capturas, mujeres que venden cucuruchos de coco rallado en la plaza, y niños que convierten los ríos en su parque de juegos. La mezcla de mar y selva otorga al pueblo un aire de aislamiento mágico, como si estuviera en su propio mundo.


Su patrimonio cultural es tan vasto como su geografía. En la Catedral de Nuestra Señora de la Asunción se conserva la famosa Cruz de la Parra, reliquia atribuida a Cristóbal Colón y considerada uno de los símbolos más antiguos del cristianismo en América. Las fiestas patronales, celebradas cada agosto, llenan de música y danzas la ciudad, donde los tambores, herencia africana, se mezclan con cantos que evocan tradiciones taínas.


Baracoa también es un festín para el paladar. El “cucurucho” —mezcla de coco, miel y frutas tropicales envuelta en hoja de palma— y el pescado en leche de coco son platos que resumen el espíritu de esta tierra: dulce, cálida y acogedora. En los últimos años, el turismo ecológico ha encontrado aquí un paraíso, con rutas hacia cascadas, playas vírgenes y plantaciones de cacao que se extienden como mantos verdes hasta perderse en el horizonte.


Visitar Baracoa es descubrir un capítulo vivo de la historia cubana, pero también un refugio natural que parece escapado de un cuento. Es el lugar donde la Cuba más antigua y la más salvaje se dan la mano, recordando que, incluso en la era de la globalización, hay rincones que permanecen fieles a su esencia, esperando al viajero que quiera escuchar sus historias.

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