Redacción (Madrid)

En la costa norte de la provincia de Villa Clara, donde el mar Caribe acaricia la arena con un vaivén paciente, se encuentra San Isidro del Mar, un pequeño pueblo cubano que parece resistirse a las prisas del siglo XXI. Sus calles empedradas, flanqueadas por casas de colores pastel con balcones de madera, guardan la memoria de generaciones que han vivido del mar y de la tierra. Aquí, el reloj no se mide por minutos, sino por las mareas, las cosechas y el ritmo pausado de la conversación en las esquinas.


La vida cotidiana en San Isidro del Mar gira en torno a la plaza central, donde cada mañana los vecinos se reúnen frente a la panadería para discutir las noticias del día. Bajo la sombra de una ceiba centenaria, los ancianos cuentan historias de ciclones y de épocas en las que el puerto hervía de actividad comercial. Aunque la pesca sigue siendo el sustento principal, cada vez son más los jóvenes que, gracias a las redes sociales, encuentran nuevas formas de mostrar la belleza del pueblo al mundo, atrayendo a curiosos y turistas.


Uno de los tesoros más cuidados por sus habitantes es la iglesia colonial de San Isidro Labrador, construida en 1798, cuya campana, fundida en bronce español, aún marca las horas. A su alrededor, cada año en mayo, se celebra la Fiesta del Pescador: tres días de música, bailes y competencias de remo que convierten el malecón en un festival de risas y aromas a marisco. Este evento, más que una celebración, es una reafirmación de identidad y orgullo comunitario.


Sin embargo, San Isidro del Mar no es ajeno a los desafíos. La erosión costera amenaza parte del malecón, y la emigración ha vaciado varias casas que hoy permanecen cerradas, como testigos mudos de familias que partieron en busca de oportunidades. Aun así, quienes permanecen se aferran a la idea de que la modernidad no debe arrasar con la esencia del lugar. En los últimos años, iniciativas locales han impulsado talleres de artesanía, pequeñas cafeterías y proyectos de turismo sostenible.


Caminar por San Isidro del Mar es viajar a una Cuba íntima, lejos de los grandes centros turísticos, donde cada saludo lleva implícito un «¿cómo estás?» sincero y donde el olor del café recién colado se mezcla con la brisa salada. Es un pueblo que recuerda que, incluso en tiempos de cambio acelerado, hay rincones que resisten, que guardan su alma intacta y que, como el mar que lo abraza, siguen su propio compás.
Si quieres, puedo escribirte otra versión ambientada en un pueblo real de Cuba con datos históricos y geográficos verdaderos para que suene más auténtico.


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