
Redacción (Madrid)
La turistificación, entendida como el proceso por el cual ciertas áreas o comunidades se transforman para acoger y atraer turismo, ha generado múltiples debates en las últimas décadas. Si bien es cierto que puede acarrear tensiones urbanas o culturales, sus ventajas económicas son innegables y, en muchos casos, fundamentales para el desarrollo de regiones con recursos limitados o infraestructuras en crecimiento. Desde la revitalización del comercio local hasta la creación de empleo y la atracción de inversión extranjera, la turistificación puede convertirse en una potente herramienta de dinamismo económico.

Una de las ventajas más directas es la generación de empleo. La expansión del turismo activa sectores diversos como la hostelería, el transporte, la restauración, la artesanía o los servicios culturales. En zonas rurales o en ciudades con poca industrialización, esta diversificación laboral representa una alternativa sólida frente a la emigración o el desempleo estacional.
Además, la turistificación suele implicar una mejora de infraestructuras: se construyen o rehabilitan carreteras, aeropuertos, alojamientos, espacios públicos y sistemas de transporte que benefician tanto al visitante como al residente. En este sentido, el turismo actúa como catalizador de inversión pública y privada.

Otro factor clave es el impulso al pequeño comercio y a los emprendedores locales. La llegada de turistas incrementa la demanda de productos típicos, gastronomía, experiencias culturales y visitas guiadas. Esto motiva el surgimiento de negocios familiares, cooperativas o propuestas creativas que refuerzan la identidad del lugar y, a su vez, generan ingresos sostenibles.
Por último, la turistificación bien gestionada puede tener un efecto de revalorización del patrimonio cultural y natural, al promover su conservación como atractivo económico. Monumentos, tradiciones o paisajes que antes eran ignorados pueden cobrar nueva vida, al ser redescubiertos por los propios habitantes gracias al interés de los visitantes.
En conclusión, la turistificación, si se articula con planificación y participación comunitaria, puede ser una vía eficaz para dinamizar la economía local, redistribuir oportunidades y conectar tradiciones con desarrollo. Convertir el patrimonio en motor económico no es solo rentable, sino una apuesta por el equilibrio entre cultura y progreso.
