Redacción (Madrid)

Viajar a Cuba es sumergirse en una riqueza cultural que abarca música, arquitectura y deporte. Entre sus tesoros menos conocidos pero profundamente arraigados está el ajedrez, un juego que en la isla se vive con pasión, respeto y amplia participación social. Para los aficionados, el turismo ajedrecístico en Cuba es una experiencia única: une historia, educación y juego en un entorno cálido y acogedor.

La figura central de esta tradición es José Raúl Capablanca, nacido en La Habana en 1888, considerado uno de los mayores talentos naturales en la historia del ajedrez. Su estilo claro y elegante sigue siendo referencia mundial, y su legado se celebra cada dos años en el prestigioso Torneo Capablanca In Memoriam, que atrae a maestros y seguidores de todo el mundo.

La Habana, epicentro de esta pasión, ofrece lugares como el Club Capablanca o el Parque del Ajedrez, donde tanto locales como visitantes pueden jugar, observar partidas o simplemente respirar el ambiente ajedrecístico en espacios al aire libre. En varias plazas del país, es común ver tableros improvisados y partidas entre jóvenes, mayores y turistas, unidos por un lenguaje común: el ajedrez.

Además, academias y escuelas especializadas ofrecen talleres y exhibiciones para quienes buscan mejorar su juego o conocer más sobre la tradición cubana. Algunos hoteles también incorporan actividades relacionadas, desde torneos amistosos hasta clases introductorias.

El ajedrez en Cuba se vive en las calles, en los centros culturales y en la vida diaria. Hacer turismo en torno a este juego es descubrir una faceta distinta del país, donde estrategia y cultura se unen para ofrecer al viajero una experiencia intelectual y profundamente humana. Aquí, el ajedrez no es solo un pasatiempo, sino una puerta a la convivencia, el aprendizaje y la admiración compartida por el arte del juego.

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