
Redacción (Madrid)
Santo Domingo, la vibrante capital de la República Dominicana, ofrece una experiencia única donde la historia colonial se mezcla con el ritmo moderno del Caribe. En solo 24 horas, es posible recorrer siglos de historia, disfrutar de una gastronomía exquisita y contagiarse con la energía cálida de su gente. Desde el amanecer en el Malecón hasta el bullicio nocturno en la Zona Colonial, cada rincón de esta ciudad encierra una historia que contar.
El día comienza temprano con un paseo por el Malecón, bordeado por el Mar Caribe y decorado con esculturas y palmeras que se mecen con la brisa marina. Muchos locales salen a caminar o correr, mientras los vendedores ambulantes ofrecen café fuerte y empanadas calientes. Desde aquí, se puede tomar un corto trayecto hasta la Zona Colonial, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, para explorar la primera ciudad europea del Nuevo Mundo. La Catedral Primada de América, el Alcázar de Colón y la calle El Conde son paradas obligatorias para los amantes de la historia.
Al mediodía, el calor invita a refugiarse en uno de los restaurantes con patios sombreados. Lugares como Buche Perico o El Mesón de Bari ofrecen platos típicos como el mofongo, el sancocho y pescado al coco, acompañados de jugos tropicales o una fría Presidente, la cerveza nacional. En estos espacios, la hospitalidad dominicana se vive con cada gesto y cada bocado. También es el momento perfecto para visitar museos como el Museo de las Casas Reales, que profundizan en el pasado colonial de la isla.
Por la tarde, vale la pena cruzar al otro lado de la ciudad para descubrir barrios como Gazcue o el moderno sector de Piantini, donde tiendas de diseñadores locales, galerías de arte y cafés boutique muestran la cara contemporánea de Santo Domingo. Al caer el sol, muchos regresan a la Zona Colonial para disfrutar de sus bares y terrazas. Música en vivo, desde merengue hasta jazz, suena en cada esquina, mientras turistas y locales se mezclan con naturalidad.
La noche termina con una copa en la azotea de El Museo del Ron, con vistas al río Ozama y las luces titilantes de la ciudad. En solo un día, Santo Domingo logra encantar con su mezcla de tradición, calidez y modernidad. Es una ciudad que no se recorre, se vive. Y aunque 24 horas apenas basten para rozar su esencia, son suficientes para enamorarse de ella.