Redacción (Madrid)

Pedernales, República Dominicana. A más de 300 kilómetros de Santo Domingo, donde el asfalto da paso al polvo del desierto y el Caribe adquiere tonalidades que parecen sacadas de una postal irreal, se encuentra Bahía de las Águilas, una joya natural que permanece casi intacta. Este rincón de la provincia de Pedernales, enclavado dentro del Parque Nacional Jaragua, es considerado por muchos como la playa más hermosa —y menos intervenida— de todo el país.

A diferencia de los resorts de Punta Cana o las playas urbanizadas de Puerto Plata, llegar a Bahía de las Águilas es toda una travesía. Los últimos kilómetros pueden recorrerse solo en vehículos todo terreno o en botes que parten desde la pequeña comunidad pesquera de La Cueva. Esa dificultad de acceso ha sido, paradójicamente, su mayor bendición: ha mantenido alejadas las grandes cadenas hoteleras y ha protegido este ecosistema de una explotación turística descontrolada.

Una belleza que impone silencio

El primer vistazo a la bahía impone respeto. Kilómetros de arena blanca sin un solo hotel, un restaurante o un vendedor ambulante. El mar, de un azul turquesa puro, parece no haber sido tocado por el tiempo ni por la industria. No hay música, no hay basura. Solo el rumor del viento, el crujido de las conchas bajo los pies y, si se tiene suerte, el avistamiento de una tortuga marina.

Según el Ministerio de Medio Ambiente, Bahía de las Águilas es uno de los puntos de mayor biodiversidad del Caribe insular. Alberga especies endémicas como la iguana rinoceronte, el solenodonte y decenas de aves migratorias. “Es un laboratorio vivo de conservación”, explica Lourdes Cordero, bióloga y voluntaria en un proyecto local de educación ambiental. “Cada vez que alguien viene aquí y no deja huella, está ayudando a preservar algo que no existe en otro lugar del mundo”.

La comunidad y el dilema del desarrollo

Las comunidades cercanas, como La Cueva y Pedernales, viven un dilema silencioso: desean oportunidades económicas, pero también temen que un desarrollo desmedido destruya su mayor tesoro. “Queremos trabajo, claro que sí, pero no a costa de convertir esto en otra Punta Cana”, dice Darío Féliz, un pescador que ahora también hace de guía turístico en la zona.

Algunos proyectos de ecoturismo comienzan a florecer con cautela: hospedajes ecológicos, recorridos en kayak y talleres de educación ambiental. La clave, dicen los defensores del lugar, está en el turismo responsable. “No se trata de que no venga nadie”, aclara Lourdes, “sino de que los que vengan, entiendan que están entrando a un santuario, no a un parque temático”.

¿Un futuro con equilibrio?

El Gobierno dominicano ha anunciado planes para desarrollar la región suroeste con infraestructura turística, lo que ha encendido alarmas entre ambientalistas y científicos. Aún no está claro si Bahía de las Águilas permanecerá como una reserva natural de acceso limitado o si será incorporada a un modelo más comercial.

Mientras tanto, este paraíso sigue siendo un refugio para quienes buscan algo más que arena y sol: buscan autenticidad, conexión con la naturaleza y un silencio que ya es difícil encontrar en el Caribe contemporáneo.

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