
Redacción (Madrid)
Osaka, la tercera ciudad más grande de Japón, es a menudo eclipsada por el brillo imperial de Kioto o la modernidad frenética de Tokio. Sin embargo, quien recorre sus calles descubre que esta metrópoli vibrante ofrece una experiencia profundamente auténtica: una mezcla única de historia, carácter local, cocina extraordinaria y energía urbana que la convierte en uno de los destinos turísticos más cautivadores del país nipón.

Osaka ha sido durante siglos un centro mercantil estratégico, conocido como “la cocina de Japón” por su papel histórico en el comercio de arroz y otros productos básicos. Este pasado ha forjado una ciudad de espíritu abierto, pragmático y hospitalario. Aquí, el viajero se siente bienvenido no como espectador distante, sino como parte del bullicio cotidiano, entre luces de neón, aromas callejeros y conversaciones enérgicas.
Uno de los grandes emblemas de la ciudad es el Castillo de Osaka, una majestuosa reconstrucción que recuerda las gestas del shogun Toyotomi Hideyoshi en el siglo XVI. Rodeado de parques y fosos, es un lugar ideal para pasear, especialmente en primavera, cuando los cerezos en flor lo transforman en un espectáculo visual inolvidable.
Pero Osaka también brilla en vertical. Desde la Umeda Sky Building, con su plataforma flotante entre torres gemelas, hasta el moderno distrito de Namba, la ciudad ofrece vistas que entrelazan el Japón histórico con el urbano, donde templos budistas coexisten con centros comerciales y salas de videojuegos. El equilibrio entre tradición y modernidad nunca se rompe, sino que convive con naturalidad.
Para muchos viajeros, Osaka es sinónimo de comer bien. Su lema oficioso, kuidaore (“comer hasta arruinarse”), resume el carácter epicúreo de sus habitantes. Aquí la gastronomía no es lujo, sino parte de la vida diaria, y se disfruta en puestos callejeros, izakayas animadas y mercados vibrantes.

Dos platos insignia reinan: el okonomiyaki, una especie de tortilla de col y otros ingredientes al gusto, y el takoyaki, bolitas de masa rellenas de pulpo, crujientes por fuera y melosas por dentro. Lugares como Dotonbori, con sus rótulos luminosos y ambiente teatral, son paradas obligatorias para vivir esta experiencia sensorial, donde el sabor se mezcla con la estética y el ruido con la calidez.
Osaka tiene un vínculo especial con la comedia y el entretenimiento popular. Es la cuna del manzai (humor japonés en pareja), y su gente es conocida por su franqueza y sentido del humor. El Teatro Namba Grand Kagetsu es un buen lugar para ver esta faceta cultural en acción, incluso sin hablar japonés, gracias al lenguaje corporal y la teatralidad.
Además, Osaka posee museos, acuarios (como el Kaiyukan, uno de los más grandes del mundo) y barrios únicos como Shinsekai, donde la nostalgia se mezcla con lo excéntrico, o Tennoji, donde templos milenarios se integran con centros comerciales y espacios verdes como el parque Tennoji.
Otra ventaja de Osaka es su excelente conexión ferroviaria. En menos de una hora, se puede llegar a Kioto, Nara o Kobe, lo que la convierte en una base ideal para explorar el Kansai. Sin embargo, muchos visitantes descubren que no necesitan salir de la ciudad para vivir una experiencia japonesa completa: Osaka tiene su propio ritmo, más relajado, más tangible, más humano.
Osaka no pretende deslumbrar como Tokio ni exhibir su elegancia como Kioto. Su encanto reside en la cercanía, la espontaneidad y la autenticidad. Es una ciudad para andar con hambre, con curiosidad, con ganas de conversar y dejarse llevar por lo inesperado. Su gente sonríe más, sus calles huelen distinto, su energía es más callejera que ceremonial.
Visitar Osaka es entender que Japón no es solo templos y tecnología, sino también sabores intensos, vidas cotidianas y ciudades que respiran a su propio ritmo. Es un destino que no se impone, pero se queda en la memoria como un lugar donde uno puede ser viajero sin dejar de sentirse en casa.
