24 Horas en San Pedro de Macorís: Donde el azúcar, el béisbol y la historia se encuentran con el mar

Redacción (Madrid)

SAN PEDRO DE MACORÍS – A tan solo una hora al este de Santo Domingo, San Pedro de Macorís se presenta como un destino subestimado que mezcla historia, béisbol, arquitectura y mar Caribe. En apenas 24 horas, esta ciudad costera demuestra que el alma dominicana no solo vive en las playas, sino también en sus calles, fábricas abandonadas y estadios llenos de gloria pasada.

8:00 AM – Desayuno con historia

El día comienza en el corazón del centro histórico. En una cafetería frente al Parque Duarte, entre los árboles centenarios y el canto de las aves, el aroma del café recién colado se mezcla con las voces de los locales. El desayuno es criollo: mangú con los tres golpes, acompañado de jugo de chinola. A pocos pasos, la Catedral San Pedro Apóstol marca el inicio de una caminata por una ciudad que alguna vez fue epicentro industrial del país.

10:00 AM – Recorrido arquitectónico: el esplendor olvidado

San Pedro de Macorís es conocida por su herencia victoriana y neoclásica, un legado de las riquezas generadas por la industria azucarera a principios del siglo XX. Caminar por la Calle Sánchez o la Avenida Independencia es como pasear por una postal antigua: casonas color pastel, con balcones de hierro forjado y reminiscencias de una Belle Époque caribeña.

Muchos edificios están en desuso, pero su belleza sigue en pie. La antigua Sociedad La Progresista, hoy cerrada al público, todavía cuenta historias de reuniones sociales y veladas culturales de una élite criolla y extranjera que ya no existe.

12:30 PM – Almuerzo frente al mar

El malecón de San Pedro ofrece una vista abierta al mar, donde se respira la brisa salada del Caribe. En uno de los restaurantes típicos, como El Rincón del Marisco, el almuerzo llega con sabor a mar: locrio de camarones, pescado con coco y tostones crujientes. Desde la terraza, se ven pescadores preparando sus redes mientras niños juegan cerca del rompeolas.

2:00 PM – El legado de los cañaverales

Una visita al Museo del Ron y la Caña, ubicado en una antigua destilería, permite entender cómo el azúcar forjó no solo la economía, sino también la identidad de la ciudad. La inmigración de trabajadores antillanos dejó huellas profundas en la música, la gastronomía y la religión local. Aquí se habla de lo dulce y lo amargo: del esplendor económico y también del trabajo duro en los ingenios.

4:00 PM – Tierra de peloteros

San Pedro es conocida como la “Cuna de Grandes Peloteros”. Aquí nacieron estrellas como Sammy Sosa, Alfonso Soriano y Robinson Canó. El Estadio Tetelo Vargas, aunque modesto, es sagrado para los amantes del béisbol. Si hay juego de los Estrellas Orientales, la ciudad vibra. Si no, vale la pena visitar el estadio de todos modos: en sus gradas vacías aún resuena el eco de los jonrones históricos.

6:30 PM – Atardecer en el malecón

El sol comienza a caer y el cielo se pinta de naranja. Jóvenes se reúnen para tocar guitarra, otros juegan dominó o simplemente observan el mar. La música de fondo es bachata suave o merengue de la vieja escuela. El ritmo aquí es más lento, más contemplativo.

8:00 PM – Cena con sabor local

De regreso al centro, una parada en algún colmadón típico ofrece la cena más auténtica: chimichurris dominicanos, frías Presidente y conversación con los locales. Si se busca algo más sofisticado, algunos bares/restaurantes del malecón ofrecen música en vivo y platos de fusión caribeña.

10:00 PM – Noche de contraste

San Pedro puede ser tranquilo, pero también tiene su vida nocturna. Entre discotecas pequeñas, karaokes y bares con música urbana, la noche sigue para quienes quieren explorar otra cara de la ciudad. Pero incluso desde un balcón del hotel o desde un banco en el parque, la noche macorisana se disfruta al ritmo de los grillos y la brisa.

Camagüey: La ciudad de los tinajones y los laberintos coloniales

Redacción (Madrid)

En el corazón de la isla de Cuba, donde las llanuras se funden con la historia, se encuentra Camagüey, una de las ciudades más antiguas del país y, sin duda, una de las más singulares. Fundada originalmente en 1514 con el nombre de Santa María del Puerto del Príncipe, esta urbe ha crecido envuelta en una atmósfera de tradiciones, calles sinuosas y una identidad profundamente marcada por la cultura y el arte.

Un diseño urbano con historia

Camagüey no se parece a ninguna otra ciudad cubana. Su casco histórico —declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 2008— es un laberinto de callejones, plazas escondidas y pasajes curvos que desconciertan incluso al visitante más orientado. Este trazado no obedece al azar: según historiadores, fue diseñado así para confundir a posibles invasores, especialmente los temidos piratas del Caribe.

Caminar por sus calles empedradas es una experiencia inmersiva. Las fachadas pastel de estilo colonial, los portales de hierro forjado y los patios interiores con vegetación tropical transportan al pasado. Todo esto en un entorno donde el tiempo parece haberse detenido sin renunciar a la vitalidad de la vida contemporánea.

La ciudad de los tinajones

Una de las imágenes más emblemáticas de Camagüey son los tinajones: grandes vasijas de barro que alguna vez se usaron para recolectar agua de lluvia. Hoy en día, estas piezas de alfarería se han convertido en símbolo de la ciudad y pueden encontrarse adornando parques, patios, jardines y museos. La leyenda local dice que quien bebe agua de un tinajón camagüeyano siempre regresa.

Cultura viva en cada rincón

Camagüey es también cuna y refugio de artistas. La ciudad alberga numerosos teatros, galerías y centros culturales. Destacan instituciones como el Ballet de Camagüey, uno de los más prestigiosos del país, y el Teatro Principal, donde convergen la danza, la música y las artes escénicas.

En sus calles, el arte no se limita a los espacios cerrados. Murales, esculturas y proyectos comunitarios como el del artista Martha Jiménez en la Plaza del Carmen, integran la creación artística a la vida cotidiana. Camagüey vive y respira cultura.

Plazas y espiritualidad

La ciudad cuenta con múltiples plazas, cada una con su propia personalidad. La Plaza San Juan de Dios es quizás la más encantadora, rodeada por construcciones coloniales perfectamente conservadas y una pequeña iglesia. También destaca la Catedral de Nuestra Señora de la Candelaria, recientemente restaurada, que domina el centro urbano y se alza como testimonio de la espiritualidad camagüeyana.

Un destino por descubrir

A pesar de su riqueza cultural y arquitectónica, Camagüey ha sido tradicionalmente uno de los destinos menos explorados por el turismo internacional. Esto le ha permitido conservar una autenticidad rara en otras ciudades de mayor tránsito. El visitante encontrará aquí una ciudad vibrante, amable y profundamente enraizada en sus costumbres.

Con una oferta creciente de casas de hospedaje, cafeterías artísticas y recorridos guiados a pie o en bicitaxi, Camagüey se perfila como un punto imprescindible para quienes buscan conocer la esencia más íntima y auténtica de Cuba.

Recorriendo los pueblos más bonitos de República Dominicana

Redacción (Madrid)

República Dominicana es mucho más que Punta Cana, playas all inclusive y palmeras inclinadas sobre aguas turquesas. Más allá del turismo de masas, el país guarda un mapa íntimo de pueblos que conservan su alma: montañas verdes, callejuelas coloniales, ríos de aguas frías y costas tranquilas donde el tiempo se ha detenido. En este recorrido, nos adentramos en los pueblos más bonitos de República Dominicana, aquellos que revelan la verdadera identidad caribeña del país.

Jarabacoa: La Suiza caribeña

En el corazón de la Cordillera Central, Jarabacoa florece como un oasis de frescura y aventura. A casi 600 metros sobre el nivel del mar, este pueblo ofrece temperaturas templadas, montañas cubiertas de pinos y ríos cristalinos que bajan con fuerza entre cañones. Aquí el turismo es verde: rafting en el Yaque del Norte, caminatas al Salto de Jimenoa y parapente con vistas de ensueño. Es fácil entender por qué muchos dominicanos la consideran la “tierra de la eterna primavera”.

Constanza: El valle encantado

Aún más alto, entre nieblas y sembradíos de fresas, se encuentra Constanza. Su aire puro y el silencio de sus campos contrastan con el bullicio tropical habitual. Este pueblo agrícola es una mezcla perfecta entre lo rural y lo romántico. Sus amaneceres rosados entre montañas, sus mercados de vegetales recién cosechados y sus cabañas rústicas lo convierten en un destino ideal para quienes buscan una desconexión total.

Las Terrenas: Bohemia entre olas

En la costa norte, Las Terrenas representa una fusión perfecta entre el Caribe salvaje y la sofisticación europea. Lo que antes fue un pequeño pueblo de pescadores, hoy es un crisol cultural lleno de franceses, italianos y dominicanos que comparten cafés al aire libre, galerías de arte y playas con nombres tan sugerentes como Playa Bonita o Playa Cosón. Las Terrenas vibra con espíritu libre, y eso se nota en su gente, en su música, en su cocina.

Altos de Chavón: Una aldea mediterránea en el Caribe

Construido en piedra coralina sobre un acantilado que mira al río Chavón, Altos de Chavón parece sacado de una postal europea. Este centro cultural en La Romana es un homenaje a la arquitectura mediterránea del siglo XVI, pero con el alma artística dominicana: talleres de artesanía, museos, boutiques y hasta un anfiteatro que ha recibido a artistas como Frank Sinatra y Juan Luis Guerra. Es un pueblo escenográfico, sí, pero con una autenticidad que lo vuelve inolvidable.

Boca de Yuma: Donde el mar cuenta historias

En la provincia La Altagracia, Boca de Yuma es un secreto bien guardado. Este tranquilo pueblo pesquero ofrece acantilados espectaculares, vistas abiertas al mar Caribe y relatos de piratas que alguna vez navegaron sus aguas. Sentarse en un restaurante rústico con vistas al océano y un plato de mariscos frescos es más que una comida: es una postal viviente de la sencillez y la belleza.

Samaná y sus alrededores: Naturaleza en estado puro

La provincia de Samaná es una joya sin explotar del turismo masivo. Desde su colorido malecón en Santa Bárbara hasta los caminos rurales que llevan al Salto El Limón o al majestuoso Parque Nacional Los Haitises, la región está llena de sorpresas. Entre enero y marzo, las ballenas jorobadas llenan sus bahías, convirtiendo el espectáculo natural en un ritual anual de admiración y respeto.

Europa bajo el microscopio: un viaje por las grandes instituciones científicas del continente

Redacción (Madrid)

Europa no solo se recorre con los pies: también se explora con la mente. Detrás de sus castillos medievales y plazas adoquinadas, late otro tipo de patrimonio, menos visible pero igual de monumental: el conocimiento. Y es que viajar por Europa puede ser también una travesía entre laboratorios legendarios, telescopios que miran el origen del universo y universidades donde se escribieron los primeros capítulos de la ciencia moderna.

Un recorrido por sus instituciones científicas más importantes es un viaje al corazón de la curiosidad humana.

La capital francesa ha sido, desde la Ilustración, uno de los faros del saber occidental. En el Muséum National d’Histoire Naturelle, los pasillos están poblados de esqueletos, fósiles y minerales como si se tratara de un teatro de la evolución. A unos pasos, en el Jardin des Plantes, florece la botánica como ciencia y arte.

Más allá, en el Instituto Pasteur, el visitante puede acercarse a los orígenes de la microbiología moderna. Allí, donde Louis Pasteur desarrolló la vacuna contra la rabia y fundó los cimientos de la inmunología, se respira aún la pasión por la vida invisible. El museo permite ver su laboratorio intacto, como si el sabio fuera a volver en cualquier momento.

En las afueras de Ginebra, entre Suiza y Francia, se extiende una de las instituciones más asombrosas del planeta: el CERN, la Organización Europea para la Investigación Nuclear. Allí, en un anillo subterráneo de 27 km, científicos de todo el mundo recrean las condiciones del Big Bang dentro del Gran Colisionador de Hadrones (LHC).

Visitar el CERN es una experiencia vertiginosa. Uno se siente pequeño ante los detectores gigantes, las pantallas con datos del cosmos y la certeza de que allí se ha descubierto, por ejemplo, el bosón de Higgs. Es una catedral de la física moderna, y sus visitas guiadas, interactivas y multilingües, hacen que incluso los no expertos salgan maravillados.

La capital británica ha convertido la divulgación científica en una forma de arte. El Museo de Ciencias de Londres no solo documenta los grandes avances tecnológicos, sino que permite interactuar con ellos: desde la máquina de vapor de Watt hasta los primeros modelos de ADN y simuladores de vuelos espaciales.

A pocas estaciones de metro, el Natural History Museum ofrece una de las colecciones más impactantes del mundo en paleontología, botánica y zoología. Imposible no detenerse ante el esqueleto colosal de una ballena azul suspendida del techo o los fósiles de dinosaurios que parecen mirar con cierta ironía al visitante moderno.

No se puede hablar de ciencia europea sin mencionar sus universidades más antiguas. En Heidelberg, Alemania, la universidad fundada en 1386 sigue siendo un núcleo de investigación biomédica y astronómica. Sus bibliotecas, sus laboratorios, sus patios silenciosos, todo respira concentración.

Y en Oxford, el saber toma forma de arquitectura gótica. Aquí enseñaron Halley, Hooke, Boyle. En sus museos y colegios, la ciencia y las humanidades dialogan como lo han hecho durante siglos. El Museo de Historia de la Ciencia, que alberga instrumentos científicos desde el medievo, permite tocar la historia con los ojos.

En Italia, la ciencia tiene sabor renacentista. En Florencia, la cuna de Leonardo da Vinci, es imposible separar la belleza de los cuerpos celestes del arte que los representa. El Museo Galileo, a orillas del Arno, conserva los telescopios originales del astrónomo y experimentos que transformaron la física y la medicina.

Es una parada obligada para entender cómo la observación se convirtió en método, y cómo los instrumentos de antaño eran también obras de arte.

Hacer turismo científico en Europa es mirar el continente con otros ojos: no solo como un mapa de culturas, sino como un organismo vivo de ideas. Es viajar al pasado para entender el presente. Y es también un gesto de futuro, porque cada una de estas instituciones sigue en marcha, abriendo puertas, planteando preguntas.

Entre probetas, ecuaciones, telescopios y fósiles, Europa sigue ofreciendo algo que no se deteriora con el tiempo: la pasión por entender el mundo. Y viajar por sus centros científicos es recorrer la historia de la humanidad con la brújula del conocimiento y el alma encendida por la curiosidad.

Una cena con aroma español en el corazón de La Habana: sabores de altura en el Royalton Habana Paseo del Prado

Por David Agüera

Hay noches que no se olvidan porque tocan todos los sentidos. El cielo de La Habana, abierto como un lienzo, se pinta de azul profundo mientras el sol se despide sobre el Malecón. En la terraza del Royalton Habana Paseo del Prado, donde la ciudad se vuelve un balcón al Caribe, el rumor del mar y las luces doradas de los faroles marcan el inicio de una velada que combina lo mejor de dos mundos: la pasión de la cocina española y la calidez de la isla cubana.

Es aquí donde el chef ejecutivo Giampaolo Laurito, heredero de una sensibilidad gastronómica que funde la elegancia europea con el alma tropical, ha ideado una experiencia que va más allá del paladar: una cena que evoca tabernas andaluzas desde la altura vibrante de La Habana colonial.

La propuesta fue clara: rendir homenaje a la tradición de las tapas españolas, con un menú curado al detalle, que dialoga entre texturas, temperaturas y recuerdos. Pero lo que distingue esta cena no es solo lo que se sirve en la mesa, sino dónde y cómo se vive. Desde la terraza del Royalton, los comensales miran al icónico Paseo del Prado —con sus faroles, árboles centenarios y esculturas de leones de bronce— mientras la ciudad respira abajo, y las estrellas comienzan a asomar sobre la bahía.

En ese ambiente íntimo y cosmopolita, cada plato llega como una carta de amor a España, reinterpretada con la técnica impecable y el respeto por la autenticidad que caracteriza al chef Laurito.

La experiencia comenzó con las inconfundibles Patatas Bravas, crocantes por fuera y suaves por dentro, bañadas con una salsa de tomate picante que, en lugar de imponerse, seduce lentamente.

Patatas bravas, Lugares y Más

Les siguió el salmorejo, esa crema fría de origen cordobés que aquí se presenta como un susurro de frescura: espeso, sabroso, coronado con crujientes virutas de jamón serrano y huevo duro, acariciando el paladar con una textura que se queda flotando como un recuerdo de verano.

Salmorejo, Lugares y Más

Los mejillones tigre llegaron luego, rellenos de su propia carne en una bechamel perfectamente gratinada, mezcla de cremosidad y brío marino.


Fueron seguidos por las gambas al ajillo, servidas chispeantes en aceite de oliva caliente, con el perfume del ajo y el perejil elevando el alma del plato hasta el cielo habanero. Cada mordisco era un homenaje al puerto de Cádiz, a los bares de tapas que laten al ritmo de guitarras y acentos andaluces.

Las albóndigas de pescado, suaves y firmes a la vez, fueron el puente perfecto entre mar y tierra, con una salsa que hablaba de azafrán y paciencia.

Albóndigas de pescado y gambas al ajillo, Lugares y Más

Y para cerrar, las torrejas —el postre clásico español, prima dulce de la torrija— llegaron envueltas en miel, canela y un leve aroma cítrico, redondeando la velada con una dulzura que no empalaga, sino que abriga.

Torrejas, Lugares y Más

Más allá del menú, la propuesta de Laurito se sintió como un viaje: no solo geográfico, sino sensorial. El chef, con años de experiencia internacional y un profundo amor por los productos auténticos, no improvisa. Cada plato es una pieza de conversación entre culturas: España servida con la elegancia de un gran hotel internacional, enmarcada por el ritmo y la atmósfera única de La Habana.

Los vinos —blancos secos y tintos suaves de la península— acompañaron cada plato con sutil precisión. La música en vivo, con arreglos flamencos sobre boleros cubanos, fue el maridaje perfecto entre dos tierras hermanadas por la historia y la lengua.

Cenar en la terraza del Royalton Habana Paseo del Prado no es simplemente salir a comer. Es aceptar una invitación a vivir, desde lo alto, una Habana que respira historia, arte y sabor. Y en manos del chef Giampaolo Laurito, esa vivencia se transforma en una experiencia con identidad propia: una noche en la que la cocina española no fue solo reproducida, sino contada, honrada, compartida.

En tiempos donde el turismo busca más que monumentos, esta cena demuestra que un buen plato, en el lugar preciso y con el relato adecuado, puede convertirse en la mejor forma de entender un destino. Y desde La Habana, con tapas, música y el mar de fondo, España supo contar su historia con acento cubano y aroma a gloria.

AeroMéxico: el ‘upgrade’ que acabó en abandono

Redacción (Madrid)

Crónica de una tomadura de pelo en tres actos
Por David Agüera

Monterrey, madrugada. Una terminal que se vacía lentamente, como la paciencia. Dos periodistas —Tamara Cotero y yo— con billetes pagados, maletas sin facturar y una sensación cada vez más evidente de haber sido estafados. Esta es la historia de cómo una aerolínea como AeroMéxico, con todo su marketing de eficiencia y buen trato, puede dejarte literalmente tirado en un aeropuerto, sin explicación, sin solución y sin la más mínima muestra de empatía.

La promesa del ‘upgrade’ y la realidad del engaño

Todo empezó en Monterrey, con una oferta que sonaba bien: un upgrade completo a clase Premier para el trayecto completo hasta La Habana. Lo contratamos ambos. Pagamos lo que nos pidieron (que ya fue más de lo que inicialmente ofrecían), y nos aseguraron que todo el viaje sería en condiciones «premium». Spoiler: no lo fue.

Al llegar al aeropuerto, nos informaron que el upgrade solo aplicaba en el trayecto Monterrey – Ciudad de México. El resto, incluido el tramo más largo hasta La Habana, quedaba en clase turista. No solo eso: al haberse «modificado» la tarifa, perdíamos el derecho a facturar equipaje incluido, a pesar de haberlo pagado. Sin maletas facturadas, sin asientos cómodos, y sin margen para gestionar nada, tuvimos que cancelar una cena de trabajo importante que teníamos prevista esa noche en Monterrey. Todo por un cambio unilateral que no habíamos solicitado y que nadie supo explicar con claridad.

Cobros fantasmas y laberintos de atención al cliente

Intentamos pagar las maletas a través de la web. El sistema aceptó el pago… pero en mostrador decían que “no constaba”. Lo volvimos a intentar. Y luego una tercera vez, a través de una máquina del propio aeropuerto, donde volvió a cobrar, pero también fue rechazado.

Tres intentos, tres cargos reflejados en nuestras cuentas, y aún así AeroMéxico se negó a aceptar cualquiera de ellos. Nos obligaron, de hecho, a pagar por cuarta vez, en ese momento, si queríamos subir al avión.

Lo peor no fue el dinero —aunque se lo quedaron, y seguimos esperando la devolución—. Lo más grave fue el sentimiento de abandono absoluto. Pasamos horas buscando a alguien que nos ofreciera una solución, mientras el tiempo pasaba, los mostradores cerraban, y el personal desaparecía.

No hay nada más frío que un aeropuerto de madrugada cuando una empresa te deja solo

No somos los únicos: AeroMéxico, experta en enfadar pasajeros

No, no fue un caso aislado. Basta echar un vistazo a foros, redes y portales de valoración para ver que las historias de maltrato al cliente, cobros injustificados, falta de asistencia y pérdidas de equipaje sin compensación son el pan de cada día.

En 2024, Profeco (el organismo mexicano de protección al consumidor) situó a AeroMéxico entre las aerolíneas más denunciadas del país, con cientos de reclamaciones por problemas similares. En Trustpilot y otras plataformas, las reseñas hablan por sí solas:

“Son unos estafadores. Me cobraron el equipaje tres veces y nunca lo devolvieron.”
“Servicio nefasto. El trato al cliente es inexistente. Literalmente me ignoraron.”
“Vuelo cancelado sin aviso, y ni un mísero vale para agua. Vergüenza.”

El denominador común: clientes que se sienten ignorados, impotentes y enfadados. Como nosotros.

Lo que duele no es solo el dinero

A lo largo del proceso nos dimos cuenta de algo más grave: no hay nadie que responda. La cadena de atención al cliente está diseñada para agotarte. Te pasean de mostrador en mostrador, de número en número, de sonrisa vacía en sonrisa vacía, mientras el reloj avanza y tú te quedas ahí, esperando.

Lo que duele no es solo el dinero perdido o el upgrade fantasma. Lo que duele es sentirte completamente indefenso, sin que nadie te mire a los ojos y diga “lo siento, vamos a solucionarlo”. Porque eso no pasó. Nadie lo dijo. Nadie se hizo cargo.

Finalmente embarcamos. En turista, por supuesto. En los peores asientos, con el sabor amargo de haber pagado por un servicio que AeroMéxico nunca tuvo intención de prestar.

Otro año más triunfa el Festival de Cine de l’Alfàs del Pi, con su 37 edición

Redacción (Madrid)

El 37 Festival de Cine de l’Alfàs del Pi comenzaba anoche oficialmente su andadura, con el homenaje y entrega de los Premios Faros de Plata a tres grandes del cine y la televisión: la actriz Elena Irureta, el actor Julián López, y el programa de TVE referente del cine popular español Cine de Barrio, en una gala inaugural divertida, emotiva, y mágica conducida magistralmente por Jandro, no en balde, ya que el valenciano internacional además de actor, director y guionista es humorista y mago.

Noche de estrellas en l’Alfàs, en una edición especial destacaba el director del certamen, Luís Larrodera, “porque tenemos un guardián que nos está cuidando, Pepe, de la familia Iborra, unos Premios Faros de Plata a tres imprescindibles, y un Festival que es una combinación maravillosa de sol, mar, arroz y cine”.

Un Festival referente cultural y turístico que celebra su trigésimo séptima edición, gracias al apoyo de la Generalitat Valenciana y la Diputación Provincial de Alicante, quería agradecer y reconocer Mayte García, alcaldesa en funciones, para celebrar con el auditorio que en el Paseo de la Fama de l‘Albir brillan tres nuevas estrellas. “No somos Hollywood pero si tenemos el mejor Paseo de las Estrellas del cine cerca del mar”

Un orgullo a nivel cinematográfico, Lugares y Más

La primera galardonada de la noche, Elena Irureta, recibía muy emocionada el Faro de Plata de manos del actor Juanjo Artero. “Soy una mujer con mucha suerte. Me he encontrado con los mejores compañeros que me han ayudado siempre en el camino”, decía entre sollozos. Ambos han trabajado juntos a lo largo de diez años, en una serie emblemática como es El Comisario. “Elena es tan buena actriz como buena compañera, una mujer que siempre da confianza, y de la que he aprendido mucho”.

A continuación, la también veterana actriz Josele Román, quizás la última superviviente del cine del destape, estrella sin rival de los años 70, subía al escenario para entregar el segundo galardón de la noche al programa de TVE Cine de Barrio, convirtiéndose en la protagonista de la noche. al recibir un homenaje sorpresa del Festival de Cine de l’Alfàs por sus más de cien películas, veinte obras de teatro, y su dilatada trayectoria musical. “Predispuesta, talentosa, generosa y forma parte de la historia de nuestro cine”, Así describía Luis Larrodera a Josele Román “somos conscientes de que tu historia es parte de la nuestra también, porque tú has ayudado en esa España de la transición, a pasar del blanco y negro al color, a dibujar millones de risas”.

Cine de Barrio el programa de TVE, en su trigésimo aniversario, representado por la directora Machús Osinaga, la presentadora Inés Ballester, el realizador Gustavo Jiménez, y colaboradores Luz Sánchez Mellado y Benjamín Prado, recibía el segundo Faro de Plata de la noche. “El premio más emocionante” señalaba la también valenciana Inés Ballester, “porque es un premio compartido, somos un equipo, y Cine de Barrio es parte de nuestra vida. Cada sábado reunimos a un millón de personas que ven las películas en familia”.

Finalmente los cómicos y presentadores, además de compañeros y amigos del homenajeado, Iñaki Urrutia y Carlos Librado, entregaban el último galardón de la noche a un también muy emocionado Julián López, que rememoraba su infancia, a su familia, a su tía, que disfrutaban con “ese cine que nos ha hecho tan felices y da sentido a lo que hacemos”.

Hasta el 13 de julio y durante toda la semana se van a proyectar una treintena de películas, y a partir de mañana lunes, en la Casa de Cultura de l’Alfàs, por la tarde, cerca de medio centenar de cortometrajes, entre ellos los 27 que compiten en la única Sección Oficial a concurso.

El sábado 12 de julio, tendrá lugar la ceremonia de clausura, en la que se reconocerá con el premio Embajadora del Festival a la actriz, directora y activista cultural Sofía Squittieri, en una gala que presentará la actriz y guionista Marta González de Vega y en la que se entregarán los galardones y 9.500 euros en premios.

Desde su primera edición celebrada en julio de 1989, el Festival de Cine de l’Alfàs del Pi, ha logrado convertirse en una de las citas cinematográficas de referencia del panorama nacional, siendo ya uno de los festivales más veteranos del país y uno de los más prestigiosos dentro del mundo del cortometraje. Su Certamen Nacional de Cortometrajes, que cuenta asimismo con 37 ediciones, se encarga de preseleccionar los cortos que compiten en los Premios Goya en la Categoría de Mejor Cortometraje Nacional de Ficción, gracias a un acuerdo de colaboración con la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas.

Viajar en caravana por Europa, libertad sobre ruedas con ciertas reglas


Redacción (Madrid)
Recorrer Europa en caravana ya no es solo una opción para aventureros empedernidos o jubilados en busca de paisajes tranquilos. En los últimos años, este modo de viaje ha ganado popularidad entre jóvenes, familias y profesionales que buscan una forma flexible y más íntima de conocer el continente. Las carreteras europeas ofrecen una infinidad de rutas escénicas, desde los fiordos noruegos hasta las playas del Algarve, y la posibilidad de despertar cada día en un lugar diferente se ha convertido en un lujo deseado por muchos.


Más allá del romanticismo de vivir sobre ruedas, viajar en caravana requiere cierta planificación. La elección del vehículo es clave: desde furgonetas camperizadas —más compactas y manejables— hasta autocaravanas de gran tamaño, ideales para grupos o familias. También existen caravanas remolcables, que ofrecen versatilidad si se dispone de un coche con la potencia adecuada. Cada tipo de vehículo tiene ventajas y limitaciones, por lo que conviene evaluar el presupuesto, la duración del viaje y el nivel de comodidad deseado.


Entre las rutas más populares se encuentran la costa atlántica portuguesa, perfecta para surfistas y amantes del mar; el Valle del Loira en Francia, con sus castillos renacentistas y pueblos encantadores; y los caminos alpinos de Suiza o Austria, donde los paisajes de montaña ofrecen vistas inigualables. También destacan itinerarios culturales como la Ruta Romántica en Alemania o los recorridos por los parques naturales de Escandinavia, ideales para quienes buscan desconexión total.


No obstante, cada país europeo tiene normativas distintas en cuanto a la pernocta, el estacionamiento y la circulación de caravanas. Mientras que en Escandinavia es común encontrar áreas gratuitas y seguras para pasar la noche, en otras zonas del sur de Europa el estacionamiento libre puede estar prohibido o mal visto. Además, las restricciones medioambientales —como las zonas de bajas emisiones en ciudades como París o Milán— exigen estar bien informado antes de entrar a núcleos urbanos.


Finalmente, la tecnología se ha convertido en aliada del viajero sobre ruedas. Aplicaciones como Park4Night o Campercontact permiten localizar áreas de servicio, campings o lugares habilitados para dormir. También es imprescindible llevar reservas de agua, planificar la recarga de baterías y respetar las normas de vertido de aguas residuales. Viajar en caravana por Europa no es solo una forma de moverse, sino toda una filosofía de viaje que combina independencia, respeto por el entorno y una buena dosis de improvisación.


Descubriendo La Habana desde los asientos de un clásico cubano

Por David Agüera

Hay ciudades que se exploran a pie, con calma, saboreando cada paso. Pero La Habana… La Habana se descubre mejor al ritmo de un motor antiguo, con la brisa del mar en la cara y el eco de la historia rebotando en los adoquines. Montarse en un auto clásico en La Habana no es solo una excursión turística: es un viaje en el tiempo, una danza entre nostalgia y presente, donde cada esquina cuenta una historia y cada edificio murmura secretos de otros siglos.

Los almendrones, como los llaman cariñosamente los cubanos, son verdaderas joyas andantes. Chevrolets de los años 50, Ford descapotables, Pontiacs de colores imposibles: autos restaurados con amor y resistencia que sobreviven gracias al ingenio criollo. Subirse a uno de ellos es experimentar en carne viva el ingenio cubano, su capacidad para hacer arte con lo que otros considerarían ruinas.

Desde el asiento de cuero, mirando por la ventana sin prisas, La Habana se revela con otra profundidad. El chofer, muchas veces también guía y contador de anécdotas, va dibujando con sus palabras una ciudad que no termina de contarse nunca.

El recorrido puede comenzar en el Malecón, esa serpiente de asfalto que besa el mar. A lo lejos, el Castillo del Morro y la silueta del Cristo de La Habana vigilan la entrada a la bahía. El auto ronronea como un gato dormido mientras se desliza por la costa. A un lado, olas que estallan. Al otro, fachadas en ruina y color que son, a la vez, heridas y obras de arte.

De ahí, el tour puede tomar rumbo al Vedado, donde las avenidas son más anchas, los árboles más generosos, y las mansiones evocan una Habana de esplendor republicano. Luego, un giro hacia la Plaza de la Revolución, donde la silueta del Che vigila desde lo alto, y donde el silencio impone respeto entre tanta historia comprimida.

Pero el alma de la ciudad —la esencia de su ritmo, su olor y su gente— está en La Habana Vieja. Allí, entre callejones adoquinados, iglesias barrocas y plazas coloniales, el coche clásico avanza con reverencia, casi en puntillas, mientras turistas y locales cruzan entre cafés, museos y portales. La Plaza de la Catedral, la Plaza Vieja, el Capitolio, el Gran Teatro Alicia Alonso… todo desfila como un decorado que nunca envejece.

Cada tramo es una sinfonía de color: autos rosados, azules cielo, verdes botella; niños jugando pelota en la calle; viejitas en bata sentadas en sus portales; músicos tocando sones en las esquinas. Todo parece flotar en un presente que se rehúsa a olvidar el pasado. La Habana no se esconde. Se muestra así: herida y hermosa, llena de cicatrices y de una dignidad que conmueve.

Y el coche, ese auto clásico, es cómplice perfecto. En él, el visitante no solo se mueve: forma parte de una película habanera. Hay algo de cine en esta experiencia, algo de novela, algo de bolero.

Más allá de los monumentos y las fotos perfectas, este tour sobre ruedas permite entender algo más profundo: la capacidad cubana para mantener viva su identidad con orgullo y alegría. Los autos clásicos, que podrían ser objetos de museo, están vivos, circulan, cuentan historias. Son parte del paisaje y del carácter. Y montarse en uno de ellos es aceptar la invitación de La Habana para verla desde su propio espejo retrovisor.

Descubrir La Habana en un auto clásico es más que un paseo: es una declaración de amor a la ciudad, a su ritmo indomable, a su forma única de resistir y brillar. Es dejarse llevar, sin mapas, sin prisa, por el alma viva de Cuba. Y cuando el motor se apague y la puerta se cierre, quedará en la memoria no solo la imagen del Malecón o de una fachada de colores: quedará la certeza de haber recorrido no solo una ciudad, sino un espíritu que sigue rodando, libre y hermoso, como un viejo Chevy bajo el sol caribeño.

24 horas en Punta Cana: Un paraíso en un día

Redacción (Madrid)

Punta Cana, en la costa este de la República Dominicana, es un destino sinónimo de playas de arena blanca, aguas turquesa y una energía caribeña que conquista a cualquiera. Aunque lo ideal sería quedarse varios días, si solo tienes 24 horas para disfrutar de este paraíso tropical, aquí te mostramos cómo exprimir cada minuto al máximo.

08:00 AM – Despertar con el sol en la playa

Empieza el día despertándote en un resort frente al mar, como el Barceló Bávaro Palace o el Secrets Cap Cana. Abre las cortinas y deja que el sol caribeño te dé los buenos días. Un desayuno buffet con frutas tropicales, jugo de guayaba y mangu (puré de plátano típico) será el combustible perfecto para lo que viene.

09:30 AM – Aventura acuática en Isla Saona o snorkel local

Si prefieres una excursión icónica, únete a un tour a Isla Saona, parte del Parque Nacional del Este. La travesía incluye catamarán, música, ron y una playa virgen donde el mar parece una piscina gigante. Si no tienes tiempo para una excursión larga, elige un paseo en lancha rápida o haz snorkel en las cercanías de Playa Bávaro, donde los arrecifes de coral ofrecen un espectáculo de vida marina.

01:00 PM – Almuerzo frente al mar

Regresa al hotel o visita un restaurante local como La Yola o Captain Cook, ambos famosos por sus mariscos frescos. Nada como una langosta a la parrilla con arroz con coco y tostones mientras sientes la brisa del Atlántico.

03:00 PM – Relax total o spa caribeño

Las primeras horas del día fueron para la aventura, ahora toca descansar. Puedes optar por una hamaca bajo una palmera o regalarte un masaje con aceites tropicales en un spa frente al mar. Muchos resorts ofrecen rituales inspirados en tradiciones taínas, perfectos para recargar cuerpo y alma.

05:00 PM – Paseo en buggy o tirolesa

Si prefieres algo más movido, las opciones de ecoturismo están a minutos de distancia. Un paseo en buggy por caminos de tierra te lleva a conocer el lado rural de Punta Cana, mientras que los parques como Scape Park ofrecen tirolesas sobre el bosque, cenotes escondidos y cuevas ancestrales.

07:00 PM – Atardecer en la playa

No hay mejor manera de cerrar la tarde que con los pies en la arena mientras el cielo se pinta de naranja y rosa. Punta Cana tiene algunos de los atardeceres más espectaculares del Caribe. Llévate una piña colada o un mojito y simplemente disfruta del momento.

08:30 PM – Cena gourmet o show tropical

La vida nocturna aquí puede ser tan relajada o vibrante como desees. Para una cena romántica, prueba el restaurante Jellyfish, donde puedes comer bajo una estructura de bambú frente al mar. ¿Quieres algo más movido? Muchos resorts ofrecen espectáculos de música en vivo, bailes típicos dominicanos y hasta fuegos artificiales.

11:00 PM – Fiesta caribeña o noche estrellada

¿Aún con energía? Termina tu jornada bailando merengue y bachata en Coco Bongo o en la icónica discoteca Imagine, ubicada dentro de una cueva natural. Si prefieres algo más tranquilo, un paseo nocturno por la playa bajo las estrellas puede ser el broche perfecto.