
Redacción (Madrid)
En pleno valle del río Ourthe, rodeada de colinas y frondosos bosques, se encuentra Durbuy, una localidad belga que presume con orgullo de ser “la ciudad más pequeña del mundo”. Con apenas 11.000 habitantes repartidos en su municipio, su casco histórico conserva el encanto medieval que la ha convertido en uno de los destinos turísticos más pintorescos de Valonia. Calles empedradas, casas de piedra y un ambiente acogedor la distinguen como un tesoro que parece detenido en el tiempo.

Su historia se remonta a la Edad Media, cuando el río favorecía el comercio de madera y piedra, y el castillo de los Condes de Ursel ejercía como símbolo de poder. Hoy, ese mismo castillo domina el paisaje, aunque permanece cerrado al público. En sus alrededores, la artesanía y la gastronomía típica belga —como las confituras caseras, las cervezas artesanales y los embutidos de la región— atraen cada fin de semana a visitantes nacionales y extranjeros.

Durbuy es también un paraíso para los amantes de la naturaleza. Desde el cercano Parque de Topiaria, donde más de 250 figuras vegetales sorprenden por su originalidad, hasta las rutas de senderismo y kayak por el Ourthe, el pueblo ofrece actividades durante todo el año. En primavera y verano, las terrazas al aire libre se llenan de vida, mientras que en invierno la villa luce una iluminación navideña que parece sacada de un cuento.

La economía local gira en torno al turismo sostenible. Pequeños hoteles familiares, casas rurales y restaurantes con productos de proximidad son la base de su oferta. Lejos del bullicio de las grandes ciudades, Durbuy ha sabido mantener un equilibrio entre modernidad y tradición, convirtiéndose en un ejemplo de cómo preservar el patrimonio sin renunciar al progreso.

Con cada visitante que pisa sus calles adoquinadas, Durbuy confirma su reputación de joya escondida en el corazón de Bélgica. Un lugar donde la historia, la naturaleza y la hospitalidad se entrelazan, ofreciendo una experiencia que va más allá del turismo: la sensación de viajar a otra época sin abandonar el presente.