
Redacción (Madrid)
En el extremo suroeste de la República Dominicana, donde el asfalto se mezcla con el polvo rojo y el mar parece aún no haber sido descubierto por el turismo de masas, se encuentra Pedernales. Esta provincia fronteriza, a menudo ignorada en las rutas tradicionales, alberga uno de los tesoros naturales más impresionantes del Caribe: Bahía de las Águilas. Con sus 8 kilómetros de arena blanca inmaculada y aguas cristalinas en tonos turquesa, esta playa es considerada una de las más vírgenes del hemisferio occidental.
En el extremo suroeste de la República Dominicana, donde el asfalto se mezcla con el polvo rojo y el mar parece aún no haber sido descubierto por el turismo de masas, se encuentra Pedernales. Esta provincia fronteriza, a menudo ignorada en las rutas tradicionales, alberga uno de los tesoros naturales más impresionantes del Caribe: Bahía de las Águilas. Con sus 8 kilómetros de arena blanca inmaculada y aguas cristalinas en tonos turquesa, esta playa es considerada una de las más vírgenes del hemisferio occidental.

Consciente del valor ecológico y turístico de la región, el gobierno dominicano ha anunciado una ambiciosa estrategia para convertir Pedernales en el nuevo polo turístico del sur, apostando por un modelo de desarrollo sostenible. El «Proyecto de Desarrollo Turístico de Pedernales» contempla la construcción controlada de infraestructura hotelera, un aeropuerto internacional, y accesos viales, con énfasis en el respeto al entorno natural y la participación de las comunidades locales.

Sin embargo, el proyecto no está exento de controversias. Ambientalistas y sectores académicos han expresado preocupación sobre el riesgo de que el desarrollo turístico, por bien intencionado que sea, degrade el frágil ecosistema de la zona. Piden garantías legales claras, monitoreo independiente y un modelo basado en el ecoturismo, que priorice la educación ambiental y la economía comunitaria por encima del turismo masivo.

Hoy, Bahía de las Águilas representa un dilema esperanzador: cómo abrir al mundo uno de los rincones más hermosos del Caribe sin repetir los errores del pasado. ¿Será posible preservar su carácter prístino mientras se transforma en un motor económico para una de las provincias más empobrecidas del país? El futuro de Pedernales, y quizás el modelo turístico dominicano del siglo XXI, depende de esa respuesta.
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