
Redacción (Madrid)
A pocos kilómetros de las playas turísticas de Samaná y lejos del bullicio de Punta Cana, existe un rincón donde el Caribe se hunde bajo tierra. En Cabrera, un municipio costero de la provincia María Trinidad Sánchez, el agua ha horadado el suelo durante milenios para crear un paisaje oculto: un sistema de cenotes que parecen salidos de una fábula subacuática.
Más allá de Dudu
El Cenote Dudu es el más conocido, una piscina natural de agua dulce flanqueada por lianas y paredes de piedra caliza. Pero lo verdaderamente extraordinario comienza cuando se mira más allá del cartel turístico. En los alrededores, diseminados como joyas subterráneas, se encuentran otros cenotes menos accesibles, sin nombres en Google Maps, sin senderos bien marcados.
Viaje al interior del agua
Uno de estos lugares, conocido entre los lugareños como La Catedral, es una caverna sumergida a la que se llega tras una caminata de 40 minutos entre raíces y piedras húmedas. Bajo tierra, el silencio es tan absoluto que se puede escuchar el latido del propio corazón cuando uno se zambulle.
La visibilidad bajo el agua es sorprendente. La luz del sol filtra en haces azulados y revela estalactitas sumergidas, peces ciegos y paredes tapizadas de minerales antiguos. Buzos espeleólogos de Europa y Estados Unidos han comenzado a visitar la zona de forma discreta, fascinados por lo que ellos llaman el Caribe inexplorado.
El lado invisible del paraíso
La formación de estos cenotes se remonta a millones de años, cuando la isla Hispaniola emergía del mar y la caliza, porosa, se fue fracturando con la lluvia. La cultura taína, según arqueólogos locales, ya los conocía y probablemente los consideraba portales sagrados hacia el mundo subterráneo.
Hoy, sin embargo, están bajo amenaza. La falta de regulación, la basura de visitantes descuidados, e incluso la presión inmobiliaria en zonas cercanas, ponen en riesgo este ecosistema escondido.