
Redacción (Madrid)
Viajar a Cuba no es solo cruzar el mar Caribe; es aterrizar en una cápsula del tiempo donde los días tienen sabor a ron, suenan a bolero y huelen a historia. En esta isla, cada calle guarda secretos, cada edificio narra un capítulo, y cada local antiguo es más que un sitio para comer o beber: es un testigo silencioso del alma cubana. Así que si alguna vez has soñado con caminar por donde lo hicieron Hemingway, Compay Segundo o Celia Cruz, este viaje es para ti.

Sí, es turístico. Sí, siempre está lleno. Pero también es historia líquida servida en vaso corto con hierbabuena. Aquí dicen que nació el mojito (aunque hay debate nacional al respecto), y que el mismísimo Hemingway dejó escrito: “Mi mojito en La Bodeguita, mi daiquirí en El Floridita”. Las paredes están cubiertas de firmas y mensajes de medio mundo, y entre el bullicio y la música en vivo, uno casi puede imaginarse cómo era La Habana de los años 50, cuando la revolución aún era un susurro.
Este lugar es el altar del daiquirí. Fundado en 1817, fue uno de los bares favoritos de escritores, diplomáticos y buscavidas. Su aire elegante, con camareros vestidos de blanco y barra de mármol, evoca una Cuba que aún vivía entre la sofisticación europea y el caos tropical. Hemingway tiene aquí una estatua de bronce en su rincón favorito, como recordatorio de que la literatura y el ron pueden ser grandes compañeros de barra.
Cerrado por décadas y reabierto con mimo, el Sloppy Joe’s es un puente directo a los años dorados del turismo americano. Su barra de madera, larguísima y brillante, ha visto pasar actores de Hollywood, mafiosos, periodistas, y ahora, a nostálgicos que buscan revivir el glamur de la época previa al bloqueo. Es un sitio para sentarse, pedir un cóctel con nombre clásico y dejarse empapar por la elegancia polvorienta de otra era.

Cambiar de ciudad también cambia la música. En Santiago, la Casa de la Trova es mucho más que un local: es un santuario del son. Aquí no vas a escuchar música, vas a sentirla en el pecho. Con sillas viejas, ron barato y artistas que parecen salidos de una novela de Alejo Carpentier, este lugar vibra con la autenticidad de la trova tradicional. Muchos de los grandes empezaron aquí, tocando para públicos que escuchaban con los ojos cerrados.
No es un “local” en el sentido estricto, pero el bar del Hotel Nacional es una leyenda por sí mismo. Desde su terraza se ve el Malecón y se respira el aire cargado de historia y salitre. Aquí se hospedaron Sinatra, Ava Gardner, Marlon Brando… y, según dicen, también algunos personajes menos glamorosos del crimen organizado. Tomarse un cóctel aquí es como sentarse en la sala de espera del siglo XX.
Cada uno de estos locales es una puerta abierta al pasado, pero también al presente de un país que resiste, reinventa y celebra. Porque en Cuba, la historia no está guardada en vitrinas ni se pronuncia en voz baja: se canta, se baila y se sirve con hielo. Así que si tienes la suerte de visitar alguno, hazlo sin prisa. Escucha la música, habla con la gente, deja que el tiempo pase más lento. Porque en estos sitios, el reloj nunca fue el protagonista.
