
Redacción (Madrid)
En el suroeste de la provincia de Hunan, a orillas del río Tuojiang, se levanta Fenghuang, un pequeño pueblo cuya historia parece detenida en el tiempo. Fundado hace más de 300 años, este enclave ha sido testigo de guerras, comercio y transformaciones culturales, pero su esencia se mantiene intacta: calles empedradas, casas de madera colgando sobre el agua y el sonido pausado de las embarcaciones que surcan el río. A pesar de su creciente popularidad entre los turistas chinos, Fenghuang conserva un ritmo de vida que contrasta con el vértigo de las grandes ciudades del país.

Caminar por sus callejones es adentrarse en un mosaico de tradiciones. Las mujeres de la etnia miao, con sus trajes bordados y collares de plata, ofrecen artesanías a la sombra de balcones centenarios. Los hombres, por su parte, aún practican la pesca con redes manuales y reparan sus embarcaciones siguiendo métodos transmitidos de generación en generación. El aroma del té ahumado y de las empanadillas al vapor se mezcla con el incienso de los templos, creando una atmósfera que seduce tanto a viajeros como a fotógrafos en busca de autenticidad.
El río Tuojiang no es solo un paisaje pintoresco, sino el

corazón económico y emocional del pueblo. Allí se realizan pequeñas rutas fluviales que permiten admirar las fachadas sobre pilotes y los antiguos puentes cubiertos que han sobrevivido a crecidas y tormentas. “Sin el río, Fenghuang no sería Fenghuang”, comenta Li Wei, un anciano pescador que asegura que cada piedra del malecón guarda una historia. Según él, el agua trae prosperidad, pero también exige respeto: en más de una ocasión, las inundaciones han obligado a reconstruir tramos enteros del casco histórico.

Aunque las autoridades locales han impulsado proyectos de modernización, muchos habitantes temen que el exceso de urbanización diluya el carácter único del lugar. En respuesta, se han establecido regulaciones para proteger las fachadas tradicionales, limitar la construcción de hoteles y fomentar la preservación de la artesanía local. Algunos jóvenes han regresado desde las ciudades para abrir pequeños negocios de café, hostales y talleres de cerámica, apostando por un turismo sostenible que respete el legado cultural.

Fenghuang no solo es un destino turístico, sino un símbolo de la coexistencia entre pasado y presente. Su belleza radica tanto en la estética de sus paisajes como en la resiliencia de su gente, que se aferra a las costumbres sin renunciar del todo a la modernidad. Quizá por eso, quienes lo visitan afirman que no se trata de un simple pueblo pintoresco, sino de una lección viva sobre cómo la historia puede fluir, como el río Tuojiang, sin perder su cauce.