Redacción (Madrid)

En lo profundo de la Sierra Maestra, donde las nubes se enredan con las montañas y la humedad se aferra a cada hoja, se alza el Pico Turquino, la cima más alta de Cuba, con sus imponentes 1,974 metros sobre el nivel del mar. Llegar hasta aquí no es solo un reto físico: es un viaje a través del tiempo, la geografía y el mito.

Quien se atreve a emprender la ruta hacia el Turquino descubre que el ascenso no es un camino rápido, sino una experiencia inmersiva. Los senderos serpentean entre helechos gigantes, orquídeas silvestres y riachuelos que parecen inventados para refrescar al viajero justo cuando el cansancio aprieta. A medida que se sube, el aire se enfría y una neblina constante envuelve la montaña, como si quisiera proteger un secreto ancestral.

Un símbolo geográfico y cultural

Más allá de su altura, el Turquino es un referente cultural. Desde su cumbre, en los días despejados, la vista abarca tanto la costa sur como el azul profundo del Caribe. Pero son pocas las jornadas en que el cielo concede tal espectáculo: la mayoría de las veces, el horizonte se esconde tras un velo de nubes que, lejos de decepcionar, intensifica el aura mística del lugar.

En la cima, un busto de José Martí, erigido en 1953, vigila silenciosamente el paisaje. Muchos excursionistas confiesan que, al llegar, sienten que la estatua no solo observa la isla, sino también a ellos, como si midiera el esfuerzo invertido en conquistar la montaña.

Una travesía que exige respeto

Subir el Turquino no es una excursión ligera. Dependiendo de la ruta elegida —la de Las Cuevas o la de Santo Domingo— el recorrido puede tomar entre uno y tres días, con noches en campamentos rústicos y un clima que cambia sin previo aviso. Las lluvias pueden transformar el sendero en un lodazal, y la humedad constante exige tanto resistencia física como mental.

No obstante, cada paso se recompensa con la sensación de estar atravesando uno de los últimos territorios vírgenes del país. Aquí, el sonido de la ciudad no llega. Solo se escucha el canto de aves endémicas, el crujir de ramas y, de vez en cuando, el rumor lejano de un río.

Más que una cumbre

El Pico Turquino no es solo un punto geográfico; es un desafío personal y un recordatorio de que la naturaleza cubana todavía guarda rincones salvajes y majestuosos. Llegar a su cima no significa solo alcanzar la altura máxima de la isla: es tocar un pedazo de su historia natural, impregnarse de su misterio y, para muchos, reconectar con una Cuba que todavía late en silencio bajo su verde manto.

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