
Redacción (Madrid)
Europa no solo se recorre con los pies: también se explora con la mente. Detrás de sus castillos medievales y plazas adoquinadas, late otro tipo de patrimonio, menos visible pero igual de monumental: el conocimiento. Y es que viajar por Europa puede ser también una travesía entre laboratorios legendarios, telescopios que miran el origen del universo y universidades donde se escribieron los primeros capítulos de la ciencia moderna.
Un recorrido por sus instituciones científicas más importantes es un viaje al corazón de la curiosidad humana.

La capital francesa ha sido, desde la Ilustración, uno de los faros del saber occidental. En el Muséum National d’Histoire Naturelle, los pasillos están poblados de esqueletos, fósiles y minerales como si se tratara de un teatro de la evolución. A unos pasos, en el Jardin des Plantes, florece la botánica como ciencia y arte.
Más allá, en el Instituto Pasteur, el visitante puede acercarse a los orígenes de la microbiología moderna. Allí, donde Louis Pasteur desarrolló la vacuna contra la rabia y fundó los cimientos de la inmunología, se respira aún la pasión por la vida invisible. El museo permite ver su laboratorio intacto, como si el sabio fuera a volver en cualquier momento.
En las afueras de Ginebra, entre Suiza y Francia, se extiende una de las instituciones más asombrosas del planeta: el CERN, la Organización Europea para la Investigación Nuclear. Allí, en un anillo subterráneo de 27 km, científicos de todo el mundo recrean las condiciones del Big Bang dentro del Gran Colisionador de Hadrones (LHC).
Visitar el CERN es una experiencia vertiginosa. Uno se siente pequeño ante los detectores gigantes, las pantallas con datos del cosmos y la certeza de que allí se ha descubierto, por ejemplo, el bosón de Higgs. Es una catedral de la física moderna, y sus visitas guiadas, interactivas y multilingües, hacen que incluso los no expertos salgan maravillados.

La capital británica ha convertido la divulgación científica en una forma de arte. El Museo de Ciencias de Londres no solo documenta los grandes avances tecnológicos, sino que permite interactuar con ellos: desde la máquina de vapor de Watt hasta los primeros modelos de ADN y simuladores de vuelos espaciales.
A pocas estaciones de metro, el Natural History Museum ofrece una de las colecciones más impactantes del mundo en paleontología, botánica y zoología. Imposible no detenerse ante el esqueleto colosal de una ballena azul suspendida del techo o los fósiles de dinosaurios que parecen mirar con cierta ironía al visitante moderno.
No se puede hablar de ciencia europea sin mencionar sus universidades más antiguas. En Heidelberg, Alemania, la universidad fundada en 1386 sigue siendo un núcleo de investigación biomédica y astronómica. Sus bibliotecas, sus laboratorios, sus patios silenciosos, todo respira concentración.
Y en Oxford, el saber toma forma de arquitectura gótica. Aquí enseñaron Halley, Hooke, Boyle. En sus museos y colegios, la ciencia y las humanidades dialogan como lo han hecho durante siglos. El Museo de Historia de la Ciencia, que alberga instrumentos científicos desde el medievo, permite tocar la historia con los ojos.

En Italia, la ciencia tiene sabor renacentista. En Florencia, la cuna de Leonardo da Vinci, es imposible separar la belleza de los cuerpos celestes del arte que los representa. El Museo Galileo, a orillas del Arno, conserva los telescopios originales del astrónomo y experimentos que transformaron la física y la medicina.
Es una parada obligada para entender cómo la observación se convirtió en método, y cómo los instrumentos de antaño eran también obras de arte.
Hacer turismo científico en Europa es mirar el continente con otros ojos: no solo como un mapa de culturas, sino como un organismo vivo de ideas. Es viajar al pasado para entender el presente. Y es también un gesto de futuro, porque cada una de estas instituciones sigue en marcha, abriendo puertas, planteando preguntas.
Entre probetas, ecuaciones, telescopios y fósiles, Europa sigue ofreciendo algo que no se deteriora con el tiempo: la pasión por entender el mundo. Y viajar por sus centros científicos es recorrer la historia de la humanidad con la brújula del conocimiento y el alma encendida por la curiosidad.
