
Redacción (Cuba)
Desde su inauguración, el Royalton Habana ha dividido opiniones con la vehemencia de todo lo que rompe esquemas. Algunos lo ven como una provocación, un cuerpo extraño encajado en el tejido urbano de Prado, donde los portales centenarios y los balcones herrumbrosos cuentan la historia de una Habana que se resiste a desaparecer. Otros —y cada vez son más— lo reconocen como un acto de osadía arquitectónica, una invitación a mirar hacia el futuro sin renegar del pasado.
El diseño estuvo a cargo de la renombrada firma francesa Richez_Associés, en colaboración con el estudio cubano UCX. Juntos han creado algo más que un hotel: una pieza de arquitectura contemporánea en pleno corazón de una ciudad marcada por el eclecticismo y el abandono.
El Royalton Habana no trata de mimetizarse. No quiere pasar desapercibido. Con su fachada de vidrio y acero, se proyecta como una caja de luz suspendida entre cielo y mar. A primera vista, podría parecer un gesto arrogante, pero una mirada más detenida revela otra cosa: una sensibilidad geométrica que dialoga con el entorno sin copiarlo, que respeta sin adular.
Una de sus apuestas más audaces es el juego de volúmenes que genera la ilusión de que el edificio flota sobre el Paseo del Prado. Las columnas retranqueadas, la disposición oblicua de los pisos superiores, y las terrazas abiertas al mar crean una coreografía de planos y transparencias que, al atardecer, parecen disolverse en la bruma atlántica.

En el interior, la historia continúa. El vestíbulo, sin excesos ornamentales, deja que la vista corra hasta donde el Malecón se funde con el horizonte. El mármol y la madera se combinan con arte local cuidadosamente curado, en un gesto de respeto al contexto cultural que lo acoge. Cada espacio parece construido no solo para ser transitado, sino contemplado.
Pero más allá de su estética, el Royalton Habana encarna una idea rara en la arquitectura hotelera: la de pertenecer. No por imitación, sino por contraste. Como una pausa moderna en una sinfonía antigua, el edificio no intenta ser habanero en el sentido tradicional. Lo es por su coraje, por su voluntad de existir en un lugar donde el tiempo tiene otras reglas.
La azotea, coronada con una piscina infinita, ofrece una de las mejores vistas de la ciudad. Desde allí, se puede leer La Habana como si fuese una partitura de siglos: el Capitolio, el Castillo del Morro, las cúpulas, los solares, los barcos entrando al puerto. Y justo debajo, el Royalton, como una nota sostenida que resuena en el presente.
El Royalton Habana Paseo del Prado no es perfecto, ni lo pretende. Pero ahí está: sereno, contemporáneo, provocador. Como si La Habana, al fin, hubiese encontrado una forma de hablar en voz alta en el lenguaje del siglo XXI.