
Redacción (Madrid)
La Guerra Civil Española (1936-1939) no solo dejó una profunda cicatriz en la memoria colectiva del país, sino que marcó para siempre el paisaje urbano y rural de España. Aunque fue un conflicto devastador, sus vestigios se han transformado en lugares de memoria histórica y reflexión. Hoy, recorrer esos sitios es también un acto de turismo con conciencia, donde el viajero no busca solo belleza, sino comprensión y recuerdo.

Madrid fue uno de los principales escenarios de la guerra, sitiada durante casi tres años. Aún pueden visitarse restos de trincheras y búnkeres en la Casa de Campo, un parque que fue frente de batalla. En la ciudad, el Museo de Historia de Madrid y el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía conservan documentos y obras que reflejan el horror del conflicto, como el célebre Guernica de Picasso, símbolo universal del sufrimiento civil.
En la provincia de Zaragoza, el viejo Belchite permanece como un esqueleto de ruinas bombardeadas. Fue escenario de una de las batallas más cruentas y, tras la guerra, Franco ordenó construir un nuevo pueblo al lado, dejando el antiguo como testimonio del horror. Caminar entre sus casas derruidas, su iglesia destrozada y sus calles fantasmales es una experiencia conmovedora.
Guernica, en el País Vasco, sufrió uno de los bombardeos más atroces por parte de la aviación alemana al servicio de Franco. Aunque hoy es una ciudad reconstruida, el Museo de la Paz de Gernika y la Casa de Juntas ofrecen una visión completa del ataque y sus consecuencias. El roble de Guernica, símbolo de las libertades vascas, sigue en pie como emblema de resistencia.

En Tarragona, el Ebro fue escenario de la mayor batalla de la guerra. En Corbera d’Ebre, el pueblo viejo permanece parcialmente en ruinas y ha sido convertido en un museo al aire libre, con esculturas y paneles informativos. Cerca, se puede visitar el Centro de Interpretación 115 días, que ofrece un recorrido completo por la ofensiva y el drama humano vivido.
No solo los campos de batalla guardan historias. En lugares como Albatera (Alicante) o Castuera (Badajoz), los restos de campos de concentración franquistas recuerdan la brutal represión que siguió a la guerra. Aunque en muchos casos quedan pocos vestigios físicos, diversas asociaciones trabajan por su señalización y recuperación.
Visitar estos lugares no es solo un ejercicio de memoria; es un acto de respeto hacia quienes vivieron el horror de una guerra fratricida. En cada trinchera, cada ruina y cada museo hay una historia que clama por no repetirse. El turismo de memoria invita al viajero a mirar más allá de los paisajes y monumentos, para descubrir las cicatrices que el tiempo no ha podido borrar.
