Por Tamara Cotero

Fuimos a desayunar con Cuquita. Eso, así de sencillo. No había manteles largos, ni platos con nombres impronunciables. Había tamales, café de olla, risas, manos que no dejaban de moverse. Y una historia que se cuece, literalmente, todos los días a fuego lento en algún rincón de Guanajuato.

A Cuquita la conocen todos. Y no es una exageración: es una de las cocineras más premiadas del estado, una de esas mujeres que no necesitan carta de presentación porque su cocina habla por ella. Su nombre completo apenas se usa; basta con decir “Cuquita” y ya se entiende todo: sabor, trabajo, familia y una calidez que no se puede fingir.

Desayunamos en su casa, en Celaya, pero podría haber sido en cualquier otro punto del estado donde ha dejado huella. Llegamos temprano, aunque ya estaba todo listo. En la mesa: tamales de cazuela, de elote con rajas, unos dulces que sabían a infancia. “Estos los hacía mi abuela”, nos dijo mientras nos servía, y en su tono no había nostalgia, sino continuidad.

Cuquita no cocina: construye memoria. Y lo hace con ingredientes de mercado, con manos curtidas y con una alegría que no ha perdido a pesar de los años, del trabajo…

La cocina de Cuquita ha sido reconocida dentro y fuera del estado. Tiene premios, sí —los justos y necesarios—, pero lo que más pesa son las historias que carga cada platillo. En 2022, fue una de las representantes de Guanajuato en un festival gastronómico nacional donde su caldo de gallina y sus gorditas de horno pusieron a todos de pie. No hubo chef con estrella Michelin que pudiera contra ese sabor que huele a patio y a brasero.

Detrás de Cuquita están sus hijos. Dos de ellos ya se dedican de lleno a continuar el legado. “Sin ellos, nada de esto tendría sentido”, dice con orgullo. Uno maneja la logística, otro la ayuda a crear nuevas versiones de sus recetas tradicionales sin perder la esencia. Es una empresa familiar sin logotipo, pero con alma. Una cooperativa de amor.

Dice que no se siente famosa. Que lo suyo es cocinar y agradecer. Que lo importante es que la gente sepa que la comida mexicana no se encuentra en los restaurantes caros, sino en las casas como la suya, donde aún se nixtamaliza el maíz y se habla bajito para no espantar al mole.

Y así, entre sabores y anécdotas, Cuquita nos enseña que la mejor gastronomía de Guanajuato no sólo se sirve caliente. También se entrega con las manos llenas y el corazón abierto.

Cuando nos despedimos, no quiere que nos vayamos sin llevar algo. Nos da un tamal envuelto con una servilleta bordada. “Para el camino”, dice. Pero en realidad, es para el alma.

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