Redacción (Madrid)

Viajar a la India es mucho más que cambiar de continente; es adentrarse en un universo donde lo espiritual convive con lo cotidiano, donde la religión no es solo una práctica, sino una forma de vida. La India, cuna de grandes tradiciones como el hinduismo, el budismo, el jainismo y el sijismo, ofrece al viajero una experiencia religiosa que no se limita a templos y rituales: es una travesía interior, una invitación a mirar el mundo —y a uno mismo— desde otra perspectiva.

Un viaje religioso por la India puede tomar muchas formas, pero todas comparten un hilo común: el asombro. Desde las oraciones al amanecer en la orilla del Ganges hasta los cantos devocionales en un gurdwara sij, el país ofrece un mosaico de prácticas espirituales vivas, profundas y conmovedoras.

Uno de los primeros destinos inevitables es Varanasi, una de las ciudades más sagradas del hinduismo. A orillas del Ganges, se puede presenciar el ritual del aarti, donde sacerdotes ofrendan fuego al río al anochecer, rodeados de peregrinos, flores y cánticos. Es también el lugar donde muchos hindúes desean morir o ser incinerados, en la creencia de que así se rompe el ciclo de reencarnaciones. Pisar Varanasi no es solo visitar una ciudad: es entrar en un espacio donde la vida y la muerte se tocan con naturalidad y respeto.

Siguiendo la ruta de la espiritualidad, otro punto esencial es Bodh Gaya, donde Buda alcanzó la iluminación bajo el árbol Bodhi. Hoy, ese mismo árbol sigue allí, rodeado de templos budistas de todo el mundo, y de monjes y devotos que meditan en silencio. Es un lugar de paz intensa, donde el viajero puede detenerse, respirar y conectar con una espiritualidad tranquila, universal.

Para quienes desean conocer el sijismo, el destino imperdible es Amritsar, en el estado de Punyab. Allí se alza el majestuoso Templo Dorado, uno de los lugares más hospitalarios del mundo. Además de admirar su belleza arquitectónica, se puede participar del langar, un comedor comunitario donde miles de personas comen cada día, sin importar su religión, casta o condición social. Es un poderoso ejemplo de igualdad, servicio y devoción.

En el sur, Tiruvannamalai atrae a quienes buscan una experiencia más introspectiva. Esta ciudad, sagrada para el hinduismo, es hogar del Ashram de Ramana Maharshi, un sabio venerado por su enseñanza del silencio y la autoindagación. Caminar alrededor del monte Arunachala, considerado una manifestación del dios Shiva, se convierte en una práctica de meditación en movimiento.

Y no se puede olvidar Rishikesh, conocida como la «capital mundial del yoga». A orillas del Ganges y al pie del Himalaya, esta ciudad reúne ashrams, centros de meditación y espacios para el crecimiento espiritual. Aquí, tanto devotos como turistas encuentran un lugar para aprender, sanar o simplemente desconectar del ruido del mundo moderno.

Pero más allá de los destinos, lo que hace único un viaje religioso por la India es la presencia constante de lo sagrado en la vida diaria. Un conductor que enciende incienso en su taxi, una familia que ora al borde de la carretera, o una peregrinación multitudinaria en la que el extranjero es recibido como un hermano más. La espiritualidad en la India no es espectáculo, es esencia.

En definitiva, recorrer la India con el corazón abierto es dejarse transformar. Es entender que la fe puede tomar mil formas y que, en su diversidad, la India ofrece algo más que templos o rezos: ofrece una forma distinta de habitar el mundo. Para el viajero espiritual, no hay otro lugar como este. Porque en India, la religión no se visita… se vive.

Recommended Posts