
Redacción (Madrid)
En las calles cálidas de La Habana, en los patios de Trinidad o en los talleres escondidos de Camagüey, el arte cubano se abre paso como una expresión auténtica de creatividad frente a lo cotidiano. Lejos de las galerías más famosas del mundo, la isla ha cultivado un estilo propio, colorido y lleno de simbolismos, en el que convergen raíces africanas, europeas, caribeñas y mestizas. En cada obra, ya sea una pintura, una escultura o una instalación, hay una historia que se cuenta desde el alma de quien la crea.
El arte visual en Cuba nunca ha sido solamente decorativo. Tiene un carácter profundamente narrativo y simbólico. Pintores como Manuel Mendive, Roberto Fabelo y Kcho han desarrollado un lenguaje visual que juega con elementos del folclore, la religión afrocubana y la vida diaria. Sus obras no pretenden impresionar con sofisticación técnica, sino conmover con un lenguaje cargado de metáforas, humor, ironía y misticismo. La figura humana, los animales, los objetos cotidianos y los paisajes urbanos son protagonistas recurrentes en sus piezas.
Uno de los aspectos más fascinantes del arte cubano contemporáneo es su capacidad de adaptación. Muchos artistas trabajan con materiales reciclados o improvisados, encontrando belleza en lo que otros descartan. Desde esculturas hechas con metal oxidado hasta collages elaborados con periódicos viejos, el arte se convierte en una forma de resistencia estética ante la escasez. Esta relación íntima con el entorno ha dotado al arte cubano de una identidad única, reconocible por su textura y carácter artesanal.
Las nuevas generaciones de artistas también han encontrado espacios alternativos para mostrar sus obras. Más allá de los museos y salones oficiales, los estudios privados, las casas-galerías y las ferias de arte emergente se han transformado en puntos de encuentro donde conviven estilos, técnicas y discursos diversos. Allí se mezclan el grabado tradicional, la fotografía digital, la instalación interactiva y el arte textil, creando un ecosistema artístico en constante movimiento, donde cada obra es una ventana al presente.
El arte cubano, en su conjunto, no busca explicaciones ni respuestas absolutas. Se despliega como una manera de mirar el mundo, de reinterpretar lo que se tiene a mano, de transformar lo simple en algo poderoso. Quienes lo crean no necesariamente quieren ser entendidos: quieren ser sentidos, vividos, tocados a través de su obra. Y es precisamente en esa sensibilidad donde reside su fuerza, en el equilibrio entre lo ancestral y lo cotidiano, entre la tradición y la invención constante.