
Redacción (Madrid)
Valencia, la tercera ciudad más grande de España, es un lugar donde la tradición mediterránea convive con la vanguardia arquitectónica y el dinamismo urbano. Pasar 24 horas en esta ciudad es una invitación a sumergirse en una experiencia sensorial completa, donde la historia, el arte, la gastronomía y la naturaleza se encadenan con armonía. Este ensayo turístico traza un itinerario que comienza entre estructuras futuristas y termina navegando entre arrozales al atardecer, en un viaje que demuestra por qué Valencia no se recorre, sino que se vive.

La jornada comienza en la Ciudad de las Artes y las Ciencias, una de las obras arquitectónicas más audaces de Europa. Este conjunto, diseñado por Santiago Calatrava, no solo impresiona por su estética —líneas curvas, superficies blancas, reflejos infinitos en el agua— sino también por su contenido: el Museo de las Ciencias Príncipe Felipe, el Oceanogràfic (el mayor acuario de Europa) y el Hemisfèric, donde la tecnología y el arte se dan la mano.
Pasear por este complejo temprano en la mañana permite apreciar su escala monumental con tranquilidad. La luz del sol sobre el blanco impoluto del conjunto crea una atmósfera casi extraterrestre, y ofrece uno de los paisajes urbanos más fotogénicos del país.
Desde ahí, el recorrido sigue por el Jardín del Turia, un antiguo cauce de río convertido en un pulmón verde de la ciudad. Es un lugar ideal para caminar, alquilar una bici o simplemente dejarse llevar entre naranjos, puentes históricos y zonas deportivas, rumbo al centro histórico.
Cerca del mediodía, es tiempo de adentrarse en el Casco Antiguo. Valencia es una ciudad milenaria, y eso se nota en rincones como el Mercado Central, joya modernista donde los colores y aromas revelan la riqueza de la huerta valenciana. Aquí es posible degustar productos locales o sentarse en alguna de las tapas modernas que reinterpretan la cocina tradicional.
A pocos pasos, la Lonja de la Seda, Patrimonio de la Humanidad, muestra el esplendor mercantil de la Valencia del siglo XV. Desde allí, se puede subir al Miguelete, la torre de la Catedral, y disfrutar de una panorámica inolvidable de tejados, cúpulas y el perfil del Mediterráneo a lo lejos.

El almuerzo, cómo no, pide una paella auténtica. Y aunque hay muchas versiones turísticas, lo ideal es esperar hasta la tarde para disfrutarla donde nació: en los arrozales de la Albufera.
Tras una breve escapada en coche o autobús (a solo 10 km del centro), se llega a uno de los entornos naturales más especiales del Levante: el Parque Natural de la Albufera. Esta laguna costera, rodeada de arrozales, es no solo el origen de la paella, sino también un remanso de calma donde el ritmo urbano se disuelve.
En alguna de las barracas tradicionales o restaurantes frente a la laguna, se puede disfrutar de una paella cocinada a fuego de leña, acompañada de allioli y vino blanco local. La comida aquí no es solo alimento: es un ritual pausado, una celebración de la tierra y la cultura valencianas.
Al caer la tarde, nada supera un paseo en barca por la Albufera. El cielo se tiñe de naranjas y malvas, las siluetas de las aves cruzan el horizonte, y el reflejo del sol sobre el agua ofrece una de las puestas de sol más memorables de España.
De regreso a Valencia, la noche invita a recorrer barrios como Ruzafa, epicentro de la vida nocturna, con su mezcla de bares alternativos, galerías de arte y terrazas. O quizás tomar algo en la Marina Real, junto al mar, donde la brisa nocturna y la visión de los veleros anclados cierran un día perfecto.
En solo 24 horas, Valencia logra algo difícil: hacer que el tiempo se estire y se llene de matices. Desde el futuro imaginado por Calatrava hasta la quietud eterna de la Albufera, la ciudad ofrece un viaje circular entre innovación y raíces. Es una ciudad que no obliga a elegir entre playa o cultura, entre historia o naturaleza. Todo está cerca, todo es accesible, todo respira vida mediterránea.
Valencia no se resume en una postal. Se camina, se saborea, se escucha y se siente. Y en tan solo un día, deja claro que es una de las capitales culturales y emocionales más completas de Europa.
