“DURANTE EL FESTIVAL DE CINE SE CELEBRA EL CINE, PERO TAMBIÉN EL MAR, EL SOL Y, EN DEFINITIVA, SE CELEBRA ALFÀS”

Por Miguel de la Hoz

Entrevista a Luis Larrodera. Director del festival de cine de L’Alfas del Pi.


¿Qué cree que hace único al Festival de Cine de l’Alfàs del Pi?

Creo que es la combinación perfecta que ofrece el lugar, la gente y el propio evento. Durante esos días, no solo se celebra el cine, también se celebra el mar, el sol, el verano y, en definitiva, se celebra Alfàs. El entorno y la atmósfera que se genera son muy especiales.


¿Cuál ha sido la evolución más notable del festival en los últimos años?

Ha habido muchas, pero destacaría que hoy en día somos un festival reconocido dentro del circuito nacional, especialmente en el mundo del cortometraje. Contamos con una de las dotaciones económicas más altas en premios y, desde hace dos años, el corto ganador entra directamente en la preselección de los Premios Goya. Esto nos sitúa en una posición privilegiada.


¿Qué impacto tiene el festival en el municipio y en la comarca?

Es enorme. De los doce festivales culturales que organizamos a lo largo del año, este es el que más proyección tiene fuera de nuestras fronteras. Es un gran escaparate para Alfàs del Pi y para la Costa Blanca. Nos ayuda a posicionarnos como destino turístico y cultural.


¿Cómo se eligen los homenajes de cada edición?

Buscamos reconocer trayectorias consolidadas en el cine español, pero también queremos que los homenajeados sean personas queridas por el público. Este año hemos homenajeado a Elena Irureta, a Julián López –que además es de la terreta–, y al programa _Cine de Barrio_, que ha sido parte de nuestras tardes de cine durante años. Todos ellos representan ese espíritu de amor por el cine que compartimos.


Además de las proyecciones, ¿qué otras actividades ofrece el festival?

Muchísimas. Tenemos conciertos gratuitos en el parque, talleres de interpretación, presentaciones de libros, actividades infantiles, charlas profesionales, exposiciones… Queremos que el festival sea una experiencia cultural completa para todos los públicos.


¿Qué papel juega el entorno en la programación del festival?

Es clave. El Faro de l’Albir, por ejemplo, se ha convertido en un símbolo del festival. Organizamos rutas guiadas hasta allí, y muchos de nuestros eventos buscan poner en valor el paisaje, la luz y la identidad mediterránea de nuestro municipio. Queremos que la gente disfrute del cine, pero también de todo lo que Alfàs tiene que ofrecer.


¿Cómo contribuye el festival al tejido económico y social de la localidad?

Desde la organización se trabaja para que el impacto del festival se quede en el municipio. Apostamos por alojamientos, restaurantes y servicios locales. Involucramos a empresas y asociaciones del pueblo, y eso crea comunidad y genera riqueza.


El festival también tiene un marcado carácter internacional. ¿Cómo se consigue atraer a un público tan diverso?

Proyectamos en versión original subtitulada, lo que nos permite conectar con residentes de otras nacionalidades. A veces sucede que proyectamos una película francesa o noruega y el público se emociona porque les recuerda a su tierra. Es muy bonito ver ese vínculo.


¿Se impulsa también el talento joven y local?

Sí, tenemos talleres de dirección, mesas redondas con profesionales del sector y un concurso de cortos grabados con móvil que deben desarrollarse en localizaciones reconocibles de Alfàs. Queremos animar a la gente a crear, y que Alfàs sea su plató de cine.


¿Qué novedades se han incorporado este año y qué podemos esperar en el futuro?

Este año hemos incorporado una nueva sección dedicada al cine de animación, que ha tenido muy buena acogida. Siempre estamos explorando nuevas ideas. Ya tenemos propuestas sobre la mesa para la próxima edición, así que seguro que habrá novedades.

Descubrimos el Malecón de Santo Domingo, el lugar más exclusivo de la capital de la República Dominicana


Redacción (Madrid)

Pasear por el Malecón es una experiencia multisensorial. El sonido constante del oleaje, la brisa marina y la línea interminable del horizonte convierten cada caminata en una pausa del ajetreo urbano. A lo largo de su trazado, se levantan hoteles de cinco estrellas como el Jaragua o el Sheraton, bares con terrazas frente al mar, restaurantes de cocina fusión y centros culturales que proyectan el alma artística del país. Es un lugar donde se mezclan ejecutivos, artistas, visitantes y familias que disfrutan del encanto natural con el sello del buen gusto.

El Malecón de Santo Domingo no es solo una avenida frente al mar: es el corazón vibrante de la capital dominicana, un escaparate de lujo, cultura y vida caribeña. Este icónico paseo marítimo, que se extiende a lo largo del mar Caribe, ha evolucionado en los últimos años hasta convertirse en uno de los espacios más exclusivos y codiciados de la ciudad. Sus vistas abiertas, su oferta hotelera de alta gama y su ambiente cosmopolita lo colocan como el punto de encuentro de turistas exigentes y dominicanos orgullosos de su capital.

En los últimos años, el Malecón ha sido objeto de importantes renovaciones urbanas. Las inversiones públicas y privadas han devuelto esplendor a zonas que estaban deterioradas, priorizando espacios peatonales, áreas verdes y una iluminación moderna que transforma las noches en una experiencia segura y seductora. Además, se ha convertido en escenario de grandes eventos, desde conciertos al aire libre hasta desfiles y festivales culturales, reforzando su papel como epicentro social de la ciudad.

Pero más allá de su infraestructura, lo que hace del Malecón un lugar exclusivo es su capacidad de condensar lo mejor de Santo Domingo: historia, modernidad y ese espíritu caribeño que invita a vivir sin prisa. A un paso de la Ciudad Colonial, ofrece la combinación perfecta entre la elegancia contemporánea y la riqueza patrimonial que distingue a la capital dominicana. Desde una cena frente al mar hasta una sesión de fotos al amanecer, cada momento en este rincón tiene algo de postal inolvidable.

Hoy, el Malecón no es solo un paseo marítimo: es el símbolo de una ciudad que se abre al mundo sin perder su esencia. Santo Domingo se reinventa, y en su borde costero late su mejor versión. Si hay un lugar donde la capital se muestra con todo su esplendor, es aquí, frente al mar, donde el lujo tropical y la identidad dominicana se dan la mano.

Los 10 destinos perfectos para disfrutar por todo lo alto este verano 2025 en España

Redacción (Madrid)
España se prepara para un verano 2025 cargado de planes, escapadas y paisajes que invitan al descanso o la aventura, según dicte el deseo de cada viajero. En un país que lo tiene todo —playas cristalinas, montañas verdes, ciudades con historia y pueblos con alma—, elegir destino no es tarea fácil. Pero hay lugares que este año destacan por su encanto renovado, su propuesta cultural o simplemente por ofrecer lo que todos buscamos cuando llegan las altas temperaturas: desconexión, belleza y una buena dosis de vida.

Aquí están los diez destinos más atractivos para disfrutar el verano español en todo su esplendor.
Menorca vuelve a brillar con fuerza este 2025. Más allá de su perfil tranquilo y familiar, la isla balear ha apostado por mejorar la experiencia del visitante sin perder su esencia natural. Calas como Macarella y Mitjana siguen siendo postales vivas del Mediterráneo, mientras pequeños pueblos como Binibeca o Fornells seducen con su blancura y su cocina de mar. San Sebastián, por su parte, combina la elegancia del norte con una de las mejores ofertas gastronómicas de Europa. Sus playas urbanas, como La Concha, se disfrutan tanto como sus rutas de pintxos o sus festivales de verano que llenan la ciudad de música y cine.


En el sur, Cádiz late con una energía distinta. Sus playas abiertas al Atlántico —como Bolonia, Zahara o El Palmar— siguen siendo el refugio ideal para quienes buscan mar y autenticidad. Pero este año, los pueblos de la sierra gaditana y las propuestas culturales que florecen en la capital hacen que Cádiz se consolide como destino veraniego total. Más al norte, el corazón verde de Asturias atrae a quienes prefieren el frescor de la montaña. Cangas de Onís, con los lagos de Covadonga como telón de fondo, se llena de caminantes, ciclistas y familias que eligen naturaleza antes que sol ardiente.


Valencia también pisa fuerte este verano, con sus playas urbanas revitalizadas, su oferta cultural consolidada y nuevos espacios verdes pensados para recorrer a pie o en bici. En Galicia, A Coruña se posiciona como una escapada inteligente: buena gastronomía, temperatura amable y ese espíritu atlántico que impregna desde la Torre de Hércules hasta las tabernas del puerto. Y claro, Ibiza sigue en la lista. Este año, además del ocio nocturno que nunca pasa de moda, la isla refuerza su oferta de bienestar, con retiros, yoga frente al mar y una apuesta por el turismo más consciente.


Granada desafía el calor con su belleza inagotable. El Albaicín al atardecer, la Alhambra como postal permanente y una agenda de festivales que aprovecha sus espacios históricos para darles vida nueva. Para quienes quieren combinar playa y volcanes, Tenerife sigue siendo una garantía. Senderismo en el Teide, baños en piscinas naturales y pueblos como Garachico o La Orotava que enamoran a cada paso. Y como sorpresa final, Zaragoza. La capital aragonesa ha revitalizado sus riberas del Ebro, reactivado su agenda cultural y se presenta como una ciudad viva, ideal para escapadas que mezclan historia, arte y terraza con vistas.


Los amaneceres más impresionantes que nos ofrece Cuba. Desde Santiago hasta La Habana

Redacción (Madrid)
Cuba, joya caribeña de historia vibrante y paisajes inolvidables, despierta cada día con una paleta de colores que parecen salidos de un cuadro impresionista. Los amaneceres en la isla no son solo un espectáculo visual: son una experiencia emocional. Desde los altos miradores de Santiago de Cuba hasta el Malecón habanero, el sol pinta de oro y fuego los tejados coloniales, las montañas y las aguas turquesas, marcando el comienzo de días llenos de ritmo, sabor y vida.


Santiago de Cuba, la ciudad más oriental del país, ofrece quizás los amaneceres más intensos de toda la isla. Desde el mirador de la Gran Piedra o las costas de Siboney, el sol surge detrás de las montañas de la Sierra Maestra, creando un contraste dramático entre las siluetas oscuras de las montañas y la incandescencia del cielo. La luz matutina baña lentamente las callejuelas empinadas y coloniales, mientras los primeros acordes de son comienzan a despertar la ciudad.


Siguiendo hacia el oeste, la ciudad de Camagüey revela un tipo distinto de belleza al amanecer. Sus calles laberínticas, los tinajones llenos de agua y las iglesias centenarias cobran una mística especial bajo la luz suave del sol naciente. En la costa norte, los cayos como Guillermo o Coco ofrecen otro tipo de experiencia: playas casi desiertas donde el mar y el cielo se funden en tonos rosados y naranjas, en un silencio que solo rompen las olas y el canto lejano de las aves.


En Varadero, los amaneceres son de postal: la playa más famosa de Cuba se transforma en una franja dorada de arena bañada por la luz tenue del alba. El reflejo del sol sobre las aguas cristalinas crea un efecto espejo que deslumbra a quien lo contempla, y muchos madrugan solo para caminar por la orilla mientras el día se abre paso. Este ritual matutino es tan popular como las actividades de ocio que la zona ofrece durante el día.


Finalmente, La Habana ofrece uno de los amaneceres más emotivos del país. Desde el Malecón, donde pescadores solitarios lanzan sus líneas al mar, hasta el Castillo del Morro, que se recorta imponente contra el cielo naciente, la capital se despierta con dignidad y poesía. El sol se asoma por el este mientras las viejas almendras y los coches clásicos comienzan a recorrer la ciudad. Es un momento en que la historia, la belleza y la esperanza se funden, recordando a quien lo vive que en Cuba, cada nuevo día es un regalo de luz y color.


La Piedrona: el susurro ancestral de los Valles Pasiegos

Redacción (Madrid)

En el corazón verde de Cantabria, donde las montañas se abrazan con la niebla y el tiempo parece deslizarse con la lentitud del rocío, se alza —solitaria y serena— La Piedrona. No es una escultura ni una ruina milenaria, pero guarda en su inmovilidad el misterio de los siglos. Este coloso de piedra, una mole natural de origen errático, se levanta en medio del paisaje de los Valles Pasiegos como si la hubiera dejado allí, con un gesto distraído, algún dios antiguo.

Visitar La Piedrona no es ir a ver una roca. Es emprender un viaje hacia lo profundo de la tierra y la memoria, hacia una Cantabria que todavía conserva el ritmo de las campanas del ganado y el olor de la hierba recién cortada.

Llegar hasta La Piedrona es, en sí mismo, parte de la experiencia. Los caminos serpentean entre cabañas pasiegas y colinas ondulantes, donde el verde no es solo un color sino una atmósfera. En los pueblos cercanos —San Pedro del Romeral, Vega de Pas o San Roque de Riomiera— las tradiciones aún laten con fuerza. Es fácil imaginar que la piedra ya estaba allí cuando los primeros pastores comenzaron a levantar sus cabañas con los mismos tonos grises que hoy la rodean.

La Piedrona aparece, de pronto, entre el paisaje, sin avisar. Gigantesca, redondeada, como una luna caída en la pradera. Algunos la llaman “el meteorito de Cantabria”; otros, simplemente, “esa roca enorme que siempre estuvo ahí”. Se calcula que es un bloque errático depositado por los antiguos glaciares que moldearon los valles, una prueba silenciosa de la fuerza geológica que dio forma a la región.

Pero más allá de su origen geológico, La Piedrona tiene alma. Se ha convertido en un símbolo no oficial de los Valles Pasiegos, en una referencia silenciosa, en un punto de encuentro para caminantes, fotógrafos, ciclistas, y soñadores. Su forma redonda y su volumen imponente contrastan con la suavidad de los prados, creando una imagen que parece surgida de un cuento o una pintura surrealista.

Los días nublados, se convierte en una sombra fantasmal que emerge entre la bruma. Los días soleados, su superficie refleja el azul del cielo y las sombras de las nubes que se deslizan perezosas sobre ella. Y al atardecer, cuando el sol comienza a dorar las laderas, La Piedrona se tiñe de ocres y se vuelve aún más enigmática.

No hay taquillas ni horarios. No hay tiendas de recuerdos ni cafés turísticos. Solo hay campo, silencio y viento. La visita a La Piedrona es un acto de contemplación, una invitación a sentarse, observar y, quizás, tocar con la yema de los dedos una piedra que ha sobrevivido a eras enteras.

Es también una oportunidad para entender la identidad pasiega, esa mezcla de dureza y ternura que define a quienes habitan esta tierra. Los pasiegos, antiguos trashumantes, tejieron su vida entre montañas y estaciones, entre leche fresca y lluvia constante. Y en La Piedrona encontraron siempre un punto fijo, un hito inamovible en un mundo cambiante.

En tiempos donde el turismo busca la sorpresa instantánea, La Piedrona ofrece otra cosa: una experiencia lenta, sólida y elemental. No deslumbra, pero se queda. Como una palabra antigua, como una promesa de regreso.

Quien se acerque a este gigante dormido comprenderá que hay lugares donde el paisaje no se mira, se escucha. Donde las piedras también cuentan historias. Y que en los Valles Pasiegos, entre el murmullo del viento y el balido lejano de una oveja, una roca puede ser el alma visible de toda una comarca.

24 Horas en San Pedro de Macorís: Donde el azúcar, el béisbol y la historia se encuentran con el mar

Redacción (Madrid)

SAN PEDRO DE MACORÍS – A tan solo una hora al este de Santo Domingo, San Pedro de Macorís se presenta como un destino subestimado que mezcla historia, béisbol, arquitectura y mar Caribe. En apenas 24 horas, esta ciudad costera demuestra que el alma dominicana no solo vive en las playas, sino también en sus calles, fábricas abandonadas y estadios llenos de gloria pasada.

8:00 AM – Desayuno con historia

El día comienza en el corazón del centro histórico. En una cafetería frente al Parque Duarte, entre los árboles centenarios y el canto de las aves, el aroma del café recién colado se mezcla con las voces de los locales. El desayuno es criollo: mangú con los tres golpes, acompañado de jugo de chinola. A pocos pasos, la Catedral San Pedro Apóstol marca el inicio de una caminata por una ciudad que alguna vez fue epicentro industrial del país.

10:00 AM – Recorrido arquitectónico: el esplendor olvidado

San Pedro de Macorís es conocida por su herencia victoriana y neoclásica, un legado de las riquezas generadas por la industria azucarera a principios del siglo XX. Caminar por la Calle Sánchez o la Avenida Independencia es como pasear por una postal antigua: casonas color pastel, con balcones de hierro forjado y reminiscencias de una Belle Époque caribeña.

Muchos edificios están en desuso, pero su belleza sigue en pie. La antigua Sociedad La Progresista, hoy cerrada al público, todavía cuenta historias de reuniones sociales y veladas culturales de una élite criolla y extranjera que ya no existe.

12:30 PM – Almuerzo frente al mar

El malecón de San Pedro ofrece una vista abierta al mar, donde se respira la brisa salada del Caribe. En uno de los restaurantes típicos, como El Rincón del Marisco, el almuerzo llega con sabor a mar: locrio de camarones, pescado con coco y tostones crujientes. Desde la terraza, se ven pescadores preparando sus redes mientras niños juegan cerca del rompeolas.

2:00 PM – El legado de los cañaverales

Una visita al Museo del Ron y la Caña, ubicado en una antigua destilería, permite entender cómo el azúcar forjó no solo la economía, sino también la identidad de la ciudad. La inmigración de trabajadores antillanos dejó huellas profundas en la música, la gastronomía y la religión local. Aquí se habla de lo dulce y lo amargo: del esplendor económico y también del trabajo duro en los ingenios.

4:00 PM – Tierra de peloteros

San Pedro es conocida como la “Cuna de Grandes Peloteros”. Aquí nacieron estrellas como Sammy Sosa, Alfonso Soriano y Robinson Canó. El Estadio Tetelo Vargas, aunque modesto, es sagrado para los amantes del béisbol. Si hay juego de los Estrellas Orientales, la ciudad vibra. Si no, vale la pena visitar el estadio de todos modos: en sus gradas vacías aún resuena el eco de los jonrones históricos.

6:30 PM – Atardecer en el malecón

El sol comienza a caer y el cielo se pinta de naranja. Jóvenes se reúnen para tocar guitarra, otros juegan dominó o simplemente observan el mar. La música de fondo es bachata suave o merengue de la vieja escuela. El ritmo aquí es más lento, más contemplativo.

8:00 PM – Cena con sabor local

De regreso al centro, una parada en algún colmadón típico ofrece la cena más auténtica: chimichurris dominicanos, frías Presidente y conversación con los locales. Si se busca algo más sofisticado, algunos bares/restaurantes del malecón ofrecen música en vivo y platos de fusión caribeña.

10:00 PM – Noche de contraste

San Pedro puede ser tranquilo, pero también tiene su vida nocturna. Entre discotecas pequeñas, karaokes y bares con música urbana, la noche sigue para quienes quieren explorar otra cara de la ciudad. Pero incluso desde un balcón del hotel o desde un banco en el parque, la noche macorisana se disfruta al ritmo de los grillos y la brisa.

Camagüey: La ciudad de los tinajones y los laberintos coloniales

Redacción (Madrid)

En el corazón de la isla de Cuba, donde las llanuras se funden con la historia, se encuentra Camagüey, una de las ciudades más antiguas del país y, sin duda, una de las más singulares. Fundada originalmente en 1514 con el nombre de Santa María del Puerto del Príncipe, esta urbe ha crecido envuelta en una atmósfera de tradiciones, calles sinuosas y una identidad profundamente marcada por la cultura y el arte.

Un diseño urbano con historia

Camagüey no se parece a ninguna otra ciudad cubana. Su casco histórico —declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 2008— es un laberinto de callejones, plazas escondidas y pasajes curvos que desconciertan incluso al visitante más orientado. Este trazado no obedece al azar: según historiadores, fue diseñado así para confundir a posibles invasores, especialmente los temidos piratas del Caribe.

Caminar por sus calles empedradas es una experiencia inmersiva. Las fachadas pastel de estilo colonial, los portales de hierro forjado y los patios interiores con vegetación tropical transportan al pasado. Todo esto en un entorno donde el tiempo parece haberse detenido sin renunciar a la vitalidad de la vida contemporánea.

La ciudad de los tinajones

Una de las imágenes más emblemáticas de Camagüey son los tinajones: grandes vasijas de barro que alguna vez se usaron para recolectar agua de lluvia. Hoy en día, estas piezas de alfarería se han convertido en símbolo de la ciudad y pueden encontrarse adornando parques, patios, jardines y museos. La leyenda local dice que quien bebe agua de un tinajón camagüeyano siempre regresa.

Cultura viva en cada rincón

Camagüey es también cuna y refugio de artistas. La ciudad alberga numerosos teatros, galerías y centros culturales. Destacan instituciones como el Ballet de Camagüey, uno de los más prestigiosos del país, y el Teatro Principal, donde convergen la danza, la música y las artes escénicas.

En sus calles, el arte no se limita a los espacios cerrados. Murales, esculturas y proyectos comunitarios como el del artista Martha Jiménez en la Plaza del Carmen, integran la creación artística a la vida cotidiana. Camagüey vive y respira cultura.

Plazas y espiritualidad

La ciudad cuenta con múltiples plazas, cada una con su propia personalidad. La Plaza San Juan de Dios es quizás la más encantadora, rodeada por construcciones coloniales perfectamente conservadas y una pequeña iglesia. También destaca la Catedral de Nuestra Señora de la Candelaria, recientemente restaurada, que domina el centro urbano y se alza como testimonio de la espiritualidad camagüeyana.

Un destino por descubrir

A pesar de su riqueza cultural y arquitectónica, Camagüey ha sido tradicionalmente uno de los destinos menos explorados por el turismo internacional. Esto le ha permitido conservar una autenticidad rara en otras ciudades de mayor tránsito. El visitante encontrará aquí una ciudad vibrante, amable y profundamente enraizada en sus costumbres.

Con una oferta creciente de casas de hospedaje, cafeterías artísticas y recorridos guiados a pie o en bicitaxi, Camagüey se perfila como un punto imprescindible para quienes buscan conocer la esencia más íntima y auténtica de Cuba.

Recorriendo los pueblos más bonitos de República Dominicana

Redacción (Madrid)

República Dominicana es mucho más que Punta Cana, playas all inclusive y palmeras inclinadas sobre aguas turquesas. Más allá del turismo de masas, el país guarda un mapa íntimo de pueblos que conservan su alma: montañas verdes, callejuelas coloniales, ríos de aguas frías y costas tranquilas donde el tiempo se ha detenido. En este recorrido, nos adentramos en los pueblos más bonitos de República Dominicana, aquellos que revelan la verdadera identidad caribeña del país.

Jarabacoa: La Suiza caribeña

En el corazón de la Cordillera Central, Jarabacoa florece como un oasis de frescura y aventura. A casi 600 metros sobre el nivel del mar, este pueblo ofrece temperaturas templadas, montañas cubiertas de pinos y ríos cristalinos que bajan con fuerza entre cañones. Aquí el turismo es verde: rafting en el Yaque del Norte, caminatas al Salto de Jimenoa y parapente con vistas de ensueño. Es fácil entender por qué muchos dominicanos la consideran la “tierra de la eterna primavera”.

Constanza: El valle encantado

Aún más alto, entre nieblas y sembradíos de fresas, se encuentra Constanza. Su aire puro y el silencio de sus campos contrastan con el bullicio tropical habitual. Este pueblo agrícola es una mezcla perfecta entre lo rural y lo romántico. Sus amaneceres rosados entre montañas, sus mercados de vegetales recién cosechados y sus cabañas rústicas lo convierten en un destino ideal para quienes buscan una desconexión total.

Las Terrenas: Bohemia entre olas

En la costa norte, Las Terrenas representa una fusión perfecta entre el Caribe salvaje y la sofisticación europea. Lo que antes fue un pequeño pueblo de pescadores, hoy es un crisol cultural lleno de franceses, italianos y dominicanos que comparten cafés al aire libre, galerías de arte y playas con nombres tan sugerentes como Playa Bonita o Playa Cosón. Las Terrenas vibra con espíritu libre, y eso se nota en su gente, en su música, en su cocina.

Altos de Chavón: Una aldea mediterránea en el Caribe

Construido en piedra coralina sobre un acantilado que mira al río Chavón, Altos de Chavón parece sacado de una postal europea. Este centro cultural en La Romana es un homenaje a la arquitectura mediterránea del siglo XVI, pero con el alma artística dominicana: talleres de artesanía, museos, boutiques y hasta un anfiteatro que ha recibido a artistas como Frank Sinatra y Juan Luis Guerra. Es un pueblo escenográfico, sí, pero con una autenticidad que lo vuelve inolvidable.

Boca de Yuma: Donde el mar cuenta historias

En la provincia La Altagracia, Boca de Yuma es un secreto bien guardado. Este tranquilo pueblo pesquero ofrece acantilados espectaculares, vistas abiertas al mar Caribe y relatos de piratas que alguna vez navegaron sus aguas. Sentarse en un restaurante rústico con vistas al océano y un plato de mariscos frescos es más que una comida: es una postal viviente de la sencillez y la belleza.

Samaná y sus alrededores: Naturaleza en estado puro

La provincia de Samaná es una joya sin explotar del turismo masivo. Desde su colorido malecón en Santa Bárbara hasta los caminos rurales que llevan al Salto El Limón o al majestuoso Parque Nacional Los Haitises, la región está llena de sorpresas. Entre enero y marzo, las ballenas jorobadas llenan sus bahías, convirtiendo el espectáculo natural en un ritual anual de admiración y respeto.

Europa bajo el microscopio: un viaje por las grandes instituciones científicas del continente

Redacción (Madrid)

Europa no solo se recorre con los pies: también se explora con la mente. Detrás de sus castillos medievales y plazas adoquinadas, late otro tipo de patrimonio, menos visible pero igual de monumental: el conocimiento. Y es que viajar por Europa puede ser también una travesía entre laboratorios legendarios, telescopios que miran el origen del universo y universidades donde se escribieron los primeros capítulos de la ciencia moderna.

Un recorrido por sus instituciones científicas más importantes es un viaje al corazón de la curiosidad humana.

La capital francesa ha sido, desde la Ilustración, uno de los faros del saber occidental. En el Muséum National d’Histoire Naturelle, los pasillos están poblados de esqueletos, fósiles y minerales como si se tratara de un teatro de la evolución. A unos pasos, en el Jardin des Plantes, florece la botánica como ciencia y arte.

Más allá, en el Instituto Pasteur, el visitante puede acercarse a los orígenes de la microbiología moderna. Allí, donde Louis Pasteur desarrolló la vacuna contra la rabia y fundó los cimientos de la inmunología, se respira aún la pasión por la vida invisible. El museo permite ver su laboratorio intacto, como si el sabio fuera a volver en cualquier momento.

En las afueras de Ginebra, entre Suiza y Francia, se extiende una de las instituciones más asombrosas del planeta: el CERN, la Organización Europea para la Investigación Nuclear. Allí, en un anillo subterráneo de 27 km, científicos de todo el mundo recrean las condiciones del Big Bang dentro del Gran Colisionador de Hadrones (LHC).

Visitar el CERN es una experiencia vertiginosa. Uno se siente pequeño ante los detectores gigantes, las pantallas con datos del cosmos y la certeza de que allí se ha descubierto, por ejemplo, el bosón de Higgs. Es una catedral de la física moderna, y sus visitas guiadas, interactivas y multilingües, hacen que incluso los no expertos salgan maravillados.

La capital británica ha convertido la divulgación científica en una forma de arte. El Museo de Ciencias de Londres no solo documenta los grandes avances tecnológicos, sino que permite interactuar con ellos: desde la máquina de vapor de Watt hasta los primeros modelos de ADN y simuladores de vuelos espaciales.

A pocas estaciones de metro, el Natural History Museum ofrece una de las colecciones más impactantes del mundo en paleontología, botánica y zoología. Imposible no detenerse ante el esqueleto colosal de una ballena azul suspendida del techo o los fósiles de dinosaurios que parecen mirar con cierta ironía al visitante moderno.

No se puede hablar de ciencia europea sin mencionar sus universidades más antiguas. En Heidelberg, Alemania, la universidad fundada en 1386 sigue siendo un núcleo de investigación biomédica y astronómica. Sus bibliotecas, sus laboratorios, sus patios silenciosos, todo respira concentración.

Y en Oxford, el saber toma forma de arquitectura gótica. Aquí enseñaron Halley, Hooke, Boyle. En sus museos y colegios, la ciencia y las humanidades dialogan como lo han hecho durante siglos. El Museo de Historia de la Ciencia, que alberga instrumentos científicos desde el medievo, permite tocar la historia con los ojos.

En Italia, la ciencia tiene sabor renacentista. En Florencia, la cuna de Leonardo da Vinci, es imposible separar la belleza de los cuerpos celestes del arte que los representa. El Museo Galileo, a orillas del Arno, conserva los telescopios originales del astrónomo y experimentos que transformaron la física y la medicina.

Es una parada obligada para entender cómo la observación se convirtió en método, y cómo los instrumentos de antaño eran también obras de arte.

Hacer turismo científico en Europa es mirar el continente con otros ojos: no solo como un mapa de culturas, sino como un organismo vivo de ideas. Es viajar al pasado para entender el presente. Y es también un gesto de futuro, porque cada una de estas instituciones sigue en marcha, abriendo puertas, planteando preguntas.

Entre probetas, ecuaciones, telescopios y fósiles, Europa sigue ofreciendo algo que no se deteriora con el tiempo: la pasión por entender el mundo. Y viajar por sus centros científicos es recorrer la historia de la humanidad con la brújula del conocimiento y el alma encendida por la curiosidad.

Una cena con aroma español en el corazón de La Habana: sabores de altura en el Royalton Habana Paseo del Prado

Por David Agüera

Hay noches que no se olvidan porque tocan todos los sentidos. El cielo de La Habana, abierto como un lienzo, se pinta de azul profundo mientras el sol se despide sobre el Malecón. En la terraza del Royalton Habana Paseo del Prado, donde la ciudad se vuelve un balcón al Caribe, el rumor del mar y las luces doradas de los faroles marcan el inicio de una velada que combina lo mejor de dos mundos: la pasión de la cocina española y la calidez de la isla cubana.

Es aquí donde el chef ejecutivo Giampaolo Laurito, heredero de una sensibilidad gastronómica que funde la elegancia europea con el alma tropical, ha ideado una experiencia que va más allá del paladar: una cena que evoca tabernas andaluzas desde la altura vibrante de La Habana colonial.

La propuesta fue clara: rendir homenaje a la tradición de las tapas españolas, con un menú curado al detalle, que dialoga entre texturas, temperaturas y recuerdos. Pero lo que distingue esta cena no es solo lo que se sirve en la mesa, sino dónde y cómo se vive. Desde la terraza del Royalton, los comensales miran al icónico Paseo del Prado —con sus faroles, árboles centenarios y esculturas de leones de bronce— mientras la ciudad respira abajo, y las estrellas comienzan a asomar sobre la bahía.

En ese ambiente íntimo y cosmopolita, cada plato llega como una carta de amor a España, reinterpretada con la técnica impecable y el respeto por la autenticidad que caracteriza al chef Laurito.

La experiencia comenzó con las inconfundibles Patatas Bravas, crocantes por fuera y suaves por dentro, bañadas con una salsa de tomate picante que, en lugar de imponerse, seduce lentamente.

Patatas bravas, Lugares y Más

Les siguió el salmorejo, esa crema fría de origen cordobés que aquí se presenta como un susurro de frescura: espeso, sabroso, coronado con crujientes virutas de jamón serrano y huevo duro, acariciando el paladar con una textura que se queda flotando como un recuerdo de verano.

Salmorejo, Lugares y Más

Los mejillones tigre llegaron luego, rellenos de su propia carne en una bechamel perfectamente gratinada, mezcla de cremosidad y brío marino.


Fueron seguidos por las gambas al ajillo, servidas chispeantes en aceite de oliva caliente, con el perfume del ajo y el perejil elevando el alma del plato hasta el cielo habanero. Cada mordisco era un homenaje al puerto de Cádiz, a los bares de tapas que laten al ritmo de guitarras y acentos andaluces.

Las albóndigas de pescado, suaves y firmes a la vez, fueron el puente perfecto entre mar y tierra, con una salsa que hablaba de azafrán y paciencia.

Albóndigas de pescado y gambas al ajillo, Lugares y Más

Y para cerrar, las torrejas —el postre clásico español, prima dulce de la torrija— llegaron envueltas en miel, canela y un leve aroma cítrico, redondeando la velada con una dulzura que no empalaga, sino que abriga.

Torrejas, Lugares y Más

Más allá del menú, la propuesta de Laurito se sintió como un viaje: no solo geográfico, sino sensorial. El chef, con años de experiencia internacional y un profundo amor por los productos auténticos, no improvisa. Cada plato es una pieza de conversación entre culturas: España servida con la elegancia de un gran hotel internacional, enmarcada por el ritmo y la atmósfera única de La Habana.

Los vinos —blancos secos y tintos suaves de la península— acompañaron cada plato con sutil precisión. La música en vivo, con arreglos flamencos sobre boleros cubanos, fue el maridaje perfecto entre dos tierras hermanadas por la historia y la lengua.

Cenar en la terraza del Royalton Habana Paseo del Prado no es simplemente salir a comer. Es aceptar una invitación a vivir, desde lo alto, una Habana que respira historia, arte y sabor. Y en manos del chef Giampaolo Laurito, esa vivencia se transforma en una experiencia con identidad propia: una noche en la que la cocina española no fue solo reproducida, sino contada, honrada, compartida.

En tiempos donde el turismo busca más que monumentos, esta cena demuestra que un buen plato, en el lugar preciso y con el relato adecuado, puede convertirse en la mejor forma de entender un destino. Y desde La Habana, con tapas, música y el mar de fondo, España supo contar su historia con acento cubano y aroma a gloria.