Entre tambores y tacones: un viaje por los bailes tradicionales de Cuba

Redacción (Madrid)

Viajar a Cuba es, ante todo, entregarse al ritmo. No basta con recorrer sus calles coloniales, contemplar sus coches antiguos o saborear un buen ron; la verdadera esencia de la isla se encuentra en su música y, sobre todo, en su danza. Los bailes tradicionales cubanos no son solo una forma de entretenimiento, sino una expresión profunda de identidad, memoria y resistencia. Quien observa –o mejor aún, participa– en una de estas danzas, descubre mucho más que coreografías: encuentra un pueblo que ha aprendido a convertir el dolor en belleza y la historia en movimiento.

Uno de los pilares de esta tradición es el son cubano, un estilo nacido de la mezcla entre ritmos africanos y melodías hispánicas, que se desarrolló en la región oriental de Cuba. Bailado en pareja, el son es una conversación silenciosa entre cuerpos que se mueven al compás del tres, la marímbula y las claves. Su elegancia tranquila y su cadencia lo convierten en una forma de intimidad pública, donde la conexión con el otro es esencial.

Otro exponente fundamental es el danzón, originario de Matanzas, que floreció a finales del siglo XIX. A diferencia del son, el danzón se ejecuta con una estructura más rígida y ceremonial. Es un baile que invita a la contemplación, con pausas marcadas y un lenguaje corporal que evoca respeto y refinamiento. En sus salones, se respiraba la solemnidad de una época en la que el baile era un acto casi sagrado.

Por otro lado, la rumba representa la expresión más visceral de la danza popular cubana. Nacida en los barrios humildes y cargada de influencia africana, la rumba no necesita escenario ni vestuario especial: se baila con el cuerpo desnudo de artificios, impulsado por el tambor y el grito callejero. Dentro de ella, estilos como el guaguancó, el yambú o la columbia muestran variantes rítmicas que transforman la calle en ceremonia, desafío o seducción.

Y si se trata de religiosidad y raíces africanas, no se puede ignorar la importancia de los bailes vinculados a la santería. Estas danzas no son folclore decorativo, sino parte activa de un sistema espiritual que aún pervive con fuerza en la isla. Cada orisha (deidad) tiene su ritmo, su movimiento, su color. Cuando se baila para Yemayá, Oshún o Changó, no se busca lucirse, sino canalizar la fuerza de lo divino. Estas danzas son actos de fe, resistencia y memoria afrodescendiente.

Más contemporáneo, pero heredero de todo lo anterior, es el fenómeno de la salsa, una mezcla potente de son, guaracha, mambo y otros ritmos que, aunque se consolidó fuera de Cuba, tiene raíces profundamente cubanas. La salsa ha conquistado escenarios globales, pero en Cuba mantiene un sabor local, marcado por la espontaneidad y el ingenio de sus bailarines.

En resumen, los bailes tradicionales de Cuba son mucho más que un atractivo turístico o un espectáculo folclórico. Son una forma de habitar el mundo, una herencia viva que late en cada esquina, en cada fiesta improvisada, en cada taller de barrio. Bailar en Cuba no es solo moverse con ritmo: es narrar una historia colectiva, donde el cuerpo es archivo, protesta y celebración. Y en una isla donde tantas veces se ha intentado silenciar, el baile ha sido siempre una manera de hablar sin pedir permiso.

Russell, el tesoro histórico del norte de Nueva Zelanda

Redacción (Madrid)
Ubicado en la apacible Bahía de las Islas, al norte de Nueva Zelanda, el pintoresco pueblo de Russell es un enclave donde la historia se mezcla con la belleza natural. Fundado a principios del siglo XIX, fue el primer asentamiento europeo permanente en el país y, durante un breve periodo, la primera capital de Nueva Zelanda. Hoy, Russell conserva ese aire de nostalgia con sus calles bordeadas por casas coloniales, su muelle centenario y la iglesia de Cristo, la más antigua del país aún en uso.


En sus inicios, Russell tenía una reputación áspera, conocida como el «Infierno del Pacífico» por su población de balleneros, comerciantes y buscadores de fortuna. Sin embargo, con el paso del tiempo, el pueblo se transformó en un tranquilo refugio costero. Su rica historia sigue presente en lugares como el Museo de Russell, donde se exhiben objetos maoríes, artefactos coloniales y documentos clave que narran la evolución del pueblo desde su fundación hasta la actualidad.


Además de su patrimonio, Russell destaca por su entorno natural. Rodeado por aguas cristalinas y colinas cubiertas de vegetación nativa, es un destino ideal para la navegación, la pesca deportiva y el avistamiento de delfines. Excursiones a la cercana isla Motuarohia o caminatas al mirador Flagstaff Hill, desde donde se obtienen vistas espectaculares de la bahía, hacen de Russell un lugar privilegiado para los amantes de la naturaleza.


La comunidad local, acogedora y comprometida con la conservación de su entorno, ha sabido equilibrar el desarrollo turístico con el respeto por su identidad. Pequeños cafés frente al mar, galerías de arte y alojamientos boutique han florecido sin alterar la esencia tranquila del pueblo. En verano, el lugar cobra vida con festivales culturales y eventos náuticos que atraen tanto a visitantes nacionales como internacionales.


Russell es, en definitiva, una joya neozelandesa que invita a detener el ritmo y reconectar con la historia, el paisaje y la gente. Su atmósfera serena y su riqueza cultural lo convierten en un destino imprescindible para quienes buscan una experiencia más profunda y auténtica en Aotearoa, la tierra de la larga nube blanca.


Samaná: el paraíso escondido del noreste dominicano que enamora al mundo

Redacción (Madrid)

Samaná, República Dominicana – Enclavada en una península tropical bañada por el Atlántico, Samaná emerge como una de las joyas naturales más deslumbrantes del Caribe. A pesar de estar cada vez más presente en los catálogos de viajes internacionales, este rincón del noreste dominicano conserva aún el alma tranquila y auténtica que lo distingue del turismo masivo.

Naturaleza exuberante y biodiversidad única

Desde su capital, Santa Bárbara de Samaná, hasta las playas vírgenes de Las Galeras o los senderos ocultos del Parque Nacional Los Haitises, la provincia ofrece un espectáculo de biodiversidad difícil de igualar. Cascadas como El Limón, rodeadas de selva húmeda, contrastan con aguas turquesa donde se avistan manatíes, tortugas y miles de ballenas jorobadas que llegan cada invierno a la bahía para aparearse.

Cultura viva y legado histórico

Samaná no es solo un destino de postales; también es un crisol de culturas. La influencia afrodescendiente, fruto de la migración de esclavos liberados estadounidenses en el siglo XIX, dejó huella en su música, gastronomía y arquitectura. Pequeñas iglesias protestantes de madera, similares a las del sur de EE.UU., sobreviven como testigos de ese capítulo poco conocido de la historia caribeña.

Además, las comunidades pesqueras y agrícolas mantienen viva la tradición oral, el merengue típico y una cocina de mar que ha empezado a atraer a chefs internacionales interesados en el concepto de “kilómetro cero”.

Turismo sostenible y retos de conservación

El auge del turismo ha traído consigo desarrollo y empleo, pero también desafíos ambientales. Grandes resorts han comenzado a instalarse en áreas que hasta hace poco eran prácticamente vírgenes, generando preocupación entre ambientalistas y comunidades locales.

“Queremos desarrollo, sí, pero no a costa del paraíso”, afirma María Isabel Gómez, presidenta de una cooperativa ecoturística en Las Terrenas. “El modelo debe ser inclusivo y respetuoso con la naturaleza”.

En respuesta, varias organizaciones trabajan para consolidar un modelo de turismo sostenible. Proyectos como alojamientos ecológicos, senderos interpretativos o excursiones de observación de ballenas con códigos éticos están marcando el camino.

Una Samaná para descubrir

Con conexiones viales mejoradas, vuelos internacionales al Aeropuerto El Catey y una oferta hotelera que va desde el lujo hasta el ecoturismo, Samaná está más accesible que nunca. Pero su verdadero tesoro sigue siendo su gente amable, sus paisajes indomables y esa sensación de estar, por un instante, fuera del tiempo.

Safranbolu, el alma otomana que sobrevive al paso del tiempo

Redacción (Madrid
Ubicado en el corazón de Anatolia, Safranbolu es un pequeño pueblo turco que parece suspendido en el tiempo. Declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, este rincón encantador de Turquía ofrece una mirada auténtica a la vida durante el Imperio Otomano. Sus callejuelas empedradas, las casas de madera con techos de tejas rojas y balcones labrados a mano, conforman un escenario que parece sacado de una novela histórica.


El nombre del pueblo proviene del azafrán («safran» en turco), una de las especias más caras del mundo, que aún se cultiva en los alrededores. Durante siglos, Safranbolu fue una parada clave en las rutas comerciales entre Europa y Asia. Esa riqueza se refleja en la arquitectura de sus mansiones tradicionales, conocidas como konaks, que combinan funcionalidad, belleza y una sensibilidad única hacia el entorno natural.


Más allá de su estética, Safranbolu es un testimonio vivo de la cultura otomana. Los artesanos locales mantienen vivas técnicas centenarias: desde la orfebrería hasta la fabricación de jabones naturales y la talla en madera. El bazar de Çarşı, con sus aromas a café turco recién molido y dulces típicos como el lokum, es el corazón palpitante del pueblo y un lugar perfecto para encontrarse con la calidez de sus habitantes.


A pesar del aumento del turismo en las últimas décadas, Safranbolu ha logrado conservar su esencia. Las autoridades locales, junto a la comunidad, han implementado estrictas regulaciones para proteger el patrimonio arquitectónico y el equilibrio ecológico del área. Este esfuerzo conjunto ha convertido al pueblo en un modelo de sostenibilidad cultural y turística dentro de Turquía.


Safranbolu no es simplemente un destino turístico: es una experiencia sensorial e histórica que conecta al viajero con una Turquía profunda y auténtica. Al caminar por sus calles silenciosas al atardecer, uno no solo contempla fachadas antiguas, sino que escucha el eco de siglos de historia, resonando entre piedra y madera. Un viaje a este lugar es un regreso al alma misma de Anatolia.


Peñico, Perú: Un tesoro milenario abierto al mundo

Redacción (Madrid)

Peñico, conocida como la “Ciudad de Integración del Valle de Supe”, es un tesoro arqueológico con más de 3 800 años de historia, que acaba de abrir sus puertas al público el 12 de julio de 2025, tras ocho años de excavaciones lideradas por la Zona Arqueológica Caral bajo la dirección de la Dra. Ruth Shady.

Cronología y contexto
Su construcción data de entre 1800 y 1500 a.C., contemporánea a las primeras grandes civilizaciones del Viejo Mundo, como Sumeria o Egipto. Se ubica apenas a 12 km de Caral, la ciudad más antigua de América, lo que sugiere continuidad cultural tras su declive.

Ubicación estratégica
Situada en una terraza natural a 600 m sobre el nivel del mar, flanqueada por cerros de hasta 1 000 m y frente al río Supe, Peñico aprovechaba la topografía para protegerse de desastres y destacar visualmente.

Red urbana
El sitio cubre aproximadamente 17 hectáreas e incluye 18 estructuras identificadas: desde plataformas ceremoniales y residencias hasta áreas administrativas.

El Salón de los Pututus (Edificio B2)
Este edificio público mayor muestra relieves con pututus (trompetas de concha marina), usados ritualmente y como símbolos de autoridad.

Artefactos ceremoniales
Se descubrieron esculturas de barro sin cocer (humanas y zoomorfas), collares de conchas, hematita, rodocrosita, crisocola, hueso y arcilla, además de objetos líticos como moledores y yunques.

Comercio e integración cultural
Peñico funcionaba como un nodo de intercambio entre la costa, los Andes y la Amazonía, muy probablemente facilitado por el comercio de hematita, pigmento sagrado en la cosmología andina.

Peñico Raymi
La inauguración incluyó un festival “Raymi” andino, con ceremonias a la Pachamama y expresiones artísticas tradicionales.

Infraestructura para visitantes
El sitio cuenta con puntos informativos, un “túnel de ciencia y tecnología andina”, dioramas, maquetas, recreaciones digitales y visitas guiadas.

Accesibilidad
Peñico está a unas 4‑4½ horas desde Lima: salida por la Panamericana Norte, desvío al km 184 hacia el valle de Supe, luego 34 km de camino local. Se puede visitar todos los días de 9:00 a 16:00.

Peñico ofrece una experiencia única para quienes buscan turismo cultural e histórico:

  • Encuentro con las raíces de la civilización andina: permite caminar por estructuras milenarias anteriores incluso a Machu Picchu.
  • Contexto paisajístico impresionante: terrazas, cerros y ríos conforman un entorno natural evocador.
  • Enriquecimiento educativo: los visitantes pueden entender el comercio prehispánico, la vida ceremonial y la arquitectura temprana.
  • Evento inmersivo: el festival Raymi conecta al viajero con las raíces vivas del andinismo.
  1. Mejor época para visitar: temporada seca (mayo–octubre), para disfrutar caminatas sin lluvias.
  2. Qué llevar: calzado cómodo, protección solar y agua.
  3. Complementa tu viaje: combina la visita con Caral, Áspero y Vichama, gestionados por la misma Zona Arqueológica, todos en el entorno del valle de Supe.
  4. Respeto institucional: sigue normas del sitio para preservar este valioso legado.

Peñico surge como un hito en el turismo arqueológico de Perú: un sitio milenario que revitaliza la visión de la civilización andina en el Formativo Temprano, a través de arquitectura monumental, artefactos ceremoniales y una integración cultural sin parangón. El nuevo sitio arqueológico de Peñico, con visita accesible, infraestructura educativa y eventos vivenciales, se consolida como un destino imperdible para quienes valoran la historia antigua, la cultura andina y la belleza escénica del valle de Supe.

Los lugares perdidos de República Dominicana: tesoros olvidados entre selvas, ruinas y silencio

Redacción (Madrid)

Santo Domingo

Más allá de las postales de Punta Cana y el bullicio de Santo Domingo, la República Dominicana guarda secretos que el tiempo ha envuelto en silencio. Son pueblos fantasmas, fortalezas olvidadas, estaciones ferroviarias oxidadas, balnearios sepultados por el abandono o la naturaleza. Lugares perdidos, sí. Pero también lugares que aún respiran historia, misterio y memoria.

Villa La Isabela: El primer asentamiento europeo de América

Ubicada en la costa norte, en la provincia de Puerto Plata, Villa La Isabela fue fundada por Cristóbal Colón en 1493. Pese a su inmenso valor histórico —fue la primera ciudad europea en el Nuevo Mundo— hoy sus ruinas viven cubiertas por el verdor tropical y la indiferencia institucional.

Una pequeña capilla, restos de muros coloniales y un museo semiabandonado son lo que queda de una ciudad que una vez albergó sueños imperiales. Visitada por pocos, es uno de los puntos más importantes del mapa arqueológico del Caribe… y uno de los más descuidados.

El pueblo sumergido de Sabana Yegua

En la provincia de Azua, bajo las aguas del embalse de Sabana Yegua, yace un pueblo entero. En los años 70, la construcción de la presa obligó a evacuar comunidades enteras. Muchos aún recuerdan, con nostalgia y dolor, cómo sus casas, iglesias y campos quedaron bajo el agua.

En épocas de sequía, emergen fragmentos: una pared, una cruz, un pilar. Como si el pasado no estuviera del todo dispuesto a hundirse.

El Hotel Montaña (Jarabacoa): Fantasma del lujo perdido

En lo alto de Jarabacoa, entre montañas cubiertas de pino, yace el esqueleto del que fue en los 80 uno de los hoteles más lujosos de República Dominicana. El Hotel Montaña, con su arquitectura modernista y sus vistas privilegiadas, albergó artistas, políticos y turistas de alto perfil.

Hoy está en ruinas. Sus pasillos crujen con el viento, las piscinas están secas y los murales son lienzos para el moho. El esplendor se evaporó, dejando un aire cinematográfico de belleza decadente.

La línea férrea Santiago–Puerto Plata: Rieles hacia ninguna parte

A finales del siglo XIX, un ferrocarril conectaba Santiago con el puerto de Puerto Plata. Era símbolo de modernidad y comercio. Hoy, los restos de estaciones oxidadas, durmientes cubiertos de maleza y puentes olvidados sobreviven como fósiles industriales.

Un proyecto que transformó la economía del norte de la isla yace hoy en el abandono, aunque algunos colectivos abogan por su restauración como patrimonio cultural y turístico.

Eguisheim, joya medieval en el corazón de Alsacia


Redacción (Madrid)
En el noreste de Francia, entre viñedos ondulantes y montañas suaves, se encuentra Eguisheim, un pueblo que parece sacado de un cuento. A escasos kilómetros de Colmar, este rincón alsaciano ha sabido conservar con orgullo su herencia medieval, y hoy atrae tanto a amantes de la historia como a viajeros en busca de autenticidad. Su particular forma circular, con calles que giran en torno a un antiguo castillo, convierte a Eguisheim en una rareza arquitectónica y un verdadero deleite para la vista.


Reconocido como uno de los “Pueblos más bellos de Francia”, Eguisheim no solo seduce por su estética. Sus fachadas de entramado de madera, decoradas con flores durante la primavera y el verano, evocan una Francia tradicional que muchos creían perdida. Pasear por sus calles empedradas es hacer un viaje en el tiempo, entre casas que datan del siglo XVI y p

lazas que aún conservan fuentes renacentistas.
Además de su belleza, Eguisheim es cuna de una rica cultura vitivinícola. Rodeado por algunos de los viñedos más prestigiosos de la región, el pueblo es una parada obligatoria en la Ruta del Vino de Alsacia. Los visitantes pueden degustar variedades emblemáticas como el Riesling o el Gewürztraminer directamente en las bodegas familiares que han perfeccionado sus técnicas por generaciones.


Durante el año, Eguisheim se transforma con las estaciones. En otoño, la vendimia da lugar a festivales tradicionales y en diciembre, su mercado navideño convierte al pueblo en un escenario de magia invernal, donde la luz cálida y los aromas a canela y vino caliente llenan el aire. Este calendario festivo hace que el pueblo nunca pierda su vitalidad, sin importar la época del año.


Eguisheim no es solo un destino turístico, sino una experiencia sensorial. Es historia viva, sabor, color y hospitalidad alsaciana. Un lugar donde la modernidad ha aprendido a convivir con la tradición, y donde cada rincón cuenta una historia. Visitarlo es recordar por qué, a veces, los lugares más pequeños encierran las mayores sorpresas.


“DURANTE EL FESTIVAL DE CINE SE CELEBRA EL CINE, PERO TAMBIÉN EL MAR, EL SOL Y, EN DEFINITIVA, SE CELEBRA ALFÀS”

Por Miguel de la Hoz

Entrevista a Luis Larrodera. Director del festival de cine de L’Alfas del Pi.


¿Qué cree que hace único al Festival de Cine de l’Alfàs del Pi?

Creo que es la combinación perfecta que ofrece el lugar, la gente y el propio evento. Durante esos días, no solo se celebra el cine, también se celebra el mar, el sol, el verano y, en definitiva, se celebra Alfàs. El entorno y la atmósfera que se genera son muy especiales.


¿Cuál ha sido la evolución más notable del festival en los últimos años?

Ha habido muchas, pero destacaría que hoy en día somos un festival reconocido dentro del circuito nacional, especialmente en el mundo del cortometraje. Contamos con una de las dotaciones económicas más altas en premios y, desde hace dos años, el corto ganador entra directamente en la preselección de los Premios Goya. Esto nos sitúa en una posición privilegiada.


¿Qué impacto tiene el festival en el municipio y en la comarca?

Es enorme. De los doce festivales culturales que organizamos a lo largo del año, este es el que más proyección tiene fuera de nuestras fronteras. Es un gran escaparate para Alfàs del Pi y para la Costa Blanca. Nos ayuda a posicionarnos como destino turístico y cultural.


¿Cómo se eligen los homenajes de cada edición?

Buscamos reconocer trayectorias consolidadas en el cine español, pero también queremos que los homenajeados sean personas queridas por el público. Este año hemos homenajeado a Elena Irureta, a Julián López –que además es de la terreta–, y al programa _Cine de Barrio_, que ha sido parte de nuestras tardes de cine durante años. Todos ellos representan ese espíritu de amor por el cine que compartimos.


Además de las proyecciones, ¿qué otras actividades ofrece el festival?

Muchísimas. Tenemos conciertos gratuitos en el parque, talleres de interpretación, presentaciones de libros, actividades infantiles, charlas profesionales, exposiciones… Queremos que el festival sea una experiencia cultural completa para todos los públicos.


¿Qué papel juega el entorno en la programación del festival?

Es clave. El Faro de l’Albir, por ejemplo, se ha convertido en un símbolo del festival. Organizamos rutas guiadas hasta allí, y muchos de nuestros eventos buscan poner en valor el paisaje, la luz y la identidad mediterránea de nuestro municipio. Queremos que la gente disfrute del cine, pero también de todo lo que Alfàs tiene que ofrecer.


¿Cómo contribuye el festival al tejido económico y social de la localidad?

Desde la organización se trabaja para que el impacto del festival se quede en el municipio. Apostamos por alojamientos, restaurantes y servicios locales. Involucramos a empresas y asociaciones del pueblo, y eso crea comunidad y genera riqueza.


El festival también tiene un marcado carácter internacional. ¿Cómo se consigue atraer a un público tan diverso?

Proyectamos en versión original subtitulada, lo que nos permite conectar con residentes de otras nacionalidades. A veces sucede que proyectamos una película francesa o noruega y el público se emociona porque les recuerda a su tierra. Es muy bonito ver ese vínculo.


¿Se impulsa también el talento joven y local?

Sí, tenemos talleres de dirección, mesas redondas con profesionales del sector y un concurso de cortos grabados con móvil que deben desarrollarse en localizaciones reconocibles de Alfàs. Queremos animar a la gente a crear, y que Alfàs sea su plató de cine.


¿Qué novedades se han incorporado este año y qué podemos esperar en el futuro?

Este año hemos incorporado una nueva sección dedicada al cine de animación, que ha tenido muy buena acogida. Siempre estamos explorando nuevas ideas. Ya tenemos propuestas sobre la mesa para la próxima edición, así que seguro que habrá novedades.

Descubrimos el Malecón de Santo Domingo, el lugar más exclusivo de la capital de la República Dominicana


Redacción (Madrid)

Pasear por el Malecón es una experiencia multisensorial. El sonido constante del oleaje, la brisa marina y la línea interminable del horizonte convierten cada caminata en una pausa del ajetreo urbano. A lo largo de su trazado, se levantan hoteles de cinco estrellas como el Jaragua o el Sheraton, bares con terrazas frente al mar, restaurantes de cocina fusión y centros culturales que proyectan el alma artística del país. Es un lugar donde se mezclan ejecutivos, artistas, visitantes y familias que disfrutan del encanto natural con el sello del buen gusto.

El Malecón de Santo Domingo no es solo una avenida frente al mar: es el corazón vibrante de la capital dominicana, un escaparate de lujo, cultura y vida caribeña. Este icónico paseo marítimo, que se extiende a lo largo del mar Caribe, ha evolucionado en los últimos años hasta convertirse en uno de los espacios más exclusivos y codiciados de la ciudad. Sus vistas abiertas, su oferta hotelera de alta gama y su ambiente cosmopolita lo colocan como el punto de encuentro de turistas exigentes y dominicanos orgullosos de su capital.

En los últimos años, el Malecón ha sido objeto de importantes renovaciones urbanas. Las inversiones públicas y privadas han devuelto esplendor a zonas que estaban deterioradas, priorizando espacios peatonales, áreas verdes y una iluminación moderna que transforma las noches en una experiencia segura y seductora. Además, se ha convertido en escenario de grandes eventos, desde conciertos al aire libre hasta desfiles y festivales culturales, reforzando su papel como epicentro social de la ciudad.

Pero más allá de su infraestructura, lo que hace del Malecón un lugar exclusivo es su capacidad de condensar lo mejor de Santo Domingo: historia, modernidad y ese espíritu caribeño que invita a vivir sin prisa. A un paso de la Ciudad Colonial, ofrece la combinación perfecta entre la elegancia contemporánea y la riqueza patrimonial que distingue a la capital dominicana. Desde una cena frente al mar hasta una sesión de fotos al amanecer, cada momento en este rincón tiene algo de postal inolvidable.

Hoy, el Malecón no es solo un paseo marítimo: es el símbolo de una ciudad que se abre al mundo sin perder su esencia. Santo Domingo se reinventa, y en su borde costero late su mejor versión. Si hay un lugar donde la capital se muestra con todo su esplendor, es aquí, frente al mar, donde el lujo tropical y la identidad dominicana se dan la mano.

Los 10 destinos perfectos para disfrutar por todo lo alto este verano 2025 en España

Redacción (Madrid)
España se prepara para un verano 2025 cargado de planes, escapadas y paisajes que invitan al descanso o la aventura, según dicte el deseo de cada viajero. En un país que lo tiene todo —playas cristalinas, montañas verdes, ciudades con historia y pueblos con alma—, elegir destino no es tarea fácil. Pero hay lugares que este año destacan por su encanto renovado, su propuesta cultural o simplemente por ofrecer lo que todos buscamos cuando llegan las altas temperaturas: desconexión, belleza y una buena dosis de vida.

Aquí están los diez destinos más atractivos para disfrutar el verano español en todo su esplendor.
Menorca vuelve a brillar con fuerza este 2025. Más allá de su perfil tranquilo y familiar, la isla balear ha apostado por mejorar la experiencia del visitante sin perder su esencia natural. Calas como Macarella y Mitjana siguen siendo postales vivas del Mediterráneo, mientras pequeños pueblos como Binibeca o Fornells seducen con su blancura y su cocina de mar. San Sebastián, por su parte, combina la elegancia del norte con una de las mejores ofertas gastronómicas de Europa. Sus playas urbanas, como La Concha, se disfrutan tanto como sus rutas de pintxos o sus festivales de verano que llenan la ciudad de música y cine.


En el sur, Cádiz late con una energía distinta. Sus playas abiertas al Atlántico —como Bolonia, Zahara o El Palmar— siguen siendo el refugio ideal para quienes buscan mar y autenticidad. Pero este año, los pueblos de la sierra gaditana y las propuestas culturales que florecen en la capital hacen que Cádiz se consolide como destino veraniego total. Más al norte, el corazón verde de Asturias atrae a quienes prefieren el frescor de la montaña. Cangas de Onís, con los lagos de Covadonga como telón de fondo, se llena de caminantes, ciclistas y familias que eligen naturaleza antes que sol ardiente.


Valencia también pisa fuerte este verano, con sus playas urbanas revitalizadas, su oferta cultural consolidada y nuevos espacios verdes pensados para recorrer a pie o en bici. En Galicia, A Coruña se posiciona como una escapada inteligente: buena gastronomía, temperatura amable y ese espíritu atlántico que impregna desde la Torre de Hércules hasta las tabernas del puerto. Y claro, Ibiza sigue en la lista. Este año, además del ocio nocturno que nunca pasa de moda, la isla refuerza su oferta de bienestar, con retiros, yoga frente al mar y una apuesta por el turismo más consciente.


Granada desafía el calor con su belleza inagotable. El Albaicín al atardecer, la Alhambra como postal permanente y una agenda de festivales que aprovecha sus espacios históricos para darles vida nueva. Para quienes quieren combinar playa y volcanes, Tenerife sigue siendo una garantía. Senderismo en el Teide, baños en piscinas naturales y pueblos como Garachico o La Orotava que enamoran a cada paso. Y como sorpresa final, Zaragoza. La capital aragonesa ha revitalizado sus riberas del Ebro, reactivado su agenda cultural y se presenta como una ciudad viva, ideal para escapadas que mezclan historia, arte y terraza con vistas.