Descubriendo La Habana desde los asientos de un clásico cubano

Por David Agüera

Hay ciudades que se exploran a pie, con calma, saboreando cada paso. Pero La Habana… La Habana se descubre mejor al ritmo de un motor antiguo, con la brisa del mar en la cara y el eco de la historia rebotando en los adoquines. Montarse en un auto clásico en La Habana no es solo una excursión turística: es un viaje en el tiempo, una danza entre nostalgia y presente, donde cada esquina cuenta una historia y cada edificio murmura secretos de otros siglos.

Los almendrones, como los llaman cariñosamente los cubanos, son verdaderas joyas andantes. Chevrolets de los años 50, Ford descapotables, Pontiacs de colores imposibles: autos restaurados con amor y resistencia que sobreviven gracias al ingenio criollo. Subirse a uno de ellos es experimentar en carne viva el ingenio cubano, su capacidad para hacer arte con lo que otros considerarían ruinas.

Desde el asiento de cuero, mirando por la ventana sin prisas, La Habana se revela con otra profundidad. El chofer, muchas veces también guía y contador de anécdotas, va dibujando con sus palabras una ciudad que no termina de contarse nunca.

El recorrido puede comenzar en el Malecón, esa serpiente de asfalto que besa el mar. A lo lejos, el Castillo del Morro y la silueta del Cristo de La Habana vigilan la entrada a la bahía. El auto ronronea como un gato dormido mientras se desliza por la costa. A un lado, olas que estallan. Al otro, fachadas en ruina y color que son, a la vez, heridas y obras de arte.

De ahí, el tour puede tomar rumbo al Vedado, donde las avenidas son más anchas, los árboles más generosos, y las mansiones evocan una Habana de esplendor republicano. Luego, un giro hacia la Plaza de la Revolución, donde la silueta del Che vigila desde lo alto, y donde el silencio impone respeto entre tanta historia comprimida.

Pero el alma de la ciudad —la esencia de su ritmo, su olor y su gente— está en La Habana Vieja. Allí, entre callejones adoquinados, iglesias barrocas y plazas coloniales, el coche clásico avanza con reverencia, casi en puntillas, mientras turistas y locales cruzan entre cafés, museos y portales. La Plaza de la Catedral, la Plaza Vieja, el Capitolio, el Gran Teatro Alicia Alonso… todo desfila como un decorado que nunca envejece.

Cada tramo es una sinfonía de color: autos rosados, azules cielo, verdes botella; niños jugando pelota en la calle; viejitas en bata sentadas en sus portales; músicos tocando sones en las esquinas. Todo parece flotar en un presente que se rehúsa a olvidar el pasado. La Habana no se esconde. Se muestra así: herida y hermosa, llena de cicatrices y de una dignidad que conmueve.

Y el coche, ese auto clásico, es cómplice perfecto. En él, el visitante no solo se mueve: forma parte de una película habanera. Hay algo de cine en esta experiencia, algo de novela, algo de bolero.

Más allá de los monumentos y las fotos perfectas, este tour sobre ruedas permite entender algo más profundo: la capacidad cubana para mantener viva su identidad con orgullo y alegría. Los autos clásicos, que podrían ser objetos de museo, están vivos, circulan, cuentan historias. Son parte del paisaje y del carácter. Y montarse en uno de ellos es aceptar la invitación de La Habana para verla desde su propio espejo retrovisor.

Descubrir La Habana en un auto clásico es más que un paseo: es una declaración de amor a la ciudad, a su ritmo indomable, a su forma única de resistir y brillar. Es dejarse llevar, sin mapas, sin prisa, por el alma viva de Cuba. Y cuando el motor se apague y la puerta se cierre, quedará en la memoria no solo la imagen del Malecón o de una fachada de colores: quedará la certeza de haber recorrido no solo una ciudad, sino un espíritu que sigue rodando, libre y hermoso, como un viejo Chevy bajo el sol caribeño.

24 horas en Punta Cana: Un paraíso en un día

Redacción (Madrid)

Punta Cana, en la costa este de la República Dominicana, es un destino sinónimo de playas de arena blanca, aguas turquesa y una energía caribeña que conquista a cualquiera. Aunque lo ideal sería quedarse varios días, si solo tienes 24 horas para disfrutar de este paraíso tropical, aquí te mostramos cómo exprimir cada minuto al máximo.

08:00 AM – Despertar con el sol en la playa

Empieza el día despertándote en un resort frente al mar, como el Barceló Bávaro Palace o el Secrets Cap Cana. Abre las cortinas y deja que el sol caribeño te dé los buenos días. Un desayuno buffet con frutas tropicales, jugo de guayaba y mangu (puré de plátano típico) será el combustible perfecto para lo que viene.

09:30 AM – Aventura acuática en Isla Saona o snorkel local

Si prefieres una excursión icónica, únete a un tour a Isla Saona, parte del Parque Nacional del Este. La travesía incluye catamarán, música, ron y una playa virgen donde el mar parece una piscina gigante. Si no tienes tiempo para una excursión larga, elige un paseo en lancha rápida o haz snorkel en las cercanías de Playa Bávaro, donde los arrecifes de coral ofrecen un espectáculo de vida marina.

01:00 PM – Almuerzo frente al mar

Regresa al hotel o visita un restaurante local como La Yola o Captain Cook, ambos famosos por sus mariscos frescos. Nada como una langosta a la parrilla con arroz con coco y tostones mientras sientes la brisa del Atlántico.

03:00 PM – Relax total o spa caribeño

Las primeras horas del día fueron para la aventura, ahora toca descansar. Puedes optar por una hamaca bajo una palmera o regalarte un masaje con aceites tropicales en un spa frente al mar. Muchos resorts ofrecen rituales inspirados en tradiciones taínas, perfectos para recargar cuerpo y alma.

05:00 PM – Paseo en buggy o tirolesa

Si prefieres algo más movido, las opciones de ecoturismo están a minutos de distancia. Un paseo en buggy por caminos de tierra te lleva a conocer el lado rural de Punta Cana, mientras que los parques como Scape Park ofrecen tirolesas sobre el bosque, cenotes escondidos y cuevas ancestrales.

07:00 PM – Atardecer en la playa

No hay mejor manera de cerrar la tarde que con los pies en la arena mientras el cielo se pinta de naranja y rosa. Punta Cana tiene algunos de los atardeceres más espectaculares del Caribe. Llévate una piña colada o un mojito y simplemente disfruta del momento.

08:30 PM – Cena gourmet o show tropical

La vida nocturna aquí puede ser tan relajada o vibrante como desees. Para una cena romántica, prueba el restaurante Jellyfish, donde puedes comer bajo una estructura de bambú frente al mar. ¿Quieres algo más movido? Muchos resorts ofrecen espectáculos de música en vivo, bailes típicos dominicanos y hasta fuegos artificiales.

11:00 PM – Fiesta caribeña o noche estrellada

¿Aún con energía? Termina tu jornada bailando merengue y bachata en Coco Bongo o en la icónica discoteca Imagine, ubicada dentro de una cueva natural. Si prefieres algo más tranquilo, un paseo nocturno por la playa bajo las estrellas puede ser el broche perfecto.

Mystique Casa Perla: el primer “hotel boutique” de Varadero

Redacción (Madrid)

En el vibrante corazón del balneario de Varadero, emerge una joya arquitectónica transformada en refugio exclusivo: Mystique Casa Perla. Inaugurado el 15 de noviembre de 2021 por la cadena canadiense Blue Diamond Resorts junto a Gran Caribe, se presenta como el primer hotel boutique en Cuba, un concepto hasta ahora inédito en esta isla caribeña.

Ubicado junto al emblemático boulevard de Varadero, en los terrenos del antiguo Starfish Cuatro Palmas, Casa Perla conserva la esencia de una mansión de los años 40, premiada en 1946 con la Medalla de Oro de Arquitectura y restaurada con mimo respetando su estilo moderno original. El inmueble, de arquitectura moderna ejecutada por los consagrados Antonio Santana Fornaguera y Aquiles Capablanca, destaca por su elegante estética, integrada al entorno natural.

Vistas hacia el mar, Lugares y Más

Un santuario solo para adultos

Mystique Casa Perla es un santuario para mayores de 16 años. Con apenas 10 habitaciones —cuatro de ellas suites premium con jacuzzi y vistas al mar— ofrece un trato íntimo, personalizado y sofisticado. Cada habitación es única: tres estándar, tres junior suites y cuatro premium suites, con camas king o dobles, minibar, USB, aire acondicionado, caja fuerte y servicio de mayordomo.

Además, el hotel funciona en régimen de alojamiento y desayuno —una rareza en Varadero, donde predomina el Todo Incluido—, y brinda servicios premium: piscina, gimnasio, sauna, masajes, y restaurante “Fresco Artful Cuisine” con terraza frente al mar.

Vistas hacia el exterior, Lugares y Más

Experiencia y destacables

  • Servicio de mayordomo: Disponible en todas las habitaciones, garantiza un servicio impecable y exclusivo.
  • Ubicación estratégica: Combina la calma de una playa privada con la cercanía a tiendas, bares y restaurantes locales.
  • Conectividad y salud: Wifi 24/7 y la certificación “Turismo Más Higiénico y Seguro” respaldan una experiencia confortable.
  • Diseño y confort: Habitaciones amplias, detalles contemporáneos, terrazas amuebladas y jacuzzi en algunas suites.

Un nicho en auge

En un destino dominado por grandes resorts, Mystique Casa Perla rompe el molde con su enfoque boutique. Con solo 10 habitaciones frente al mar, atrae a viajeros de placer, ejecutivos y parejas que buscan una experiencia personalizada, discreta y de alto nivel.

El éxito ha sido notable: más del 50 % de ocupación prevista desde sus primeros meses, con tarifas entre 150 USD y 300 USD por noche según las temporadas y ofertas iniciales.

La Casona del Arco: un refugio de sabor y raíces junto al Arco de la Calzada

Por David Agüera

En el corazón del León histórico, justo a unos pasos del emblemático Arco Triunfal de la Calzada de los Héroes, se yergue La Casona del Arco. Más que un restaurante, es un viaje sensorial que pulsa con los latidos del Bajío: aroma de cantera, murmullo de historia y sabores que dialogan entre tradición mexicana e inspiración moderna.

Ubicada en la calle Progreso #110, esta antigua casona fue cuidadosamente preservada y adaptada. Su arquitectura conserva los muros de piedra y patios interiores, integrando materiales actuales con respeto al pasado. Ese equilibrio nace de la vocación de sus fundadores —los hermanos Hurtado— de rendir homenaje a la cultura guanajuatense desde lo arquitectónico, lo culinario y lo estético .

La experiencia en La Casona se despliega en tres ámbitos: el patio, fresco y diáfano; la terraza, ideal para tardes cálidas al aire libre; y el misterioso bar speakeasy Enmiienda 21, escondido tras una puerta evocadora de los años veinte. Este último remite al ambiente clandestino de la Ley Seca, con coctelería exclusiva en ambiente íntimo.

La propuesta gastronómica navega entre lo arraigado y lo contemporáneo. Ensaladas con requesón y huitlacoche, tacos de tuétano con salsas propias, risotto con chile pasilla y camarón, cecina con guacamole y piña, o short rib eye cocido 18 horas en salsa de tuétano —un festín para los sentidos. Las recetas tradicionales de la región de Peralta y Abasolo, rescatadas por cocineras locales, se encuentran con innovaciones como ravioli de chapulines sobre base de chipotle y anguila.

Desde la coctelería internacional hasta los brebajes originales —“El Catrín”, “La Lupita”, “La Cazuelita”— el ambiente se llena de frescura, historia e ingenio mixológico. En Enmiienda 21 cada trago es un guiño a la época dorada y clandestina del coctel.

Cada jueves a las 10 p.m., la casona retumba con jazz y pop local, gracias a músicos como Juan Álvarez & The All Star Trío o Camilo Mederos, quienes suman sonido vivo a la experiencia culinaria. También ha sido sede de eventos gastronómicos internacionales como la Cumbre Guanajuato Sí Sabe, destacando su compromiso con la alta cocina y la tradición regional.

Con una puntuación de 4.7 en Google My Business y miles de opiniones que destacan su ambiente “muy agradable” y “atención excepcional”, La Casona del Arco es refugio para locales y viajeros. Serenas sobremesas al aire libre, encuentros íntimos tras el bar speakeasy o celebraciones bajo el Arco hacen de cada visita un instante memorable.

Visitar La Casona del Arco no es solo llenar el apetito; es participar en un ritual cultural que une historia, arquitectura, sabor e innovación. Es sentir el pulso de León: sus raíces, su arte y su orgullo. Aquí, cada bocado, cada trago y cada nota musical es una invitación a descubrir el corazón vibrante del Bajío.

Donde La Habana se contempla y se siente, las mejores vistas al Paseo del Prado

Por David Agüera

Hay ciudades que se entienden desde abajo, caminándolas. Y otras, como La Habana, que exigen también ser vistas desde arriba, con esa mezcla de distancia y cercanía que transforma lo cotidiano en cuadro, lo urbano en poesía. Frente al Paseo del Prado, arteria elegante y palpitante que separa Centro Habana del alma colonial, tres hoteles guardan no solo historia y lujo, sino también una de las experiencias más bellas que ofrece la capital cubana: mirar La Habana desde sus alturas mientras el Prado se despliega como una serpiente noble, orgullosa y llena de memoria.

Desde las alturas del Royalton Habana, la ciudad se siente nueva, incluso futurista. Con su arquitectura contemporánea y líneas limpias, este hotel es un faro de modernidad frente al Malecón. Pero más allá de sus comodidades, su joya es la vista. Desde su rooftop o sus habitaciones superiores, el Paseo del Prado se abre como un poema urbano: el mármol de su paseo central, los árboles que lo flanquean como columnas verdes, y más allá, los tejados antiguos que todavía resisten al tiempo.

Aquí, el viajero toma un café o un mojito mientras observa el vaivén habanero: los niños que juegan, los novios que pasean tomados de la mano, el fluir de una ciudad que no necesita vestirse de gala para ser hermosa. Desde el Royalton, el Prado no es solo una calle: es una pasarela donde desfilan la historia, la música, el sudor del pueblo y el perfume eterno de la nostalgia cubana.

Si el Royalton es modernidad, el Mystique Regis Habana by Royalton es herencia. Restaurado con mimo en un edificio de principios del siglo XX, este hotel boutique evoca aquella Habana aristocrática que convivía con el arte popular y la bohemia. Las vistas desde sus balcones y su terraza son más cercanas, más íntimas: uno casi puede tocar los faroles del Paseo del Prado, escuchar a los vendedores de maní con sus cantos agudos, oler el tabaco recién encendido en una esquina.

Aquí, cada atardecer sobre el Prado parece detenido en el tiempo. Las sombras de los árboles se alargan como las notas de un danzón que se desliza desde algún balcón abierto. Es el lugar perfecto para leer a Lezama Lima o simplemente cerrar los ojos y dejar que el alma se mezcle con el aire tibio de La Habana.

Y si hay un mirador donde La Habana revela su rostro más auténtico, es la terraza del Hotel Inglaterra. El más antiguo de Cuba, inaugurado en 1875, este hotel es una leyenda en sí mismo. En su terraza del último piso, donde alguna vez cantó Benny Moré y donde todavía suena el son, la vista es simplemente insuperable: el Prado de un lado, el Parque Central al otro, el Gran Teatro Alicia Alonso, y más allá, el Capitolio.

Desde aquí, La Habana es una melodía de arquitectura y carácter. El viajero se sienta con un daiquirí y escucha música en vivo mientras el sol se derrama sobre las fachadas coloniales. Es fácil imaginar a Martí caminando por el Prado, a Carpentier escribiendo sobre el barroco real maravilloso, a Bola de Nieve arrancando notas a un piano invisible.

Aquí, mirar es también recordar, sentir, imaginar. Porque el Hotel Inglaterra no solo ofrece una vista: ofrece una escena de teatro viva, donde cada balcón es un personaje, cada sombra una historia.

El Paseo del Prado, con sus leones de bronce y su rumor de siglos, es uno de los grandes símbolos de La Habana. Pero para entenderlo en toda su dimensión, hay que elevarse, mirar con ojos abiertos y corazón dispuesto desde lo alto de estos hoteles que, más que alojamientos, son miradores del alma cubana.

En el Royalton, el presente y el porvenir; en el Mystique, la Habana escondida y elegante; y en el Inglaterra, la Habana de siempre, con su música, su historia y su fuerza vital. Tres perspectivas distintas de un mismo poema urbano que se llama Prado, pero que podría llamarse también resistencia, belleza, identidad.

Porque quien ha visto caer el sol sobre el Paseo del Prado desde cualquiera de estas terrazas, ya ha visto a La Habana desnuda y completa, como un bolero, como una vieja fotografía que nunca pierde su luz.

Pedernales: El último confín del Caribe que se debate entre el paraíso y el progreso

Redacción (Madrid)

Al sur de todo, donde la República Dominicana se agota contra la frontera con Haití, comienza un país distinto. Uno donde el tiempo se mueve lento, el viento huele a sal y cactus, y la naturaleza aún domina el paisaje. Ese lugar se llama Pedernales.

Durante décadas, ha sido un rincón olvidado por la infraestructura, pero recordado por quienes sueñan con un Caribe intacto. Con playas vírgenes como Bahía de las Águilas, desiertos rocosos, montañas con niebla, lagunas con flamencos y bosques secos repletos de iguanas, Pedernales es una anomalía ecológica y cultural.

Un Edén bajo presión

Pero hoy, ese silencio está en disputa. El gobierno dominicano ha puesto sus ojos —y millones de dólares— sobre este territorio con un ambicioso plan: convertirlo en un nuevo polo turístico de clase mundial. Aeropuerto internacional, autopistas, cadenas hoteleras, cruceros.

Lo que para algunos es una oportunidad histórica de desarrollo, para otros es una amenaza a uno de los ecosistemas más frágiles y únicos del Caribe insular.

Donde la frontera no es solo política

Más que un paraíso natural, Pedernales es también frontera: con Haití, con la pobreza, con el olvido. En el mercado binacional de Anse-à-Pitres se mezclan idiomas, productos y miradas. Es un lugar donde las tensiones geopolíticas y los intercambios humanos conviven cada día. Y esa dimensión humana no puede quedar fuera de cualquier plan de futuro.

Un modelo de desarrollo distinto

La gran pregunta es si Pedernales puede convertirse en un modelo de turismo sostenible real, no solo de palabra. Ya existen proyectos piloto de ecoturismo comunitario, guías capacitados, rutas de senderismo, avistamiento de aves, producción agrícola ecológica. Hay semillas.

La diferencia entre desastre o ejemplo dependerá de quiénes toman las decisiones —y de si se escuchan las voces locales.

El Caribe que viene

En un mundo cada vez más sediento de autenticidad y naturaleza, Pedernales podría ser la respuesta. Pero solo si se piensa más allá de los resorts, si se valora la biodiversidad tanto como el capital, y si se entiende que el verdadero lujo no está en el cemento, sino en la posibilidad de estar en un lugar que aún no ha sido destruido.

Bahía de las Águilas: El paraíso escondido que resiste al turismo masivo en República Dominicana

Redacción (Madrid)

Pedernales, República Dominicana. A más de 300 kilómetros de Santo Domingo, donde el asfalto da paso al polvo del desierto y el Caribe adquiere tonalidades que parecen sacadas de una postal irreal, se encuentra Bahía de las Águilas, una joya natural que permanece casi intacta. Este rincón de la provincia de Pedernales, enclavado dentro del Parque Nacional Jaragua, es considerado por muchos como la playa más hermosa —y menos intervenida— de todo el país.

A diferencia de los resorts de Punta Cana o las playas urbanizadas de Puerto Plata, llegar a Bahía de las Águilas es toda una travesía. Los últimos kilómetros pueden recorrerse solo en vehículos todo terreno o en botes que parten desde la pequeña comunidad pesquera de La Cueva. Esa dificultad de acceso ha sido, paradójicamente, su mayor bendición: ha mantenido alejadas las grandes cadenas hoteleras y ha protegido este ecosistema de una explotación turística descontrolada.

Una belleza que impone silencio

El primer vistazo a la bahía impone respeto. Kilómetros de arena blanca sin un solo hotel, un restaurante o un vendedor ambulante. El mar, de un azul turquesa puro, parece no haber sido tocado por el tiempo ni por la industria. No hay música, no hay basura. Solo el rumor del viento, el crujido de las conchas bajo los pies y, si se tiene suerte, el avistamiento de una tortuga marina.

Según el Ministerio de Medio Ambiente, Bahía de las Águilas es uno de los puntos de mayor biodiversidad del Caribe insular. Alberga especies endémicas como la iguana rinoceronte, el solenodonte y decenas de aves migratorias. “Es un laboratorio vivo de conservación”, explica Lourdes Cordero, bióloga y voluntaria en un proyecto local de educación ambiental. “Cada vez que alguien viene aquí y no deja huella, está ayudando a preservar algo que no existe en otro lugar del mundo”.

La comunidad y el dilema del desarrollo

Las comunidades cercanas, como La Cueva y Pedernales, viven un dilema silencioso: desean oportunidades económicas, pero también temen que un desarrollo desmedido destruya su mayor tesoro. “Queremos trabajo, claro que sí, pero no a costa de convertir esto en otra Punta Cana”, dice Darío Féliz, un pescador que ahora también hace de guía turístico en la zona.

Algunos proyectos de ecoturismo comienzan a florecer con cautela: hospedajes ecológicos, recorridos en kayak y talleres de educación ambiental. La clave, dicen los defensores del lugar, está en el turismo responsable. “No se trata de que no venga nadie”, aclara Lourdes, “sino de que los que vengan, entiendan que están entrando a un santuario, no a un parque temático”.

¿Un futuro con equilibrio?

El Gobierno dominicano ha anunciado planes para desarrollar la región suroeste con infraestructura turística, lo que ha encendido alarmas entre ambientalistas y científicos. Aún no está claro si Bahía de las Águilas permanecerá como una reserva natural de acceso limitado o si será incorporada a un modelo más comercial.

Mientras tanto, este paraíso sigue siendo un refugio para quienes buscan algo más que arena y sol: buscan autenticidad, conexión con la naturaleza y un silencio que ya es difícil encontrar en el Caribe contemporáneo.

Hotel Inglaterra: el susurro elegante del tiempo en el corazón de La Habana

Redacción (Madrid)

En la esquina más viva del Paseo del Prado, donde la historia cubana se entrelaza con los acordes del son y el bullicio de los almendrones que rugen como bestias viejas, se alza el Hotel Inglaterra, no como un edificio cualquiera, sino como una especie de testigo de mármol y filigrana de hierro forjado que ha visto pasar revoluciones, poetas y turistas con la misma paciencia con la que un abuelo escucha a sus nietos.

Fundado en 1875, el Inglaterra es el hotel más antiguo de Cuba, y eso no es un dato menor. Su fachada neoclásica mira de frente al Parque Central, donde las estatuas de José Martí parecen conversar eternamente con la ciudad que nunca duerme. Y si uno se asoma a uno de sus balcones, puede imaginar fácilmente a Rubén Darío escribiendo crónicas para La Nación, o a algún general de la independencia tomándose un café fuerte antes de hablar de patria con voz baja y ojos encendidos.

Hospedarse en el Inglaterra no es sólo ocupar una habitación. Es participar de una novela cubana sin escribir, ser parte de un escenario en el que la historia se mete por las rendijas del aire acondicionado y se mezcla con el aroma del tabaco, del café amargo, y de esa brisa salada que llega desde el Malecón.

Las habitaciones, cuidadas con esmero, conservan ese aire nostálgico tan propio de la arquitectura colonial. Pisos de mosaico hidráulico, techos altos, espejos que podrían contar secretos si hablaran. Pero es en el Lobby Bar donde comienza la verdadera magia. Allí, un trago de ron añejo servido con sonrisa y ritmo puede ser el pasaporte a una Habana más profunda, más auténtica. A menudo, un cuarteto de son se acomoda en una esquina y arranca con «Chan Chan», y entonces todo se vuelve Cuba en su forma más pura: música, calor, sensualidad.

Y luego está la terraza. Ah, la terraza. Un mirador perfecto desde donde ver el Gran Teatro de La Habana, escuchar el rumor del Prado y observar a la ciudad en su lento pero incesante renacer. Al atardecer, el cielo habanero se tiñe de rosas y naranjas, y por un instante parece que el tiempo se detiene para rendir homenaje a esta joya del Caribe.

Pero lo más hermoso del Hotel Inglaterra no es sólo lo que se ve. Es lo que se siente. Es el murmullo del pasado mezclado con las risas del presente. Es el recuerdo de una Cuba que fue, el palpitar de la que es y el sueño de la que será.

En una ciudad donde lo real y lo maravilloso se funden sin pedir permiso, el Hotel Inglaterra se presenta como un lugar donde dormir, sí, pero también donde soñar. Y eso, en La Habana, vale más que mil estrellas.

Entre el malecón y la modernidad: La arquitectura escultural del Royalton Habana Paseo del Prado

Redacción (Cuba)

Desde su inauguración, el Royalton Habana ha dividido opiniones con la vehemencia de todo lo que rompe esquemas. Algunos lo ven como una provocación, un cuerpo extraño encajado en el tejido urbano de Prado, donde los portales centenarios y los balcones herrumbrosos cuentan la historia de una Habana que se resiste a desaparecer. Otros —y cada vez son más— lo reconocen como un acto de osadía arquitectónica, una invitación a mirar hacia el futuro sin renegar del pasado.

El diseño estuvo a cargo de la renombrada firma francesa Richez_Associés, en colaboración con el estudio cubano UCX. Juntos han creado algo más que un hotel: una pieza de arquitectura contemporánea en pleno corazón de una ciudad marcada por el eclecticismo y el abandono.

El Royalton Habana no trata de mimetizarse. No quiere pasar desapercibido. Con su fachada de vidrio y acero, se proyecta como una caja de luz suspendida entre cielo y mar. A primera vista, podría parecer un gesto arrogante, pero una mirada más detenida revela otra cosa: una sensibilidad geométrica que dialoga con el entorno sin copiarlo, que respeta sin adular.

Una de sus apuestas más audaces es el juego de volúmenes que genera la ilusión de que el edificio flota sobre el Paseo del Prado. Las columnas retranqueadas, la disposición oblicua de los pisos superiores, y las terrazas abiertas al mar crean una coreografía de planos y transparencias que, al atardecer, parecen disolverse en la bruma atlántica.

Interior del hotel, Lugares y Más

En el interior, la historia continúa. El vestíbulo, sin excesos ornamentales, deja que la vista corra hasta donde el Malecón se funde con el horizonte. El mármol y la madera se combinan con arte local cuidadosamente curado, en un gesto de respeto al contexto cultural que lo acoge. Cada espacio parece construido no solo para ser transitado, sino contemplado.

Pero más allá de su estética, el Royalton Habana encarna una idea rara en la arquitectura hotelera: la de pertenecer. No por imitación, sino por contraste. Como una pausa moderna en una sinfonía antigua, el edificio no intenta ser habanero en el sentido tradicional. Lo es por su coraje, por su voluntad de existir en un lugar donde el tiempo tiene otras reglas.

La azotea, coronada con una piscina infinita, ofrece una de las mejores vistas de la ciudad. Desde allí, se puede leer La Habana como si fuese una partitura de siglos: el Capitolio, el Castillo del Morro, las cúpulas, los solares, los barcos entrando al puerto. Y justo debajo, el Royalton, como una nota sostenida que resuena en el presente.

El Royalton Habana Paseo del Prado no es perfecto, ni lo pretende. Pero ahí está: sereno, contemporáneo, provocador. Como si La Habana, al fin, hubiese encontrado una forma de hablar en voz alta en el lenguaje del siglo XXI.

Las mejores vistas de la capital de Cuba desde el Royalton Habana Paseo del Prado

Por Tamara Cotero

En el corazón palpitante de La Habana, donde el Malecón se funde con la brisa del Caribe y la ciudad vibra al ritmo del son, se alza imponente el Royalton Habana Paseo del Prado. Este hotel cinco estrellas no solo ofrece lujo y comodidad, sino también uno de los tesoros más codiciados por todo viajero que llega a la capital cubana: vistas de postal que cortan el aliento.

Ubicado estratégicamente en la intersección del Paseo del Prado y el Malecón, el Royalton Habana es un mirador natural al alma de La Habana. Desde sus elegantes terrazas, el visitante puede contemplar una panorámica única que abarca el Castillo del Morro, la entrada de la bahía, el mar infinito, y más allá, los tejados de La Habana Vieja, salpicados de cúpulas, palmeras y campanarios coloniales.

Es el lugar perfecto para dejarse hipnotizar por la danza del sol sobre el agua al atardecer, mientras los clásicos autos americanos desfilan por el Malecón como si el tiempo no hubiera pasado. Todo esto acompañado, por supuesto, de un mojito bien frío o un café cubano recién colado.

Pero si hay un rincón del hotel que roba suspiros y selfies por igual, ese es su piscina infinity en la azotea. Flotar allí es como nadar sobre el mismísimo horizonte. El mar se confunde con el cielo y La Habana se rinde a tus pies en un espectáculo visual que cambia con cada hora del día.

Desde la piscina, se puede ver cómo los barcos entran y salen del puerto, cómo los músicos callejeros comienzan a llenar de vida el Paseo del Prado al caer la tarde, y cómo el sol se despide lentamente detrás del Capitolio, pintando la ciudad de naranja, rosa y oro.

Las habitaciones del Royalton no son simples cuartos de hotel: son cápsulas de paz con ventanales de piso a techo que enmarcan la ciudad como si cada una fuera una obra de arte. Algunas miran directamente al mar, otras a las calles llenas de historia del Prado; todas, sin excepción, ofrecen una ventana íntima a una ciudad llena de magia y contradicciones.

Despertar con la luz dorada del amanecer cubano entrando suavemente por las cortinas, ver cómo La Habana se despereza y comienza su jornada… es una experiencia que no se olvida fácilmente.

Todo en el Royalton Habana Paseo del Prado combina el diseño moderno con detalles que honran la cultura cubana: desde las fotografías de artistas locales en los pasillos, hasta la coctelería de autor inspirada en clásicos cubanos. La atención es cálida, como lo es el carácter del cubano, y la atmósfera invita tanto al descanso como a la celebración.

El Royalton Habana Paseo del Prado no es solo un hotel, es un mirador privilegiado a la esencia de Cuba. Si buscas lujo con sabor local y las mejores vistas de La Habana, este es tu punto de partida. Aquí, cada ventana es una promesa de belleza, cada terraza un poema visual, y cada rincón, una invitación a enamorarse —una vez más— de la ciudad más romántica del Caribe.