Isla Holbox: El paraíso escondido de México que aún conserva su alma salvaje

Redacción (Madrid)

Isla Holbox, México – En una era donde el turismo masivo ha transformado muchas joyas naturales en parques temáticos disfrazados de destinos exóticos, la Isla Holbox se mantiene como una excepción casi milagrosa. Ubicada al norte de la península de Yucatán, este pequeño rincón del Caribe mexicano parece haber encontrado la fórmula para conservar su esencia: desconectarse para reconectar.

A solo unas horas de Cancún —uno de los destinos turísticos más concurridos de América Latina— Holbox (se pronuncia Hol-bosh) es sorprendentemente desconocida para muchos viajeros internacionales. Y quizá ese anonimato relativo es lo que ha salvado a la isla de perder su alma.

Una isla sin coches, pero llena de vida

No hay autos en Holbox. La arena sirve como calle, y los carritos de golf reemplazan a los vehículos. El ritmo de vida se desacelera de inmediato. Los visitantes, a menudo descalzos, se deslizan entre playas vírgenes, palmeras inclinadas por el viento y restaurantes de techo de palma que sirven ceviches recién preparados y cócteles con mezcal.

La isla forma parte de la Reserva de la Biosfera Yum Balam, una zona protegida que alberga una rica biodiversidad: flamencos rosados, pelícanos, cocodrilos, y entre junio y septiembre, el majestuoso tiburón ballena. Este gigante marino, el pez más grande del mundo, se puede ver nadando pacíficamente en las aguas cálidas alrededor de la isla, ofreciendo a los visitantes una experiencia inolvidable de nado controlado.

Luces en la oscuridad: el fenómeno de la bioluminiscencia

Uno de los espectáculos naturales más mágicos de Holbox ocurre cuando el sol se ha puesto y la oscuridad se instala. En algunas playas, el agua brilla con una luz azulada cuando se agita, gracias a un fenómeno conocido como bioluminiscencia. Pequeños organismos marinos emiten luz como mecanismo de defensa, creando un espectáculo que parece sacado de una película de ciencia ficción.

Turismo sostenible y amenazas latentes

Holbox ha sido elogiada por su compromiso con un turismo más consciente. La mayoría de los hoteles son pequeños y de construcción rústica, respetando la arquitectura local. Muchos negocios promueven prácticas sostenibles, desde el uso de energía solar hasta el manejo responsable del agua y los residuos.

Sin embargo, el equilibrio es frágil. En los últimos años, el crecimiento desordenado y los problemas de infraestructura —particularmente en temporadas altas— han generado preocupación entre ambientalistas y habitantes locales. La presión inmobiliaria y los intereses turísticos amenazan con romper el delicado pacto entre desarrollo y conservación.

Un refugio para el alma

Para quienes logran llegar a Holbox, el premio es doble: no solo encuentran playas paradisíacas y naturaleza en estado puro, sino también un refugio contra el ruido constante del mundo moderno. Sin grandes cadenas hoteleras ni centros comerciales, Holbox invita a mirar al horizonte, a escuchar el silencio y a recordar que la verdadera riqueza está, a menudo, en lo simple.

Los 5 pueblos perdidos de República Dominicana: testigos silenciosos del olvido

Redacción (Madrid)

República Dominicana, reconocida por sus playas paradisíacas, su música vibrante y su hospitalidad inigualable, también es tierra de historias que se desvanecen con el tiempo. Más allá de los destinos turísticos y las grandes ciudades, existen lugares que alguna vez florecieron y hoy yacen en el abandono, atrapados entre la nostalgia y el silencio. Estos son cinco de los llamados “pueblos perdidos” del país: fragmentos de la historia nacional que resisten la desaparición total.

1. El Derrumbao (San Juan de la Maguana)

Ubicado a pocos kilómetros del embalse de Sabaneta, El Derrumbao fue una comunidad agrícola activa durante la primera mitad del siglo XX. Su nombre proviene de un deslizamiento de tierra que, según relatos locales, sepultó parte del caserío tras intensas lluvias en los años 40. La construcción de la presa en la década de los 70 obligó al reasentamiento de muchas familias, dejando el lugar como un caserío fantasma. Hoy, ruinas de casas de madera y huellas de caminos polvorientos son todo lo que queda.

2. Bajo Yuna Viejo (Duarte)

Las crecidas del río Yuna durante las décadas de los 60 y 70 forzaron el abandono de este pequeño poblado agrícola, que alguna vez fue un punto neurálgico para el cultivo de arroz. Sus habitantes fueron reubicados tierra adentro, y lo que antes era una comunidad floreciente es ahora un terreno fangoso, cubierto de cañaverales y pantanos. Los pocos que regresan, lo hacen solo para contar historias o rendir homenaje a sus ancestros.

3. La Cucarita (Monte Cristi)

Un pueblo cuyo nombre curiosamente contrasta con su belleza natural. La Cucarita fue fundado a principios del siglo XX por pescadores y comerciantes, y creció con la esperanza de ser un enclave productivo en la línea noroeste. Pero el aislamiento geográfico y la falta de infraestructura lo condenaron al olvido. En la actualidad, solo un par de casas semiderruidas y un cementerio invadido por maleza dan fe de que allí vivió gente.

4. Sabana Clara (Elías Piña)

Enclavado entre las montañas que dividen a Dominicana de Haití, Sabana Clara fue en su tiempo un refugio de campesinos y contrabandistas. Las tensiones en la frontera, la falta de servicios básicos y la migración forzada convirtieron al pueblo en un recuerdo. Hoy es difícil encontrarlo en un mapa; sin embargo, aún se escuchan historias de tesoros escondidos y encuentros místicos narradas por los más viejos de la zona.

5. El Naranjal (Peravia)

Este poblado, ubicado cerca de las faldas de la Sierra de Ocoa, fue destruido casi en su totalidad por un incendio forestal en los años 80, supuestamente originado por una quema agrícola mal controlada. El fuego devoró casas, cultivos y esperanzas. Aunque algunos intentaron reconstruirlo, la falta de apoyo gubernamental y el miedo a nuevos incendios llevaron a su abandono definitivo. Hoy, la naturaleza ha reclamado el espacio: el monte ha cubierto lo que fueron calles y patios.

Más que ruinas: memoria y advertencia

Estos pueblos perdidos no son solo vestigios físicos, sino advertencias silenciosas sobre el abandono rural, los efectos del cambio climático, y la fragilidad de las comunidades ante la desatención del Estado. Cada uno cuenta una historia de resistencia, tragedia y migración. Son, en muchos sentidos, cápsulas del tiempo que merecen ser escuchadas antes de desaparecer por completo.

Los sorprendentes ingredientes endémicos que hacen única la gastronomía tradicional del estado de Guanajuato

Por Polo Sánchez-Valle

El estado de Guanajuato, corazón cultural y culinario de México, es hogar de una sorprendente variedad de ingredientes endémicos que han dado forma a su gastronomía tradicional a lo largo de los siglos. Más allá de su sabor, estos elementos naturales poseen propiedades curativas, historia ancestral y, en algunos casos, significados esotéricos transmitidos por generaciones.

A continuación, algunos de los ingredientes que hacen única la cocina guanajuatense:

1. Xoconostle (Opuntia joconostle)

El equilibrio entre acidez, nutrición y tradición.

El xoconostle, fruto de una variedad específica de nopal (planta cactácea en forma de pala), ha sido utilizado por los pueblos otomíes y chichimecas desde tiempos prehispánicos. A diferencia de la tuna (higo chumbo), su sabor es más ácido y su piel más firme. Se utiliza para dar un toque agrio a caldos como el tradicional mole de olla. Es rico en vitamina C, fibra soluble y antioxidantes, lo que lo convierte en un excelente aliado contra la diabetes y el colesterol. Según creencias populares, se le atribuían propiedades protectoras contra «malas energías» al colocarlo cerca de las puertas del hogar.

2. Quelites (mezcla de hojas comestibles silvestres)

Los verdes olvidados que curan y nutren.

Los quelites como la verdolaga, el quintonil y el pápalo son recolectados de manera silvestre en los campos de Guanajuato. Eran consumidos ya por los mexicas y otomíes como parte esencial de su dieta. Estas hojas son fuente de hierro, calcio y clorofila, y se preparan en guisos, tamales o simplemente salteados. Curiosamente, algunos de estos quelites se consideran afrodisíacos naturales en la medicina tradicional.

3. Chile pasilla

Un chile oscuro con historia de resistencia.

Utilizado principalmente en el norte del estado de Guanajuato, este chile seco, oscuro y de sabor profundo, es fundamental en la elaboración de moles y adobos. Se cultiva en el semi-desierto bajo técnicas tradicionales que han pasado de generación en generación. Su capsaicina favorece la circulación sanguínea, y antiguamente se utilizaba en sahumerios para «limpiar el aire» antes de una ceremonia.

4. Maguey y sus derivados (Agave spp.)

La planta sagrada que lo da todo.

Del maguey se obtienen desde el aguamiel hasta la penca para envolver barbacoa. En Guanajuato, el uso del maguey está documentado desde la época prehispánica y es considerado símbolo de vida y abundancia. Su savia fermentada da origen al pulque, bebida ritual en muchas culturas indígenas. El aguamiel es un probiótico natural, mientras que la inulina del agave ayuda al sistema digestivo y al control de peso.

5. Pepita de calabaza criolla

Semilla de poder, nutrición y protección espiritual.

En pueblos guanajuatenses como Apaseo el Alto y Tarimoro, la pepita de calabaza se utiliza tanto en dulces como en salsas (como el tradicional pipián). Rica en zinc, omega-3 y magnesio, es considerada un superalimento. En rituales antiguos se usaba como amuleto de abundancia, y en algunas comunidades rurales aún se cree que comer pepitas protege contra «el mal de ojo».

Gracias al conocimiento milenario de las cocineras tradicionales de Guanajuato, estos ingredientes no solo sobreviven, sino que florecen en las mesas contemporáneas, siendo redescubiertos por chefs, nutricionistas y viajeros de todo el mundo. La cocina de Guanajuato no es solo un arte culinario: es una expresión viva de identidad, salud y espiritualidad.

Guanajuato, designado Capital Iberoamericana de la Gastronomía en 2015, continúa atrayendo a viajeros y amantes de la cocina en busca de experiencias auténticas, sostenibles y profundamente mexicanas.

Entre tambores y tacones: un viaje por los bailes tradicionales de Cuba

Redacción (Madrid)

Viajar a Cuba es, ante todo, entregarse al ritmo. No basta con recorrer sus calles coloniales, contemplar sus coches antiguos o saborear un buen ron; la verdadera esencia de la isla se encuentra en su música y, sobre todo, en su danza. Los bailes tradicionales cubanos no son solo una forma de entretenimiento, sino una expresión profunda de identidad, memoria y resistencia. Quien observa –o mejor aún, participa– en una de estas danzas, descubre mucho más que coreografías: encuentra un pueblo que ha aprendido a convertir el dolor en belleza y la historia en movimiento.

Uno de los pilares de esta tradición es el son cubano, un estilo nacido de la mezcla entre ritmos africanos y melodías hispánicas, que se desarrolló en la región oriental de Cuba. Bailado en pareja, el son es una conversación silenciosa entre cuerpos que se mueven al compás del tres, la marímbula y las claves. Su elegancia tranquila y su cadencia lo convierten en una forma de intimidad pública, donde la conexión con el otro es esencial.

Otro exponente fundamental es el danzón, originario de Matanzas, que floreció a finales del siglo XIX. A diferencia del son, el danzón se ejecuta con una estructura más rígida y ceremonial. Es un baile que invita a la contemplación, con pausas marcadas y un lenguaje corporal que evoca respeto y refinamiento. En sus salones, se respiraba la solemnidad de una época en la que el baile era un acto casi sagrado.

Por otro lado, la rumba representa la expresión más visceral de la danza popular cubana. Nacida en los barrios humildes y cargada de influencia africana, la rumba no necesita escenario ni vestuario especial: se baila con el cuerpo desnudo de artificios, impulsado por el tambor y el grito callejero. Dentro de ella, estilos como el guaguancó, el yambú o la columbia muestran variantes rítmicas que transforman la calle en ceremonia, desafío o seducción.

Y si se trata de religiosidad y raíces africanas, no se puede ignorar la importancia de los bailes vinculados a la santería. Estas danzas no son folclore decorativo, sino parte activa de un sistema espiritual que aún pervive con fuerza en la isla. Cada orisha (deidad) tiene su ritmo, su movimiento, su color. Cuando se baila para Yemayá, Oshún o Changó, no se busca lucirse, sino canalizar la fuerza de lo divino. Estas danzas son actos de fe, resistencia y memoria afrodescendiente.

Más contemporáneo, pero heredero de todo lo anterior, es el fenómeno de la salsa, una mezcla potente de son, guaracha, mambo y otros ritmos que, aunque se consolidó fuera de Cuba, tiene raíces profundamente cubanas. La salsa ha conquistado escenarios globales, pero en Cuba mantiene un sabor local, marcado por la espontaneidad y el ingenio de sus bailarines.

En resumen, los bailes tradicionales de Cuba son mucho más que un atractivo turístico o un espectáculo folclórico. Son una forma de habitar el mundo, una herencia viva que late en cada esquina, en cada fiesta improvisada, en cada taller de barrio. Bailar en Cuba no es solo moverse con ritmo: es narrar una historia colectiva, donde el cuerpo es archivo, protesta y celebración. Y en una isla donde tantas veces se ha intentado silenciar, el baile ha sido siempre una manera de hablar sin pedir permiso.

Samaná: el paraíso escondido del noreste dominicano que enamora al mundo

Redacción (Madrid)

Samaná, República Dominicana – Enclavada en una península tropical bañada por el Atlántico, Samaná emerge como una de las joyas naturales más deslumbrantes del Caribe. A pesar de estar cada vez más presente en los catálogos de viajes internacionales, este rincón del noreste dominicano conserva aún el alma tranquila y auténtica que lo distingue del turismo masivo.

Naturaleza exuberante y biodiversidad única

Desde su capital, Santa Bárbara de Samaná, hasta las playas vírgenes de Las Galeras o los senderos ocultos del Parque Nacional Los Haitises, la provincia ofrece un espectáculo de biodiversidad difícil de igualar. Cascadas como El Limón, rodeadas de selva húmeda, contrastan con aguas turquesa donde se avistan manatíes, tortugas y miles de ballenas jorobadas que llegan cada invierno a la bahía para aparearse.

Cultura viva y legado histórico

Samaná no es solo un destino de postales; también es un crisol de culturas. La influencia afrodescendiente, fruto de la migración de esclavos liberados estadounidenses en el siglo XIX, dejó huella en su música, gastronomía y arquitectura. Pequeñas iglesias protestantes de madera, similares a las del sur de EE.UU., sobreviven como testigos de ese capítulo poco conocido de la historia caribeña.

Además, las comunidades pesqueras y agrícolas mantienen viva la tradición oral, el merengue típico y una cocina de mar que ha empezado a atraer a chefs internacionales interesados en el concepto de “kilómetro cero”.

Turismo sostenible y retos de conservación

El auge del turismo ha traído consigo desarrollo y empleo, pero también desafíos ambientales. Grandes resorts han comenzado a instalarse en áreas que hasta hace poco eran prácticamente vírgenes, generando preocupación entre ambientalistas y comunidades locales.

“Queremos desarrollo, sí, pero no a costa del paraíso”, afirma María Isabel Gómez, presidenta de una cooperativa ecoturística en Las Terrenas. “El modelo debe ser inclusivo y respetuoso con la naturaleza”.

En respuesta, varias organizaciones trabajan para consolidar un modelo de turismo sostenible. Proyectos como alojamientos ecológicos, senderos interpretativos o excursiones de observación de ballenas con códigos éticos están marcando el camino.

Una Samaná para descubrir

Con conexiones viales mejoradas, vuelos internacionales al Aeropuerto El Catey y una oferta hotelera que va desde el lujo hasta el ecoturismo, Samaná está más accesible que nunca. Pero su verdadero tesoro sigue siendo su gente amable, sus paisajes indomables y esa sensación de estar, por un instante, fuera del tiempo.

Peñico, Perú: Un tesoro milenario abierto al mundo

Redacción (Madrid)

Peñico, conocida como la “Ciudad de Integración del Valle de Supe”, es un tesoro arqueológico con más de 3 800 años de historia, que acaba de abrir sus puertas al público el 12 de julio de 2025, tras ocho años de excavaciones lideradas por la Zona Arqueológica Caral bajo la dirección de la Dra. Ruth Shady.

Cronología y contexto
Su construcción data de entre 1800 y 1500 a.C., contemporánea a las primeras grandes civilizaciones del Viejo Mundo, como Sumeria o Egipto. Se ubica apenas a 12 km de Caral, la ciudad más antigua de América, lo que sugiere continuidad cultural tras su declive.

Ubicación estratégica
Situada en una terraza natural a 600 m sobre el nivel del mar, flanqueada por cerros de hasta 1 000 m y frente al río Supe, Peñico aprovechaba la topografía para protegerse de desastres y destacar visualmente.

Red urbana
El sitio cubre aproximadamente 17 hectáreas e incluye 18 estructuras identificadas: desde plataformas ceremoniales y residencias hasta áreas administrativas.

El Salón de los Pututus (Edificio B2)
Este edificio público mayor muestra relieves con pututus (trompetas de concha marina), usados ritualmente y como símbolos de autoridad.

Artefactos ceremoniales
Se descubrieron esculturas de barro sin cocer (humanas y zoomorfas), collares de conchas, hematita, rodocrosita, crisocola, hueso y arcilla, además de objetos líticos como moledores y yunques.

Comercio e integración cultural
Peñico funcionaba como un nodo de intercambio entre la costa, los Andes y la Amazonía, muy probablemente facilitado por el comercio de hematita, pigmento sagrado en la cosmología andina.

Peñico Raymi
La inauguración incluyó un festival “Raymi” andino, con ceremonias a la Pachamama y expresiones artísticas tradicionales.

Infraestructura para visitantes
El sitio cuenta con puntos informativos, un “túnel de ciencia y tecnología andina”, dioramas, maquetas, recreaciones digitales y visitas guiadas.

Accesibilidad
Peñico está a unas 4‑4½ horas desde Lima: salida por la Panamericana Norte, desvío al km 184 hacia el valle de Supe, luego 34 km de camino local. Se puede visitar todos los días de 9:00 a 16:00.

Peñico ofrece una experiencia única para quienes buscan turismo cultural e histórico:

  • Encuentro con las raíces de la civilización andina: permite caminar por estructuras milenarias anteriores incluso a Machu Picchu.
  • Contexto paisajístico impresionante: terrazas, cerros y ríos conforman un entorno natural evocador.
  • Enriquecimiento educativo: los visitantes pueden entender el comercio prehispánico, la vida ceremonial y la arquitectura temprana.
  • Evento inmersivo: el festival Raymi conecta al viajero con las raíces vivas del andinismo.
  1. Mejor época para visitar: temporada seca (mayo–octubre), para disfrutar caminatas sin lluvias.
  2. Qué llevar: calzado cómodo, protección solar y agua.
  3. Complementa tu viaje: combina la visita con Caral, Áspero y Vichama, gestionados por la misma Zona Arqueológica, todos en el entorno del valle de Supe.
  4. Respeto institucional: sigue normas del sitio para preservar este valioso legado.

Peñico surge como un hito en el turismo arqueológico de Perú: un sitio milenario que revitaliza la visión de la civilización andina en el Formativo Temprano, a través de arquitectura monumental, artefactos ceremoniales y una integración cultural sin parangón. El nuevo sitio arqueológico de Peñico, con visita accesible, infraestructura educativa y eventos vivenciales, se consolida como un destino imperdible para quienes valoran la historia antigua, la cultura andina y la belleza escénica del valle de Supe.

Los lugares perdidos de República Dominicana: tesoros olvidados entre selvas, ruinas y silencio

Redacción (Madrid)

Santo Domingo

Más allá de las postales de Punta Cana y el bullicio de Santo Domingo, la República Dominicana guarda secretos que el tiempo ha envuelto en silencio. Son pueblos fantasmas, fortalezas olvidadas, estaciones ferroviarias oxidadas, balnearios sepultados por el abandono o la naturaleza. Lugares perdidos, sí. Pero también lugares que aún respiran historia, misterio y memoria.

Villa La Isabela: El primer asentamiento europeo de América

Ubicada en la costa norte, en la provincia de Puerto Plata, Villa La Isabela fue fundada por Cristóbal Colón en 1493. Pese a su inmenso valor histórico —fue la primera ciudad europea en el Nuevo Mundo— hoy sus ruinas viven cubiertas por el verdor tropical y la indiferencia institucional.

Una pequeña capilla, restos de muros coloniales y un museo semiabandonado son lo que queda de una ciudad que una vez albergó sueños imperiales. Visitada por pocos, es uno de los puntos más importantes del mapa arqueológico del Caribe… y uno de los más descuidados.

El pueblo sumergido de Sabana Yegua

En la provincia de Azua, bajo las aguas del embalse de Sabana Yegua, yace un pueblo entero. En los años 70, la construcción de la presa obligó a evacuar comunidades enteras. Muchos aún recuerdan, con nostalgia y dolor, cómo sus casas, iglesias y campos quedaron bajo el agua.

En épocas de sequía, emergen fragmentos: una pared, una cruz, un pilar. Como si el pasado no estuviera del todo dispuesto a hundirse.

El Hotel Montaña (Jarabacoa): Fantasma del lujo perdido

En lo alto de Jarabacoa, entre montañas cubiertas de pino, yace el esqueleto del que fue en los 80 uno de los hoteles más lujosos de República Dominicana. El Hotel Montaña, con su arquitectura modernista y sus vistas privilegiadas, albergó artistas, políticos y turistas de alto perfil.

Hoy está en ruinas. Sus pasillos crujen con el viento, las piscinas están secas y los murales son lienzos para el moho. El esplendor se evaporó, dejando un aire cinematográfico de belleza decadente.

La línea férrea Santiago–Puerto Plata: Rieles hacia ninguna parte

A finales del siglo XIX, un ferrocarril conectaba Santiago con el puerto de Puerto Plata. Era símbolo de modernidad y comercio. Hoy, los restos de estaciones oxidadas, durmientes cubiertos de maleza y puentes olvidados sobreviven como fósiles industriales.

Un proyecto que transformó la economía del norte de la isla yace hoy en el abandono, aunque algunos colectivos abogan por su restauración como patrimonio cultural y turístico.

24 Horas en San Pedro de Macorís: Donde el azúcar, el béisbol y la historia se encuentran con el mar

Redacción (Madrid)

SAN PEDRO DE MACORÍS – A tan solo una hora al este de Santo Domingo, San Pedro de Macorís se presenta como un destino subestimado que mezcla historia, béisbol, arquitectura y mar Caribe. En apenas 24 horas, esta ciudad costera demuestra que el alma dominicana no solo vive en las playas, sino también en sus calles, fábricas abandonadas y estadios llenos de gloria pasada.

8:00 AM – Desayuno con historia

El día comienza en el corazón del centro histórico. En una cafetería frente al Parque Duarte, entre los árboles centenarios y el canto de las aves, el aroma del café recién colado se mezcla con las voces de los locales. El desayuno es criollo: mangú con los tres golpes, acompañado de jugo de chinola. A pocos pasos, la Catedral San Pedro Apóstol marca el inicio de una caminata por una ciudad que alguna vez fue epicentro industrial del país.

10:00 AM – Recorrido arquitectónico: el esplendor olvidado

San Pedro de Macorís es conocida por su herencia victoriana y neoclásica, un legado de las riquezas generadas por la industria azucarera a principios del siglo XX. Caminar por la Calle Sánchez o la Avenida Independencia es como pasear por una postal antigua: casonas color pastel, con balcones de hierro forjado y reminiscencias de una Belle Époque caribeña.

Muchos edificios están en desuso, pero su belleza sigue en pie. La antigua Sociedad La Progresista, hoy cerrada al público, todavía cuenta historias de reuniones sociales y veladas culturales de una élite criolla y extranjera que ya no existe.

12:30 PM – Almuerzo frente al mar

El malecón de San Pedro ofrece una vista abierta al mar, donde se respira la brisa salada del Caribe. En uno de los restaurantes típicos, como El Rincón del Marisco, el almuerzo llega con sabor a mar: locrio de camarones, pescado con coco y tostones crujientes. Desde la terraza, se ven pescadores preparando sus redes mientras niños juegan cerca del rompeolas.

2:00 PM – El legado de los cañaverales

Una visita al Museo del Ron y la Caña, ubicado en una antigua destilería, permite entender cómo el azúcar forjó no solo la economía, sino también la identidad de la ciudad. La inmigración de trabajadores antillanos dejó huellas profundas en la música, la gastronomía y la religión local. Aquí se habla de lo dulce y lo amargo: del esplendor económico y también del trabajo duro en los ingenios.

4:00 PM – Tierra de peloteros

San Pedro es conocida como la “Cuna de Grandes Peloteros”. Aquí nacieron estrellas como Sammy Sosa, Alfonso Soriano y Robinson Canó. El Estadio Tetelo Vargas, aunque modesto, es sagrado para los amantes del béisbol. Si hay juego de los Estrellas Orientales, la ciudad vibra. Si no, vale la pena visitar el estadio de todos modos: en sus gradas vacías aún resuena el eco de los jonrones históricos.

6:30 PM – Atardecer en el malecón

El sol comienza a caer y el cielo se pinta de naranja. Jóvenes se reúnen para tocar guitarra, otros juegan dominó o simplemente observan el mar. La música de fondo es bachata suave o merengue de la vieja escuela. El ritmo aquí es más lento, más contemplativo.

8:00 PM – Cena con sabor local

De regreso al centro, una parada en algún colmadón típico ofrece la cena más auténtica: chimichurris dominicanos, frías Presidente y conversación con los locales. Si se busca algo más sofisticado, algunos bares/restaurantes del malecón ofrecen música en vivo y platos de fusión caribeña.

10:00 PM – Noche de contraste

San Pedro puede ser tranquilo, pero también tiene su vida nocturna. Entre discotecas pequeñas, karaokes y bares con música urbana, la noche sigue para quienes quieren explorar otra cara de la ciudad. Pero incluso desde un balcón del hotel o desde un banco en el parque, la noche macorisana se disfruta al ritmo de los grillos y la brisa.

Camagüey: La ciudad de los tinajones y los laberintos coloniales

Redacción (Madrid)

En el corazón de la isla de Cuba, donde las llanuras se funden con la historia, se encuentra Camagüey, una de las ciudades más antiguas del país y, sin duda, una de las más singulares. Fundada originalmente en 1514 con el nombre de Santa María del Puerto del Príncipe, esta urbe ha crecido envuelta en una atmósfera de tradiciones, calles sinuosas y una identidad profundamente marcada por la cultura y el arte.

Un diseño urbano con historia

Camagüey no se parece a ninguna otra ciudad cubana. Su casco histórico —declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 2008— es un laberinto de callejones, plazas escondidas y pasajes curvos que desconciertan incluso al visitante más orientado. Este trazado no obedece al azar: según historiadores, fue diseñado así para confundir a posibles invasores, especialmente los temidos piratas del Caribe.

Caminar por sus calles empedradas es una experiencia inmersiva. Las fachadas pastel de estilo colonial, los portales de hierro forjado y los patios interiores con vegetación tropical transportan al pasado. Todo esto en un entorno donde el tiempo parece haberse detenido sin renunciar a la vitalidad de la vida contemporánea.

La ciudad de los tinajones

Una de las imágenes más emblemáticas de Camagüey son los tinajones: grandes vasijas de barro que alguna vez se usaron para recolectar agua de lluvia. Hoy en día, estas piezas de alfarería se han convertido en símbolo de la ciudad y pueden encontrarse adornando parques, patios, jardines y museos. La leyenda local dice que quien bebe agua de un tinajón camagüeyano siempre regresa.

Cultura viva en cada rincón

Camagüey es también cuna y refugio de artistas. La ciudad alberga numerosos teatros, galerías y centros culturales. Destacan instituciones como el Ballet de Camagüey, uno de los más prestigiosos del país, y el Teatro Principal, donde convergen la danza, la música y las artes escénicas.

En sus calles, el arte no se limita a los espacios cerrados. Murales, esculturas y proyectos comunitarios como el del artista Martha Jiménez en la Plaza del Carmen, integran la creación artística a la vida cotidiana. Camagüey vive y respira cultura.

Plazas y espiritualidad

La ciudad cuenta con múltiples plazas, cada una con su propia personalidad. La Plaza San Juan de Dios es quizás la más encantadora, rodeada por construcciones coloniales perfectamente conservadas y una pequeña iglesia. También destaca la Catedral de Nuestra Señora de la Candelaria, recientemente restaurada, que domina el centro urbano y se alza como testimonio de la espiritualidad camagüeyana.

Un destino por descubrir

A pesar de su riqueza cultural y arquitectónica, Camagüey ha sido tradicionalmente uno de los destinos menos explorados por el turismo internacional. Esto le ha permitido conservar una autenticidad rara en otras ciudades de mayor tránsito. El visitante encontrará aquí una ciudad vibrante, amable y profundamente enraizada en sus costumbres.

Con una oferta creciente de casas de hospedaje, cafeterías artísticas y recorridos guiados a pie o en bicitaxi, Camagüey se perfila como un punto imprescindible para quienes buscan conocer la esencia más íntima y auténtica de Cuba.

Recorriendo los pueblos más bonitos de República Dominicana

Redacción (Madrid)

República Dominicana es mucho más que Punta Cana, playas all inclusive y palmeras inclinadas sobre aguas turquesas. Más allá del turismo de masas, el país guarda un mapa íntimo de pueblos que conservan su alma: montañas verdes, callejuelas coloniales, ríos de aguas frías y costas tranquilas donde el tiempo se ha detenido. En este recorrido, nos adentramos en los pueblos más bonitos de República Dominicana, aquellos que revelan la verdadera identidad caribeña del país.

Jarabacoa: La Suiza caribeña

En el corazón de la Cordillera Central, Jarabacoa florece como un oasis de frescura y aventura. A casi 600 metros sobre el nivel del mar, este pueblo ofrece temperaturas templadas, montañas cubiertas de pinos y ríos cristalinos que bajan con fuerza entre cañones. Aquí el turismo es verde: rafting en el Yaque del Norte, caminatas al Salto de Jimenoa y parapente con vistas de ensueño. Es fácil entender por qué muchos dominicanos la consideran la “tierra de la eterna primavera”.

Constanza: El valle encantado

Aún más alto, entre nieblas y sembradíos de fresas, se encuentra Constanza. Su aire puro y el silencio de sus campos contrastan con el bullicio tropical habitual. Este pueblo agrícola es una mezcla perfecta entre lo rural y lo romántico. Sus amaneceres rosados entre montañas, sus mercados de vegetales recién cosechados y sus cabañas rústicas lo convierten en un destino ideal para quienes buscan una desconexión total.

Las Terrenas: Bohemia entre olas

En la costa norte, Las Terrenas representa una fusión perfecta entre el Caribe salvaje y la sofisticación europea. Lo que antes fue un pequeño pueblo de pescadores, hoy es un crisol cultural lleno de franceses, italianos y dominicanos que comparten cafés al aire libre, galerías de arte y playas con nombres tan sugerentes como Playa Bonita o Playa Cosón. Las Terrenas vibra con espíritu libre, y eso se nota en su gente, en su música, en su cocina.

Altos de Chavón: Una aldea mediterránea en el Caribe

Construido en piedra coralina sobre un acantilado que mira al río Chavón, Altos de Chavón parece sacado de una postal europea. Este centro cultural en La Romana es un homenaje a la arquitectura mediterránea del siglo XVI, pero con el alma artística dominicana: talleres de artesanía, museos, boutiques y hasta un anfiteatro que ha recibido a artistas como Frank Sinatra y Juan Luis Guerra. Es un pueblo escenográfico, sí, pero con una autenticidad que lo vuelve inolvidable.

Boca de Yuma: Donde el mar cuenta historias

En la provincia La Altagracia, Boca de Yuma es un secreto bien guardado. Este tranquilo pueblo pesquero ofrece acantilados espectaculares, vistas abiertas al mar Caribe y relatos de piratas que alguna vez navegaron sus aguas. Sentarse en un restaurante rústico con vistas al océano y un plato de mariscos frescos es más que una comida: es una postal viviente de la sencillez y la belleza.

Samaná y sus alrededores: Naturaleza en estado puro

La provincia de Samaná es una joya sin explotar del turismo masivo. Desde su colorido malecón en Santa Bárbara hasta los caminos rurales que llevan al Salto El Limón o al majestuoso Parque Nacional Los Haitises, la región está llena de sorpresas. Entre enero y marzo, las ballenas jorobadas llenan sus bahías, convirtiendo el espectáculo natural en un ritual anual de admiración y respeto.