El arte cubano como crónica viva de la cotidianidad

Redacción (Madrid)

En las calles cálidas de La Habana, en los patios de Trinidad o en los talleres escondidos de Camagüey, el arte cubano se abre paso como una expresión auténtica de creatividad frente a lo cotidiano. Lejos de las galerías más famosas del mundo, la isla ha cultivado un estilo propio, colorido y lleno de simbolismos, en el que convergen raíces africanas, europeas, caribeñas y mestizas. En cada obra, ya sea una pintura, una escultura o una instalación, hay una historia que se cuenta desde el alma de quien la crea.

El arte visual en Cuba nunca ha sido solamente decorativo. Tiene un carácter profundamente narrativo y simbólico. Pintores como Manuel Mendive, Roberto Fabelo y Kcho han desarrollado un lenguaje visual que juega con elementos del folclore, la religión afrocubana y la vida diaria. Sus obras no pretenden impresionar con sofisticación técnica, sino conmover con un lenguaje cargado de metáforas, humor, ironía y misticismo. La figura humana, los animales, los objetos cotidianos y los paisajes urbanos son protagonistas recurrentes en sus piezas.

Uno de los aspectos más fascinantes del arte cubano contemporáneo es su capacidad de adaptación. Muchos artistas trabajan con materiales reciclados o improvisados, encontrando belleza en lo que otros descartan. Desde esculturas hechas con metal oxidado hasta collages elaborados con periódicos viejos, el arte se convierte en una forma de resistencia estética ante la escasez. Esta relación íntima con el entorno ha dotado al arte cubano de una identidad única, reconocible por su textura y carácter artesanal.

Las nuevas generaciones de artistas también han encontrado espacios alternativos para mostrar sus obras. Más allá de los museos y salones oficiales, los estudios privados, las casas-galerías y las ferias de arte emergente se han transformado en puntos de encuentro donde conviven estilos, técnicas y discursos diversos. Allí se mezclan el grabado tradicional, la fotografía digital, la instalación interactiva y el arte textil, creando un ecosistema artístico en constante movimiento, donde cada obra es una ventana al presente.

El arte cubano, en su conjunto, no busca explicaciones ni respuestas absolutas. Se despliega como una manera de mirar el mundo, de reinterpretar lo que se tiene a mano, de transformar lo simple en algo poderoso. Quienes lo crean no necesariamente quieren ser entendidos: quieren ser sentidos, vividos, tocados a través de su obra. Y es precisamente en esa sensibilidad donde reside su fuerza, en el equilibrio entre lo ancestral y lo cotidiano, entre la tradición y la invención constante.

República Dominicana, donde la fiesta bunca se toma vacaciones

Redacción (Madrid)

Hay países donde la gente celebra una vez al año. Luego está República Dominicana, donde la fiesta es más una forma de ser que un evento con fecha. Basta con pisar la isla para entenderlo: la música sale por las ventanas, el ritmo está en el aire, y cualquier excusa es buena para armar una parranda. Pero más allá del merengue espontáneo y el eterno sonido del güiro, hay fiestas tradicionales que definen el alma de este país caribeño. Y sí, si estás planeando viajar, prepárate para algo más que sol y playa.

Si solo pudieras vivir una fiesta en República Dominicana, que sea el carnaval. Y no hablamos de uno solo: cada región tiene el suyo, con su estilo, su música y su locura particular. En febrero, todo el país se transforma en un desfile de colores, ritmos y personajes míticos como los Diablos Cojuelos, con sus trajes exagerados y látigos sonoros que más de uno teme (y disfruta) por igual.

La versión de La Vega es probablemente la más famosa: una explosión de creatividad, donde la sátira política se mezcla con la tradición afrocaribeña y la herencia colonial. Aquí no hay espectadores: todos bailan, todos se ríen, todos sudan alegría.

En Semana Santa, la isla parece dividirse en dos: los que se van de retiro espiritual y los que se van… a la playa. Aunque para muchos es un momento de recogimiento, especialmente en los pueblos más tradicionales, hay quien aprovecha los días libres para buscar un rincón costero donde celebrar la vida con pescado frito y cerveza bien fría. Lo mejor es que ambas formas son igual de válidas, porque aquí la fe y la fiesta conviven sin pelearse.

Si lo tuyo es lo místico, no puedes perderte las fiestas en honor a San Miguel Arcángel. En pueblos como Villa Mella, las celebraciones mezclan el catolicismo con raíces africanas en rituales donde el tambor resuena como algo más que música: es un puente con los ancestros. Se canta, se baila, se pide protección. No es una fiesta para turistas, es una experiencia humana que uno tiene que mirar con respeto… y dejarse llevar.

Olvídate de agendas fijas. Las fiestas patronales pueden ocurrir en cualquier momento del año, dependiendo del santo patrón del pueblo. Pero tienen una estructura más o menos común: misa, procesión, y luego… música a todo volumen, comida típica, juegos populares, concursos, y orquestas que tocan hasta que el cuerpo diga basta (o no diga nada, porque sigue bailando). En lugares como San Juan, Baní o El Seibo, son el acontecimiento del año, y los visitantes son siempre bienvenidos.

Viajar a República Dominicana no es solo tirarse en una tumbona a escuchar las olas (aunque eso también suena muy bien). Es sumergirse en una cultura donde la alegría no se improvisa: se hereda, se comparte y se celebra con todo el cuerpo. Aquí, la tradición no está guardada en vitrinas, está viva, vibrante y sudando en la pista de baile.

Así que, si estás pensando en visitar la isla, consulta antes el calendario… y los zapatos más cómodos que tengas. Porque si hay algo seguro en Dominicana, es que te vas a encontrar con una fiesta. Aunque no la estés buscando.

De mojitos, música y memoria, un viaje por los locales más históricos de Cuba

Redacción (Madrid)

Viajar a Cuba no es solo cruzar el mar Caribe; es aterrizar en una cápsula del tiempo donde los días tienen sabor a ron, suenan a bolero y huelen a historia. En esta isla, cada calle guarda secretos, cada edificio narra un capítulo, y cada local antiguo es más que un sitio para comer o beber: es un testigo silencioso del alma cubana. Así que si alguna vez has soñado con caminar por donde lo hicieron Hemingway, Compay Segundo o Celia Cruz, este viaje es para ti.

Sí, es turístico. Sí, siempre está lleno. Pero también es historia líquida servida en vaso corto con hierbabuena. Aquí dicen que nació el mojito (aunque hay debate nacional al respecto), y que el mismísimo Hemingway dejó escrito: “Mi mojito en La Bodeguita, mi daiquirí en El Floridita”. Las paredes están cubiertas de firmas y mensajes de medio mundo, y entre el bullicio y la música en vivo, uno casi puede imaginarse cómo era La Habana de los años 50, cuando la revolución aún era un susurro.

Este lugar es el altar del daiquirí. Fundado en 1817, fue uno de los bares favoritos de escritores, diplomáticos y buscavidas. Su aire elegante, con camareros vestidos de blanco y barra de mármol, evoca una Cuba que aún vivía entre la sofisticación europea y el caos tropical. Hemingway tiene aquí una estatua de bronce en su rincón favorito, como recordatorio de que la literatura y el ron pueden ser grandes compañeros de barra.

Cerrado por décadas y reabierto con mimo, el Sloppy Joe’s es un puente directo a los años dorados del turismo americano. Su barra de madera, larguísima y brillante, ha visto pasar actores de Hollywood, mafiosos, periodistas, y ahora, a nostálgicos que buscan revivir el glamur de la época previa al bloqueo. Es un sitio para sentarse, pedir un cóctel con nombre clásico y dejarse empapar por la elegancia polvorienta de otra era.

Cambiar de ciudad también cambia la música. En Santiago, la Casa de la Trova es mucho más que un local: es un santuario del son. Aquí no vas a escuchar música, vas a sentirla en el pecho. Con sillas viejas, ron barato y artistas que parecen salidos de una novela de Alejo Carpentier, este lugar vibra con la autenticidad de la trova tradicional. Muchos de los grandes empezaron aquí, tocando para públicos que escuchaban con los ojos cerrados.

No es un “local” en el sentido estricto, pero el bar del Hotel Nacional es una leyenda por sí mismo. Desde su terraza se ve el Malecón y se respira el aire cargado de historia y salitre. Aquí se hospedaron Sinatra, Ava Gardner, Marlon Brando… y, según dicen, también algunos personajes menos glamorosos del crimen organizado. Tomarse un cóctel aquí es como sentarse en la sala de espera del siglo XX.

Cada uno de estos locales es una puerta abierta al pasado, pero también al presente de un país que resiste, reinventa y celebra. Porque en Cuba, la historia no está guardada en vitrinas ni se pronuncia en voz baja: se canta, se baila y se sirve con hielo. Así que si tienes la suerte de visitar alguno, hazlo sin prisa. Escucha la música, habla con la gente, deja que el tiempo pase más lento. Porque en estos sitios, el reloj nunca fue el protagonista.

Las artesanías de Cuba: el alma de una isla hecha a mano

Redacción (Madrid)

Viajar a Cuba es sumergirse en un país donde la historia se entrelaza con la creatividad, y donde las artesanías se convierten en un lenguaje cotidiano. Más allá de las playas turquesas y los ritmos del son, la isla guarda un tesoro menos evidente, pero profundamente auténtico: su artesanía tradicional, una manifestación de identidad que sobrevive al tiempo y las circunstancias.

Las artesanías cubanas no son meros objetos decorativos: son testimonios vivos de la cultura popular. Desde los bordados finos de las abuelas en Camagüey hasta las máscaras vibrantes del carnaval santiaguero, cada pieza refleja la riqueza étnica y la diversidad cultural del país. La tradición africana, española e indígena se funden en tejidos, tallas, cerámicas y objetos reciclados que hablan del ingenio de un pueblo.

La variedad de materiales empleados en la artesanía cubana es tan amplia como su geografía: madera, cuero, fibras vegetales, conchas marinas, barro y metales reciclados. La cerámica de Trinidad, por ejemplo, destaca por sus formas elegantes y colores suaves, mientras que en Baracoa se elaboran figuras con coco seco y bambú. En las calles de La Habana Vieja, no es raro encontrar joyería hecha con elementos reutilizados o instrumentos musicales tallados artesanalmente.

Más que recuerdos turísticos, los objetos artesanales cubanos son pedacitos del alma isleña. Los sombreros guajiros, las cestas trenzadas, las maracas, o las figuras de Santería pintadas a mano son verdaderas expresiones de una tradición que se resiste al olvido y sigue viva gracias al trabajo de los artesanos locales. Muchos de ellos venden directamente en mercados como el Almacenes de San José en La Habana o en pequeñas ferias de pueblos costeros.

Comprar artesanía en Cuba es también una forma de turismo sostenible y responsable. Apoyar a los artistas locales no solo ayuda a conservar la tradición, sino que también impulsa la economía comunitaria en una isla donde lo hecho a mano sigue siendo un acto de resistencia creativa.

Recorrer Cuba a través de sus artesanías es conocer su corazón desde lo cotidiano: una muñeca de trapo, una pintura sobre hoja de palma o una talla de madera son puertas abiertas a un mundo que late entre ritmo, historia y belleza. Porque en Cuba, incluso el arte más pequeño cuenta una gran historia.

Santo Domingo: un recorrido artístico por la capital caribeña del arte y la historia

Redacción (Madrid)

Santo Domingo, la vibrante capital de la República Dominicana, no solo es la ciudad más antigua del Nuevo Mundo fundada por europeos, sino también un epicentro artístico donde la historia, la arquitectura, la pintura, la escultura y la cultura contemporánea conviven en un mismo latido urbano. Hacer un recorrido artístico por Santo Domingo es adentrarse en un crisol de influencias coloniales, caribeñas y modernas que le dan una identidad única en el continente.

El recorrido debe comenzar en la Zona Colonial, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Aquí, el arte se manifiesta primero en la arquitectura: calles empedradas, casas coloniales con portones tallados, patios llenos de bugambilias y el arte del tiempo impreso en cada fachada.

Monumentos como la Catedral Primada de América, el Alcázar de Colón o el Museo de las Casas Reales no solo son joyas arquitectónicas, sino también contenedores de arte sacro, mobiliario de época, retratos coloniales y una estética que narra la llegada y expansión del mundo europeo en el Caribe. Pasear por estos espacios es contemplar la pintura y escultura dominicana en sus primeras etapas: marcada por lo religioso, lo simbólico y lo ornamental.

Fuera del casco antiguo, Santo Domingo acoge varios museos fundamentales para comprender la evolución artística del país. El Museo de Arte Moderno (MAM), ubicado en la Plaza de la Cultura, es la institución más importante dedicada a la creación contemporánea. Aquí se encuentran obras de grandes artistas dominicanos como Cándido Bidó, Paul Giudicelli o Ada Balcácer, que exploran el color, la identidad afrocaribeña, la abstracción y el sincretismo.

Muy cerca, el Museo del Hombre Dominicano combina arte con antropología, mostrando la riqueza estética de los taínos, los esclavos africanos y la cultura mestiza que se formó en la isla. Las esculturas, máscaras, textiles y objetos rituales son verdaderas obras de arte que revelan una herencia visual profundamente diversa y espiritual.

En los últimos años, Santo Domingo ha vivido un florecimiento del arte urbano. Barrios como Villa Francisca, Gazcue o la misma Zona Colonial exhiben coloridos murales que retratan desde figuras históricas hasta motivos sociales y culturales contemporáneos.

El colectivo Transitando y festivales como Arte Público han transformado muros en lienzos, acercando el arte a todos los ciudadanos. Este arte callejero, efímero y directo, expresa la vitalidad creativa de la juventud dominicana y su forma de reinterpretar el pasado desde una mirada contemporánea.

Además de los museos, Santo Domingo está salpicada de galerías privadas y centros culturales como Casa Quien, Centro León (en Santiago, pero con sede en la capital) o Espacio 401, que impulsan la creación emergente y ofrecen residencias, exposiciones y encuentros artísticos. Estas instituciones tejen puentes entre el arte local y el internacional, promoviendo un diálogo creativo sin fronteras.

Santo Domingo no es solo un destino turístico de sol y playas; es también una ciudad donde el arte se respira en cada esquina. Su riqueza artística está en sus iglesias centenarias, en sus museos modernos, en sus calles pintadas y en su gente creativa.

Hacer un recorrido artístico por Santo Domingo es una experiencia completa: sensorial, intelectual y emocional. Es descubrir cómo el arte puede ser resistencia, identidad, historia y esperanza. En esta ciudad, el pasado y el presente dialogan en colores caribeños, trazos modernos y piedras centenarias que cuentan, una y otra vez, la historia viva de una nación.

Chicago: La metrópolis que moldea el horizonte y el alma urbana

Redacción (Madrid)

Chicago no es solo una ciudad, es una declaración de intenciones. Ubicada a orillas del lago Míchigan, en el corazón del medio oeste estadounidense, esta urbe es una cuna de arquitectura moderna, jazz de alma profunda, historia obrera y creatividad desbordante. Conocida como “la ciudad del viento”, Chicago ofrece una experiencia turística intensa, donde lo monumental convive con lo íntimo, y el pasado industrial late bajo una piel urbana vibrante y sofisticada.

La historia de Chicago es una historia de reinvención. Tras el gran incendio de 1871, la ciudad se reconstruyó con una ambición que desafió la gravedad. De ahí surgió la arquitectura moderna, los primeros rascacielos y un legado que hoy se puede contemplar a través de un paseo en barco por el Chicago River, considerado uno de los recorridos arquitectónicos más impactantes del mundo.

Torres diseñadas por Frank Lloyd Wright, Ludwig Mies van der Rohe o Jeanne Gang conviven con edificios históricos y puentes mecánicos que transforman el paisaje urbano en una especie de escultura viva. Visitar Chicago es mirar hacia arriba y encontrar belleza vertical, pero también caminar sus calles y sentir la huella de siglos de movimiento social y diversidad.

El Loop, centro histórico y financiero, es el corazón palpitante de la ciudad. Aquí se encuentran el Millennium Park, con su emblemática escultura “The Bean” (Cloud Gate), y el Art Institute of Chicago, uno de los museos más prestigiosos de Estados Unidos, con obras maestras de Monet, Hopper y Van Gogh.

Pero para conocer la ciudad auténtica hay que cruzar al norte y sur, a barrios como Wicker Park, lleno de librerías, cafés independientes y cultura alternativa; Hyde Park, hogar de la Universidad de Chicago y de Barack Obama; o Pilsen, tradicionalmente mexicano, donde los murales callejeros narran una historia de migración, lucha y orgullo cultural. Cada barrio es un microcosmos, una identidad propia que aporta matices a la gran narrativa urbana.

Chicago es también un lugar donde la música no se escucha, se siente. Fue cuna del blues urbano, del jazz eléctrico y del house. En clubes como el Green Mill Cocktail Lounge —antiguo refugio de Al Capone— o el Kingston Mines, los sonidos fluyen con la fuerza de una tradición que sigue viva, improvisada, nocturna.

Asistir a un concierto en la ciudad es más que una actividad turística: es una inmersión en una cultura que ha sabido convertir el dolor y la esperanza en arte sonoro. Incluso los festivales al aire libre, como el Chicago Blues Festival o el Lollapalooza, reflejan esa pasión colectiva por la música como forma de vida.

La comida en Chicago es tan diversa como su gente. Desde la famosa deep dish pizza (una tarta-pizza de queso y tomate que desafía las leyes del apetito) hasta los hot dogs estilo Chicago, sin kétchup pero con encurtidos y mostaza, la ciudad ha convertido sus platos populares en símbolos.

Al mismo tiempo, la escena culinaria contemporánea es de primer nivel, con chefs innovadores que mezclan tradición e inventiva en barrios como West Loop o River North. Comer en Chicago es viajar sin salir de la mesa, desde la cocina polaca o italiana hasta propuestas veganas, afroamericanas o asiáticas.

A pesar de su escala, Chicago no abruma. El lago Míchigan, con sus playas urbanas, caminos para ciclistas y zonas de relax, ofrece un respiro permanente. El Grant Park y el Lincoln Park son auténticos jardines urbanos donde conviven museos, conciertos y naturaleza.

El contraste entre el concreto y el agua, entre los edificios y el cielo abierto, le da a Chicago una sensación de amplitud que pocas grandes ciudades pueden ofrecer. Aquí se respira el ritmo urbano, pero también una cierta ligereza existencial: el espacio invita a contemplar tanto como a explorar.

Chicago es una ciudad para los que buscan una experiencia urbana completa: cultura, arquitectura, historia, diversidad, comida y arte, todo con carácter y profundidad. No es una ciudad que se entregue de inmediato: hay que caminarla, vivirla, escucharla. Pero quien lo hace, descubre un lugar que no solo moldea el horizonte con sus edificios, sino también el espíritu con su autenticidad y resiliencia.

En Chicago, el viento no solo sopla: empuja. Y el viajero, si se deja llevar, encuentra una ciudad que inspira tanto como fascina.

Descubrimos los secretos que esconde la Cueva de los Tres Ojos en Santo Domingo

Redacción (Madrid)

SANTO DOMINGO, República Dominicana. — A escasos minutos del bullicioso centro de la capital dominicana, se encuentra un lugar donde la naturaleza, la historia y el misterio convergen en una danza hipnótica: la Cueva de los Tres Ojos. Este impresionante sistema de cavernas subterráneas no solo es un atractivo turístico de primer orden, sino también un enigma natural cargado de leyendas y secretos milenarios que hoy decidimos explorar a fondo.

Ubicada en el Parque Mirador del Este, en el municipio de Santo Domingo Este, la Cueva de los Tres Ojos es un conjunto de lagunas de agua dulce formadas dentro de una caverna de piedra caliza. Su nombre proviene de los tres estanques principales visibles desde la superficie —aunque existe un cuarto, oculto a simple vista, que guarda un aura casi mágica.

Un viaje al centro de la tierra caribeña

Al descender los escalones tallados en la roca, el cambio de ambiente es inmediato: el aire se torna fresco y húmedo, las paredes se estrechan y la penumbra envolvente invita a un silencio reverente. Cada laguna posee su propio nombre y características únicas: «El Lago Azufre», de apariencia lechosa y misteriosa; «La Nevera», cuyas aguas son tan frías como sugiere el nombre; y «Las Damas», más cálida y menos profunda, utilizada antiguamente como balneario natural.

El cuarto lago, conocido simplemente como «Los Zaramagullones», es accesible solo mediante una pequeña balsa guiada por cuerdas, lo que lo convierte en el rincón más intrigante del lugar. Rodeado por una vegetación densa y enmarcado por formaciones rocosas caprichosas, se dice que aquí los taínos realizaban rituales ancestrales, y que los primeros exploradores españoles creían haber hallado una entrada al inframundo.

Ciencia, historia y mito

Formada hace miles de años debido a movimientos tectónicos y erosión natural, la cueva ha sido objeto de estudios geológicos y arqueológicos que revelan fósiles marinos y restos de cerámica taína. Sin embargo, más allá de los hallazgos científicos, el lugar está cargado de leyendas transmitidas de generación en generación. Algunos lugareños aseguran haber visto luces misteriosas flotando sobre el agua, mientras que otros hablan de presencias invisibles que cuidan el lugar.

Un patrimonio que debemos preservar

Aunque el Ministerio de Medio Ambiente y otras entidades locales han hecho esfuerzos por preservar este tesoro natural, el aumento del turismo representa un desafío constante. Las autoridades han implementado normas para regular el acceso, limitar la contaminación y garantizar que las generaciones futuras también puedan asombrarse con esta joya subterránea.

Visitar la Cueva de los Tres Ojos no es solo una experiencia turística; es una oportunidad de reconectarse con el pasado, sumergirse en la belleza cruda de la naturaleza y abrir una ventana hacia los misterios aún no resueltos que esconde el subsuelo dominicano.

Cuba al natural: Un paraíso para los amantes del ecoturismo

Redacción (Madrid)

Cuba, más allá de su rica historia y vibrante cultura, es un destino excepcional para los entusiastas del ecoturismo. La isla alberga una diversidad de ecosistemas que ofrecen experiencias únicas en contacto con la naturaleza.

Parque Nacional Alejandro de Humboldt: Biodiversidad en estado puro

Ubicado entre las provincias de Holguín y Guantánamo, este parque es reconocido por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad. Su compleja geología y topografía han dado lugar a una gran variedad de ecosistemas únicos, convirtiéndolo en uno de los sitios con mayor diversidad biológica del hemisferio occidental.

Valle de Viñales: Paisajes de mogotes y tradición

En la provincia de Pinar del Río, el Valle de Viñales ofrece un paisaje caracterizado por formaciones montañosas únicas llamadas mogotes. Este valle es ideal para el senderismo, la espeleología y la observación de la vida rural cubana.

Ciénaga de Zapata: El humedal más grande del Caribe

Situada en la provincia de Matanzas, la Ciénaga de Zapata es el mayor humedal del Caribe insular. Este ecosistema alberga una rica biodiversidad, incluyendo especies endémicas de aves, reptiles y mamíferos.

Parque Nacional Desembarco del Granma: Terrazas marinas y cultura precolombina

Este parque, ubicado en la provincia de Granma, destaca por sus sistemas de terrazas marinas y su importancia histórica. Además de su valor natural, alberga sitios arqueológicos que reflejan la cultura precolombina de la región.

Parque Nacional Caguanes: Cuevas y avifauna

En la provincia de Sancti Spíritus, el Parque Nacional Caguanes es conocido por sus numerosas cuevas y su rica avifauna. Es un lugar ideal para la observación de aves y la exploración de formaciones geológicas únicas.

Consejos para el viajero ecológico

  • Temporada Ideal: De noviembre a abril, cuando el clima es más seco y agradable.
  • Equipamiento: Ropa ligera, calzado adecuado para caminatas, repelente de insectos y binoculares para la observación de aves.
  • Alojamiento: Optar por casas particulares o eco-lodges que promuevan prácticas sostenibles.
  • Guías Locales: Contratar guías locales certificados para enriquecer la experiencia y apoyar la economía local.

La abrumadora naturaleza de Los Haitises: un suspiro suspendido en la República Dominicana

Redacción (Madrid)

En la costa nordeste de la República Dominicana, donde el mar acaricia la tierra con mística reverencia, se alza un santuario natural que parece tejido con hilos de asombro y eternidad: Los Haitises. Este Parque Nacional, cuyo nombre en lengua taína significa “tierra alta o montañosa”, es todo menos un paisaje ordinario. Es un territorio que se despliega ante el visitante como una sinfonía viva de roca, agua y selva que nos deja sin palabras —y, a veces, sin aliento.

Los Haitises no es simplemente un destino turístico; es una experiencia sensorial total. Al adentrarse en sus manglares —vastos, silenciosos, casi místicos— el aire se espesa con sal, humedad y una paz primitiva. La brisa marina se cuela entre los árboles como un susurro ancestral, cargado de historias que no necesitan traducción. El cielo, usualmente encapotado de nubes bajas, enmarca con dramatismo las decenas de mogotes que emergen del agua como si fueran los restos de una civilización olvidada por el tiempo.

Cada mogote —esas colinas de piedra caliza cubiertas de vegetación espesa— es un microcosmos de vida. Las aves endémicas, como el gavilán dominicano, revolotean con solemnidad, como si custodiaran un secreto sagrado. Y es que este parque no solo impresiona por su belleza visual: impone por su alma. Su atmósfera nos obliga a detenernos, a mirar con los ojos bien abiertos y el corazón expuesto.

Las cuevas que se esconden entre los mogotes, algunas accesibles en bote o a pie, conservan pictografías y petroglifos que datan de épocas taínas. Allí, el tiempo parece detenerse. El eco de nuestros pasos y respiraciones reverbera en las paredes húmedas como si nos recordaran que estamos caminando sobre la memoria viva del Caribe.

Lo abrumador de Los Haitises no reside únicamente en su geografía salvaje o su biodiversidad exuberante. Está en la manera en que nos confronta con lo esencial: el silencio, la inmensidad, la fragilidad de lo natural. Cada visitante que se interna en este edén regresa distinto. No por haber conquistado la naturaleza, sino porque esta lo ha desarmado, lo ha hecho pequeño, y en ese proceso, profundamente humano.

En una era dominada por la velocidad, el ruido y la distracción, Los Haitises nos invita —nos obliga, incluso— a respirar más lento, a mirar más hondo, a sentir más fuerte. Es un lugar donde el asombro se vuelve físico, casi un peso en el pecho, como si la belleza fuera tan inmensa que no cupiera del todo en nuestros cuerpos.

Guantánamo: Donde la naturaleza, la historia y la cultura se encuentran en el oriente cubano

Redacción (Madrid)

En el extremo oriental de Cuba, Guantánamo se presenta como un destino que fusiona paisajes exuberantes, una historia rica y una cultura vibrante. Lejos de las rutas turísticas convencionales, esta provincia ofrece una experiencia auténtica para quienes buscan conectar con la esencia más pura de la isla.

Naturaleza Desbordante

Guantánamo alberga algunos de los ecosistemas más diversos del Caribe. El Parque Nacional Alejandro de Humboldt, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, es un santuario de biodiversidad con especies endémicas como la ranita Monte Iberia y el almiquí. La Reserva de la Biosfera Cuchillas del Toa, con sus bosques húmedos y cuevas kársticas, es hogar de más de 900 especies endémicas, incluyendo el majá de Santa María, una boa que puede alcanzar hasta seis metros de longitud.

El Yunque de Baracoa, una montaña de cima plana que se eleva a 560 metros sobre el nivel del mar, ofrece vistas panorámicas y es un símbolo natural de la región.

Un viaje por la historia

La historia de Guantánamo está marcada por eventos significativos. En 1511, Diego Velázquez fundó la Villa de Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa, la primera villa de Cuba. Durante la Guerra de Independencia, figuras como José Martí y Máximo Gómez desembarcaron por Playitas de Cajobabo en 1895, según tocororocubano.com.
La ciudad de Guantánamo, fundada en 1796 como Santa Catalina de Guantánamo, conserva edificaciones históricas como la Catedral de Santa Catalina de Ricci, cuya construcción comenzó en 1837 y fue bendecida en 1842.

Cultura y tradiciones vivas

Guantánamo es cuna del changüí, un género musical que fusiona ritmos africanos y españoles, y que es considerado precursor del son cubano. La Casa del Changüí en la ciudad promueve este legado musical. Además, la Tumba Francesa, una manifestación cultural de origen haitiano, ha sido declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.

Eventos como la Fiesta a la Guantanamera y los carnavales locales celebran la identidad y el folclore de la región, con danzas, música y gastronomía típica.

Sabores auténticos

La gastronomía guantanamera es un reflejo de su diversidad cultural. Platos como el bacán, un tamal de plátano verde y cerdo envuelto en hojas de plátano, y la caldosa, una sopa espesa de carnes y vegetales, son delicias locales. El enchilado de camarones y el casabe, un pan de yuca de origen taíno, también forman parte del menú tradicional.

Lugares imperdibles

Punta de Maisí: El punto más oriental de Cuba, conocido por sus formaciones rocosas y el Pozo Azul, una piscina natural de aguas cristalinas.

Loma del Chivo: Un barrio emblemático de Guantánamo, reconocido por su rica tradición musical y cultural.

Zoológico de Piedra: Único en su tipo, este zoológico presenta esculturas de animales talladas en piedra por el artista Ángel Íñigo Blanco.